LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)
Letra Alfa (continuación)
ABBA AGATON[1]
1. Dijo abba Pedro, discípulo de abba Lot: «Estaba yo en una ocasión en la celda de abba Agatón, Y vino a él un hermano diciendo: “Quiero habitar con los hermanos; dime cómo he de vivir con ellos”. El anciano le dijo: “Guarda durante todos los días de tu vida la condición de extranjero, como en el primer día que ingresaste, para no entrar en confianza con ellos”. Le preguntó abba Macario: “¿Qué produce la confianza?”. Respondió el anciano: “La confianza es semejante a un gran calor, del que todos huyen cuando lo encuentran, y que corrompe los frutos de los árboles”. Abba Macario le dijo: “¿Tan dañina es la confianza?”. Dijo abba Agatón: “No hay pasión más perjudicial que la confianza, porque ella engendra las demás pasiones. Conviene, por tanto, al hombre esforzado no tener confianza, aunque esté solo en su celda. Yo conocí a un hermano que vivió largo tiempo en una celda, con un pequeño lecho, y que decía: ‘Habría abandonado la celda, sin llegar a usar este lecho, si no me hubieran hablado de ella’. Este es el hombre laborioso y luchador”».
2. Decía abba Agatón: “El monje no debe permitir que la conciencia lo acuse de cosa alguna”.
3. Decía también: “Sin la observancia de los mandamientos de Dios, el hombre no progresa ni siquiera en una sola virtud”.
4. Decía también: “Nunca me he dormido teniendo algo contra alguien, y en cuanto dependió de mí, no he dejado que nadie se durmiese teniendo algo contra mí”.
5. Decíase de abba Agatón que fueron a verlo algunos que habían oído acerca de su gran discreción. Para probar si se airaba, le dijeron: “¿Eres tú Agatón? Hemos oído que eras fornicador y soberbio”. Respondió: “Sí, así es”. Le dijeron: “¿Eres tú Agatón el charlatán?”. Respondió: “Yo soy”. Todavía le dijeron: “¿Eres tú Agatón el hereje?”. Respondió: “No soy hereje”. Le rogaban entonces, diciendo: “¿Dinos por qué, habiéndote llamado tantas cosas, lo toleraste, pero no aceptaste esto último?”. Les respondió: “Aquello me lo atribuyo, porque aprovecha a mi alma, pero la herejía es separación de Dios, y yo no quiero alejarme de Dios”. Al oír estas palabras admiraron su discreción y se alejaron edificados.
6. Contaban acerca de abba Agatón que durante largo tiempo estuvo edificando una celda con sus discípulos. Cuando la hubieron concluido, fueron a habitar en ella. Pero en la primera semana, vio allí algo que no era provechoso para él, y dijo a sus discípulos: “Levántense, vámonos de aquí”. Se turbaron los discípulos y dijeron: “Si tenías el pensamiento en mudarnos de aquí, ¿para qué nos tomamos el trabajo de edificar la celda? Además, los hombres se escandalizarán, diciendo: Ya se mudan otra vez, estos vagos”. Al ver su pusilanimidad, les dijo (abba Agatón): “Si algunos se escandalizarán, otros, en cambio, se edificarán, diciendo: Bienaventurados estos que emigran por Dios, y dejan de lado todas las demás cosas. El que quiera venir, que venga, porque yo me retiro”. Entonces ellos se postraron en tierra, suplicándole, hasta que les permitió marcharse con él.
7. Decían también acerca del mismo, que cambiaba a menudo de habitación, llevando solamente el cuchillo para hacer canastos.
8. Preguntaron a abba Agatón qué es más importante: el trabajo corporal o la custodia interior. Dijo el anciano: “El hombre se parece a un árbol; el trabajo corporal son las hojas, la custodia interior el fruto. Según la Escritura todo árbol que no produce fruto será cortado y echado al fuego, por lo que es claro que todo nuestro esfuerzo se refiere al fruto, es decir a la custodia del alma. También tenemos necesidad de la protección y el adorno de las hojas, que son el trabajo corporal”.
9. Le preguntaron también los hermanos: “¿Entre todas las virtudes cuál exige mayor esfuerzo?”. Les dijo: “Perdónenme, creo que no hay trabajo igual al de orar a Dios. Cada vez que el hombre quiere orar, los enemigos se esfuerzan por impedírselo, porque saben que sólo los detiene la oración a Dios. En toda obra buena que emprenda el hombre, llegará al descanso si persevera en ella, pero en la oración se necesita combatir hasta el último suspiro”.
10. Era abba Agatón sabio en el espíritu y dispuesto en el cuerpo, se bastaba para todo: para el trabajo manual, para el alimento y el vestido.
11. Caminaba él con sus discípulos, y uno de ellos encontró una arveja verde. Le preguntó al anciano: “Padre, ¿no me dices que la tome?”. Lo miró asombrado el anciano y le dijo: “¿Tú la pusiste allí?”. Respondió el hermano: “No”. El anciano le dijo: “¿Cómo deseas tomar lo que tú no pusiste?”.
12. Un hermano se presentó a abba Agatón diciendo: “Permíteme habitar contigo”. Mientras iba de camino encontró un pequeño pedazo de nitrio, y lo recogió. Le dijo el anciano: “¿Dónde encontraste el nitrio?”. Respondió el hermano: “Lo encontré en el camino, al venir, y lo levanté”. El anciano te dijo: “Si venías a habitar conmigo, ¿cómo tomaste lo que no habías puesto?”. Y lo envió a devolver el nitrio al lugar en que lo había encontrado.
13. Interrogó un hermano al anciano: “Recibí una orden, pero hay una tentación en lo mandado. Quiero cumplirla, pero temo la tentación”. Le dijo el anciano: “Si se tratase de Agatón, cumpliría el mandato y vencería la tentación”.
14. Hubo en Escete una reunión para tratar acerca de un asunto. Cuando ya habían tomado una decisión, llegó Agatón y les dijo: “No han decidido correctamente”. Ellos replicaron: “¿Quién eres tú para hablar así?”. Les respondió: “Si en verdad hablan de justicia, juzguen rectamente, hijos de hombres (Sal 57 [58],2)”.
15. Se decía de abba Agatón que durante tres años llevó una piedra en la boca, hasta guardar el silencio.
16. Decían de él y de abba Amún que cuando vendían un objeto decían el precio una sola vez, y aceptaban con silencio y calma lo que querían darles. Cuando eran ellos los que compraban, daban en silencio lo que les pedían y, sin decir nada, tomaban el objeto.
17. Decía el mismo abba Agatón: “Jamás he ofrecido un ágape; sino que dar y recibir era para mí como un ágape. Pensaba, en efecto, que el provecho de mi hermano es una obra fructífera”.
18. El mismo, cuando veía alguna cosa y su espíritu quería emitir un juicio, le decía: “Agatón, no hagas eso”. Y de esta manera su espíritu estaba en paz.
19. Decía el mismo: “Aunque el iracundo resucitase a un muerto, no es agradable a Dios”.
20. Tenía abba Agatón dos discípulos que vivían como solitarios. Un día preguntó a uno de ellos: “¿Cómo vives en tu celda?”. Le respondió: “Ayuno hasta el atardecer, y luego como dos panecillos”. Le dijo: “Tu manera de vida es buena, y no impide el trabajo”. Le preguntó al otro: “¿Cómo vives tú?”. Les contestó: “Ayuno durante dos días y después como dos panecillos”. Le dijo el anciano: “Mucho te esfuerzas, luchando dos combates. Porque uno come todos los días, no se sacia y se esfuerza; otro desea ayunar dos días para llenarse después; pero tú ayunas dos días y no te sacias”.
21. Un hermano interrogó a abba Agatón acerca de la fornicación. Le dijo: “Ve, pon delante de Dios tu debilidad y tendrás descanso”.
22. Abba Agatón y otro anciano enfermaron. Mientras yacían acostados en la misma celda un hermano les leía el libro del Génesis. Llegó al lugar donde Jacob dice: “Ya no está José, ni Simeón, y ahora me llevan a Benjamín. De esta manera enviarán mi vejez en la tristeza al infierno (Gn 42,36-38)”, y exclamó el anciano: “¿No te bastan los otros diez, Padre Jacob?”. Abba Agatón le dijo: “Tranquilízate, anciano. Si Dios es el Dios de los justos, ¿quién lo juzgará? (cf. Rm 8,33-34)”.
23. Dijo abba Agatón: “Si supiese de alguien que me es muy querido pero me lleva al pecado, lo alejaría de mí”.
24. Dijo también: “Conviene al hombre estar atento a toda hora al juicio de Dios”.
25. Dijo abba José a los hermanos que hablaban acerca de la caridad: “¿Sabemos nosotros qué es la caridad?”. Y les contó sobre abba Agatón, el cual tenía un cuchillo, y que al recibir una vez a un hermano, después de saludarlo, no lo dejó marchar sin que llevase consigo ese cuchillo.
26. Dijo abba Agatón: “Si fuera posible hallar a un leproso a quien darle mi cuerpo y recibir en cambio el suyo, lo haría con gusto. Esta es la verdadera caridad”.
27. Se decía también de él que una vez fue a la ciudad a vender sus productos, y encontró a un hombre extranjero que yacía enfermo en la calle y no tenía quien lo cuidase. Permaneció el anciano con él, alquiló una habitación que pagó con el precio de su trabajo, dedicando el resto de su dinero a las necesidades del enfermo. Así estuvo cuatro meses, hasta que el enfermo curó y el anciano volvió entonces en paz a su celda.
28. Relataba abba Daniel: «Antes que abba Arsenio viniese donde mis padres (abba Alejandro y abba Zoilo), habitaban éstos con abba Agatón. Abba Agatón amaba a abba Alejandro porque era asceta y discreto. Fueron en una ocasión todos los discípulos a lavar los juncos en el río, pero abba Alejandro lavaba con mesura. Los demás hermanos dijeron al anciano: “El hermano Alejandro no hace nada”. Deseando curarlos, le dijo (abba Agatón): “Hermano Alejandro, lávalos bien, porque son de lino”. Al oírlo, se entristeció. Pero el anciano lo consoló después, diciendo: ¿Acaso no sabía yo que estabas haciendo bien? Pero dije eso delante de los demás para curar su mal pensamiento con tu obediencia, hermano”».
29. Decían de abba Agatón que se esforzaba por cumplir todo lo mandado. Si viajaba en una nave, era el primero en remar; si lo recibían los hermanos, después de la oración era su mano la que preparaba la mesa. Estaba lleno del amor de Dios. Cuando se acercaba el momento de su muerte, permaneció tres días con los ojos abiertos, sin moverlos. Lo animaron los hermanos, diciendo: “Abba Agatón, ¿dónde estás?”. Les respondió: “Estoy delante del juicio de Dios”. Le dijeron: “¿Tú también temes, abba?”. Les dijo: “He hecho cuanto he podido por cumplir los mandamientos de Dios. Pero soy hombre ¿cómo sabré si mi esfuerzo ha agradado a Dios?”. Los hermanos le dijeron: “¿No confías en el trabajo que hiciste para Dios?”. El anciano respondió: “No confío, hasta que no vea a Dios. Porque es diferente el juicio de Dios del de los hombres”. Quisieron preguntarle más, pero les dijo: “Háganme la caridad, no me hablen más porque estoy ocupado”. Y partió con alegría. Lo vieron irse como quien saluda a sus amigos y seres queridos. En todo guardaba la vigilancia, y decía: “Sin gran custodia no alcanza el hombre una sola virtud”.
30. Entró una vez abba Agatón en la ciudad para vender algunos objetos, y encontró en el camino a un leproso. El leproso le dijo: “¿Adónde vas?”. Le respondió abba Agatón: “A la ciudad a vender los objetos”. Le dijo: “Hazme la caridad y llévame hasta allí”. Lo alzó y lo llevó a la ciudad. Entonces le dijo: “Déjame donde sueles vender tus artículos”. Así lo hizo. Cuando vendió uno, le dijo el leproso: “¿Cuánto has vendido?”. Respondió: “Tanto”. Le dijo entonces: “Cómprame un dulce”. Y se lo compró. Cuando hubo vendido todo lo que había llevado y quería ya irse, el leproso le preguntó: “¿Te vas?”. Respondió: “Sí”. Le dijo entonces: “Haz nuevamente una caridad y llévame al lugar donde me encontraste”. Lo levantó y lo dejó en ese lugar. Entonces le dijo (el leproso): “Bendito seas, Agatón, por el Señor en los cielos y en la tierra”. Levantó los ojos y no vio a nadie. Era un ángel del Señor que había sido enviado para probarlo.
[1] “Agatón se encontraba en Escete en tiempos de Poimén [primera mitad del siglo V]. Era más joven que éste, pero su precoz madurez le valió el título de abba y numerosos discípulos, entre otros Alejandro y Zoilo que vivieron con Arsenio” (Sentences, pp. 36-37).