Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (87)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)

Letra Beta

BASILIO EL GRANDE[1]

1. Dijo uno de los ancianos que mientras visitaba san Basilio un monasterio, después de hacer la debida exhortación (a los hermanos), preguntó al higúmeno: “¿Tienes aquí un hermano obediente?”. Le respondió: “Todos son servidores tuyos, señor, y desean salvarse”. Le dijo nuevamente: “¿Tienes alguno que sea en verdad obediente?”. Le trajo entonces a uno de los hermanos, y san Basilio lo utilizó en el servicio de la mesa. Después de comer trajo (agua) para que se lavase, y san Basilio le dijo: “Ven, también yo te daré (agua) para que te laves”. Aceptó que le echara el agua. Y dijo (Basilio): “Cuando entre en el santuario, acércate para que te ordene de diácono”. Después de hacerlo, lo ordenó también de presbítero, y lo tomó consigo en la casa episcopal, a causa de su obediencia.

 

ABBA BESARION[2]

1. Dijo abba Dulas, discípulo de abba Besarión: «Yendo una vez hacia la costa del mar, tuve sed, y dije a abba Besarión: Abba, tengo mucha sed. El anciano hizo oración y me dijo: “Bebe del agua del mar”. El agua se endulzó y bebí. Recogí algo más en un recipiente, por si tenía nuevamente sed. Lo vio el anciano y me dijo: “¿Por qué la recogiste?”. Le respondió: “Perdóname, pero era por si tenía sed otra vez”. Dijo entonces el anciano: “Dios está aquí y en todas partes”».

2. Otra vez, al presentarse la necesidad, hizo oración y cruzó a pie el río Crisoroas, y prosiguió su camino. Admirado, le pedí perdón y le pregunté: “¿Cómo sentías tus pies al caminar sobre el agua?”. Y me respondió el anciano: “Sentía el agua hasta el talón, pero el resto estaba seco”.

3. Otra vez, mientras íbamos a visitar a un anciano, se puso el sol. Y orando dijo el anciano: “Te ruego Señor, que el sol se detenga hasta que tu servidor llegue”. Y así se hizo.

4. En otra oportunidad fui a su celda y lo encontré, de pie, en oración, con las manos extendidas hacia el cielo. Permaneció haciendo esto durante catorce días. Después me llamó y me dijo. “Sígueme”. Salimos y nos internamos en el desierto. Tuve sed y dije: “Abba, tengo sed”. Tomando el anciano mi melota, se apartó la distancia de un tiro de piedra, y después de orar, me la devolvió llena de agua. Proseguimos nuestra marcha y llegamos a una cueva. Al entrar en ella encontramos un hermano sentado, haciendo una cuerda, y no nos miraba ni saludaba, ni quiso en manera alguna cambiar palabra con nosotros. Me dijo el anciano: “Vayámonos de aquí; tal vez no le fue revelado al anciano que hablase con nosotros”. Marchamos hasta Lyco, y llegamos a lo de abba Juan. Lo saludamos e hicimos la oración. Después, sentándose, conversaron acerca de las visiones que habían tenido. Dijo abba Besarión: “Ha salido un edicto para que destruyan los templos. Así fue, y han sido destruidos”. Cuando íbamos de vuelta, llegamos otra vez a la cueva en la que habíamos visto al hermano. Me dijo el anciano: “Entremos adonde él está, por si Dios le ha inspirado que nos hable”. Entramos, y lo encontramos muerto. Me dijo entonces el anciano: “Ven, hermano, dispongamos su cuerpo. Para esto nos ha mandado hasta aquí el Señor”. Mientras lo preparábamos para la sepultura, vimos que era una mujer. Y se asombró el anciano, y dijo: “Mira como hasta las mujeres triunfan sobre Satanás, mientras nosotros vivimos indignamente en las ciudades”. Glorificando a Dios, protector de los que lo aman, nos retiramos de allí.

5. Vino una vez a Escete un endemoniado, y se hizo por él oración en la iglesia, pero el demonio no salía; era, en efecto, duro. Dijeron los clérigos: «¿Qué le haremos a este demonio? Nadie puede expulsarlo, sino sólo abba Besarión, pero si se lo pedimos ni siquiera vendrá a la iglesia. Hagamos entonces así: él viene temprano a la iglesia, antes que todos; hagamos sentar al poseso en este lugar, y cuando él llegue, alcémonos para la oración y digámosle: “Despierta al hermano, abba”». Así lo hicieron, y cuando el anciano hubo llegado, temprano (según acostumbraba), se levantaron para la oración y le dijeron: “Despierta al hermano”. El anciano le dijo: “Levántate, sal fuera”. Y enseguida salió el demonio de él, y quedó curado desde ese momento.

6. Dijo abba Besarión: “Durante cuarenta días con sus noches permanecí de pie entre espinas, sin dormir”.

7. Un hermano, que había pecado, era expulsado de la iglesia por el presbítero. Abba Besarión, levantándose, salió con él diciendo: “También yo soy pecador”.

8. El mismo abba Besarión dijo: “Durante cuarenta años no me he acostado, sino que dormí siempre sentado o de pie”.

9. Dijo el mismo: “Si estás en paz y no tienes que luchar, entonces humíllate más, no sea que nos elevemos por una alegría que viene de afuera, y caigamos en la lucha. Porque a menudo Dios no permite que seamos entregados a los combates, a causa de nuestra debilidad, para que no perezcamos”.

10. Un hermano que vivía con otros hermanos preguntó a abba Besarión: “¿Qué he de hacer?”. Le respondió el anciano: “Calla, y no te midas a ti mismo”.

11. Decía al morir abba Besarión: “El monje debe ser como los querubines y serafines: todo ojo”.

12. Contaban los discípulos de abba Besarión que su vida fue como la de un pájaro del aire, o de un pez o animal terrestre, puesto que pasó todo el tiempo de su vida sin molestia ni inquietud. No tenía preocupación por la casa ni el deseo de un lugar pareció poseer su espíritu, así como tampoco la abundancia de alimentos, la posesión de viviendas ni la frecuentación de libros, sino que parecía totalmente libre de las pasiones del cuerpo, alimentándose con la esperanza de las cosas futuras, fortalecido con la firmeza de la fe, paciente como un prisionero que es llevado de aquí para allá, permaneciendo en el frío, la desnudez, y quemado por el ardor del sol, siempre al aire libre. Se desgarraba en los precipicios de los desiertos como un vagabundo, y a veces le pareció bien dejarse llevar como sobre el mar a regiones distantes y desoladas. Si le acontecía llegar a regiones más templadas, donde monjes viven en comunidad una vida semejante, lloraba sentado fuera de las puertas, y se lamentaba como un náufrago arrojado a tierra. Después, si salía uno de los hermanos y lo encontraba sentado corno un mendigo de los que hay en el mundo, y se le acercaba y le decía compasivo: “¿Por qué lloras, hombre? Si tienes necesidad de algo, lo recibirás en la medida de lo posible; solamente entra, comparte nuestra mesa y consuélate”, él respondía: “No puedo detenerme bajo un techo hasta que no encuentre los bienes de mi casa”. Decía, en efecto, que había perdido grandes riquezas de varios modos. “También caí en manos de piratas, y naufragué, y caí de mi nobleza original, de glorioso que era me he vuelto indigno”. El hermano, conmovido por sus palabras, entró a buscar un pedazo de pan y se lo dio, diciendo: “Toma esto, padre; Dios te dará lo demás que tú dices: patria, nobleza y riquezas”. Pero él lamentándose aun más, con un gran suspiro agregaba: “No puedo decirte si podré encontrar esos bienes nuevamente, pero yo estoy todavía más afligido, soportando diariamente los peligros de la muerte, sin descanso por mis grandes calamidades. Porque tengo que viajar sin fin, hasta consumar mi carrera”.

 

ABBA BENJAMÍN[3]

1. Dijo abba Benjamín: “Cuando bajamos hacia Escete después de la cosecha, nos trajeron la paga desde Alejandría, un recipiente de aceite para cada uno. Cuando se presentaba nuevamente el tiempo de la cosecha, los hermanos llevaban lo que les había sobrado a la iglesia. Pero yo no abrí mi recipiente, sino que lo perforé con una aguja y saqué poco, y en mi corazón pensaba que había hecho una gran obra. Pero cuando los hermanos trajeron sus recipientes tal como los habían recibido, mientras que el mío estaba perforado, tuve tanta vergüenza como si hubiese fornicado”.

2. Dijo abba Benjamín, presbítero de Las Celdas: «Fuimos a Escete para ver a un anciano, y quisimos llevarle un poco de aceite. Él nos dijo: “Miren donde puse el pequeño recipiente que me trajeron hace tres años; como lo trajeron, así quedó”. Al oír esto, nos admiramos de la vida del anciano».

3. Dijo el mismo: «Fuimos a ver a otro anciano, que nos retuvo a comer. Nos ofreció aceite de rabanitos. Le dijimos: “Padre, danos un poco de aceite del bueno”. Al oírlo, se hizo la señal de la cruz y dijo: “Yo no sé si hay otro aceite fuera de éste”».

4. Abba Benjamín dijo a sus hijos al morir: “Hagan esto y se salvarán: alégrense siempre; oren incesantemente; en todo den gracias”.

5. Dijo el mismo: “Vayan por la vía regia; recorran los mojones y no sean mezquinos”.

 

ABBA BIARE[4]

1. Interrogó uno a abba Biare: “¿Qué debo hacer para salvarme?”. Le dijo: “Ve, haz pequeño tu vientre, pequeño tu trabajo manual y no te inquietes en tu celda. Así te salvarás”.

 


[1] Nació Basilio hacia el 329/330, en Cesarea de Capadocia. Hizo sus estudios primero en Neocesarea, después en la ciudad de Cesarea (¿desde el año 343?), más tarde, en Constantinopla (¿entre 346-350?) y luego en Atenas (desde el 351), donde frecuentó la Academia. En esta última ciudad volvió a encontrarse con Gregorio, hijo del obispo de Nacianzo, a quien conocía desde Cesarea, y con él trabó una amistad que duraría por el resto de sus días. En 355, dejó repentinamente la ciudad de Atenas, interrumpiendo sus estudios para volver a su patria. En el 357/358 recibió el bautismo y se retiró a un lugar apartado del Ponto próximo al río Iris (Anesoi). En el año 362, fue ordenado sacerdote. En 370 el pueblo fiel lo proclamó obispo de Cesarea de Capadocia, a pesar de la oposición de algunos obispos de la región y de una buena parte del clero. Desplegó entonces una intensa actividad caritativa, recurriendo incluso a sus bienes personales y familiares. La reflexión teológica de Basilio abrió el camino para la feliz culminación del concilio de Constantinopla (año 381). Pero él ya no pudo participar de ese acontecimiento eclesial. Murió el 1º de enero del 379 (esta es la fecha tradicional; pero más probablemente falleció en septiembre del 378). “Se ignora cuándo y por qué camino el gran obispo capadocio fue admitido a formar parte de los Apotegmas. Al menos, la anécdota parece antigua, ya que Doroteo de Gaza (Instrucciones, I,24) la cita textualmente en siglo VI, y para nada desentona en la colección. Por el discernimiento que muestra san Basilio en el suceso se nos presenta como el digno émulo de los ancianos egipcios, y éstos ciertamente no habrían encontrado exagerada la importancia que le concede a la obediencia. En el dossier de Casiano (n. 7) la colección alfabética contiene otro Apotegma de san Basilio, que ha llegado allí con el pasaje de las Instituciones (7,19) en el que es citado” (Sentences, p. 63). Cf. también: la col. Sistemática, recensión de Pelagio y Juan, VI,10; trad. de J. F. de Retana en Las Sentencias de los Padres del desierto. Los Apotegmas de los Padres [recensión de Pelagio y Juan], Monasterio de Las Huelgas (Burgos) 1981, pp. 68-69 (Col. “Espiritualidad monástica”, 9).

[2] “De los doce apotegmas atribuidos a Besarión, los cuatro primeros se presentan como recuerdos personales de su discípulo Dulas, y un apotegma de abba Elías (n. 2), permite pensar que el milagro del sol (Besarión 3)..., al igual que la liberación del poseso (Besarión 5), tuvieron lugar en Escete. Dulas nos muestra a su maestro como un poderoso taumaturgo, pero los otros apotegmas revelan asimismo a un asceta a toda prueba, igualmente humilde y valiente...” (Sentences, p. 64).

[3] “Éste abba Benjamín, sacerdote de Las Celdas, muy posiblemente es diferente del anciano que murió de hidropesía en Nitria después de ochenta años de vida monástica (Historia Lausíaca, 12). En sus sentencias se habla sobre todo de la restricción del aceite que voluntariamente se imponían en Escete, pero los dos últimos diseñan en pocas palabras un auténtico programa de espiritualidad” (Sentences, p. 68).

[4] Es difícil decir algo sobre este personaje. Pero el apotegma “muestra bien el lugar que tenía el trabajo manual en el ideal de los padres del desierto. Los ancianos egipcios reprobaban el trabajo demasiado acaparador que turba la paz y el recogimiento del monje en la celda, o físicamente muy exigente que obligaba a aumentar la ración alimenticia. Era mejor, pensaban ellos, trabajar poco y comer poco que trabajar mucho y comer mucho” (Sentences, p. 69).