LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)
Letra Zeta
ABBA ZENÓN[1]
1. Dijo abba Zenón, discípulo del bienaventurado Silvano: “No habites en un lugar renombrado, no permanezcas con un hombre de gran reputación ni eches cimientos para edificarte una celda”.
2. Decían acerca de abba Zenón que, al comienzo, no quería recibir nada de nadie. Los que le llevaban cosas se alejaban tristes, porque no las recibía, y los que iban a verlo, esperando recibir algo de él, como de un gran anciano, también se retiraban tristes, porque no tenía qué darles. Dijo el anciano: “¿Qué haré? Pues se entristecen los que traen, y también los que desean recibir. Conviene pues hacer esto: si alguien trae algo, lo recibiré, y al que pide, le daré”. Obrando de esta manera tuvo paz y satisfizo a todos.
3. Vino un hermano egipcio a Siria para visitar a abba Zenón, y se acusaba de sus propios pensamientos ante el anciano. Éste, admirado, dijo: “Los egipcios ocultan las virtudes que adquieren y se acusan continuamente de los defectos que no tienen. Los sirios y los griegos, en cambio, afirman tener las virtudes que no poseen y ocultan los defectos que tienen”.
4. Acudieron a él unos hermanos y lo interrogaron, diciendo: “¿Qué quiere decir lo que está escrito en el libro de Job: El cielo no es puro en su presencia (Jb 15,15)?”. Respondió el anciano: “Los hermanos han descuidado sus pecados y preguntan acerca del cielo. Esta es la explicación de la palabra: sólo Él es puro, por eso dice: El cielo no es puro”.
5. Decían acerca de abba Zenón que cuando residía en Escete, salió una noche de su celda como para ir al lago. Y estuvo marchando sin rumbo durante tres días y tres noches. Al fin se cansó y, debilitado, cayó como un moribundo. Y he aquí que se detuvo junto a él un niño, que tenía un pan y un jarro con agua, y le dijo: “Levántate, come” (cf. 1 R 19,7). Él, levantándose, oró, porque creía que se trataba de una visión. El niño le dijo. “Hiciste bien”. Y oró nuevamente, por segunda, y tercera vez. Le dijo: “Hiciste bien”. El anciano se levantó, comió y bebió. Después de esto le dijo: “Tanto te has alejado de la celda cuanto has caminado, pero levántate y sígueme”. Y en seguida encontró su celda. El anciano le dijo: “Entra y ora conmigo”. Pero cuando entró el anciano, el otro se volvió invisible.
6. En otra ocasión caminaba el mismo abba Zenón en Palestina, y, cansado, se sentó para comer cerca de una plantación de pepinos. Su pensamiento le dijo: “Toma un pepino y cómelo. En efecto, ¿qué es?”. El dijo en respuesta a su pensamiento: “Los ladrones van al tormento. Pruébate ahora, si puedes soportar el tormento”. Y levantándose, estuvo al sol durante cinco días. Cuando estuvo todo quemado dijo: “No puedes soportar el suplicio”. Y dijo a su pensamiento: “Si no lo puedes, no robes ni comas”.
7. Dijo abba Zenón: “El que quiere que Dios escuche velozmente su oración, cuando se levante y extienda sus manos hacia Dios, ante todo y antes de hacerlo por su propia alma, ore de corazón por sus enemigos. Por esta acción, todo lo que pidiere a Dios será escuchado”.
8. Decían que en cierta aldea había un hombre que ayunaba mucho, de modo que lo llamaban el ayunador. Habiendo oído hablar de él, abba Zenón lo hizo ir adonde él estaba. Fue él con alegría y, hecha la oración, se sentaron. Comenzó el anciano a trabajar en silencio. El ayunador, que no encontraba la manera de conversar con él, comenzó a ser molestado por la acedia. Dijo al anciano: “Ruega por mí, abba, porque quiero retirarme”. Le dijo el anciano: “¿Por qué?”. Respondió: “Porque mi corazón está como ardiendo y no sé qué tiene. Mientras estaba en la aldea ayunaba hasta la tarde y nunca me sucedió esto”. Le dijo el anciano: “En la aldea te alimentabas por las orejas, pero vete, y desde ahora come a la hora novena, y todo lo que hagas, hazlo en lo oculto”. Cuando empezó a hacerlo, esperaba con aflicción hasta la hora novena. Los que lo conocían decían: “El ayunador está endemoniado”. Fue a contarlo todo al anciano, y éste le dijo: “Este es el camino según Dios”.
ABBA ZACARÍAS[2]
1. Dijo abba Macario a abba Zacarías: “¿Dime, cuál es la obra del monje?”. Respondió: “¿A mí me preguntas, Padre?”. Le dijo abba Macario: “Me han asegurado acerca de ti, hijo mío, Zacarías. Es Dios quien me inspira para que te interrogue”. Le dijo Zacarías: “Por mi parte, Padre, el que se hace violencia en todo, ese es monje”.
2. Fue una, vez abba Moisés a buscar agua, y encontró a abba Zacarías orando junto al pozo, y el Espíritu de Dios estaba sobre él.
3. Dijo una vez abba Moisés al hermano Zacarías: “Dime qué tengo que hacer”. Al oír esto, se echó por tierra a sus pies, diciendo: “¿Tú me preguntas, Padre?”. Le dijo el anciano: “Créeme, hijo mío, Zacarías, vi al Espíritu Santo que descendía sobre ti, y por eso estoy forzado a interrogarte”. Tomó entonces Zacarías la cogulla de su cabeza, la puso bajo sus pies y, pisándola, dijo: “Si el hombre no es pisoteado así, no puede ser monje”.
4. Estaba abba Zacarías en Escete y vino a él una visión. Fue a comunicárselo a su abba, Carión. Pero el anciano, que era un asceta, no actuó con prudencia en este asunto, y levantándose, lo castigó, diciéndole que procedía de los demonios. Le quedaba sin embargo el pensamiento, y levantándose, fue de noche hasta donde estaba abba Pastor, y le contó lo sucedido, y cómo se consumía interiormente. Viendo el anciano que procedía de Dios, le dijo: “Ve adonde está el anciano tal, y será lo que él te diga”. Fue adonde estaba el anciano, y antes de que él preguntase nada, adelantándose, le dijo todo, y que la visión venía de Dios. “Pero ve, y somételo a tu Padre”.
5. Abba Pastor dijo que abba Moisés preguntó a abba Zacarías, que estaba ya cerca de la muerte: “¿Qué ves?”. Y respondió: “¿No es mejor callar, Padre?”. Le dijo: “Sí, hijo, calla”. En la hora de su muerte, abba Isidoro, que estaba sentado, miró al cielo y dijo: “Alégrate, Zacarías, hijo mío, porque se te han abierto las puertas del reino de los cielos”.
Letra Eta
ABBA ISAÍAS[3]
1. Dijo abba Isaías: “Nada es tan útil para el principiante como la injuria. Como el árbol que es regado cada día, así es el principiante que es injuriado, y lo soporta”.
2. Dijo también a los que comienzan bien y están sometidos a los santos Padres: “Como sucede con la púrpura, la primera tintura no se pierde”. Y: “Como los ramos tiernos fácilmente se enrollan y se doblan, así son los principiantes que están en la sumisión”.
3. Dijo también: “El principiante que pasa de monasterio en monasterio, es como un animal que salta de un lado para otro por miedo del bozal”.
4. Dijo también que el presbítero de Pelusio, celebrándose una vez el ágape, y mientras estaban los hermanos en la iglesia, comiendo y conversando entre sí, les reprochó diciendo: “Callen, hermanos. He visto yo a un hermano que come con ustedes, y que bebe tantos vasos como ustedes, y su oración sube como fuego en la presencia de Dios”.
5. Decían de abba Isaías que tomó una vez una rama y fue a la era, y dijo al propietario: “Dame trigo”. Le respondió: “Entonces ¿tú cosechaste, abba?”. Dijo: “No”. Le dijo el propietario: “¿Cómo quieres recibir el trigo que no cosechaste? “. El anciano preguntó: “Entonces, ¿si uno no cosecha no recibe paga?”. Dijo el propietario: “No”. Con esto se alejó el anciano. Los hermanos, al ver lo que había hecho, le hicieron una metanía rogándole se lo explicase. Respondió el anciano: “Esto lo hice para ejemplo, que quien no trabaja, no recibe la paga de parte de Dios”.
6. El mismo abba Isaías llamó a un hermano y le lavó los pies. Después, echó un puñado de lentejas en la olla, y cuando hubo hervido, se lo llevó. El hermano le dijo: “No está bien cocido, abba”. Le respondió: “¿No te basta con que haya visto el fuego? Esto es ya una gran consolación”.
7. Dijo también: “Si Dios quiere tener misericordia del alma, y ésta se resiste y no lo acepta, sino que hace su propia voluntad, le permite padecer lo que no quiere, para que ella después lo busque”.
8. Dijo también: “Cuando uno quiere devolver mal por mal, puede, con un solo gesto de la cabeza, lastimar la conciencia del hermano”.
9. Interrogado el mismo abba Isaías sobre la avaricia, respondió: “No creer en Dios, que cuida de ti; desesperar de las promesas de Dios y amar la jactancia”.
10. Preguntado también sobre la difamación, respondió: “No conocer la gloria de Dios, y odiar al prójimo”.
11. Interrogado también sobre la ira, respondió: “Disputa, mentira e ignorancia”.
ABBA ELÍAS[4]
1. Dijo abba Elías: “Tres cosas temo: cuando mi alma salga del cuerpo; cuando me presente ante Dios, y cuando se pronuncie la sentencia contra mí”.
2. Decían los ancianos a abba Elías, en Egipto, acerca de abba Agatón: “Es buen abba”. Les dijo el anciano: “Es bueno para su generación”. Le dijeron: “¿Cómo sería para los antiguos?”. Les respondió: “Les dije que es bueno para su generación; pero de los antiguos vi en Escete a uno, que podía detener el sol en el cielo, como Josué, hijo de Nun (Jos 10,12-13)”. Al oír esto, se admiraron y glorificaron a Dios.
3. Dijo abba Elías, el de la diaconía: “¿Qué puede el pecado donde hay penitencia, y qué puede el amor donde hay soberbia?”.
4. Dijo abba Elías: «Vi a uno que llevaba un odre de vino bajo el brazo; y para avergonzar a los demonios, porque era una visión, dije al hermano: “Hazme la caridad, saca esto”. Y al sacarse el manto, no encontré nada. Les digo esto para que no acepten lo que vean con sus ojos u oigan. Observen más bien sus pensamientos, lo que tienen en el corazón y en el alma, sabiendo que son enviados por los demonios para ensuciar el alma y hacerla pensar en lo que no conviene, y distraer al espíritu de (la consideración de) sus pecados y de Dios».
5. Dijo también: “Los hombres tienen la inteligencia que atiende al pecado o a Jesús o a los hombres”.
6. Dijo también: “Si la inteligencia no salmodia con el cuerpo, es vano el esfuerzo. El que ama la aflicción estará después en la alegría y el descanso”.
7. Dijo también: «Un anciano vivía en un templo, y fueron a decirle los demonios: “Vete de este lugar, que es nuestro”. Dijo el anciano: “Ustedes no tienen lugar propio”. Y comenzaron a desparramar sus palmas. El anciano perseveró, y las juntaba. Al fin, el demonio lo tomó de la mano y lo llevó hacia afuera. Cuando llegó el anciano a la puerta, se tomó de ella con la otra mano, mientras gritaba: “¡Jesús, socórreme!”. En seguida huyó el demonio. El anciano se puso a llorar, y el Señor le dijo: “¿Por qué lloras?”. Respondió el anciano: “¿Cómo se atreven a apoderarse del hombre, y obrar así?”. Le respondió: “Tú fuiste negligente. Porque cuando me buscaste, viste cómo te hallé”. Digo esto porque hay necesidad de trabajar mucho, y sin trabajo no es posible poseer a su Dios. Puesto que Él fue crucificado por nosotros».
8. Un hermano encontró a abba Elías el hesicasta en el cenobio de la gruta de abba Sabas, y le dijo: “Abba, dime una palabra”. El anciano respondió al hermano: “En los días de nuestros padres reinaban estas tres virtudes: la pobreza, la mansedumbre y la abstinencia. Ahora a los monjes los domina la avaricia, la gula y la confianza. Elige lo que quieras”.
ABBA HERACLIO[5]
1. Un hermano que estaba tentado lo dijo a abba Heraclio, y éste, para confortarlo, le dijo: «Un anciano tenía un discípulo muy obediente durante muchos años. Una vez fue tentado y, haciendo una metanía al anciano, le dijo: “Hazme monje”. Le dijo el anciano: “Elige un lugar y te haremos una celda”. Alejándose hasta la distancia de una milla encontraron un lugar. Le hicieron la celda, y dijo al hermano: “Harás lo que te digo. Cuando estés en la tribulación, come, bebe, duerme; tan sólo evita salir de la celda hasta el sábado, entonces ven a mí”. El hermano pasó dos días como le había mandado. Al tercer día sintió acedia y dijo: “¿Por qué ha hecho esto conmigo el anciano?”. Y levantándose, recitó varios salmos y comió después de la caída del sol, y se fue a dormir sobre su estera. Y vio a un etíope acostado, que rechinaba los dientes contra él. Con mucho miedo fue adonde estaba el anciano, y golpeando la puerta dijo: “Abba, apiádate de mí, ábreme”. El anciano, que sabía que no había guardado su palabra, no le abrió hasta el amanecer. Al aclarar el día abrió, y lo encontró suplicando afuera, y apiadándose de él, lo hizo entrar. Le dijo entonces: “Te ruego, abba: he visto a un etíope negro sobre mi estera, cuando me iba a dormir”. Le respondió: “Esto te pasó porque no guardaste mi palabra”. Después, lo amaestró según sus fuerzas para seguir la vida monástica, y en poco tiempo se convirtió en un buen monje».
[1] “Zenón deriva de Zeus (Dios), y era un nombre frecuente en la antigüedad. Es probable que haya al menos dos personajes con este nombre en los Apotegmas, sin que sea siempre posible identificarlos. El discípulo de Silvano que aquí se menciona fue monje en Escete y siguió a su maestro a Palestina y Siria. Al final de su vida se hizo recluso cerca de Gaza, y murió el año 451” (Sentences, p. 95). Las sentencias 3 y 6, probablemente hay que atribuirlas a un Zenón palestinense mencionado por Sozomeno (Historia Eclesiástica, II,28) y Calinico (Vida de Hypatio, 49 y 54); cfr. SCh 387, p. 62, nota 4.
[2] “Zacarías era muy joven cuando llegó a Escete con su padre Carión. El apotegma Carión 2, narra con detalle el acontecimiento y las murmuraciones que provocó entre los monjes. Por su docilidad y heroica paciencia, con las que recibió las rudas lecciones de su padre, Zacarías no tardó en sobrepasar a aquel en virtud y fue favorecido con visiones, de las que el abad Pastor reconoció el origen divino. Sus últimas palabras muestran estupendamente su alma humilde y delicada” (Sentences, p. 98).
[3] “Hay que distinguir varios Isaías, en particular aquel que es llamado de Escete o Gaza y que, en la segunda mitad del siglo V, coleccionó apotegmas y es el autor de Discursos ascéticos. También se conocen otros dos, citados en la Historia Lausíaca (cap. 14) y la Historia monachorum (cap. 11 del griego, o cap. 10 del texto latino)”. Es poco probable que las sentencias aquí contenidas sean todas de una misma persona (al menos las tres últimas pertenecerían al Isaías del siglo V). “La existencia de un Isaías, en el año 363, está atestiguada por Epístola de Ammón, que lo menciona entre “los santos anacoretas de Escete”; y a quien se le ve asimismo solicitar una palabra a Macario el Grande (Apotegma Macario 27)” [SCh 387, pp. 51-52].
[4] “Varios monjes con este nombre vivieron en Egipto en el siglo IV. Entre ellos…, hay que distinguir a aquel de la diaconía y al que vivió en Escete en tiempos de los grandes Abbas y conoció a Besarión… La última pieza de la serie es un agregado tardío tomado de un capítulo del Prado espiritual (cap. 52) de Juan Mosco [+ 619]” (Sentences, p. 102). Cf. SCh 387, 65-66.
[5] “El abad Heraclio vivió algún tiempo en Escete con el abad Agatón. El único apotegma presentado aquí es típico de la manera en que, en la tradición apotegmática, una anécdota antigua es utilizada de nuevo por un anciano para dar una lección a un hermano” (Sentences, p. 104).