Inicio » Content » EL CORAZÓN DE JESÚS EN SANTA GERTRUDIS DE HELFTA: UNA PEDAGOGÍA DEL APRENDIZAJE DEL AMOR

St. Gertrud von Helfta. Fa. Wilhelm Derix, ca. 1930. Vitral de su Capilla
Iglesia de St. Stephanus, Kath, Beckum (Alemania).

 

Francisco Javier Lagos Ramírez, ocso*

 

Los siguientes interrogantes, que intentan bajar la doctrina de santa Gertrudis a nuestra tarea de formación para la vida monástica cisterciense, serán el hilo conductor de estas reflexiones:

1) ¿cuál es el lugar del corazón en nuestra formación monástica? y

2) ¿cómo Santa Gertrudis puede ayudarnos a enseñar a nuestros jóvenes a entrar en contacto con su propio corazón, para vivir una vida de interioridad profunda y una aventura de amor con el Señor, que vaya sanando sus heridas y liberando a la persona para amar y servir?

A estas cuestiones intentaré responder con tres temas centrales de la experiencia de Gertrudis: la herida de amor, el sello de la alianza y el intercambio de corazones.

 

1. Una Advertencia

Quisiera recordar que estamos en el siglo XIII y que hablar de la “devoción al Sagrado Corazón de Jesús”, como hoy la entendemos corresponde a siglos posteriores1. Por esta razón, la típica pregunta de si acaso la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se plantea en relación con el corazón físico de Jesús o con su Corazón como símbolo de su amor, no tiene cabida en la visión de santa Gertrudis.

Esta advertencia con la cual he querido comenzar, nos sitúa en la necesidad de no pretender encajar en nuestra mentalidad contemporánea la experiencia de Gertrudis, sino de quedar disponibles y dejarnos conducir, mirando y comprendiendo con sus ojos y corazón, su camino de conformación con Cristo; y poder descubrir, guardando las proporciones, que su vivencia no es ajena, ni diferente a la nuestra, que comulgamos de la gracia de un mismo carisma; porque la semilla de la vocación monástica cisterciense que Cristo ha depositado en nosotros, es la misma “ayer, hoy y siempre”.

 

2. Una dificultad

Para un lector del siglo XXI, de mente discursiva y pragmática, la exuberancia de las visiones, imágenes y símbolos que hallamos en los escritos de Gertrudis, tan propios de la piedad medieval de aquella época, nos turban a causa de la sensación de impenetrabilidad que causan y hacen que a mitad de camino ¡uno se duerma sobre el códice! Pero justamente desde esta dificultad surge el desafío de una apertura a esta manera de Dios, con la cual El responde a los que ama, adaptándose al modo de comunicarse del lugar, del tiempo y de las personas; y santa Gertrudis es una medieval del siglo XIII, miembro de una comunidad monástica extraordinaria: Helfta; extraordinaria digo, no solo por su exquisita cultura, sino también y especialmente, por la profunda vivencia de la tradición benedictina en su modalidad cisterciense; cuando liturgia, espiritualidad, reflexión teológica y experiencia mística, lectura bíblica y lenguaje formaban todavía un todo compacto y sin fisuras2.

 

3. Rasgos de la enseñanza de santa Gertrudis

Para ubicarnos un poco, señalaré tres rasgos de la enseñanza de santa Gertrudis:

 

3.1. El punto central: la Humanidad de Cristo3

La teología de la monjas de Helfta, y por tanto la de Gertrudis, tiene una cristología muy precisa, en ella se pone el acento sobre la humanidad de Cristo, pero no le dan el sentido que le dan muchos de los cistercienses, para los cuales Cristo tiene una vida humana e histórica que se tiene que imitar. En su visión, Cristo es lo que nosotros somos; nuestra humanidad se encuentra en Él, y en Él la humanidad esta unida a la Divinidad. De este modo, porque nuestra humanidad está incorporada en Cristo; y Cristo está unido a la divinidad es que somos salvados. Así lo da a entender el Señor, a santa Matilde amiga de Gertrudis, que orando por ella tiene la siguiente visión:

«(...) Vio un corazón bajo la imagen de un puente firmísimo que por una parte parecía robustecido por la humanidad de Cristo y por otra por su divinidad. Entendió que el Señor le decía: “Todos los que se esfuercen para venir a mí por este camino jamás se desviarán no caerán”»4.

La Humanidad de Cristo es el puente por al cual nosotros accedemos a la participación de la Divinidad, por eso la Encarnación del Hijo de Dios es el punto cardinal de su teología, y la eucaristía es por consecuencia el centro de su espiritualidad: es en la eucaristía donde pasa todo, allí las monjas tienen sus visiones y experiencias místicas, y de esta centralidad eucarística brotan la devoción por el Corazón del Señor y su Pasión.

 

3.2. La “pedagogía de la encarnación”: el símbolo

A partir de esta centralidad en la Humanidad de Cristo, podemos hablar de una pedagogía de la Encarnación, o del símbolo, en donde lo inmenso de Dios entra en lo pequeño del hombre, en donde la divina condescendencia de Dios se inclina hacia su criatura hablándole en un lenguaje que ella pueda comprender.

El símbolo es una realidad siempre desbordada, que no se detiene en sí misma que siempre “va hacia”, que no se contradice con la realidad porque la lleva en sí, pero a modo de promesa, a modo de deseo y no de cumplimiento, por eso el símbolo siempre estará en tensión hacia la plena consumación en Dios. Es el método con el cual actúa el Amor de Dios en nosotros, sellando todo con la dinámica pascual de Cristo, por eso cada cosa de la creación visible, lleva la impronta de esta dinámica que le da la posibilidad de ser vehículo de la manifestación del inefable Amor de Dios, según lo da a entender san Pablo en Romanos 1,20, en donde dice que la sabiduría divina es conocida a través de la creación visible.

Santa Gertrudis considera el símbolo como una forma necesaria e inevitable para el hombre, que se encarna en el espacio y el tiempo, y nos hace pasar a través de las cosas sensibles y visibles a lo eterno e invisible. El Libro I, explica que:

“Las realidades invisibles y espirituales no pueden ser entendidas por la inteligencia humana, salvo en imágenes visibles y corporales, es conveniente representarlas por medio de imágenes humanas y sensibles”5.

Gertrudis es consciente de que en todas sus visiones, Dios se ha acomodado a su temperamento y capacidad humana, o, para expresarlo teológicamente, sabe que la gracia perfecciona y supone la naturaleza:

“Me alegra poder decir esto, pues si el orden divino se parece al humano, el poder de tu mirada sobrepasa infinitamente lo que yo experimenté en esta visión, hasta el punto de que pienso, si hablo con sinceridad, que si no se moderase la fuerza divina, jamás dejaría al alma morar en el cuerpo, después de haber recibido por un momento tan señalado favor. No ignoro que tu omnipotencia inescrutable en el exceso de su ternura, acostumbre a acomodar con gran acierto la visión o el abrazo o el beso y las demás muestras de amor, conforme al lugar, tiempo y persona, como lo he experimentado muchas veces. Por todo esto te doy las más rendidas gracias, en unión con el mutuo amor de la Trinidad eternamente adorable. ... Por este favor y otros muchos, solo conocidos por ti, se te ofrezca la suavidad que en la celestial alabanza de la vida intima de la divinidad comunica una persona a la otra, con gozo tan grande que sobrepase todo sentimiento humano”6.

Gertrudis sabe que esta ante la paradoja del Dios infinito que se manifiesta a sí mismo en visiones e imágenes creadas y finitas. Ella se asombra de que Cristo se le manifieste, porque bien sabe que la criatura no puede ver a Dios que vive en su propia esencia y seguir viviendo. (cf. Ex 33,20). Y aún así, esta auto-revelación es más profunda cuando Cristo revela su amor personal por Gertrudis en símbolos íntimos, corpóreos y hasta sensuales: besos, caricias, bebidas dulces, fragancias, la mirada del amante por su amada. Ella entiende todo esto como una manifestación de la condescendencia divina que se inclina hacia ella de manera que su mente finita puede comprender. Es la manera de Dios que se abaja para franquear el abismo de desproporción que hay entre Creador y criatura, hasta hacerla interlocutora capaz de un diálogo de amor apasionado con Él.

En efecto, como la mente humana no puede comprender al Dios eterno en su esencia, es Dios mismo quien debe tomar la iniciativa para revelarse a sí mismo. En tal revelación, el que la recibe la recibe de una manera, en un lenguaje o en una forma simbólica que puede comprender, sin embargo, en un grado limitado, pues las imágenes siempre quedarán cortas.

La pequeñez y finitud, de Gertrudis necesitan el aspecto imaginativo de sus experiencias místicas; y solo la mirada de la fe, la hace libre de la “necedad y escándalo” de la Encarnación, y le permite acoger el don de un Dios olvidado de sí, que por un loco e incomprensible amor se abaja hasta la pequeña altura de su creatura.

Esto culmina en Gertrudis con la revelación del Corazón del Salvador. En la Encarnación, Dios se revela como verdaderamente el amante de la humanidad, hominum amator7, como Gertrudis escribe en el libro II del Legatus.

“Apegada demasiado a los gozos del saber humano, se había privado de saborear toda la dulzura de la verdadera sabiduría”8.

El que quiere alcanzar a Dios debe pasar de la belleza de la creación a la gloria del Creador, ex imaginibus in veritatem9, mediante la abstracción de los bienes creados hacia el Bien eterno. Es la mecánica, si así se puede decir, de toda conversión, que va más allá del cambio moral. Gertrudis no se convirtió de una mala vida, moralmente hablando, sino que pasó de la superficialidad de estar aferrada a su modo de ver la vida espiritual a la profundidad de la novedad de la vida abierta en un profundo encuentro vital con Cristo.

Después de su conversión, Gertrudis procedió ex imaginibus in veritatem; pero sólo porque Cristo como el Verbo Encarnado asumió también estas imágenes humanas (especialmente la imagen del corazón de carne) para atraer a Gertrudis hacia sí.

Sus experiencias visionarias no son proyecciones de su mente, Gertrudis no se inventa lo que vive, la posibilidad de la revelación presupone una antropología teológica basada en la Encarnación y en la analogía del ser, Gertrudis, en la recomendación que hace sobre el libro II, explica este salto de la siguiente manera:

“Al igual que los estudiantes comienzan a aprender el alfabeto, y llegan, tras esto, alguna vez a entender filosofía, así estos lectores por medio de estas imágenes pintadas (estos escritos), puedan ser llevados a gustar dentro de sí el maná escondido (Ap 2,17), que no es posible mezclar con imágenes corporales, y que los que llegan a gustarlo tendrán mas hambre. Dígnate, Dios omnipotente y dador de todo bien, a darnos suficiente de este alimento a lo largo de nuestra vida en exilio, hasta que contemplando la gloria del Señor cara a cara, seamos transformados en su misma imagen, yendo de claridad en claridad, como con el soplo de tu suavísimo Espíritu” (2 Co 3,18)10.

La profundidad del entendimiento de Gertrudis del Corazón de Cristo11, se hace evidente con la afirmación de la naturaleza corpórea de este “corazón” al mismo tiempo que no permite que se le entienda en el puro sentido anatómico. El Corazón de Jesús se convierte entonces en el símbolo apropiado y en la imagen de la humanidad de Cristo, precisamente porque recuerda el uso bíblico de la palabra “corazón” como la verdadera esencia de la identidad y de la unidad de la persona, abarcando cuerpo y alma, intelecto y afecciones. El corazón es el centro de nuestro ser, la fuente de nuestra personalidad, el motivo principal de nuestras actitudes y elecciones libres, el lugar de la misteriosa acción de Dios. El corazón es el punto donde el hombre se encuentra con Dios, encuentro que viene a ser plenamente efectivo en el Corazón Humano del hijo de Dios12.

El Corazón del Señor es por lo tanto el “sacramento” de unión desde donde la vida divina y el Espíritu se derraman sobre aquellos que lo aman. El Corazón abierto es don de lo más íntimo y personal para el uso público; el espacio abierto y vaciado accesible para todos.

En Legatus, el Corazón de Cristo se convierte por tanto en el locus liturgicus por excelencia, el lugar del dialogo de Dios con el hombre, porque es el lugar del nuevo establecimiento de la alianza, de la nueva reunión de la comunidad: espacio, altar, sacrificio, banquete, comunidad y espíritu de está, allí está todo a la vez13.

 

3.3. Teología de la experiencia

La teología de las monjas de Helfta es una “teología de la experiencia”, y la experiencia religiosa de estas mujeres es una experiencia muy sensible, lo que se expresa también la lengua amante de las místicas femeninas. En un sentido teológico se podría decir que estas monjas intentan vivir la encarnación de una manera concreta y corporal. A diferencia de los teólogos contemporáneos, el cuerpo no es en esta teología femenina de un valor inferior. Las monjas de Helfta acentúan las cualidades de la materia. Para Gertrudis la fisiología humana es la fuente de imágenes gloriosas, no es la fisiología que es fuente del mal, sino la desobediencia y el egoísmo.

Si nos damos cuenta, del lenguaje metafórico, de la integración de los sentidos y de la experiencia muy concreta de Dios, en la teología de las monjas de Helfta, se puede concluir que esta teología mística es una corrección de la teología exclusivamente discursiva de sus contemporáneos.

Por eso El secreto de Gertrudis es su profundo vínculo de amor y amistad con la persona de Jesús, el Verbo encarnado. El acento que ella pone sobre la humanidad de Cristo no empaña su límpida fe en la divinidad del Redentor. Pero la lleva a contemplar con gran piedad el misterio del anonadamiento en la pasión y en la muerte. Su inefable experiencia interior está bien lejos de ser simples sensaciones emotivas e intimistas, al contrario tienen un profundo contenido teológico en estrecha relación con la Palabra de Dios y la celebración litúrgica de los misterios de Cristo.

Se trata entonces de una santificación de lo real y no una idealización de lo santo, Gertrudis vive de lectio divina y de liturgia, de la vida en Común. Lo que en ella sucede es totalmente obra de la gracia14. Y aunque sus visiones son extraordinarias, lo más increíble, es que toda esta novedad, esta aventura de la relación con Dios, surge dentro de la bendita cadencia de lo ordinario, todo sucede dentro de la cotidianeidad de la vida en el Monasterio, dentro de la liturgia, en los actos comunitarios, en la sencillez de la jornada monástica, etc.

 

4. Una pedagogía del Aprendizaje del Amor: tres experiencias para compartir15

Para contestar los puntos que han sido el hilo conductor de esta reflexión, he recogido tres experiencias de Gertrudis con el Corazón del Señor en ellas responde a nuestras preguntas sobre: la sanación, liberación y unificación del corazón del monje en la Voluntad de Dios.

 

4.1. Herida de amor

En el Legatus divinae pietatis convergen y se complementan dos aspectos de las corrientes teológicas del momento: el sentido objetivo de la redención (Dominicos), y el énfasis más afectivo y personal en la contemplación de los misterios de Cristo, especialmente su Pasión y Cruz (san Bernardo)16.

En el desarrollo de la Devoción al Corazón de Cristo, se da una progresión gradual, como un ir entrando mas en su persona, que va desde la contemplación del costado perforado del Señor (la “herida de amor” original, como la describe el Evangelio de san Juan) hacia la meditación del pecho herido de Cristo, y finalmente hacia el foco afectivo en el Corazón de Cristo como la fuente del amor que se derrama en la muerte y en el sacrificio por la humanidad pecadora17.

Se trata, entonces de un encuentro de afectividades, en donde la afectividad del Corazón humano de Jesús se encuentra con la afectividad de aquellos que ha redimido y que le responden con gratitud y adoración.

Al hablar de la herida de amor en su propio corazón, Gertrudis además de ejemplificar esta convergencia de corrientes espirituales, nos da también una luz sobre la paradojal dinámica de sanación que el Misterio de la Pascua de Jesús realiza en la vida de todo creyente, en donde “una herida es la que sana otra herida”. Porque, ¿qué es la sanación sino este dejarse “vulnerar” por el Amor? Sólo puede amar quien puede ser herido. El Corazón de Jesús está abierto para nosotros, y podemos encontrar en el la salvación si nos dejamos tocar por su Herida.

Gertrudis recibió la herida de amor alrededor de siete años después de su conversión, cuando antes de Adviento un año, ella le había pedido a alguien (muy probablemente Matilde de Hackeborn) que rezara por ella cada día ante el crucifijo con estas palabras:

“Por tu corazón herido, mi mas amable Señor, perfora su corazón con la flecha de tu amor, para que se haga incapaz de sostener nada terrenal, pero que sea firmemente sujeta solamente por el poder de tu divinidad”18.

Esta oración fue escuchada el tercer domingo de Adviento, el domingo Gaudete:

«Después de haber recibido el sacramento que da vida, al volver a mi lugar, me pareció como si, en el costado de derecho del Crucificado pintado en el libro, es decir, en el lugar de la herida, un rayo de sol con una punta como de flecha vino hacia mí, se esparció fuera por un momento, y luego retrocedió. Entonces se esparció de nuevo. Continuó así por un rato y me afectó gentil pero profundamente. Pero aún así mi deseo no estaba completamente satisfecho hasta el miércoles, cuando, después de Misa, los fieles veneran el misterio de tu adorable Encarnación y Anunciación. Yo también traté te aplicarme en esta devoción pero menos dignamente. De pronto, apareciste inflingiéndome una herida en el corazón, y diciendo: “Que todas las afecciones -omnium affectionum- de tu corazón se concentren aquí: todo gozo, esperanza, dolor, temor y el resto; que todas tus afecciones estén fijas -stabilantur- en mi amor”»19.

En el encuentro con el Corazón traspasado de Cristo, su Divina Herida hiere la herida del pecado, del límite y la miseria de Gertrudis y le muestra un camino de sanación, en el que la misma herida llega a ser fuente de vida, lugar en el que Dios vuelve a encontrarla y a unificarla en su amor.

Gertrudis recuerda que había escuchado decir que las heridas necesitaban ser limpiadas, ungidas y vendadas; entonces aplicó esta misma analogía a su experiencia mística, y deseó saber cómo cuidaría de las heridas de Señor. Gertrudis fue instruida (muy probablemente por Santa Matilde) sobre cómo debería hacer esto:

“Ahora ella me recomendó meditar devotamente sobre el amor de tu corazón mientras colgabas de la cruz, para que de las fuentes de la caridad que fluyen del fervor de tan inexpresable amor, yo pueda recoger las aguas de la devoción que limpian todas las ofensas; y del fluido de ternura que exuda la dulzura de tan inestimable amor, pueda yo derivar el ungüento de la gratitud, bálsamo contra toda adversidad; y en la caridad eficaz perfeccionada por la fuerza de tan incomprensible amor, pueda yo derivar el vendaje de la santidad, para que todos mis pensamientos, palabras y actos, en la fuerza de tu amor, puedan se dirigidos hacia ti y así se adhieran indisolublemente a ti. Lo que la mala intención y la maldad de mi propia perversidad han hecho para corromper esta devoción se puede hacer bueno por la plenitud del poder del amor que reside (Col 1,19) en aquel que se sienta a tu derecha (Col 3,1), quien se ha hecho hueso de mi hueso y carne de mi carne (Gn 2,23). Ahora es a través de él que nos has asegurado, en el Espíritu Santo, la capacidad de nobles sentimientos de compasión, humildad y reverencia”20.

Ahora Gertrudis puede rezar con confianza de que su contrición por sus propios pecados es aceptada en Cristo, mientras medita en el corazón de Cristo y desea mostrar compasión hacia su Salvador, en la conciencia de que ha sido salvada por Su propia compasión.

Gertrudis aplica el lenguaje de la unión esponsal, expresada en el Génesis a la unión de Adán y Eva, a su unión indisoluble con Cristo; esta unión sola hace que los sentimientos de amor y penitencia de Gertrudis sean aceptables. El don de la Gracia y de la libertad, de la redención objetiva y la respuesta humana personal, están interconectados en Gertrudis gracias a la unión entre Cristo y aquellos a quienes ha redimido para que se conviertan en miembros de su Cuerpo y, por lo tanto, “carne de su carne, hueso de su hueso”.

Gertrudis nos enseña que el encuentro con el Corazón herido de Cristo nos hace encontrar una forma distinta de tratar nuestras propias heridas, en donde no se trata de dejarlas de sentir o de borrarlas (ya lo sabemos por experiencia: quien más se empeña en no sufrir, sufre mucho más) sino en exponerlas y dejarlas transformar por el Amor de Jesús en fuente de vida no solo para mí sino para los demás... porque el aceptar ser vulnerable, al mismo tiempo que me abre en compasión (padecer-con) hacia los otros, me libera de la cerrazón en mi mismo.

Uno de los rasgos más notables de esta visión es el tiempo: toma lugar en Adviento, cuando el énfasis de la liturgia está sobre la Encarnación, y aún así, Gertrudis encuentra difícil concentrarse en este misterio. El Señor le dice que se concentre en su corazón perforado: la implicancia es que la Encarnación misma es la condición previa para la redención, pero que es la Cruz la que realmente efectúa la redención del pecado. El Corazón de Cristo sostiene simultáneamente estos dos momentos de la economía divina: el mismo corazón que fue formado en el vientre de María en la Anunciación es el corazón que se revela en la Cruz y del cual la gracia y la salvación fluyen hacia aquellos que se paran, como María, al pie de su Cruz y contemplan sus heridas. En el Corazón glorificado de Cristo en el cielo, al igual que en la liturgia y en la vida mística, la Encarnación y la Cruz están presentes como aspectos de un misterio de redención.

 

4.2. El sello de la alianza

Entre las muchas visiones que tuvo Gertrudis del divino Corazón de Jesús, una en particular sobresale por su simbolismo claramente nupcial y de alianza: en esta visión, Cristo abre con sus manos Su propio Corazón deificado y revela la verdadera Arca de la Alianza, el sello de la alianza que une a Gertrudis con Él.

Antes de ponernos en la escena de su visión, Gertrudis agradece, en ese tono suyo de cadenciosa reiteración, a Dios por haberla elegido y predestinado de entre toda la eternidad para ser un recipiente de su gracia a través de la consagración monástica y a través de las gracias especiales de unión que ha recibido.

“Por haberme atraído a Ti y realizar mi salvación: Estoy obligada a confesar que debo esto a la mansedumbre y bondad de tu naturaleza. Has ganado este indómito (Ex 2,4) corazón mío (que con toda justicia merece estar atado en cadenas de hierro), acercándolo a ti con dulces caricias, como si encontraras en mí una digna consorte de tu mansedumbre, y consiguientemente en esta unión tu mayor felicidad. Como si el número de justos no fuera suficientemente grande para recibir tu gran amor, me has llamado a mí, la que tiene menos méritos, no para realizar una santificación fácil de un alma ya dispuesta, sino para manifestar con mas esplendor en mi alma muy imperfecta el milagro de tu benevolencia. Tú [...] sientes placer en esta unión. Esto lo puedo atribuir sólo a la locura de tu amor, si se me puede permitir hablar de esta manera. Como has asegurado, encuentras felicidad de una forma increíble en unir tu infinita sabiduría con un ser tan desemejante (disimile) y tan inapropiada para tal unión (...). Tu me guías con gracia hacia el fin bendito. Humilde y firmemente creo que debo recibir este regalo tuyo, en la dulce bondad de tu amor caritativo, de acuerdo a tu fiel promesa y a pesar de mi gran indignidad; y lo abrazo con amor y gratitud inquebrantables. No es por ningún mérito mío, sino que solo por la gratuita clemencia de tu misericordia, ¡oh mi todo, mi supremo, mi única verdad, eterno Bien!”21.

Dos cosas son las que más llaman la atención de este pasaje, que son como la preparación a la gracia del sello de la alianza: primero, que Gertrudis insiste en que debe todo a la gracia de Dios y no a sus propios méritos; segundo, que su indómito corazón merecía estar atado en cadenas de hierro. Gertrudis esta asombrada de la “locura del Amor de Dios”... que la alcanza y que la toma para sí desde el la Gratuidad mas abismante, donde ni mérito ni deméritos pueden explicar el porque de esta elección divina. El mismo hecho de este reconocimiento es la liberación de las cadenas de la pretensión de que en el camino de unión con Dios, haya algo que dependa de uno mismo. La gracia de Cristo libera su corazón para que ame y sea transformado en toda Su Divina Semejanza, toda la ciencia de la vida espiritual consiste en este “dejarse” tomar por Dios.

Gertrudis luego cuenta la siguiente visión del Divino Corazón en estas palabras:

«Un día, mientras pensaba todas estas cosas en mi mente, comparando tu ternura (pietas) con mi dureza (impietas) (cf. Rm 5,20), a la que con gozo veo supera grandemente, fui guiada a la presunción de reprocharte el no haber sellado este pacto, como se suele hacer con las promesas humanas, estrechando manos. Con tu dulzura infinitamente acatadora, prometiste satisfacerme, diciendo “Deja estos reproches y ven a recibir la confirmación de mi pacto”. E inmediatamente en mi pequeñez te vi abriendo con ambas manos la herida de tu deificado corazón, el Tabernáculo de la fidelidad divina y de la verdad infalible, y ordenándome perversa, como los Judíos pidiendo un signo (Mt 12,38) estirar mi mano derecha. Entonces, contrayendo la apertura de la herida en que mi mano estaba encerrada, dijiste: “Ves, yo prometo mantener intactos estos dones que te he dado. Y si sucede que a veces, en la sabia disposición de mi providencia, te privara de sus efectos, me obligo a darte luego una ganancia triple, en el nombre de la Omnipotencia, Sabiduría, y Bondad de la soberana Trinidad, en quien vivo y reino, verdadero Dios, por los siglos de los siglos”. Después de estas palabras del más dulce amor, cuando retiré mi mano, aparecieron en ella siete círculos de oro, como siete anillos, uno en cada dedo y en el anular tres, en fiel testimonio de los siete privilegios por la confirmación que había pedido. En la exhuberancia de tu amor por mí, agregaste estas palabras: “Donde sea que, conciente de tu miseria y sabiéndote indigna de mis dones, te abandones a mi bondad, al hacerlo estarás ofreciéndome pago del tributo que es debido por los bienes que son míos”»22.

El estrechar las manos es un signo de desposorio, una promesa de unión nupcial con el Esposo divino: es a la vez una promesa presente y un signo que lo que aún está por venir. Gertrudis ve su deseo de un signo como algo culposo, como indicando impaciencia y falta de fe. El Señor le responde revelando que el verdadero signo de Su fidelidad es Su corazón, el Arca de la Alianza; y le ofrece la certeza de las manos incitándola a poner su mano en Su corazón, como si fuera un dudoso Tomás moderno.

Entonces, cuando ella retira su mano, ve que sus dedos están cubiertos con siete anillos, no uno solo: porque la fidelidad del Señor sobrepasa hasta la más alta fidelidad humana, aún cuando él parece distante y cuando sus consolaciones se ausentan por un tiempo. Él le promete fidelidad esponsal en el nombre de la Trinidad; y Gertrudis ve en esto también una manifestación de la filiación divina, a través de la cual Dios es piadoso con sus hijos aún cuando caen en el pecado y la impaciencia.

“¡Oh, con qué delicadeza tu amor paternal supo proveer a los hijos degenerados en extrema vileza (Lc 15,11-12) cuando, después de haber gastado los bienes de la inocencia y perdido la devoción tan de tu agrado, Tu te dignas a aceptar como gato obsequio, lo que no puedo esconder, el reconocimiento que tengo de la indignidad de mis meritos. Dame, oh Repartidor de los dones, de quien procede todo bien y sin el cual ninguna cosa se puede tener por firme o buena, dame para gloria tuya y provecho mío que reconozca mi indignidad en todos tus dones, bien sean externos o internos, y, además, confíe con toda plenitud y sosiego en tu piedad”23.

En este pasaje queda claro que Gertrudis desde su experiencia personal, de la particularidad de su propia unión afectiva con el Esposo divino, se amplia a una aplicación más universal de este punto de vista hacia todos quienes se hacen hijos de Dios por gracia y quienes han recibido al Espíritu Santo.

La imagen de fondo es la parábola del hijo pródigo, y en este escenario, Gertrudis hace eco de la secuencia Veni Sancte Spiritus y de las palabras de san Pablo en Rm 8,14-17 y Ga 4,6-7: porque aparte del vivificante Espíritu, no hay nada en la naturaleza humana que no haya sido tocado por la corrupción del pecado, por el cual el hombre carnal, que ha gastado los bienes de su inocencia, está esclavizado y desterrado en una tierra lejana; pero aquellos que han recibido el Espíritu se han hecho hijos de Dios en Cristo.

Como Gertrudis, ellos han recibido la libertas cordis que es el fruto del Espíritu Santo en sus corazones, esto es un corazón expandido por el amor por el cual fue creado, y por eso que ha sido liberado de las limitaciones del pecado y de la voluntad propia, y que hace que sus oraciones y sacrificios sean aceptables a través de la mediación de Cristo y la piedad del Padre.

 

4.3. Intercambio de corazones

Gertrudis en el segundo libro del Legatus divinae pietatis atestigua que en diversas ocasiones ha experimentado el intercambio de corazones con Cristo:

“Todo lo que he leído o escuchado sobre el templo de Salomón o el palacio de Asuero no es nada en comparación a los deleites y regalos que tu has dispuesto en lo mas profundo de mi alma -yo lo conocía por tu gracia-, de los cuales me concediste a mí indignísima, gozase juntamente contigo, como la reina con el rey. Entre esos favores hay dos que prefiero especialmente, a saber: el sello que pusiste (cf. Sb 9,10) en mi corazón las joyas resplandecientes de tus llagas, e incrustaste además en él tan clara y eficazmente la herida de amor que, si nunca me hubiesen concedido consuelo alguno, ni exterior ni interior, con estos dos soles me colmaste de felicidad muy grande para sacar de ellas a todas horas, aunque mil años viviera, como de manantial purísimo, gran consuelo, enseñanza y agradecimiento.

Añadiste a estos favores el de la inestimable amistad, porque de modos diferentes me otorgaste aquella nobilísima arca de tu divinidad, esto es tu corazón deífico como veneno de todas mis complacencias, unas veces completamente gratuito, y otras para mayor signo de mutua familiaridad, intercambiándolo con el mío. Por este modo me manifestaste lo íntimo de tus secretos designios a la vez que tus plenas ternuras y derretiste mi alma muchas veces con regalos tan amistosos que si no conociera el abismo sin fondo de tu misericordia, me maravillaría el entender mostrase afecto de tan grandísima familiaridad y regalo, a la sola digna, a tu Madre beatísima, mas que a cualquiera otra criatura”24.

La experiencia del intercambio de corazones es un tipo particular de experiencia en la que existe una profunda transformación sobrenatural de la voluntad y los afectos que el así favorecido no quiere o ama a otra cosa, sino lo que Dios quiere y ama. Esto puede ser experimentado y se manifiesta por una visión intelectual o imaginario en el que el commercium sacro de la mutua entrega está representado por un intercambio de corazones entre Cristo y la visión de futuro25.

Gertrudis evidentemente ha tenido este intercambio de corazones, pero no ha tenido lugar en el aislamiento de las otras gracias místicas que ha recibido. Ella misma hace hincapié en dos de tales gracias: el sello que el Señor ha puesto en su corazón con sus cinco heridas, y la herida de amor por el que ha atravesado su corazón. Ambas gracias místicas implican, como en un proceso progresivo, la conformación del corazón de Gertrudis con el Corazón de Jesús, estas gracias, a su vez, desembocan en el intercambio de corazones, una unión tan íntima con Cristo, que este la levanta a una altura tal que puede compartir con él en igualdad de términos, como una reina, que comparte en un mismo rango el esplendor de su Rey.

Gertrudis está convencida de que toda la magnificencia del templo de Salomón o el palacio de Asuero no puede sobrepasar la gloria de la gracia que ha recibido: en esta doble alusión bíblica, Gertrudis alude tanto a los sacerdotes de Cristo como a su oficio real. Gertrudis ha sido bendecida al participar de ambos a través del intercambio de corazones con Cristo, por la mutua y permanente entrega.

Del intercambio de corazones y de la perfecta unión de voluntades se ilumina para Gertrudis cómo pueda ser que una mera criatura sea elevada por la unión mística, de acuerdo con el modelo de la Madre de Dios, ella misma, que es el ejemplo supremo de los frutos de la gracia de Cristo en aquellos cuyos corazones pertenecen a él. En efecto, Gertrudis no habla de esta unión transformadora con Cristo, como si se tratara de un aumento de su obra salvífica, sino que Gertrudis ve esta unión como una transfusión de la vida divina en la naturaleza humana, que la eleva así a la posibilidad de responder en el amor y en la libertad.

 

5. Conclusión

Gertrudis Reconoce en el Corazón de Cristo, la fuente y el fin de la vida monástica, esta visión cristocéntrica de la consagración monástica penetra todos los ángulos de su vida y desde aquí ella elabora un lenguaje y un simbolismo litúrgico para expresar y comunicar su entrañable experiencia del Amor de Dios.

La libertas cordis de santa Gertrudis es un eco cercano al dilatato corde inenarrabile dilectiones dulcedine de san Benito en el Prólogo, esto es, un corazón expandido por el amor por el cual fue creado, y por eso que ha sido liberado de las limitaciones del pecado y de la voluntad propia. En esta perspectiva, la primera visión de Gertrudis efectuó su conversión al darle las mismas cualidades requeridas por san Benito para la oración pura: compunción del corazón con lágrimas; pureza de corazón; devoción simple y de corazón; y humildad de corazón, las que juntas constituyen la meta de la perfección monástica.

Cristo se adelanta a la respuesta de Gertrudis: y aunque la gracia precede la respuesta humana, aún así no la fuerza. En el Cristo humillado, la pietas divina puede tomar posesión del corazón de Gertrudis y ponerlo en libertad para que ame a aquél a quien ella más desea amar.

Para Gertrudis un sacrum commercium acontece en la Encarnación, Dios Palabra se hizo débil y vulnerable, casi un mendigo o un suplicante; y al recibirlo y rendirse ante él, ella encuentra su verdadera libertad y la expansión de su corazón. En la visión de Gertrudis, Dios y el hombre parecen irresistiblemente atraídos: ella retrata la unión en Cristo de la pietas divina con el cor dilatus humano.

Las tres experiencias traídas a colación, nos muestran un camino progresivo en donde el deseo y la relación con el Señor se van purificando, el punto de partida es el momento de la conversión de Gertrudis, aquel encuentro con Cristo que es fontal, y en el cual esta ya contenido como en germen todo lo que será su increíble aventura del Amor de Dios.

Pienso que a través de estas tres experiencias Gertrudis responde a las preguntas que nos hemos planteado al inicio, y traza un camino de aprendizaje del amor que también es transitable hoy, para nosotros.

En este itinerario, volver al corazón -redire ad cor- será el punto inicial, tal retorno que es la esencia misma de la conversión solamente es posible gracias al encuentro personal y vivo con Cristo. Desde aquí el corazón se adentrará en un camino de verdadera interioridad y de conocimiento de sí.

La sanación de las propias heridas a través del Corazón herido de Cristo, experiencia de la Herida de Amor, nos conforma con el misterio pascual de Cristo y opera en nosotros una sanación, si se puede decir, teologal de nuestra historia.

La liberación del corazón de toda rebeldía, por la inefable experiencia de la desproporción de la gracia del Amor de Dios en la propia vida, se expresa en una fidelidad invencible por parte de Dios, que va más allá de todas nuestras incoherencias y contradicciones, y se plasma en la hermosa imagen nupcial del sello de la alianza.

Todo esto nos abre a la experiencia del intercambio de corazones, céntuplo prometido ya ahora, es decir, a la unión mas honda de la voluntad humana con la Voluntad del Señor, en aquel salto de fe que nos hace dar un paso desde la propia voluntad a la voluntad decidida de hacer la Voluntad de Dios, porque se la reconoce como mas mía y verdadera que la propia, como la que configura y unifica la existencia. Este salto de fe enamorada, nos capacita en el aquí y ahora, para amar y servir, no ya según la estrechura de nuestro corazón sino a la medida infinita del Corazón de Cristo.

 


* El Abad Francisco Javier Lagos Ramírez, nació en Santiago de Chile en 1967; entró en el Monasterio Trapense de Santa María de Miraflores, Chile, en 1994. Habiéndose ofrecido para repoblar la comunidad trapense de Argelia después del asesinato de sus siete monjes, hizo la profesión solemne en el monasterio de Tibhirine en 2000. Cuando la situación política del país hizo imposible continuar de momento la vida regular en Tibhirine, regresó a la casa madre, la Abadía de Aiguebelle, en Francia; posteriormente cambió su estabilidad monástica a Chile, donde se desempeñó como maestro de novicios. Ordenado sacerdote en 2007, fue elegido prior titular de Miraflores en 2009 y luego Abad en 2012. Murió el 8 de enero de 2014, tras una penosa enfermedad. Este trabajo fue presentado por el P, Francisco en el año 2009 en el Curso de Formadores OCSO de la Región Mixta Latinoamericana (REMILA).

1 Fue con Santa Margarita María Alacoque, de la orden de la Visitación, en Paray-le-Monial- Francia, s. XVIII que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús adquirió el relieve dentro de la cristiandad que hoy tiene.

2 El siglo XIII, es por así decirlo un siglo bisagra y umbral hacia la modernidad, un siglo de profundos cambios en todo sentido: en el pensamiento que deviene mas racional, personal y autónomo, en la teología el análisis y la crítica, en lo social, político y económico, pero también en cierto sentido un siglo de quiebre, en donde el centro en Dios (teocentrismo) se desplaza hacia el hombre (antropocentrismo).

3 Cf. Beatrice ACKLIN-ZIMMERMANN, artículo: Expérience Mystique et Théologie Spirituelle en, Les Moniales Cisterciennes IV, p. 134.

4 GERTRUDIS, Heraldo I,14.

5 GERTRUDIS, Heraldo, 1.1, SC 139, p. 124.

6 GERTRUDIS, Heraldo, 2.21, SC 139, pp. 324-326.

7 GERTRUDIS, Heraldo, 2.18: Amator hominum, SC 139, 2.18, p. 303.

8 Ibid.

9 Desde las imágenes a la verdad.

10 GERTRUDIS, Heraldo, 2.24, SC 139, pp. 350-352.

11 Cf. MINGUET, «Théologie spirituelle de sainte Gertrude II», Collectanea Cistercensia 51 (1989) 328.

12 X. LEON DUFOUR, Vocabulario de Teología Biblica, Herder, Barcelona 1980, 189.

13 H. U. VON BALTHASAR. Teología de los tres días, Encuentro, Madrid 2000, 112.

14 Anna María CANOPI, Monachesimo Benedettino femminile, Abbazia San Benedetto.

15 En este punto he utilizado como base el capítulo segundo de la tesis ad Licentiam in Sacra Theologia:The Heart of Christ in the Legatus Divinae Pietatis of St. Gertrude of Helfta”, 2006 (traducción al castellano de Francisca Morales).

16 Cf. LECLERCQ, «Le Sacré-Coeur dans la tradition bénédictine», p. 13.

17 Cf. LECLERCQ, «Le Sacré-Coeur», p. 22.

18 GERTRUDIS, Heraldo 2.5, SC 139, p. 248.

19 GERTRUDIS, Heraldo 2.5, SC 139, pp. 248-250.

20 GERTRUDIS, Heraldo 2,5, SC 139, pp. 250-252.

21 GERTRUDIS, Heraldo 2,20, SC 139, pp. 316-318.

22 GERTRUDIS, Heraldo, 2,20, SC 139, pp. 318-320.

23 GERTRUDIS, Heraldo, 2.20, SC 139, pp. 318-320.

24 GERTRUDIS, Heraldo 2.23, SC 139, pp. 336-338.

25 Cf. VAGAGGINI, El sentido Teológico de la Liturgia, p. 784.