La Última Cena. Hacia 1080. Capua, Italia.
Nosotros, después de haber conducido al baño al que ha abrazado la fe y se ha adherido a nuestra (doctrina), le llevamos a los que se llaman hermanos, allí donde están reunidos; elevamos fervorosamente oraciones en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras, personas de buena conducta y observantes de los mandamientos, para así alcanzar la salvación eterna. Terminadas las oraciones, nos saludamos mutuamente con un beso. Luego, al que preside (cf. 1 Tm 5,17) la asamblea de los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de agua y vino templado, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por del Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen. Cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: “Amén” (cf. 1 Co 14,16). “Amén”, en hebreo, quiere decir “así sea”. Una vez que el presidente ha terminado la acción de gracias y todo el pueblo ha manifestado su acuerdo, los que entre nosotros se llaman “diáconos”, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino mezclado con agua sobre los que se dijo la acción de gracias, y lo llevan a los ausentes.
Este alimento se llama entre nosotros “Eucaristía”, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y ha recibido el baño para la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a los preceptos que Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne (cf. Jn 1,14) por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así también el alimento “eucaristía” por una oración que viene de Él -alimento con el que son alimentados nuestra sangre y nuestra carne mediante una transformación-, es precisamente, conforme a lo que hemos aprendido, la carne y la sangre de Jesús hecho carne. Es así que los Apóstoles en las “Memorias”, por ellos escritos, que se llaman “Evangelios”, nos transmitieron que así le fue a ellos mandado obrar, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: “Hagan esto en memoria mía, éste es mi cuerpo” (Lc 22,19). E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: “Esta es mi sangre” (cf. Mt 26,27-28), y que sólo a ellos se las dio.
Por cierto que también esto, por imitación, enseñaron los perversos demonios que se hiciera en los misterios de Mitra; pues en los ritos de un nuevo iniciado se presenta pan y un vaso de agua con ciertas recitaciones; ustedes lo saben o pueden de ello informarse.
En cuanto a nosotros, después de esta primera iniciación, recordamos constantemente entre nosotros estas cosas; y los que tenemos (bienes), socorremos a los necesitados todos y nos asistimos siempre unos a otros. Por todo lo que comemos, bendecimos siempre al Creador de todas las cosas por medio de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos; y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las Memorias de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el que preside toma la palabra para hacernos una exhortación e invitación para que imitemos esas hermosas enseñanzas. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos (a Dios) nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos (cf. I,65,3), se ofrece pan, vino y agua, y el que preside, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus oraciones y acciones de gracias, y todo el pueblo expresa su conformidad diciendo: “Amén”. Luego se hace la distribución y participación de la eucaristía, para cada uno. Enviándose su parte, por medio de los diáconos, a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al que preside. Y él socorre con ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están en la indigencia, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. 8. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos; pues es de saber que le crucificaron el día antes del día de Saturno, y al siguiente al día de Saturno, que es el día del sol, se apareció a sus apóstoles (cf. Mt 28,9) y discípulos, enseñándoles estas mismas doctrinas que nosotros les exponemos para su examen (san Justino, Apología primera, 65-67).