Inicio » Content » ICONOGRAFIA DE SANTA GERTRUDIS (VIII)

Segunda parte (continuación)

Con esta publicación retomamos el estudio de la iconografía de santa Gertrudis en el barroco español y colonial. En la primera parte expusimos la génesis e historia de la fijación de la imaginería de santa Gertrudis[1]; luego analizamos sus atributos visuales más característicos: hábito, báculo, corazón expuesto, niño Jesús[2], filactelia y anillos; así como también, otros atributos menos comunes: pluma, libros, rayo o nube inspiradora; palma, corona o jarrón de azucenas[3].

En la segunda parte nos propusimos estudiar: 1. los motivos visionarios y 2. las representaciones colectivas de santos entre los que aparece santa Gertrudis. Comenzamos a tratar los motivos visionarios,  habiendo expuesto: 1.1. El intercambio de corazones[4]; 1.2. Cristo señalando el corazón de Santa Gertrudis[5]; 1.3. Los desposorios místicos[6] y 1.4. Las visiones trinitarias[7]. Continuamos ahora el estudio de los motivos visionarios analizando el tema de la Pasión de Cristo en la iconografía de Santa Gertrudis.

 

1.5. Motivos pasionarios

La devoción a la Pasión es un aspecto central de la espiritualidad de santa Gertrudis, que se expresa, de diversas maneras, en la devoción a las llagas, a la herida del costado de Cristo y al crucifijo, testimoniando su constante atención al misterio de la cruz.

Gertrudis participa en el misterio de la cruz principalmente por medio de la enfermedad y sus consecuencias –soledad, privación del oficio divino, debilitamiento del pensamiento y dificultad para la oración-; pero también por las pruebas morales provenientes de la malevolencia más o menos manifiesta de terceras personas.

En su iconografía, esta atención al misterio de la cruz se expresa comúnmente en la representación de la santa en oración ante un crucifijo. Tal es el caso del óleo de Nicolás Rodríguez Xuárez que se conserva en el Museo Regional de Querétaro, México.

Nicolás Rodríguez Xuárez, Santa Gertrudis.

Museo Regional de Querétaro. Foto: A. Rubial García y D. Bieñko. Permiso cedido por Cistercium.

 

Más raramente se incluye la cruz como atributo iconográfico. Por ejemplo, en este óleo sobre tabla de la escuela toledana, la cruz está representada en el báculo de Gertrudis.

Óleo sobre tabla que representa a Santa Gertrudis con un crucifijo y el corazón en la mano.

Obra perteneciente al barroco español, escuela toledana.

 

En otros casos se representa a Gertrudis sosteniendo en sus manos un crucifijo, como lo muestran las siguientes dos obras del arte barroco italiano: un óleo sobre tela del siglo XVII perteneciente a la escuela boloñesa  y la pintura de Juan Bautista Costa, de 1736, provenietne de la Iglesia de la Santa Croce (Crocina) Rimini. Con todo, la cruz y el crucifijo no son un accesorio iconográfico característico de santa Gertrudis.

Santa Gertrudis. Óleo sobre tela (69 x 52 cm). Siglo XVII, ambito boloñés.

 

Santa Gertrudis. Óleo sobre tela (195 x120 cm), del pintor italiano Juan Bautista Costa, 1736.

Iglesia de la Santa Croce (Crocina) perteneciente al Convento de los jesuitas. Hoy Museo della Città, Rimini (Italia).

 

Pero la forma clásica en la Edad Media para representar la unión de un santo con el misterio de la cruz, era el abrazo de Cristo Crucificado; un motivo que ha quedado asociado a la iconografía de San Bernardo, aunque se ve también en otros santos.

Tenemos un ejemplo de este motivo en una de las pinturas de la hornacina del retablo de santa Gertrudis del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, atribuidas al pintor sevillano Valdés Leal. Allí vemos Cristo descolgándose de la cruz para fundirse con Gertrudis en un mutuo abrazo. Este tema se le aplica nuestra santa, no solo por su filiación espiritual con San Bernardo, sino, sobre todo, por las múltiples alusiones a los abrazos en sus revelaciones y por dos relatos de sus visiones, que han dado pie a la recreación pictórica del abrazo del crucificado.

Abrazo de Cristo a santa Gertrudis.

Pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis en el Real Monasterio de San Clemente de Sevilla. Atribuido a Leal Valdés (c.a. 1677).

 

«Una noche, Gertrudis tenía junto a su lecho la imagen de Cristo crucificado, y esta imagen, que parecía caerse, se inclinaba hacia ella; ella la levantó y le habló con ternura: “Oh dulcísimo Jesús, ¿por qué te inclinas?”. Él le respondió: “Es que el amor de mi divino Corazón me atrae hacia ti”. Entonces, ella, tomando la imagen y poniéndola sobre su corazón, la estrechó con dulces  abrazos y besándola con ternura le dijo: “Bolsita de mirra es mi Amado para mí”[8] Al instante el Señor sin dejarla terminar responde: “Que reposa entre mis pechos”. Con esto le dio a entender que toda persona debe envolver diligentemente en su santísima Pasión todas las contrariedades y sufrimientos tanto del corazón como del cuerpo» (L III, 52.1)

«Un viernes, Gertrudis pasó toda la noche sin dormir encendida en meditaciones y deseos (…) Tomando la imagen del crucifijo, la acariciaba de las más variadas formas con dulces besos y estrechos abrazos. Pasado largo tiempo sin dormir por la ternura de su corazón, dejó la Cruz y exclamó: “Adiós, Amado mío, que pases buena noche; déjame dormir para recuperar las fuerzas que he perdido casi por completo en esta meditación contigo”. Dicho esto, se separó de la cruz con el deseo de dormir. Mientras así reposaba, el Señor extendió su derecha desde la cruz hacia su cuello como para abrazarla y aplicando sus labios sonrosados al oído le dijo en un tierno susurro: “Escúchame, amada mía, voy a cantarte melodías  amorosas, pero no en formas mundanas”. Y entona con voz sonora siguiendo la melodía del himno Red Christa factor ómnium la siguiente estrofa: “Mi continuo amor es tu asiduo penar; tu suavísimo amor es mi gratísimo manjar”[9] (…) Recreada dulcemente durante el sueño despertó, y sintiendo recuperadas sus fuerzas daba devotas gracias al Señor» (L III,45).

Otro tema pasionario característico de santa Gertrudis es la impresión de los estigmas; lo encontramos recreado en otra de las pinturas Valdés Leal, en el retablo del Real Monasterio de San Clemente.

Impresión de los estigmas de la Pasión a santa Gertrudis.

Pintura de hornacina del retablo de santa Gertrudis en el Real Monasterio de San Clemente de Sevilla. Atribuido a Leal Valdés (c.a. 1677).

 

Gertrudis misma nos relata cómo recibió esta gracia: «Una vez encontré en un libro una breve oración con estas palabras: “(…) Grava, misericordiosísimo Señor, tus llagas en mi corazón con tu preciosa sangre, para leer en ellas tu dolor y tu amor. Permanezca en lo secreto de mi corazón su recuerdo para excitar en mí el dolor de tu compasión y se encienda el ardor de tu amor. Concédeme además que toda criatura me resulte despreciable y seas solo tú la dulzura de mi corazón” (…) Estando inmersa en el recuerdo de estas cosas y sentí como si divinamente se me concediera a mí, indignísima, lo que había pedido en la oración citada. Es decir, advertí en espíritu, como gravados en un lugar real de mi corazón, los estigmas dignos de devoción y adoración de tus santísimas llagas. Con ellas curaste mi alma y me ofreciste la copa de tu dulce amor» (L II 4, 1 y 3).

Otra visión específica sobre la Pasión que ha sido plasmada en la pintura, nos la ofrece el óleo de Sebastián Salcedo titulado “Cristo atado a la columna”, ubicado en el retablo lateral de la Virgen de los Dolores del templo de La Enseñanza de México.

Cristo atado a la columna (visión de Santa Gertrudis). Óleo de Sebastián Salcedo.

Retablo lateral de la Virgen de los Dolores, templo de La Enseñanza, México, D.F. Conaculta-INAH-Méx.

Foto: Doris Bieñko de Peralta. Derechos cedidos por Cistercium.

 

«Hacia la hora de Tercia se le apareció nuestro Señor Jesucristo en la forma en que fue flagelado en la columna, entre dos verdugos, uno parecía herirle con espinas, el otro con un flagelo nudoso. Sin embargo, los dos le golpeaban en el rostro. Por ello, su rostro aparecía en tan lastimoso aspecto, que al contemplarlo Gertrudis en sus entrañas interiores con el corazón derretido, se conmovía, hasta compadecerse tanto de él, que cuantas veces le venía ese día a la mente el recuerdo de aquella imagen, no podía contener las lágrimas (…) Parecía también que (el Señor) volvía el rostro por la acerbidad del dolor, y cuando lo volvía de un lado, el otro (verdugo) lo laceraba con más crueldad (…). “¡Ay, Señor! -dijo Gertrudis-, ¿Cómo se podría aliviar en estos momentos el dolor tan acerbo de tu dulcísimo rostro?”. El Señor le respondió: “Quien medita mi pasión con corazón devoto, se conmueve por amor, y con ese amor ruega por los pecadores; ese corazón me sirve de excelente lenitivo para aliviar todo este dolor”» (L IV,15, 4 y 5).

Gertrudis medita constantemente la Pasión y busca imitarla, reproducirla en su vida. Sin embargo, para ella el sufrimiento tiene una función de purificación, de santificación y de unión con Cristo, pero no tanto una función vicaria. La recepción de las llagas de Cristo debe interpretarse como comunión con el amor de Cristo manifestado en la cruz, no como prolongación de su sufrimiento redentor.

Su mirada sobre la pasión está dominada por el espíritu de la liturgia: la cruz de Cristo es gloriosa, su muerte es comunicación de vida. La contemplación de sus llagas no induce a una reflexión sobre la muerte sino a una proclamación del poder del resucitado. Sus llagas son joyas resplandecientes, signos de su triunfo, marcas gloriosas por donde nos llega el caudal de su misericordia.

Este aspecto glorioso de la Pasión queda plasmado en el óleo que se conserva en la actual Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas, en Madrid, donde Gertrudis aparece escribiendo bajo la inspiración de una visión de Cristo glorioso, que ostenta una cruz, mostrando al mismo tiempo las llagas gloriosas en sus manos.

Visión de Santa Gertrudis fresco. Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas de Madrid.

 

Si bien se trata de una representación genérica, bien puede aplicársele el texto de la siguiente visión, donde la cruz es considerada bajo el signo de la gloria:

«En la fiesta de la Exaltación de la santa Cruz , al inclinarse Gertrudis para reverenciar el lignum, le dijo el Señor: “Considera que no estuve colgado de la cruz más que desde la hora sexta hasta vísperas y la revestí de gran honor (…). Amo también de modo especial la cruz por el amor que siento por la salvación de los hombres, ya que a través de ella, deseada con todas mis fuerzas, obtuve la redención del género humano” (…). Se preguntaba [Gertrudis] cómo podría obtener algunas reliquias de la Cruz del Señor, que tan querida fue para él, reverenciarlas más y merecer así que el Señor la mirara con mayor afecto. Le dice el Señor: “Si quieres obtener esas reliquias que puedan atraer con más fuerza mi Corazón hacia los que las poseen, relee el texto de mi pasión y medita en él con mayor solicitud las palabras que con más amor pronuncié. Escríbelas y consérvalas como reliquias. Medítalas muchas veces y tendrás por seguro que a través de ellas merecerás mi gracia más eficazmente que con otras reliquias” (…)» (L IV,52, 1 y 2).

 


[1] Ver: Iconografía de Santa Gertrudis (I).

[2] Ver: Iconografía de Santa Gertrudis (II).

[3] Ver: Iconografía de Santa Gertrudis (III).

[4] Ver: Iconografía de Santa Gertrudis (IV).

[5] Ver: Iconografía de Santa Gertrudis (V).

[6] Ver: Iconografía de Santa Gertrudis (VI).

[7] Ver: Iconografía de Santa Gertrudis (VII).

[8] Ct 1, 12. Cf. San Bernardo, SC serm. 43.

[9] Cf. L IV,25. Himno que se cantaba durante el Triduo de Semana Santa.