Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia III, capítulos 11-14)

Capítulo 11. Pregunta sobre el libre arbitrio del hombre y la gracia de Dios

11. Germán: “¿En qué consiste, entonces, el libre arbitrio, y cómo pueden ser considerados laudables nuestros esfuerzos si Dios comienza y lleva a término todo lo que pertenece a nuestra perfección?”.

Capítulo 12. Respuesta sobre la dispensación de la gracia divina, permaneciendo la libertad de decisión

En su respuesta al interrogante que ha planteado Germán, abba Pafnucio nos ofrece un cuasi tratado sobre la gracia y la libertad, todo él de un tono netamente antipelagiano. Pero lo más significativo en esta sección es el amplio recurso a los testimonios bíblicos. Todos los capítulos (11-22) nos presentan una selección de pasajes de la Sagrada Escritura que refrendan la importancia y necesidad de la gracia según Dios. Así, los capítulos 12-15, se apoyan sobre todo en pasajes tomados de los Salmos; en tanto, que en los capítulos siguientes la preponderancia la tienen diversos textos del NT.

Es conveniente tener presente dos cuestiones de importancia a la hora de comprender y traducir el texto de Casiano.

a) ¿Qué texto de la Sagrada Escritura utilizaba? C. Stewart sostiene que “el amor de Casiano tanto por el latín como por el griego es evidente en sus citas e interpretaciones bíblicas. Compara las versiones latinas antiguas con la Vulgata de Jerónimo o hace comentarios sobre las variantes textuales que traen los manuscritos latinos. Cita la Septuaginta o el Nuevo Testamento griego para obtener matices sin paralelo en el latín. Algunas de sus interpretaciones dependen de la versión griega o de una comparación entre las versiones griega y latina”[1].

Por su parte el P. Guillaume en su tesis doctoral sostiene que, si bien “Casiano reconoce el valor del texto de Jerónimo, traducido del hebreo, si a menudo se apoya sobre el texto griego, el criterio de la lengua no es suficiente para justificar el uso exclusivo de tal o cual versión. Otros parámetros entran en juego en sus elecciones…”. De modo que “el texto bíblico puede ser citado según diversas variantes, en primer término, en función del origen de las traducciones: La Setenta, los ejemplares de la Vetus Latina traducidos a partir de la LXX, pero con numerosas variantes, y las diferentes versiones corregidas por Jerónimo. Incluso el texto de un versículo puede ser traducido conforme a una versión que presenta otro autor…”[2].

En consecuencia, es necesario respetar las citas tal como las presenta Casiano, y no querer acomodarlas al formato de nuestras versiones actuales de la Sagrada Escritura.

b) ¿El tema de libertad – gracia fue tratado anteriormente por Casiano en sus Instituciones?[3]. La respuesta a este interrogante es afirmativa. En el libro XII de esta obra leemos:

“1. Si pensamos que aquel ladrón, por una sola confesión, entró en el paraíso (ver Lc 23,40ss), comprenderemos que consiguió tan gran bienaventuranza, no por el mérito de su vida, sino por el don de Dios compasivo[4]. Y si recordamos los dos crímenes tan graves y horribles del rey David, borrados por una sola palabra de arrepentimiento (ver 2 S 12,13), vemos que el mérito de su dolor no puede equipararse al perdón que había de obtener por falta tan grande, sino que, sobreabundando la gracia recibida de Dios por un verdadero arrepentimiento, destruyó la gran mole de pecados con la confesión plena de una sola palabra[5].

2. Si examinamos el comienzo de la vocación y de la salvación del hombre, ya que no por nosotros ni por nuestros méritos fuimos salvados, según lo que dice el Apóstol, sino por el don y por la gracia de Dios (ver Ef 2,8-9), podremos darnos cuenta claramente, cómo la mayor perfección no depende del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios (Rm 9,16). Dios nos da la victoria, aunque de ningún modo puedan ser compensados los vicios por el mérito de nuestros esfuerzos y de nuestra vida pasada; ni tampoco pueda ser suficiente la aplicación de nuestra voluntad, para elevarnos a la cumbre tan ardua de la integridad, una vez sometida la carne en la que vivimos.

3. Ninguna penitencia corporal y ninguna contrición del corazón puede ser suficiente para conquistar aquella verdadera castidad del hombre interior, como si se pudiera conseguir por el solo trabajo humano, sin el auxilio de Dios, una virtud tan grande de pureza, connatural a los ángeles y propia del cielo. Porque el resultado de todo bien mana de la gracia de Aquel que con inmensa largueza concedió a nuestra débil voluntad y al transcurso de nuestra vida, breve y fugaz, tan gran bienaventuranza e inmensidad de gloria”[6].

 

12.1. Pafnucio: «Esta objeción sería correcta si en todo esfuerzo y práctica de la disciplina hubiera solo un principio y un fin, y no también algo intermedio. Y así como sabemos que Dios ofrece oportunidades de salvación en diferentes formas, también nos corresponde a nosotros estar más o menos atentos a las ocasiones que nos son concedidas por Dios. En efecto, como la propuesta: “Sal de tu tierra” (Gn 12,1) procedía de Dios, dejarla, dependía de la obediencia de Abraham. Y lo que sigue: “Ven a la tierra” (Gn 12,1) implicaba la presencia de una persona obediente; y aquello que se añade: “Que te mostraré” (Gn 12,1) es debido a la gracia de Dios, que ordena y promete.

 

Necesitamos la ayuda del Señor para no vacilar en nuestro camino

12.2. Sin embargo, debemos tener por cierto que, incluso aunque practiquemos cada virtud con infatigable esfuerzo, de ninguna manera es por nuestra diligencia y labor que podremos alcanzar la perfección. La humana aplicación no es suficiente para alcanzar, por medio de sus propios trabajos, a tan sublimes recompensas, a menos que el Señor coopere con nosotros y hayamos comenzado mientras Él guiaba nuestro corazón en la dirección correcta. Por eso, orando con David, debemos decir en todo momento: “Guía mis pasos en tus caminos, para que mis pies no vacilen” (Sal 16 [17],5); y: “Ha establecido mis pies sobre piedra, y ha dirigido mis pasos” (Sal 38 [39],3). De modo que la guía invisible de la mente humana se digne enderezar hacia la virtud nuestra voluntad, que siempre se inclina a los vicios a causa de su ignorancia del bien y por el deseo de las pasiones.

 

El Señor nos sostiene

12.3. Esto se declara abiertamente en un versículo del profeta, donde leemos: “Empujado, fui volteado para que cayera” (Sal 117 [118],13), en el que se designa la debilidad del libre arbitrio. “Y el Señor me sostuvo” (Sal 117 [118],13); Aquí de nuevo la asistencia del Señor se muestra siempre presente, de modo que, gracias a su ayuda, no seamos completamente destruidos por nuestro libre arbitrio. Pues cuando Él ve que vacilamos, nos sostiene y nos endereza, extendiendo sus manos. Y de nuevo: «Si decía: “Está tambaleante mi pie” -a causa de la incierta fuerza de mi voluntad-,tu misericordia me auxilió” (Sal 93 [94],18). Una vez más, une la ayuda de Dios a su inestabilidad, cuando confiesa que el pie de su fe no se movió merced a su propio esfuerzo, sino gracias a la misericordia del Señor.

 

El Señor nos libra del infierno

12.4. Y de nuevo: “Según la multitud de mis dolores en mi corazón -que ciertamente han nacido en mí a causa del libre arbitrio-, tus consuelos han alegrado mi alma” (Sal 93 [94],19); esto significa que. por tu inspiración, llegan [los consuelos] a mi corazón y abren la perspectiva de los bienes futuros, que Tú has preparado para aquellos que trabajaron para honor de tu nombre; y no solo remueven toda la ansiedad de mi corazón, sino que también le confieren el más alto gozo. Y dice también: “Porque si el Señor no me hubiera ayudado, por poco mi alma habría habitado en el infierno” (Sal 93 [94],17). El profeta testifica que, debido a la debilidad del libre arbitrio, iba a vivir en el infierno, a menos que fuera salvado por la ayuda y la protección del Señor.

 

La divina clemencia

12.5. Pues “por parte del Señor -no del libre arbitrio-, los pasos del hombre son enderezados” (Sal 36 [37],23); y: “cuando el justo caiga -por el libre arbitrio-, no tropezará[7]” (Sal 36 [37],24). ¿Por qué? “Porque el Señor lo tiene con su mano” (Sal 36 [37],24). Esto equivale a decir que ninguno de los justos es capaz de obtener por sí mismo la justicia, a menos que la divina misericordia no le ofrezca el auxilio[8] de su mano cada vez que titubea y tropieza, para evitar que abatido se pierda por completo, cuando caiga por la debilidad del libre arbitrio[9].

 

Capítulo 13. La dirección de nuestra vida procede de Dios

13. Los hombres santos nunca han testimoniado haber alcanzado por su propio esfuerzo el camino recto para marchar sobre él hacia el aumento y perfección de la virtud, sino que lo han pedido al Señor diciendo: “Guíame en tu verdad” (Sal 24 [25],5). Y: “Dirige en tu presencia mi camino” (Sal 5,9). Pero en otro [salmo] declara que esto se puede comprender no solo con la fe, sino también con la experiencia y, en cierto modo, como si se tratara de la naturaleza misma de las cosas: “He conocido, Señor, que no depende del hombre su camino[10], y no está en poder del hombre caminar y dirigir sus pasos” (Jr 10,23). Y el mismo Señor dice a Israel: “Yo te dirigiré como un abeto verde: y reconocerás que tus frutos provienen de mí” (Os 14,9).

 

Capítulo 14. Qué conocimiento de la Ley se confiere por el magisterio y la iluminación del Señor

14. También el conocimiento de la Ley misma no se alcanza con el esfuerzo de la lectura, sino con el magisterio y la iluminación cotidiana de Dios, como dicen dirigiéndose a Él: “Muéstrame tus caminos, y enséñame tus senderos” (Sal 24 [25],4); y: “Abre mis ojos, y consideraré las maravillas de tu Ley” (Sal 118 [119],18); y: “Enséñame a cumplir tu voluntad, porque Tú eres mi Dios” (Sal 142 [143],10); y de nuevo: “Tú enseñas el conocimiento al hombre” (Sal 93 [94],10).

 


[1] Cassian the Monk, p. 35.

[2] Cassien, pp. 199 y 207. El P. Guillaume ofrece una amplia visión sobre el tema de las versiones bíblicas que adopta Casiano en las pp. 190 ss.

[3]  En Inst. XII, Casiano desarrolla el tema en los caps. 3-23. De modo que es posible decir “que la Conferencia III sirve de nexo de unión entre Instituciones XII y la Conferencia XIII, aunque la mayoría de las citas bíblicas que presenta son originales, es decir, no se encuentran en estos textos paralelos” (Vogüé, p. 203).

[4] Cf. Conf. XIII,11 y 13; CSEL 13, pp. 375-378 y 382-384; trad. en CuadMon 148 (2004), pp. 99-100 y 103-104.

[5] Cf. Conf. XIII,13; CSEL 13, pp. 383; trad. cit., p. 104.

[6] Inst. XII,11; CSEL 17, p. 213; trad., pp. 263-264.

[7] O: no se herirá, o estrellará contra el suelo (conlidetur).

[8] Lit.: el soporte o sostén (fulmenta).

[9] Cf. Orígenes, Homilía IV sobre el Salmo 36, 2.8: «“Cuando caiga, no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano” (Sal 36 [37],24). Y para que los pasos del hombre pasen a través y sean enderezados necesitan del Señor; y para que cayendo no quede postrado, de nuevo necesita del Señor. ¿Cuándo, en efecto, no necesitamos del Señor? Pues por eso no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano. La expresión es ambivalente: el Señor sostiene su propia mano no dejando que ella quede postrada, o sostiene la mano del que combate y que está por caer, para que no caiga por completo sobre el rostro y quede completamente extendido sobre la tierra”; ed. en: Origene. Omelie sui Salmi. Volume I. Omelie sui Salmi 15, 36, 67, 73, 74, 75. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2020, p. 324 (Opere di Origene, IX/3a).

[10] Lit.: “que no está en el hombre su camino”.