Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia III, capítulos 17-20)

Capítulo 17. La moderación y el soportar las tentaciones nos son dados por Dios

Este capítulo, y el siguiente, combinando primero textos paulinos y después oráculos proféticos, apoyan la premisa que quiere afirmar Casiano: nada es posible sin el auxilio de la gracia en el ámbito de la vida cristiana.

 

17. El bienaventurado Apóstol afirma también que la gran paciencia con la que podemos soportar las tentaciones que nos afligen no proviene de nuestra fuerza, sino de la misericordia y de la disposición de Dios: “La tentación no los alcanzaría si no fueran humanos. Pero Dios es fiel, y no permite que sean tentados por encima de sus fuerzas, sino que con la tentación hace posible su superación, para que puedan soportarla” (1 Co 10,13). El mismo Apóstol enseña que Dios prepara y fortalece nuestros ánimos para toda obra buena, y realiza en nosotros aquellas acciones que le son gratas: “Pero el Dios de la paz, que ha sacado de las tinieblas al gran pastor de las ovejas en virtud de la sangre de su alianza eterna, Jesucristo, los dispondrá para toda obra buena, obrando en ustedes lo que le agrada” (Hb 13,20-21). Y también ora para que les suceda de idéntica manera a los tesalonicenses, diciendo: “El mismo Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado, nos ha dado gratuitamente el eterno consuelo y una buena esperanza, sostenga y confirme sus corazones en toda obra y en toda palabra buena” (2 Ts 2,16-17).

 

Capítulo 18. El perpetuo temor de Dios nos es concedido por el Señor

18. Finalmente, el profeta Jeremías, hablando en nombre de Dios, testimonia con claridad que el mismo temor de Dios, por medio de cual podemos estar firmemente unidos a Él, es infundido en nosotros por Dios. Así dice: “Les daré un solo corazón, y un solo camino, para que me teman todos los días, para su bien y el de sus hijos después de ustedes. Y haré con ustedes un pacto sempiterno, y no dejaré de hacerles el bien. Y les daré mi temor en sus corazones para que no se alejen de mí” (Jr 32 [LXX: 39],39-40). Asimismo Ezequiel: “Les daré un solo corazón, y pondré un espíritu nuevo en sus entrañas; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen en mis preceptos, y observen mis juicios y los pongan en práctica; y serán mi pueblo, y yo seré su Dios” (Ez 11,19-20).

 

Capítulo 19. El inicio y la consumación de la buena voluntad pertenecen al Señor

Este capítulo es un magnífico ejemplo de la lectio divina que hacía Casiano. En el caso presente, buscando iluminar la no fácil cuestión de la relación entre la gracia divina y el libre arbitrio humano. Llama la atención el pasaje elegido como punto de partida, y su posterior ampliación o apertura por medio de los textos evangélicos, que son relatos de curación. La conclusión como que se impone por sí misma: la gracia divina cura nuestra enferma y débil libertad.

 

Un don que podemos hacer fructificar o despreciarlo

19.1. Con estas palabras somos claramente instruidos de que también el inicio de la buena voluntad se nos concede por inspiración del Señor, cuando bien por sí mismo, bien por la exhortación de cualquier ser humano, bien por una necesidad nuestra, Él nos atrae hacia el camino de la salvación; y también la perfección de la virtud de manera similar nos es dada por Él; en cambio, esto es lo nuestro: buscar cuidadosamente la exhortación y la ayuda de Dios, haciéndolo con negligencia o con empeño, y por esto merecer conforme al mérito una recompensa o un castigo, puesto que, o bien despreciamos su gobierno y su providencia, o bien nos esforzamos con la conveniente devoción de nuestra obediencia.

 

El testimonio de la Escritura respecto del don que se nos concede

19.2. Esto se describe de forma evidente y muy clara en el Deuteronomio, que dice: “Cuando el Señor tu Dios te haya introducido en la tierra que vas a tomar en posesión, y destruya a muchas pueblos ante ti: los hititas[1], los guirgaseos, los amorreos, los cananeos, los perezeos, los jiveos[2] y los gebuseos, siete pueblos muchos más numerosos y fuertes de tú, que el Señor te entregará, y tú los golpearás hasta la extinción. No harás alianza con ellos, ni te asociarás con ellos por medio de matrimonios” (Dt 7,1-3).

 

Obra de la gracia de Dios

19.2a. La Escritura declara que por gracia de Dios fueron introducidos en la tierra prometida, que muchos pueblos fueron exterminados ante ellos, que les entregó naciones más numerosas y más fuertes que el pueblo de Israel.

 

El libro arbitrio y la gracia

19.3. Pero da testimonio de que depende de ellos mismos si Israel las golpea hasta el exterminio, o las preserva y las perdona; o si se asocia o no con ellas; o si se une en matrimonio. De este testimonio se discierne claramente lo que debemos adscribir al libre arbitrio, y qué a la dispensación y ayuda cotidiana del Señor; y qué sea lo que la divina gracia nos ofrece como ocasiones de salvación, frutos favorables y la victoria; en cambio, a nosotros nos toca poner por obra los beneficios concedidos por Dios o con empeño o con negligencia.

 

Un testimonio evangélico

19.3a. Vemos expresado esto mismo de un modo bastante claro en la curación de aquellos ciegos. En efecto, que Jesús pasara ante ellos es una gracia de la providencia y de la divina dignación; que ellos gritaran y dijeran: “Señor, hijo de David, ten piedad de nosotros” (Mt 20,31), es obra de la fe y la confianza de ellos.

 

La visita del Señor

19.4. El que hayan recibido la vista de sus ojos, es un don de la divina misericordia. Pero que después de la percepción de cualquier don persista tanto la gracia de Dios cuanto la disposición del libre arbitrio, se prueba por el ejemplo de los diez leprosos que fueron curados al mismo tiempo (cf. Lc 17,11-19). Y mientras que uno de ellos por su buen [libre] arbitrio dio gracias, el Señor, preguntando por los otros nueve, y alabando solo a éste, demuestra que la solicitud de su ayuda es mantenida también para aquellos que viven sin recordar sus beneficios. Pues también este es un don de su visita, sea que acoja y apruebe al que es agradecido, sea que reprenda a los ingratos.

 

Capítulo 20. Nada se realiza en este mundo sin Dios

Con este capítulo se puede decir que se da casi por terminado el tratamiento del tema libertad – gracia. Y nuevamente vemos cómo Casiano une el testimonio paulino con un salmo, para subrayar el grave peligro de una libertad humana desprovista de la ayuda de la gracia divina.

 

Nosotros mismos somos los causantes de nuestros males

20.1. Sin embargo, nos conviene creer con fe firme que nada puede hacerse en este mundo sin Dios. Porque todas las cosas suceden o por su voluntad o por su permisión; de modo que hay que creer que todas las cosas buenas suceden por voluntad de Dios y con su auxilio. En cambio, aquellas contrarias [suceden] con su permiso cuando, por la maldad y la dureza de nuestros corazones, la protección divina nos abandona, y permite que el diablo o las pasiones ignominiosas tomen el dominio de nuestro cuerpo.

 

Dios siempre respeta nuestra libertad

20.2. Esto nos lo enseña claramente con sus palabras el Apóstol diciendo: “Por eso Dios los entregó a sus pasiones ignominiosas” (Rm 1,26); y de nuevo: “Porque no tuvieron en cuenta a Dios, Dios los abandonó a su réprobo entendimiento, para que hicieran lo que no conviene” (Rm 1,28). Y Dios mismo por el profeta dice: “Mi pueblo no escuchó mi voz, e Israel no me prestó atención. Por eso los entregué a los designios de sus corazones, para que caminaran según sus designios” (Sal 80 [81],12-13).

 


[1] Chettaeum, transcripción del griego: chettaios (hitita, jeteo).

[2] Evaeum del griego Eyaios: jivita