Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia III, capítulos 21-22)

Capítulo 21. Objeción sobre la potestad del libre arbitrio

Una nueva pregunta de Germán inducirá a abba Pafnucio a cerrar esta conferencia diciendo que todo ser humano necesita el auxilio continuo de la gracia divina (capítulo 22.4).

 

21. Germán: «Este testimonio demuestra de forma muy clara el libre arbitrio, porque se dice: “Si mi pueblo me hubiera escuchado” (Sal 80 [81],14); y en otro pasaje: “Y mi pueblo no escuchó mi voz” (Sal 80 [81],12). Pues cuando dice: “Si me hubiera escuchado”, muestra que estaba en poder del pueblo asentir o no asentir al juicio [de Dios]. ¿De qué modo, entonces, nuestra salvación no se encuentra en nosotros, cuando Él mismo nos ha concedido la facultad de escuchar o no escuchar?».

 

Capítulo 22. Respuesta: que nuestro libre arbitrio siempre necesita la ayuda del Señor

En su conclusión abba Pafnucio enlaza el testimonio bíblico del Sal 80 (81) con una versículo del profeta Isaías. Demuestra así que Dios siempre está atento a nuestras necesidades, pero sin violar en ningún momento nuestra libertad. Nos ofrece sus amonestaciones y exhortaciones, pero no nos obliga a aceptarlas. Terminada la conferencia, Casiano inserta una reflexión personal en la que confiesa el desconocimiento, suyo y de Germán, de la tercera renuncia.

 

El testimonio del Salmo 80

22.1. Pafnucio: «Sin duda has considerado con agudeza lo que se dijo -“Si me hubiera escuchado”-, pero con todo no has prestado atención a quién sea el oyente o el no oyente al que le está hablando, ni a lo que sigue: “De algún modo habría humillado a sus enemigos, y contra los que los oprimen habría puesto mi mano” (80 [81],15). Nadie, en efecto, esto que antes presentamos para probar que nada se puede hacer sin el Señor, desviándolo con una interpretación errada para defender el libre arbitrio de una manera que busque quitarle al ser humano la gracia de Dios y su auxilio cotidiano, intente usar para ello lo que dice [el Salmo]: “Y mi pueblo no escuchó mi voz” (Sal 80 [81],14). Y de nuevo: “Si mi pueblo me hubiera escuchado, si Israel hubiera caminado por mis caminos” (Sal 80 [81],14), y lo que sigue. Comprende que, como la facultad del libre arbitrio se demuestra por la desobediencia del pueblo, así también la diaria previsión de Dios por ellos, de alguna forma, se muestra exhortándolos y amonestándolos.

 

Un pueblo incrédulo y que se niega a escuchar

22.2. Pues cuando dice: “Si mi pueblo me hubiera escuchado” muestra evidentemente que Él fue el primero en hablar. Que el Señor acostumbre hacer esto no solo por medio de la Ley escrita, sino la admonición diaria está dicho por Isaías: “Todo el día he extendido mi mano hacia el pueblo que no cree y me contradice” (Is 65,2 LXX). Ambas actitudes se pueden corroborar con este testimonio que afirma: “Si mi pueblo me hubiera escuchado, si Israel hubiera caminado por mis caminos, de algún modo yo habría humillado a sus enemigos y contra los que los oprimen habría puesto mi mano”[1] (Sal 80 [81],14-15).

 

Necesidad de la gracia y la ayuda de Dios

22.3. Porque así como el libre arbitrio se demuestra por la desobediencia del pueblo, así la dispensación y el auxilio de Dios son declarados al inicio y al final de este versículo, cuando se recuerda que Él fue el primero en hablar, y que después hubiera humillado a sus enemigos si ellos lo hubieran escuchado. Nosotros, en efecto, habiendo manifestado esto, no hemos querido quitar el libre arbitrio de los seres humanos, sino probar que la ayuda y la gracia de Dios las necesita cada día y en cada momento».

 

Nos dimos cuenta que estábamos en los inicios de nuestro camino monástico

22.4. Instruidos con estas palabras, abba Pafnucio nos hizo salir de su celda, no tan alegres cuanto con el corazón compungido, antes de medianoche. La lección principal que aprendimos de su conferencia fue que, aunque nosotros pensábamos haber alcanzado la cima de la perfección cumpliendo la primera renuncia, que nos esforzábamos por perseguir con toda nuestro empeño, en realidad comprendimos ni siquiera haber comenzado a conocer y soñar con el culmen de los monjes; pues, después de haber aprendido los rudimentos de la segunda renuncia en los cenobios[2], descubrimos que no nunca habíamos escuchado hablar de la tercera, en la que se contiene toda perfección y que es ampliamente superior a las otras dos.


[1] Tal la versión propuesta en La Biblia griega Septuaginta, p. 121.

[2] Tal vez, una referencia a los cenobios de Palestina en los que habían estado Germán y Casiano (Conversazioni, p. 304, nota 27).