Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia IV, capítulos 13-17)

Capítulo 13. Sobre la utilidad de la morosidad que se origina de la lucha entre la carne y el espíritu

La diferencia, señalada en una nota precedente, entre los seres humanos y los ángeles caídos, es justamente que unos tienen cuerpo y, en cambio, los otros carecen de él. El valioso aporte que nos regala Juan Casiano, en este capítulo y en el siguiente, es que nuestro cuerpo en muchas ocasiones nos ayuda, ya que no poder actuar de forma inmediata un mal deseo o un mal pensamiento. Situación que, evidentemente, no se da en los seres que son solo espíritu, por lo cual también la falta de estos es irremediable.

 

Un intervalo muy conveniente

13.1. A partir de la diversidad de este conflicto [entre la carne y el espíritu] y de esta lucha nace dilación y una pausa que es muy benéfica para nosotros, cuando, debido a la resistencia de nuestro cuerpo, no podemos de manera inmediata proseguir hasta el final lo que impíamente habíamos concebido en nuestra mente; y algunas veces debemos cambiar hacia algo mejor a causa del remordimiento o de la corrección que habitualmente sigue después de haber pospuesto un esfuerzo y reflexionar sobre él en el intervalo.

 

En las decisiones de los ángeles no interviene la carne

13.2. Asimismo, sabemos que quienes no están obstaculizados por ningún impedimento carnal para llevar a cabo los deseos de sus voluntades -a saber, los demonios y espíritu malvados-, que consideramos que son más detestables que los seres humanos, habiendo caído desde un orden superior, el de los ángeles, porque en seguida que concibieron algo malvado, al instante, lo llevaron a cabo, en su maldad, hasta el fin. Pues en ellos la posibilidad es inmediata al deseo, igualmente veloz es su perniciosa e ilimitada sustancia para realizarlo; e igual es su habilidad para hacer cualquier cosa que quieren, de forma que no interviene una saludable pausa para que puedan modificar lo que malamente habían concebido.

 

Capítulo 14. Sobre la incorregible maldad de los espíritus malvados

A diferencia de los ángeles caídos, en nosotros la lucha entre la carne y el espíritu asume un carácter benéfico. Es esta afirmación, expresada al final de este capítulo, la que intentará demostrar nuestro Autor en los capítulos siguientes.

 

Utilidad del combate entre la carne y el espíritu

14. Una sustancia espiritual, que está libre de la resistencia de la carne, no tiene excusa ante una mala elección que nace en ella, y por eso no hay perdón para su maldad, pues no ha sido provocada al pecado desde fuera, como es nuestro caso, por un asalto de la carne, sino que se ha inflamado solamente por la viciosa maldad de su voluntad. Por consiguiente, es imperdonable su falta y su caída, irremediable. Sucumbe sin intervención de ningún intermediario terreno, y no puede obtener el perdón ni hay espacio para el arrepentimiento. Es claro, a partir de estos hechos, que este combate entre la carne y el espíritu en nosotros no solo no es dañino, sino que incluso es un gran beneficio para nosotros.

 

Capítulo 15. En qué nos beneficia la concupiscencia de la carne contra el espíritu

“Aquí se introduce un elemento de reflexión: más allá de la voluntad o no voluntad de la eyaculación, el sucedo en sí mismo es cuasi ‘providencial’, pues obliga al ser humano a enfrentarse con el problema más amplio de su irreductible naturaleza carnal”[1].

 

Simples seres humanos

15.1. En primer lugar, este combate se produce porque [el espíritu] de inmediato reprueba nuestra laxitud y negligencia; y, como un muy diligente pedagogo, nunca nos deja deambular fuera de la línea recta del rigor y la disciplina. Si nuestra negligencia excede la medida de la debida rectitud, aunque sea por muy poco, en seguida nos estimula con los flagelos de las incitaciones y nos increpa para que retornemos a una apropiada moderación. En segundo lugar, en el asunto de la castidad perfecta y la pureza, cuando, merced a la gracia de Dios, vemos que por un largo período hemos estado exentos de las poluciones genitales, entonces creemos que no seremos turbados por esta simple molestia de la carne, y de ese modo nos jactamos mucho en nuestro interior, como si no tuviéramos que sobrellevar la corruptibilidad de la carne. Pero he aquí que nuevamente una eyaculación, discreta y simple, nos humilla y nos recuerda, por medio de esta molestia, que no somos sino seres humanos.

 

Una tarea constante

15.2. En cierto modo, si bien estamos acostumbrados a caer indiscriminadamente en otros tipos de pecados, y, de hecho, en algunos que son más graves y nocivos, y a cometerlos fácilmente sin compungirnos, en este caso nuestra conciencia es más peculiarmente humillada; y por medio de esta ilusión también siente remordimiento de pasiones olvidadas, y comprende con claridad que se ha manchado a sí misma por medio de impulsos naturales, ignorando en cambio estar todavía más impura debido a los pecados espirituales. Y cuando, en seguida, retorna a la tarea de corregir su antiguo descuido, y al mismo tiempo es advertida de que no debe confiar en sus logros de la precedente pureza, que observa ha perdido por apartarse un poco del Señor. Y tampoco puede poseer el regalo de esta purificación, a no ser solo por gracia de Dios, en la medida que nuestra experiencia en el asunto nos lo enseña de un cierto modo; porque si nos deleitamos en buscar siempre la pureza de corazón, debemos constantemente esforzarnos por adquirir la virtud de la humildad[2].

 

Capítulo 16. Sobre los incentivos de la carne, con los que, si no fuéramos humillados, caeríamos más gravemente

Necesitamos purificarnos de nuestros vicios espirituales

16. El orgullo de esa pureza es más pernicioso que cualquier otro crimen y pecado, y por esto no adquiriremos ninguna recompensa por nuestra castidad, aunque fuese íntegra. Y las potestades, que antes mencionamos, son testigos. Desde el momento en que pensamos no experimentar los aguijones de la carne, seremos derribados a una ruina perpetua desde la sublime y celestial posición, por causa del orgullo del corazón. Nos encontraremos, en consecuencia, totalmente tibios y sin remedio alguno; no tendremos nada en nuestro cuerpo o en nuestra conciencia para achacarlo a nuestra negligencia, ni tampoco nos esforzaremos por alcanzar una ferviente perfección, sino que abandonaremos nuestra frugalidad y abstinencia, a no ser que este impulso carnal interior nos humillara y nos moderara, volviéndonos más solícitos y atentos a la necesidad de purificarnos también de los vicios espirituales.

 

Capítulo 17. La indiferencia de los eunucos

Concluye aquí la respuesta de abba Daniel a la pregunta que le había sido formulada en el capítulo ocho. Pero el presente texto se relaciona más específicamente con lo que el mismo conferenciante proponía en el párrafo segundo del capítulo doce, sobre el grave peligro de la tibieza en la vida espiritual. Y, al mismo tiempo, abre la puerta para la pregunta y futuro desarrollo, sobre las tres clases de seres humanos, tema que ocupará la última parte de esta Conferencia.

 

17. Por último, nos damos cuenta que la tibieza del ánimo existe con mucha frecuencia en aquellos que son eunucos en el cuerpo, pues como liberados de esta necesidad carnal, consideran que no tienen ninguna necesidad ni de hacer un esfuerzo para la abstinencia corporal ni para a contrición del corazón. Y por ello, confiados por esta seguridad, no se apresuran a buscar y poseer realmente la perfección del corazón ni tampoco la purificación de los vicios espirituales. Tal condición, que proviene de su estado corporal, se torna animal, que es sin duda la peor situación. Porque la persona que pasa de frío a tibio es considerada, en palabras del Señor, como la más detestable (cf. Ap 3,15-16).

 


[1] Conversazioni, pp. 334-335, nota 23.

[2] Muy acertadamente afirma Alciati: «Se trata de una observación “psicológicamente” muy fina: la vergüenza que compromete de forma inmediata la percepción de la esfera de la sexualidad -aunque allí donde no hay culpa moral (no por nada las poluciones nocturnas son vistas como un fenómeno natural)- se convierte en instrumento de alerta para reconsiderar otras formas de falencias morales, “ciertamente más graves y nocivas”» (Conversazioni, p. 336, nota 24).