Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia IV, capítulos 6-7)

Capítulo 6. Que es útil para nosotros ser algunas veces abandonados por el Señor

Ya se mencionó, al inicio del capítulo segundo, el tema del “abandono” de Dios, o mejor la experiencia de esta realidad en la vida del monje, conforme la explicaba abba Ammonas. A semejante vivencia espiritual se une la certeza, que encontramos a menudo repetida en varios textos del primer monacato, de que la tentación sufrida por Cristo, no solo es necesaria, sino que nos une muy íntimamente a Él.

«Dijo abba Antonio: “El que no ha sido tentado no puede entrar en el Reino de los cielos. En efecto, suprime las tentaciones y nadie se salvará”»[1].

«Dijo un anciano: “Quita las tentaciones y nadie se salvará, pues quien huye de la tentación provechosa, huye de la vida eterna. Son, en efecto, las tentaciones las que procuran las coronas a los santos”»[2].

También la Carta atribuida a san Macario presenta idéntico tema:

«Entonces, el buen Dios, si ve que el corazón se ha fortalecido contra los enemigos, le retira su fuerza de a poco, y concede permiso a los enemigos para combatirlo con impurezas, con los placeres de la vista, la vanagloria y el orgullo, como un barco sin timón se golpea de un lado a otro[3].

Cuando el corazón está agotado por estas fuertes luchas que le entablan los enemigos, entonces el buen Dios, que cuida de su criatura, le manda de nuevo su santa fuerza, afirma su corazón, su alma, su cuerpo y todos sus otros miembros bajo el yugo del Paráclito, como está dicho: “Carguen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29)[4].

Entonces el buen Dios empieza a abrirle los ojos del corazón (cf. Ef 1,18), para que sepa que es Él quien lo afirma. De modo que el hombre aprende a dar honor a Dios, con gran humildad y contrición, como lo dice David: “El sacrificio que conviene a Dios es un espíritu contrito” (Sal 50 [51],19). Puesto que es por los trabajos de estos combates que la humildad y la contrición llegan al corazón»[5].

 

Conveniencia de la experiencia del “abandono de Dios”

6.1. El beato David ha reconocido la utilidad de lo que hemos definido como alejamiento, o por así decirlo, abandono de Dios, y ha preferido rezar no para nunca ser abandonado por Dios. -pues sabía que esto era inconveniente para sí mismo y para la naturaleza humana que está por arribar a alguna forma de perfección-, sino para que esa prueba fuera temperada, diciendo: “No me abandones por completo” (Sal 118 [119],8); como si, con otras palabras, dijera: “Sé que sueles abandonar a tus santos para su utilidad, para probarlos”.

6.2. “Porque de otra manera, si no fueran tentados y abandonados por ti, tampoco podrían ser tentados por el adversario, al menos por un breve tiempo. Y por eso no ruego para que tú nunca me abandones, pues no sería provechoso para mí no experimentar mi debilidad y poder decir: ‘Es bueno para mí que me hayas humillado’ (Sal 118 [119],71), y [tampoco sería bueno] que no me haya ejercitado en la lucha. Lo que, sin duda, no podré hacer si la protección divina estará siempre e ininterrumpidamente conmigo. Sostenido por tu defensa el diablo no se atreverá a tentarme, culpando y enrostrando a ti y a mi lo que suele decir con voz calumniosa contra tus atletas: ‘¿Acaso Job teme a Dios sin motivo? ¿No has puesto una valla en torno a él, a su casa y a todos sus bienes?’ (Jb 1,9-10). Pero yo pido algo más, que Tú no me abandones por completo, que en griego se dice: Eos sphodra[6], esto es: ‘Por completo’[7].

 

El Señor no nos tienta por encima de nuestras fuerzas

6.3. Pues cuanto es útil para mí ser abandonado por un breve período, para comprobar la constancia de mi deseo, así también es nocivo si me abandonas mucho tiempo por causa de mis méritos y mis delitos, puesto que ninguna fuerza humana podrá resistir con constancia si en la tentación le falta por mucho tiempo tu ayuda, sin sucumbir en seguida ante la potencia y el accionar del adversario. A no ser que Tú mismo, que conoces las fuerzas humanas y eres el árbitro de las luchas, ‘no permitas que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, sino que con la tentación nos darás también la vía de salida, para que podamos resistir’ (1 Co 10,13)”.

 

La pedagogía de Dios para con su pueblo

6.4. Algo semejante, pero con un lenguaje místico lo leemos también en el libro de los Jueces, a propósito del exterminio de las naciones espirituales que se oponían a Israel: “Estas son las naciones que el Señor dejó subsistir, para instruir por medio de ellas a Israel y que se acostumbraran a luchar contra los enemigos” (Jc 3,1. 2). Y de nuevo, un poco más adelante: “El Señor los dejó subsistir para probar con ellos a Israel, y ver si escuchaban o no los mandamientos del Señor, que les habían prescrito sus padres por la mano de Moisés” (Jc 3,4).

 

Perseverar, con la ayuda del Señor, en el combate

6.5. Dios no impugnó la paz de Israel ni le hizo ningún mal, sino que le reservó esta lucha sabiendo que le sería útil. De esta manera, entonces, siempre oprimido por los asaltos de las naciones, nunca sentiría que podía valerse sin el auxilio del Señor; y por esta razón, manteniendo siempre [al Señor] en su pensamiento e invocándolo, no se abandonaría al ocio inerte ni dejaría de lado el arte del combate y el ejercicio de la virtud. Porque a menudo la seguridad y la prosperidad han abatido a quienes no fueron capaces de superar la adversidad.

 

Capítulo 7. Sobre la utilidad de la lucha que el Apóstol pone en el combate entre la carne y el espíritu

La lucha entre la carne y el espíritu es una consecuencia del pecado (lit.: ruina: caída) de Adán-Eva. Casiano se basa en su exposición en el texto de la Carta a los Gálatas. Y considera que esta situación, que afecta a la entera humanidad, mantiene a salvo el maravilloso, pero frágil, don del libre albedrío. El Maligno desea gobernar y forzar nuestra libertad para que nos alejemos de Dios, y no hagamos su voluntad.

El tema del combate espiritual lo hallamos ya en las Instituciones, cuando Casiano inicia el desarrollo de la lucha contra los vicios principales:

El atleta no es coronado si no lucha según las reglas (2 Tm 2,5). El que aspira a extinguir los deseos naturales de la carne que se apresure, pues, a vencer primero los vicios que están fuera de la naturaleza. Si queremos experimentar la fuerza de la sentencia del Apóstol debemos conocer primero las leyes y la disciplina de los juegos públicos[8] y después, por esta comparación, podremos saber qué nos quiso decir por medio de este ejemplo el santo Apóstol a los que peleamos en la lucha espiritual…”[9].

Por tanto, si falta esta lucha, nuestra libertad no se ejerce y nos dejamos dominar por los vicios y por las proposiciones del diablo, que nos incita a hacer nuestra propia voluntad.

 

Una lucha presente en todos lo seres humanos

7.1. Así también, leemos en el Apóstol que esta batalla ha sido introducida útilmente incluso en nuestros miembros, para provecho nuestro: “La carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne; y combaten entre sí, de modo que no hacen aquello que quisieran” (Ga 5,17). Aquí también hay una lucha, por así decirlo, introducida en las entrañas de nuestro cuerpo por dispensación del Señor. Este combate, en efecto, se encuentra en todos [los seres humanos] sin excepción. ¿De qué manera, por consiguiente, puede ser juzgado si no como algo naturalmente atribuido a la sustancia humana después del pecado del primer hombre? Y aquello que se reconoce congénito y encarnado en todos, ¿cómo no creer que haya sido inserto por el arbitrio del Señor, no para dañarnos, sino para ayudarnos?

 

Una paz perniciosa

7.2. Sin embargo, la causa de esta guerra, esto es, la lucha entre la carne y el espíritu, se dice que es ésta: “Para que no hagan lo que quisieran” (Ga 5,17). Por tanto, cada vez que se hace algo que Dios ha establecido que no debe realizarse, es decir, para hacer lo que no queremos, si lo hacemos, ¿qué otra cosa puede creerse si no que es algo dañino? Este conflicto que, en cierto sentido es útil, nos ha sido introducido por dispensación del Creador, y nos impele hacia un estadio superior, y si nos faltara, sin duda, que tendríamos una paz perniciosa.


[1]  Antonio 5; PG 65,77 A: Colección Alfabética Griega; trad. en: Los apotegmas de las Madres y los Padres del desierto.

Colección alfabética griega, Munro, Surco Digital, 2021, p. 23.

[2] Apotegma anónimo N 595; trad. en: Les sentences des Pères du désert. Série de anonymes, Sablé-sur-Sarthe – Bégrolles-en-Mauges, Solesmes – Bellefontaine, 1985, p. 231 (Spiritualité orientale, 43).

[3] Cuando el hombre, fortalecido por el Espíritu, se hace más fuerte que sus enemigos, entonces Dios, pedagógicamente, le quita su auxilio, para que experimente su propia dificultad.

[4] De acuerdo con este texto, Jesús, que es conducido por el Espíritu Santo, llama mi yugo al Paráclito.

[5] Edición Paul Géhin, Le dossier macarien de l’Atheniensis gr. 2492, en Recherches augustiniennes et patristiques 31 (1999), pp. 106-107; trad. en: Cartas de los Padres del desierto, Munro, Eds. Surco Digital, 2023, pp. 142-143. Cf. Vogüé, p. 205 (que señala la versión latina de esta Carta).

[6] Mucho, fuertemente, en. extremo, considerablemente.

[7] En demasía.

[8] “Comienza aquí [en las Inst.] una larga comparación, inspirada en san Pablo, con los combates en el estadio. Ella estará subyacente en los ocho libros, siendo recordada cada tanto por la cita de 2 Tm 2,5: legitime certare [luchar según las reglas] (cf. Inst. 5,16,1; 7,20; 8,22; 10,15; 11,19,1; 12,32)” (SCh 109, p. 209). Ver Conversazioni, pp. 316-319, notas 11 y 12.

[9] Inst. 5,12.1; ed. CSEL 17, p. 90; trad., p. 128.