Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VI, capítulos 11-12)

Capítulo 11. Sobre los dos géneros de tentaciones que se presentan de un triple modo

Este extenso capítulo nos ofrece un desarrollo, apoyado fundamentalmente sobre testimonios bíblicos muy variados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, sobre “las finalidades providenciales de las tentaciones”[1]. Y los dos textos de san Agustín citados a continuación, ubican las reflexiones de abba Teodoro en el contexto patrístico anterior y cercano a la obra de Juan Casiano.

En sus Enarraciones sobre los salmos decía san Agustín:

“Todo hombre malo tiene en sí la voluntad de hacer daño, pero no la posibilidad de hacerlo. En cuanto quiere el mal ya es culpable de él; pero la posibilidad de realizarlo es competencia y otorgamiento de una disposición oculta de la providencia de Dios. Esta permisión a unos les sirve de castigo, a otros de prueba y a otros de corona y recompensa. De castigo, como cuando a los extranjeros, se les permitió reducir a la esclavitud al pueblo de Israel porque pecó contra Dios (cf. Jc 10,7; 13,1). De prueba, como cuando al diablo se le concedió permiso para actuar contra Job (cf. Jb 1,12). Job sufrió la prueba y el diablo quedó avergonzado. De corona y recompensa, como el permiso que se les dio a los perseguidores para dar tormento a los mártires”[2].

Y en otro de sus escritos afirmaba:

“No es extraño que el rey Saúl, cuando fue ungido al principio, recibiese el espíritu profético, y que después, reprobado por su desobediencia, y retirándose de él el Señor, cayese en manos del espíritu maligno por justo juicio de Dios, el cual recibe también el nombre de espíritu del Señor, por ser un instrumento suyo. Porque el Señor sabe usar bien de todos los espíritus malos, o para condenación de algunos, o para corrección o prueba…”[3].

 

Tres tipos de tentaciones

11.1. Por consiguiente, si bien dijimos que las tentaciones son de dos tipos, es decir, en la prosperidad o en la adversidad, sin embargo, debemos saber que todos los seres humanos son tentados de tres formas: comúnmente para ser probados, a veces para ser purificados, algunas veces por causa de sus pecados.

 

Tres testimonios bíblicos sobre el primer género de tentaciones

11.1a. Así, leemos que el bienaventurado Abraham, al igual que Job y otros muchos santos, soportaron innumerables tribulaciones para ser probados; y [leemos] también aquello que se dice por medio de Moisés al pueblo en el Deuteronomio: “Y recordarás todos aquellos caminos por los que te condujo el Señor tu Dios durante cuarenta años en el desierto, para afligirte y probarte, y conocer lo que había en tu corazón, si acaso obedecías o no sus mandatos” (Dt 8,2). Y lo que se dice en el salmo: “Te puse a prueba junto a las aguas de la contradicción” (Sal 80 [81],8). E igualmente a Job: “¿Piensas que te he hablado por otro motivo sino para que aparezcas justo?” (Jb 40,8 LXX).

 

Las pruebas del tiempo presente. La corrección divina en la Sagrada Escritura

11.2. En. cambio, sobre la corrección, cuando entrega a los justos a las tentaciones, humillándolos por sus pequeños y leves pecados o por el orgullo de su pureza, para purificar todos los pensamientos sórdidos y, para decirlo con las palabras del profeta, la escoria (cf. Is 1,25) que Él ve se ha acumulado en lo oculto de ellos, purgándolos con el fuego en el tiempo presente, como al oro puro, los entrega al juicio futuro, no permitiendo que quede nada que la prueba del fuego de aquel juicio pueda hallar digno de ser expurgado con el tormento de la pena[4]. Según aquello: “Muchas son las tribulaciones de los justos” (Sal 33 [34],20); y: “Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni te canses cuando Él te corrige. Pues el Señor corrige a quien ama y flagela al que acoge como hijo. ¿Quién es, en efecto, el hijo a quien el padre no corrige? Pero si están fuera de la disciplina, de la que todos han sido hecho partícipes, entonces son bastardos y no hijos” (Hb 12,5-8; cf. Pr 3,11-12). Y en el Apocalipsis: “Yo a los que amo, los reprendo y castigo” (Ap 3,19).

 

Dios nos reprende para nuestro bien: testimonios bíblicos

11.3. También Jeremías se dirige a estos, en la persona de Dios, bajo la figura de Jerusalén: “Destruiré a todas las naciones entre las cuales te he dispersado, pero no quiero destruirte a ti, sino que te castigaré con justicia, para que no te consideres inocente” (Jr 30,11). David ora por una corrección salvífica diciendo: “Pruébame, Señor, y tiéntame: quema mis riñones y mi corazón” (Sal 25 [26],2). También Isaías comprende la utilidad de esta prueba y dice: “Corrígenos, Señor, pero con justicia”, y no en tu furor” (Jr 10,24)[5]; y de nuevo: “Te alabaré, Señor, porque estabas airado contra mí. Tu ira se ha cambiado, y me has consolado” (Is 12,1).

 

Las tentaciones que nos llegan por los pecados: testimonios bíblicos

11.4. Pero la plaga de las tentaciones se introduce por causa de los pecados, como donde el Señor amenaza enviar plagas al pueblo de Israel diciendo: “Mandaré dientes de bestias contra ellos, con el furor de lo que se arrastra sobre la tierra” (Dt 32,24); y: “En vano he golpeado a sus hijos, ustedes no aprendieron la disciplina” (Jr 2,30); y también en los Salmos: “Muchos son los flagelos de los pecadores” (Sal 31 [32],10); y en el Evangelio: “He aquí que has sido curado, ya no peques, no sea que te suceda algo peor” (Jn 5,14).

 

Las pruebas que manifiestan el poder y la gloria de Dios

11.4a. Hallamos ciertamente incluso una cuarta forma[6]. Siguiendo la autoridad de las Escrituras vemos que a algunos les son inferidos sufrimientos para que sean manifiestas la gloria y las obras de Dios. Así se lee en el Evangelio: “Ni él ni sus padres han pecado, sino que es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,3); y de nuevo: “Esta enfermedad no es para la muerte, sino para gloria de Dios, para que sea glorificado por ella el Hijo de Dios” (Jn 11,4).

 

Otros géneros de castigos

11.5. Pero hay también otros géneros de castigos con los que son golpeados en el presente algunos que han sobrepasado el colmo de la maldad, como Datán, Abirón y Coré, quienes, leemos, fueron condenados (cf. Nm 16,1 ss.); o como aquellos que lo fueron más todavía, como dice el Apóstol: “Por eso Dios los entregó a pasiones ignominiosas” (Rm 1,26); y “a su réprobo pensar” (Rm 1,28). Y esta debe ser considerada una pena más grave. Sobre estos dice el salmista: “No comparten los trabajos de los hombres, y con los hombres no son atormentados” (Sal 72 [73],5).

 

Testimonios bíblicos sobre quienes no aceptan las correcciones que el Señor les envía

11.6. Porque no merecen ser salvados por la visita del Señor ni conseguir la medicina para sus heridas temporales “aquellos que, desesperando de sí mismos, se entregaron a la impureza cometiendo toda clase de errores, con obscenidad” (Ef 4,19). Éstos por la dureza de su corazón y la frecuencia de las faltas excedieron [el límite] de la purificación de este tiempo brevísimo y el castigo de la vida presente. La palabra divina por el profeta los reprueba: “Los he derribado como derribé a Sodoma y Gomorra, y ustedes se han convertido como un tizón ardiente sacado de un incendio, y no han vuelto a mí, dice el Señor” (Am 4,11). Y Jeremías: “Maté y destruí a mi pueblo, y sin embargo no volvieron de sus caminos” (Jr 15,7); y de nuevo: “Los golpeaste y no se lamentaron, los maltrataste y no aceptaron recibir la enseñanza, endurecieron sus rostros más que una piedra y no quisieron volver” (Jr 5,3).

 

El testimonio de los profetas

11.7. El profeta, viendo como toda medicina de este tiempo presente era recibida en vano para la curación, y desesperando, por así decirlo, de la salvación de ellos proclama: “El fuelle se consumió en el fuego, inútilmente el orífice fundió, puesto que las maldades de ustedes no se han consumido. Serán llamados plata de descarte, pues el Señor los ha rechazado” (Jr 6,29-30). El Señor se lamenta de haber aplicado en vano este fuego purificador sobre aquellos que han perseverado en sus faltas y les habla como a Jerusalén, que está completamente impregnada de la herrumbre de los pecados diciendo: “Pon la olla vacía sobre las brasas para que se caliente y se derrita su suciedad, y dentro de ella se consuma su herrumbre. Transpiré por el mucho esfuerzo, pero nada de su orín desapareció; ni siquiera con el fuego. Es execrable tu suciedad. Yo he querido purificarte, y no has querido ser purificada de tus sordideces” (Ez 24,11-13).

 

El Señor aplica, en el  momento conveniente y oportuno, sus castigos salutíferos

11.8. Por esta razón, como un médico muy experto que, después de haber probado todas las curaciones posibles, ve que ya ningún género de remedio es apto para la enfermedad de ellos, así también el Señor, en cierto modo, superado por la magnitud de aquella iniquidad, se ve obligado a renunciar a la clemencia de aquel castigo, y lo advierte diciendo: “Ya no me enojaré contigo, y mi celo se apartará de ti” (Ez 16,42). En cambio, sobre los otros, de quienes su corazón no está endurecido por la frecuencia de los pecados y que no tienen necesidad de aquella muy severa y cáustica medicina, sino que les basta para la salvación la instrucción de la palabra salutífera, se dice: “Los corregiré con palabras que los aflijan” (Os 7,12 LXX)[7].

 

Un grave castigo

11.9. No ignoramos tampoco las otras causas de las puniciones y los castigos que son infligidos a quienes han pecado gravemente, no para expiar sus crímenes ni abolir el castigo de las faltas, sino para enmienda y temor de los vivientes. Lo que evidentemente conocemos en Jeroboam hijo de Nabat, Baasa hijo de Achias, en Achab y en Jezabel, pronunciándose así la divina justicia: “He aquí que yo hago caer sobre ti la desgracia y exterminaré tu descendencia, y mataré a todo el que orina contra el muro de los de Achab, esclavo y libre en Israel. Y daré tu casa, como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, como también la casa de Baasa hijo de Achias, por lo que hiciste, pues me has provocado a la ira e hiciste pecar a Israel. Los perros también devorarán a Jezabel en el campo de Iezrahel. Si Achab muere en la ciudad, lo comerán los perros; pero si muere en el campo, lo comerán las aves del cielo” (1 R 21,21-24)[8]. Y también aquello que se afirma como gran amenaza: “Tú cadáver no será depositado en la sepultura de tus padres” (1 R 13,22).

 

El temor del castigo eterno

11.10. Este breve y momentáneo castigo no sería suficiente para purgar por completo las impías mentiras de quien fue el primero en instituir becerros de oro para guiar al pueblo a la perpetua prevaricación, y separarlo impíamente del Señor[9], a más de los innumerables y nefastos crímenes de los sacrilegios de otros. Pero el terror de estos castigos podría servir de ejemplo a quienes los temen y a quienes, ignorando o no creyendo en las penas eternas, serían movidos solo por la consideración de las realidades presentes. Y también a quien no reconociera que ante aquella suma majestad divina nunca falta la preocupación por las cosas humanas y por la actividad cotidiana. Por medio de estas realidades que atemorizan fuertemente reconocerán que Dios es el remunerador de todos nuestros actos.

 

Dos transgresiones “ejemplares”

11.11. Encontramos también personas que por culpas más leves han padecido al momento la condena misma de muerte, con la que fueron castigados quienes, como dijimos antes, son los autores de una sacrílega prevaricación. Es el caso del hombre que estaba recogiendo leña en sábado (cf. Nm 15,32-36), o de Ananías y Safira, que se guardaron parte de sus bienes con una errada infidelidad (cf. Hch 5,1-6). Esto, no porque el peso de sus pecados fuera igualmente grave, sino porque, reconocidos como culpables de una nueva transgresión, debieron ofrecer una suerte de ejemplo a otros, como ejemplo del castigo y del terror [del pecado]. De modo que, en adelante, quien se sintiera tentado a hacer lo mismo, sepa que en el juicio futuro recibirá la misma condena que los otros condenados, incluso si en esta vida su castigo fuese diferido.

 

Fin de la digresión

11.12. Pero puesto que nos damos cuenta que, mientras queríamos adentrarnos en los géneros de tentaciones y castigos, hemos ido más allá del argumento prefijado, es decir, de como el hombre perfecto permanece siempre inamovible a ambas tentaciones, volvamos ahora adonde estábamos.

 

Capítulo 12. De qué modo el justo debe parecerse no a la cera blanda, sino a un sello de diamante

Casiano retorna al tema del hombre perfecto, que permanece firme frente a las pruebas o tentaciones de éxito o fracaso. Por medio de dos metáforas ilustrará en qué consiste tal aspiración de perfección[10].

 

12. La mente del hombre justo no debe ser semejante a la cera o a cualquier otro material muy blando, que siempre recibe su forma e imagen de la marca que es estampada en él y que así permanece hasta que recibe la impresión de otra imagen. De modo que nunca mantiene su carácter propio y siempre toma la forma de lo que se imprime en él. Por el contrario, nuestra mente debe ser como un sello de diamante, de forma que siempre mantenga inviolable la imagen de su carácter propio, y plasme y transforme todo lo que le suceda según las características del propio estado, sin ser modificada por ningún suceso.

 


[1] Vogüé, p. 226.

[2] Agustín de Hipona, Comentarios a los salmos, 29,II,6; trad. en: https://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/index2.htm. Corregir Vogüé, p. 133, nota 335 (29,II,6 en vez de 29,I,6).

[3] Cuestiones diversas a Simpliciano, II,1,11; trad. en: https://www.augustinus.it/spagnolo/questioni_simpliciano/index2.htm.

[4] Cf. 1 P 1,6-7.

[5] El error de atribución de esta cita bíblica no es algo desconocido en el ámbito de los escritores cristianos de los primeros siglos, aunque no es un hecho frecuente. Cf. Conversazioni, pp. 442-443, nota 21.

[6] El texto latino dice: “quartam rationem” (cuarta razón). Cf. Conf. VI,11.1.

[7] Lit.: “Los corregiré con la audición (in auditu) de sus tribulaciones”.

[8] La LXX presenta los capítulos 20 y 21 en orden inverso.

[9] Cf. Ex 32;1 R 12,26-30.

[10] Cf. Vogüé, p. 226.