Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VII, capítulos 21-25)

Capítulo 21. Sobre que los demonios que combaten contra los seres humanos lo hacen con esfuerzo

En la Vita Antonii hallamos algunos de los textos bíblicos citados por Casiano en este capítulo:

“Contra los demonios malvados tenemos que luchar, como dijo el santo Apóstol, no contra la carne ni la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de las tinieblas de este mundo, contra los espíritus del mal que están en las regiones celestiales[1].

“Ninguno de nosotros será juzgado por desconocerlas, ni será llamado bienaventurado por haber aprendido o conocer tales cosas, sino que cada uno de nosotros será juzgado por esto: si ha conservado la fe[2] y ha guardado fielmente los mandamientos[3]”.

“Después de muchas tentativas, los demonios rechinaban sus dientes[4] contra él, furiosos contra ellos mismos por ser burlados, más que contra él”[5].

Evagrio Póntico ya había señalado cómo los espíritus malignos también son golpeados en su combate contra los seres humanos:

«Si es (un hecho) el que los luchadores golpeen y sean golpeados, y si los demonios luchan contra nosotros, entonces los que nos golpean también serán golpeados por nosotros. “Porque yo los derribaré, está dicho, y no podrán levantarse” (Sal 17 [18],39). Y también: “Aquellos que me oprimen y son mis enemigos, se han debilitado y han caído” (Sal 26 [27],2)»[6].

Y en su Tratado sobre la oración afirmaba:

«Si oras contra una pasión o contra un demonio que te atormenta, acuérdate de aquel que dijo: “Perseguiré a mis enemigos, los alcanzaré, no me detendré hasta haberlos vencido; los quebrantaré y no podrán rehacerse y sucumbirán bajo mis pies” (Sal 17 [18],38-39), etc. Esto dirás en el tiempo oportuno, armándote de humildad contra los adversarios»[7].

Asimismo, el último párrafo de este capítulo encuentra una notable semejanza en el Tratado Práctico:

“El que ha establecido en sí mismo las virtudes y está totalmente identificado[8] con ellas, no se acuerda más de la ley (cf. 1 Tm 1,9), ni de los mandamientos, ni del castigo, sino que dice y hace cuanto el estado excelente [de la apatheia] le dicta”[9].

 

Los demonios padecen tristeza y ansiedad

21.1. Sin embargo, no creamos que estos espíritus luchan contra nosotros sin ningún esfuerzo. Puesto que ellos mismos tienen una cierta ansiedad y tristeza mientras combaten, sobre todo cuando se encuentran ante rivales más fuertes, es decir, varones santos y perfectos. Por lo demás, ya no les sería asignado un conflicto o una lucha, sino un simple, por así decir, y seguro engaño de los seres humanos. Las cosas están, en cierto modo, como lo dice el Apóstol: “Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los que rigen este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en las regiones celestes” (Ef 6,12). Y también aquello: “Así lucho, no como si diera golpes en el aire” (1 Co 9,26); y de nuevo: “He peleado el buen combate” (2 Tm 4,7).

 

Un simulacro de lucha

21.2. Pues donde se habla de combate, de batalla, de lucha, inevitablemente el sudor, el esfuerzo y la tensión se soportan igualmente por ambas partes, así como el dolor y la confusión esperan a uno de los dos, mientras que el otro conseguirá el gozo de la victoria. Pero cuando uno de los dos lucha con tranquilidad y seguridad contra el otro que lo hace esforzándose, y para abatir al adversario utiliza solo su fuerza, esto no se puede denominar lucha ni combate ni batalla, sino una suerte de inicuo e irracional simulacro de confrontación.

 

Los demonios sufren en su lucha contra nosotros

21.3. Pero sin duda ellos mismos se fatigan y transpiran no menos que nosotros al atacar al género humano para obtener aquella victoria que desean sobre alguno y para arrojar sobre ellos aquella confusión que nos estaba esperando al ser vencidos, según las palabras: “La cabeza de los que me rodeaban, la fatiga de sus labios lo cubrirá” (Sal 139 [140],10 LXX); y: “Su dolor recaerá sobre su cabeza” (Sal 7,17); y también: “Caiga sobre ellos la trampa que ignoran y lo sorprenda la red que escondieron y caigan en su propia trampa” (Sal 34 [35],8 LXX), es decir, lo que habían dispuesto para engañar a los hombres. Por tanto, ellos sufren tanto como nosotros y del mismo modo que nos quebrantan, así sean ellos mismos quebrantados y, vencidos, se retiren abatidos.

 

Rechazar las sugestiones del Maligno con el rezo de los salmos

21.4. Aquel que poseía los ojos sanos del hombre interior, observando cada día la destrucción y los conflictos de los hombres, y viendo al enemigo alegrarse por la ruina y la caída de algunos seres humanos, y temiendo que pudieran alegrarse también por él, oró al Señor diciendo: “Ilumina mis ojos para que no me duerma en la muerte; para que no diga mi enemigo: ‘He prevalecido sobre él’. Pues lo que me atribulan exultarán si caigo” (Sal 12 [13],5). Y: “Dios mío, que no se alegren por mi causa. Ni digan en sus corazones: ‘Bien, bien’ de nuestra alma; ni digan: ‘Lo hemos devorado’ (Sal 34 [35],25)”. Y: “Han rechinado sus dientes contra mí. Señor, ¿cuándo mirarás?” (Sal 34 [35],16-17). Porque “acecha en lo oculto como el león en su guarida. Acecha para atacar al pobre” (Sal 9 [10],9). Y: “Pide a Dios su alimento” (Sal 103 [104],21).

 

Una doble destrucción

21.5. De nuevo, cuando han hecho todas las tentativas y no han podido engañarnos, es inevitable que, habiéndose fatigado en vano, “sean confundidos y avergonzados los que buscan arrebatar nuestras almas. Sean cubiertos de ignominia y confusión aquellos que traman nuestro mal” (Sal 39 [40],15). Y Jeremías también dice: “Que ellos sean confundidos y que yo no sea confundido; que se atemoricen, y que yo no tenga temor; caiga sobre ellos la ira de tu furor y destrúyelos con una doble destrucción” (Jr 17,18). Nadie, en efecto, duda que para vencerlos, deben ser destruidos con una doble destrucción: la primera, porque mientras los seres humanos buscan encontrar la santidad, justamente ellos que ya la poseían la han perdido y se han convertido en causa de la perdición humana; después, pues las sustancias espirituales han sido vencidas por aquellas carnales y terrenas.

 

El Señor combate a nuestro favor

21.6. Al ver la destrucción del enemigo y la propia victoria, entonces cada uno de los santos con exultación proclama: “Perseguiré a mis enemigos y los agarraré, no me volveré hasta que los haya destruido. Los golpearé y no podrán resistir: caerán bajo mis pies” (Sal 17 [18],38-39). Oranco contra ellos el mismo profeta dice: “Juzga, Señor, a los que me atacan, pelea contra los que me hacen la guerra. Toma el arma y el escudo: y levántate en mi ayuda. Saca la espada y cierre el paso a mis adversarios, a los que me persiguen; di a mi alma: ‘¡Yo soy tu salvación!’ (Sal 34 [35],1-3)”.

 

La mano del Señor

21.7. Y cuando, después de haber destruido y sometido todas las pasiones, hayamos vencido, entonces mereceremos oír aquella voz que nos bendice: “Tu mano se exaltará sobre tus enemigos, y todos tus enemigos perecerán” (Mi 5,8). Por consiguiente, cuando nosotros leemos o cantamos todos estos pasajes u otros semejantes que han sido insertados en los libros sagrados, si no los consideramos como escritos contra aquellos espíritus malvados que nos acechan día y noche, nada sacaremos de ellos para la edificación de la mansedumbre y la paciencia, sino que, por el contrario, maduraremos un cierto sentido de aspereza contrario a la perfección evangélica (cf. Mt 5,44).

 

Los santos de la Primera Alianza

21.8. Porque no solo se nos habría enseñado a no rezar por nuestros enemigos y a no amarlos, sino que también habríamos sido incitados a detestarlos con odio implacable, a maldecirlos y dedicarnos a orar contra ellos sin descanso. Sería un crimen e incluso un sacrilegio pensar que varones santos y amigos de Dios hayan hablado a impulsos de este espíritu. Tanto más cuanto que la Ley, antes de la venida de Cristo, no estaba establecida para ellos; puesto que se elevaban por encima de sus prescripciones obedeciendo a los preceptos del Evangelio. Se anticipaban al tiempo y procuraban practicar la perfección apostólica[10].

 

Capítulo 22. Sobre que la potestad de dañar no reside en el [libre] arbitrio de los demonios

En la Vita Antonii encontramos la siguiente consideración:

«Si alguien reflexiona sobre la historia de Job, y dice: “¿Por qué el diablo saliendo hizo de todo contra Job: lo despojó de sus bienes, mató a sus hijos y lo hirió con una herida maligna?”[11], debe saber que no era el diablo, puesto que él no tiene poder, sino Dios que le entregó a Job para que lo probara. No pudiendo hacer nada, pidió permiso y, recibiendo el poder, después lo hizo. Por eso también tanto más el enemigo ha de ser despreciado, porque, a pesar de sus deseos, nada pudo hacer contra un solo hombre justo. Porque si hubiera tenido el poder no habría pedido permiso, y no solo una vez sino dos, lo que muestra que es débil y que nada puede. Y no es admirable si nada pudo hacer contra Job, porque tampoco nada habría sucedido a sus rebaños, si Dios no lo hubiera permitido. Pero tampoco tiene poder alguno contra los cerdos, puesto que, como está escrito en el Evangelio, rogaban al Señor diciendo: “Permítenos entrar en los puercos”[12]. Pero si no tienen poder sobre los cerdos, mucho menos tendrán poder contra el hombre creado a imagen de Dios»[13].

 

Los demonios no pueden entrar en ningún ser humano a su antojo

22.1. En cambio, [los demonios] no tienen poder para dañar a alguien; esto, con todo, está claramente demostrado por el ejemplo del bienaventurado Job, cuando el enemigo no se atreve a tentarlo más allá de cuanto le es concedido por la dispensación divina (cf. Jb 1,12), y por la confesión de los espíritus mismos -inserta en los testimonios evangélicos-, que lo atestigua diciendo: “Si nos expulsas, envíanos a la manada de cerdos” (Mt 8,31). Si sin el permiso de Dios no tienen el poder de entrar en animales impuros y mudos, con mayor razón debemos creer que son incapaces, por su propio arbitrio, de entrar en algún ser humano, que ha sido creado a imagen de Dios (cf. Gn 1,26-27).

 

¿Quién podría resistir?

22.2. De otra forma, nadie -no digo entre los jóvenes que vemos morar con mucha constancia en este desierto, pero ni siquiera entre los perfectos- podría vivir solo en el yermo asediado por una tal multitud de enemigos, si estos tuvieran la facultad y la libertad de dañar y atentar a su antojo[14]. Lo que evidentemente también lo confirma las palabras de nuestro Señor y Salvador que habla a Pilato en la humildad de su humanidad asumida, diciendo: “No tendrías sobre mí ninguna potestad, si no te hubiera sido dado de lo alto” (Jn 19,11).

 

Capítulo 23. Sobre la disminución de la potestad de los demonios

El tema de la permanencia en la celda lo hallamos con cierta frecuencia repetido en los apotegmas[15]:

«Alguien dijo a abba Arsenio: “Mis pensamientos me afligen, diciéndome: No puedes ayunar ni trabajar; visita al menos a los enfermos: también esto es caridad”. El anciano, conociendo que era semilla sembrada por los demonios, le dijo: “Ve, come, bebe, duerme y no trabajes; pero no salgas de la celda”. Porque sabía que la paciencia de la celda lleva al monje a observar su orden»[16].

«Un hermano que estaba tentado lo dijo a abba Heraclio, y éste, para confortarlo, le dijo: “Un anciano tenía un discípulo muy obediente durante muchos años. Una vez fue tentado y, haciendo una metanía al anciano, le dijo: ‘Hazme monje’. Le dijo el anciano: ‘Elige un lugar y te haremos una celda’. Alejándose hasta la distancia de una milla encontraron un lugar. Le hicieron la celda, y dijo al hermano: ‘Harás lo que te digo. Cuando estés en la tribulación, come, bebe, duerme; tan solo evita salir de la celda hasta el sábado, entonces ven a mí’. El hermano pasó dos días como le había mandado. Al tercer día sintió acedia y dijo: ‘¿Por qué ha hecho esto conmigo el anciano?’. Y levantándose, recitó varios salmos y comió después de la caída del sol, y se fue a dormir sobre su estera. Y vio a un etíope acostado, que rechinaba los dientes contra él. Con mucho miedo fue adonde estaba el anciano, y golpeando la puerta dijo: ‘Abba, apiádate de mí, ábreme’. El anciano, que sabía que no había guardado su palabra, no le abrió hasta el amanecer. Al aclarar el día abrió, y lo encontró suplicando afuera, y apiadándose de él, lo hizo entrar. Le dijo entonces: ‘Te ruego, abba: he visto a un etíope negro sobre mi estera, cuando me iba a dormir’. Le respondió: ‘Esto te pasó porque no guardaste mi palabra’. Después, lo amaestró según sus fuerzas para seguir la vida monástica, y en poco tiempo se convirtió en un buen monje”»[17].

«Un hermano rogó a abba Hierax, diciendo: “Dime una palabra, ¿qué he de hacer para salvarme?”. El anciano le respondió: “Permanece en tu celda. Si tienes hambre, come; si tienes sed, bebe; no hables mal de nadie, y serás salvo”»[18].

«A un hermano que vivía en el desierto de la Tebaida le vino un pensamiento que le decía: “¿Por qué estás sentado sin dar fruto? Levántate, ve al cenobio y allí darás fruto”. Se levantó y fue adonde estaba abba Pafnucio, y le relató el pensamiento. El anciano le dijo: “Ve, siéntate en tu celda, y haz una oración por la mañana, otra por la tarde y otra por la noche. Cuando tengas hambre, come; cuando tengas sed, bebe; cuando tengas sueño, duerme; y permanece en el desierto y no obedezcas a este pensamiento”. Fue después a ver a abba Juan, y le contó las palabras que le había dicho abba Pafnucio. Respondió abba Juan: “No hagas ninguna oración con tal que permanezcas en tu celda”. Levantándose, se dirigió el hermano adonde estaba abba Arsenio, a quien refirió todo. El anciano le dijo: “Haz lo que te dijeron los Padres. Yo nada tengo que decirte fuera de ello”. Y se marchó satisfecho»[19].

 

Los demonios también dirigen sus asaltos contra los cenobios

23.1. Sin embargo, es suficientemente conocido por nuestra experiencia y por la relación de los ancianos que los demonios no tienen ahora el mismo poder que en el tiempo precedente, en los inicios de la vida anacorética, en que todavía eran raros los monjes que habitaban en el desierto. Era tan grande la ferocidad de ellos, que solo pocos, muy firmes[20] y avanzados en años eran capaces de soportar la vida en aquellas soledades. En los cenobios mismos, donde habitaban ocho o diez, su ferocidad era tal, tan frecuentes y visibles sus asaltos, que no se atrevían a ir dormir todos al mismo tiempo durante la noche. Al contrario, mientras uno degustaba su reposo, otros celebraban las vigilias con Salmos, oraciones y prestaban atención a las lecturas.

 

“El poder de la cruz”

23.2. Y la necesidad de la naturaleza los invitaba al sueño, despertando a los otros, les pasaban la tarea de cuidar a quienes estaban por dormir. No se puede dudar, entonces, que una de estas dos cosas les haya conferido seguridad y confianza, no solo a nosotros, que, en cierto modo, parecemos estar fortalecidos por la esperanza de la ancianidad, sino también a aquellos que son más jóvenes: o bien el poder de la cruz ha penetrado también en el desierto y la maldad de los demonios ha sido en todas partes disipada por su resplandeciente gracia; o bien nuestra negligencia los ha hecho más dóciles respecto a sus precedentes ataques, de modo que no se dignan combatir contra nosotros con la misma intensidad con que antes ejercían su crueldad contra los muy probados soldados de Cristo; el cese de sus tentaciones bajo formas visibles les sirve para engañarnos, e infligirnos derrotas más crueles.

 

Permanecer en la celda

23.3. Vemos, en efecto, que algunos han caído en un grado tal de tibieza que es necesario convencerlos con admoniciones condescendientes, muy felices de que no abandonen sus celdas, para volver a caer en agitaciones más funestas y, cediendo a un humor inconstante, se carguen, por así decir, con vicios más crasos. Algunos piensan haber ganado mucho si solo logran mantenerse en la soledad, aunque sea de una forma indolente. Esto sería posible recurriendo, como a un remedio potente, a aquello que solían decir los ancianos: “Permanezcan en sus celdas, coman, beban y duerman cuanto quieran, pero quédense siempre en ese lugar”.

 

Capítulo 24. De qué forma los demonios se preparan para entrar en los cuerpos de aquellos que están a punto de ser poseídos

En esta última sección de la presente Conferencia, Casiano trata el tema de “la posesión diabólica” y también se referirá a las diversas especies de demonios. “Moderando el terror instintivo que inspira la posesión corporal, abba Sereno comienza y termina sus consideraciones sobre este tema subrayando que es un mal más grave, del que la posesión corporal no es más que la consecuencia y. el signo, la invasión espiritual de los demonios (caps. 24-25). Y en ocasiones Dios libra a un hombre al demonio para castigarlo por una falta pequeña o para purificarlo de alguna escoria. Ese tratamiento providencial… es ilustrado por dos ejemplos recientes, tomados de los medios monásticos egipcios: el caso de Pablo de Panéphysis y el de Moisés de Calama”[21].

 

24. En consecuencia, es cierto que los espíritus inmundos no pueden entrar en los cuerpos de quienes quieren posesionarse de otro modo, si primero no se posesionan de sus mentes y de sus pensamientos. Y cuando los han despojado del temor y de la memoria de Dios, invaden atrevidamente a cuantos, como desarmados de toda protección y defensa divina son fáciles de vencer, estableciendo en ellos el domicilio propio como asumiendo que es una posesión que les ha sido entregada.

 

Capítulo 25. Sobre que aquellos que están poseídos por los vicios, que son más miserables que los poseídos por los demonios mismos

 

El grave perjuicio que causan los vicios

25.1. Sin embargo, consta que son mucho más gravemente golpeados, y con mayor vehemencia, aquellos que no parecen mínimamente estar poseídos de una manera corpórea, pero que están poseídos de una forma más perniciosa en el ánimo, es decir, los que están envueltos por los vicios y las voluptuosidades. Porque según la sentencia del Apóstol: “Cada uno es esclavo de aquello que lo domina” (2 P 2,19). Pero ellos están enfermos de manera desesperada, no reconociendo ser combatidos y dominados por los demonios.

 

Las pruebas del tiempo presente nos purifican

25.2. Por otra parte, sabemos que también los hombres santos son entregados corporalmente a Satanás o a grandes enfermedades por algunas faltas muy leves, aunque la clemencia divina, puesto que no se encuentra en ellos ningún defecto o mancha en el día del juicio, los purifique según la palabra del profeta, es más: de Dios, de toda la escoria de sordidez en el tiempo presente como la plata y el oro pasados por el fuego, para sí poderlos conducir hacia aquella eternidad en la que no hay necesidad de ninguna purificación penal.

 

El Señor nos corrige para nuestro bien

25.3. “Y yo, dice, purificaré toda tu escoria y quitaré todo tu estaño. Y después de esto serás llamada ciudad del justo, ciudad fiel” (Is 1,25-26); y de nuevo: “Como se prueba la plata y el oro en el horno, así el Señor elige los corazones” (Pr 17,3 LXX); y de nuevo: “El fuego prueba el oro y la plata, pero el hombre es probado en el horno de la humildad[22]” (Si 2,5); y también aquello de: “El Señor corrige al que ama, y flagela a todo hijo que recibe” (Hb 12,6).


[1] Ef 6,12; Vida de Antonio (= VA) § 21.3; trad. cit., p. 193.

[2] Cf. 2 Tm 4,7.

[3] Cf. 1 Tm 6,14, VA § 33.6; trad. cit., p. 253.

[4] Cf. Sal 34 (35),16.

[5] VA § 9.11; trad. cit., p. 125.

[6] Tratado Práctico 72; SCh 171, p. 660.

[7] Evagrio Póntico, Tratado sobre la oración 135; PG 79,1196 BC.

[8] Lit.: mezclado.

[9] Capítulo 70; SCh 171, p. 656.

[10] Lex iusto non est posita (1 Tm 1,9), Vogüé, p. 233, nota 379.

[11] Cf. Jb 1,13-22; 2,1-8.

[12] Mt 8,31; Mc 5,12; Lc 8,32.

[13] VA § 29; trad. cit., pp. 235-238. Cf. Gn 1,26-27; 5,1; 9,6.

[14] Lit.: “pro voluntate sua”.

[15] Cf. Vogüé, p. 235.

[16] Arsenio 11 (PG 65,89 C).

[17] Heraclio 1 (PG 65,185 B-D).

[18] Hierax 1 (PG 65,232 C).

[19] Pafnucio 5 (PG 65,380 CD).

[20] Stabiles, dice el texto latino, que también se podría traducir por: estables, constantes, determinados.

[21] Vogüé, p. 236.

[22] Lit.: de la humillación.