Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VII, capítulos 3-4)

Capítulo 3. Nuestra respuesta sobre la volubilidad del alma

De forma conjunta Germán y Casiano presentan sus dificultades para dominar la divagación de su pensamiento. Este obstáculo los aleja permanentemente del temor de Dios y de la contemplación espiritual. Así, desanimados, piensan que la naturaleza humana misma está viciada en su raíz misma.

Contemplación y pureza de corazón son, por tanto, casi inalcanzables en la experiencia de estos dos monjes[1].

 

Manifestación de los propios límites

3.1. Germán y Casiano: “El paso del tiempo y el habitar en lugares desiertos, que tú presupones nos tendría que haber hecho conseguir la perfección del hombre interior, en realidad nos ha llevado solo esto: hemos aprendido de qué no somos capaces, en tanto que no nos ha hecho llegar a ser lo que aspirábamos. En efecto, por este conocimiento hemos comprendido que alcanzamos no la firme estabilidad de la pureza anhelada ni la fuerza de la persistencia, sino un aumento de confusión y temor.

 

No somos lo que deberíamos ser

3.2. Y es ciertamente verdad que, ejercitando la práctica de todas las disciplinas con esfuerzo cotidiano y siendo ella provechosa, al punto que, pasando de los inicios inciertos a una segura y estable habilidad, se comienza conocer lo que antes se sabía de una manera oscura, o se ignoraba por completo; es verdad que, procediendo, por así decirlo, con segura gradualidad en la cualidad de aquella disciplina, uno se siente perfectamente a gusto sin experimentar ninguna dificultad. Yo[2], por el contrario, me doy cuenta que, aunque me he fatigado en la práctica de esta pureza, he progresado solamente en esto: aprendí qué no puedo ser. Por esta razón siento que nada se me ha concedido excepto de la fatiga por tanta contrición del corazón, de modo que nunca falte motivo para llorar. Y, sin embargo, yo no dejo de ser lo que no debería ser.

 

Una mente distraída

3.3. Y por eso, ¿para qué sirve aprender lo que es mejor, si después, una vez que se ha conocido, no se puede alcanzar? De hecho, cuando pensábamos que la dirección de nuestro corazón estaba tendida hacia su objetivo, entonces, la mente, insensiblemente se dirige hacia las distracciones de otro tiempo, con un ímpetu todavía más fuerte; se desliza, y capturada por las distracciones cotidianas, frecuentemente hecha prisionera por tantas cosas, casi desesperamos de la corrección que tanto añorábamos, de modo que esta disciplina parece superflua.

 

Un esfuerzo que parece vano

3.4. Cuando la mente, que se ha visto envuelta en tantas distracciones, por unos instantes retorna al temor de Dios y a la contemplación espiritual, antes que pueda permanecer fija allí, de nuevo desaparece todavía más rápidamente. Y, por tanto, si nos despertáramos, apenas habíamos tomado conciencia de habernos desviado de la intención que nos habíamos fijado retornando a aquella contemplación de la que nos habíamos alejado, desearemos asegurar el temor de Dios con una estable determinación del corazón, como con una cadena, pero justamente durante este esfuerzo nuestro, más veloz que una anguila, huye de los escondrijos de nuestra mente.

 

¿Está viciada la naturaleza humana?

3.5. Por este motivo, encendidos por las prácticas cotidianas de este género y viendo que nuestro corazón no ha recibido de ellas ningún refuerzo para la propia estabilidad, desesperadamente agotados, somos conducidos a creer que estas distracciones del alma están presentes en el género humano no por nuestra culpa, sino por un vicio de la naturaleza”.

 

Capítulo 4. Exposición del anciano sobre el estado del alma y sus fuerzas

En respuesta al planteo de sus visitantes, abba Sereno reivindica la importancia de una experiencia prolongada de vida monástica, que nos enseña los remedios que deben aplicarse para superar las dificultades que se experimentan cuando buscamos establecer en nosotros la pureza de corazón.

El punto de partida de la exposición del venerable anciano es la definición griega del espíritu humano (noys)[3], que está siempre en movimiento. El apoyo bíblico es un texto del libro de la Sabiduría, que tiene alguna semejanza con un pasaje del Fedón de Platón. Y que le permite a Sereno ofrecer una enseñanza realista y esperanzadora.

«Las palabras de Sereno dejan entrever no solamente la continuación de la Conferencia, sino también una de sus prolongaciones ulteriores. Al hablar de “las sugestiones del enemigo”, el orador anuncia el tema que en seguida va a ocupar el resto de la Conferencia: los ataques de los demonios… Casiano además se preocupa por aclarar la situación de la naturaleza humana, que su Creador no ha condenado al vicio. Es del mal uso de nuestra libertad que proceden todos nuestros males»[4].

 

Necesidad de una experiencia prolongada

4.1. Sereno: «Es realmente una peligrosa presunción pretender definir rápidamente la naturaleza de alguna cosa, antes que la cuestión haya sido discutida en la forma debida y se hayan analizado sus características, haciendo conjeturas sobre la base de la propia falta de experiencia, en vez de dar una opinión sobre el fundamento de la condición y de la cualidad de aquella disciplina o de la experiencia de otros. Supongamos, en efecto, que alguien que no es capaz de nadar quisiera probar, a partir de la propia experiencia, que ninguna persona formada por un cuerpo de carne puede ser retenida por un elemento líquido. Esta opinión suya, que parece proceder de una experiencia, sin embargo, no puede considerarse verdadera, pues esto no solo no es imposible, sino que también fácilmente se ha visto suceder con explicaciones muy sólidas y tal como lo demuestran los mismos ojos.

 

La mente es muy móvil

4.2. Por tanto, noys, esto es, la mente, es definida: “Aeikinetos kai polykinetos”, es decir, “siempre en movimiento y con mucho movimiento”. Esto es descrito con otras palabras en la Sabiduría llamada de Salomón: “Kai geodes skenos brithei noyn polyphrontida”, o sea: “El habitáculo terreno hace pesada la mente que piensa mucho” (Sb 9,15). Por ende, por causa de su naturaleza la mente nunca puede permanecer inactiva, por el contrario, si no prevé hacia dónde dirigir sus movimientos, y en cuales estará ocupada, inevitablemente será presa de su movilidad, y vagará por todas partes, hasta que habituada por este largo ejercicio y por la costumbre, por la cual han dicho que se fatigaban en vano, experimentará y aprenderá con qué elementos debe preparar la propia memoria, y hacia qué propósitos debe dirigir sus infatigables movimientos, a fin de obtener la fuerza para estabilizarse. Y así se hará muy fuerte para rechazar las ilusiones del enemigo que la obliga a distraerse, permaneciendo en aquel estado y en aquella condición que desea[5].

 

La inestabilidad de nuestra mente no es obra de Dios

4.3. Por consiguiente, no debemos atribuir este vagabundeo de nuestro corazón a la naturaleza humana o al Dios creador. Pero es verdad lo que la sentencia de la Escritura dice: “Dios hizo recto al ser humano, y ellos mismos buscaron muchos pensamientos” (Qo 7,29 LXX). Su cualidad depende de nosotros, pues “el pensamiento, dice [la Escritura], está cerca de quien lo conoce, pero el hombre prudente lo encontrará” (Pr 19,7 LXX). Por tanto, como el encontrar una cosa está sujeto a nuestra prudencia y a nuestro esfuerzo, así el no encontrarla sin duda se debe imputar a nuestra desidia e imprudencia, y no a un defecto de la naturaleza. También el salmista concuerda con esto diciendo: “Feliz el hombre cuyo auxilio viene de ti, oh Señor; él ha dispuesto en su corazón un ascenso hacia ti” (Sal 83 [84],6 LXX). Vean cómo, entonces, está en nuestro arbitrio disponer nuestros corazones para una ascensión, esto es, con pensamientos que llegan a Dios, o un descenso, es decir, cuándo disponemos ruinosamente nuestros corazones hacia las cosas terrenas y carnales.

 

Evitemos que la maldad penetre nuestros pensamientos

4.4. Si estas cosas no estuvieran en nuestro poder entonces el Señor no habría increpado los fariseos: “¿Por qué piensan males en sus corazones?” (Mt 9,4), ni habría ordenado por medio del profeta diciendo: “Quiten la maldad de sus pensamientos de ante mis ojos” (Is 1,16); y: “¿Hasta cuándo habitarán en ti los pensamientos malvados?” (Jr 4,14). Y nunca habría dicho que en el día del juicio nos será exigido dar cuenta de nuestras obras, como amenaza por medio de Isaías: “Y he aquí que vendré para reunir todas sus acciones y sus pensamientos, con todos los pueblos y lenguas” (Is 66,18 LXX). No lo habría dicho si no mereciéramos ser condenados o preservados por su testimonio en aquel terrible y temible juicio, según la sentencia del beato Apóstol que esto mereceremos cuando dice: “También los pensamientos se acusan y se defienden unos a otros, en el día en que Dios juzgará los secretos de los hombres según mi Evangelio” (Rm 2,15-16).


[1] Cf. Vogüé, p. 229.

[2] “El uso de la primera persona singular con referencia al autor es un hecho bastante raro en la Conferencias. En el caso presente, sin embargo, se asiste al repentino pasaje a la primera persona después de haber comenzado con ‘nosotros’ y ‘hemos comprendido’ (3.1). Pero en seguida se volverá a la primera persona plural” (Conversazioni, pp. 466-467, nota 4).

[3] El término griego puede traducirse por mente o espíritu.

[4] Vogüé, p. 230.

[5] “El movimiento de la mente, por tanto, no es por sí mismo ni bueno ni malo, desde el momento en que parece ser natural a ella. Incluso su inestabilidad puede ser útil si se dirige contra el enemigo” (Conversazioni, p. 469, nota 7). Cf. Conf. III,7.11.