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"Santa Gertrudis en inspiración". Óleo de la escuela de Lima, Convento de los Descalzos de Lima (ex convento franciscano), Perú.

 

por Pierre DOYÈRE, OSB †[1]

La actividad intelectual de santa Gertrudis fue considerable[2]. No solamente trabajó como copista de manuscritos, sino también, en el curso de sus numerosas lecturas, amaba copiar los mejores pasajes, conservar una selección de bellas sentencias, de bellas oraciones, donde alimentar su piedad y la de otros. Esta práctica de los claustros no es exclusivamente medieval. En la Devotio Moderna se conocen estas colecciones de piadosos plagios, rapiaria, y la tradición no se pierde en los siglos siguientes.

1. Ella componía así. Escribió, tanto en alemán como en latín, pequeños tratados escriturísticos, teológicos o espirituales. Todo ésto se han perdido. En materia de piedad, sin embargo, nos han sido conservados los Excertitia Spiritualia[3]. Es posible, por otra parte, que las Revelaciones hayan también recogido algunos fragmentos de uno u otro pequeño tratado.

2. Las Revelaciones de santa Matilde cuentan, en cierto modo, entre los escritos gertrudianos. En efecto, santa Matilde había guardado el secreto de su vida mística, casi hasta la edad de cincuenta años; parece que sea santa Gertrudis quien la habría impulsado entonces a las confidencias, y quien habría emprendido, con otra monja, después de 1290 probablemente, la redacción de sus revelaciones: este es el Liber Specialis Gratiae (Libro de la Gracia Especial). Como esta obra, si bien conserva evidentemente el reflejo del pensamiento de santa Gertrudis, no hace mención de ella, ha podido difundirse y hacer conocer a Matilde, sin que el nombre y la persona de Gertrudis salieran de la sombra.

3. Pero el escrito capital concerniente a santa Gertrudis es el libro de sus propias Revelaciones. Al título “Insinuationes Divinae Pietatis”, adoptado por el primer editor latino en el siglo XVI, los escritores modernos prefieren con frecuencia, el de “Legatus Divinae Pietatis”, que es el del manuscrito seguido por la edición crítica de Dom Paquellin[4]: éste está, por otra parte, indicado por la santa misma, quien con ello entendía significar, que su pequeño libro se presentaba como el enviado, el legado, el heraldo de un monarca, provisto de una delegación de su fuerza y portador de los más preciosos dones, pero que desaparece ante la venida del Maestro, que es aquí, el Señor de la divina ternura.

La obra abarca cinco libros y los prólogos de cada uno de esos libros nos reseñan, de una forma muy precisa, la manera en que fueron compuestos. La obra primitiva y central es el Libro II, redactado por santa Gertrudis misma. Este es el relato de sus grandes gracias místicas, a partir de la “conversión” del 27 de enero de 1281. Su redacción fue comenzada en abril de 1289, luego interrumpida, retomada en octubre, y acabada muy rápidamente, sin duda[5].

Los Libros III, IV, V, han sido redactados por otra monja, confidente de la santa, que vivió con ella, al menos en la mayor parte de su vida. La redactora precisa que este trabajo se acabó veinte años después de la gracia recibida, es decir, sin duda, poco después de la muerte de santa Gertrudis. El Libro III, está compuesto por confidencias dispares, la mayor parte, sin duda, muy fielmente reproducidas, tal vez, incluso dictadas por la santa. Sin embargo, en sus últimos años, Gertrudis estaba muy frecuentemente enferma, y se puede presumir que la confidente, animada por otra parte por sus superiores, ha tenido una parte muy grande en la redacción misma. Los primeros sesenta y cinco capítulos, o sea las tres cuartas partes del libro, constituyen el núcleo al cuál se han agregado algunas revelaciones, no concernientes a la vida personal de Gertrudis, sino de otras personas por las cuales ella rezaba.

Las Revelaciones del Libro IV siguen el orden litúrgico de las fiestas después del Adviento, hasta la de santa Catalina y la Dedicación. Tal vez, como deja entender el Prólogo, son éstas las confidencias de luces recibidas, cuando la santa, enferma, no podía asistir a los oficios, pero no vivía menos su oración en los misterios mismos que celebraba la Liturgia.

Sin perjuicio de su interés, estos dos Libros III y IV, siete veces más voluminosos que el precedente, distan mucho de su valor. Ellos agrupan testimonios dispares que se extienden sobre los diez últimos años. Ciertos pasajes tienen el valor de apéndices queridos al Libro II; pero otros tienen un carácter más específico: meditaciones de circunstancia; oraciones concernientes al acento de una fiesta, consejos que se adaptan a necesidades pasajeras, simples reflexiones de detalle, o incluso “ocurrencias” espirituales. Es una colección donde es difícil discernir con seguridad, en muchos pasajes, qué es de Gertrudis o de su secretaria, piadosamente fieles en recoger todo con la misma admiración y en un mismo relieve. Habría que guardarse bien de leer estos pasajes todos de un tirón y de buscar aquí el orden de una composición sistemática. Una vez más, estos son fragmentos, y la lectura también debe ser fragmentaria: cualquier bocado debe ser reubicado en el ritmo y la irradiación de la vida, a la vez luminosa y menuda del claustro.

En fin, los capítulos del Libro V tienen el carácter de noticias necrológicas que expresan -dice el Prólogo- “una parte de aquello que el Señor le ha revelado, sobre los méritos de las almas de muchos difuntos”.

Acabado este trabajo de compilación, el Libro I ha sido compuesto en elogio de Santa Gertrudis y para hacer conocer los testimonios de su santidad, y constituye como una suerte de Prima vita. Está precedido de un Prólogo que presenta toda la obra[6].

Dom Mege se ha preguntado si el autor de este Libro I no sería un confesor de santa Gertrudis. Pero todos los indicios de crítica interna están a favor de una monja de Helfta[7], que haya vivido en la intimidad de la Santa y pertenecido al pequeño grupo ferviente del que se ha hablado más arriba. Es verosímilmente la misma que ha sido la confidente y compiladora de los Libros III a V. Se piensa en una Matilde de Wipra, maestra de estudios bajo Gertrudis de Hackeborn, y muy indicada para llevar a cabo  inteligentemente esta presentación literaria y mística. Pero es una simple conjetura. Sea lo que sea, esta monja se revela excelente hagiógrafa, de un alto valor intelectual y místico, y tan cultivada como Santa Gertrudis misma. Ella lo demuestra bien en la elección de las citas marginales, de las que hablamos más adelante.

Es manifiesto que la monja, en su compilación, ha reproducido y utilizado los fragmentos redactados por otras personas, fieles al recuerdo de la santa. No es imposible, por ejemplo que, en algunos de los últimos capítulos del Libro III, relativos a personas del exterior: laicos, sacerdotes, religiosos, haya intervenido uno u otro de estoso. Verosímilmente, algunos testimonios habían sido incluso redactados en alemán.

4. Los manuscritos completos y las ediciones del Heraldo traen, en un escrito distinto de los cinco libros mismos, un pasaje bastante largo titulado: “Missa quam Dominus Jesus Christus personaliter decantavit in coelo cuidam virgini adhuc existenti in corpore nomine Trutta”. Nos reservamos el retomar los problemas que trae esta Missa devota, en la introducción a los libros IV y V, en particular el de la relación con la “Missa Sancti Joannis Baptistae” de Matilde de Magdeburgo, en la “Lux Divinitatis” (II, 5). Este tema de una Misa celebrada por el Señor por Gertrudis en el lecho de la enfermedad, está ya bosquejado en el Libro III capítulo 8.

Continuará

 



[1] Dom Pierre Doyère, OSB, monje de San Pablo de Wisques, fue el impulsor de la revisión y fijación del texto latino de las obras completas de santa Gertrudis y su principal traductor al francés. Murió el 18 de marzo de 1966, durante la preparación de la edición crítica de los libros I a III del Legatus Divinae Pietatis; dos discípulos suyos continuaron la tarea y la obra fue publicada en 1968 por Sources chrétiennes (Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut [Livres I-II] SCh N° 139 y Œuvres Spirituelles III, L’Héraut [Livre III] SCh N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968). La fijación del texto de los libros IV y V del Legatus es obra de Jean-Marie Clément, monje benedictino de Steenbrugge, y la traducción al francés, de las monjas de Wisques. La aparición de la edición crítica del Legatus supuso un punto de inflexión decisivo en los estudios gertrudianos; magna empresa, cuyo mérito debe reconocerse a Dom Pierre Doyére: las líneas marcadas en su estudio introductorio (que aquí publicamos por secciones y traducido al español), han orientado los estudios gertrudianos de los últimos cuarenta años y aún no han sido superadas.

[2] Continuamos la publicación de la Introducción de Pierre Doyère, a la edición crítica latín-francés de las obras de santa Gertrudis. Cfr. «Introduction» a Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut (Livres I-II,) Sources chrétiennes N° 139 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968, pp. 9-91. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.

[3] Cfr.: Gertrude D´Helfta, Oeuvres Spirituelles, Tomo I, Les Exercices, Sources chrétiennes N° 127 Paris, Les Ed. Du Cerf 1967,  edición crítica preparada por los monjes de Solesmes.

[4] Este título ya había sido adoptado por el primer editor alemán en 1506: der Botschaft.

[5] Cfr. Pierre Doyère, « Appendice II: Rédaction du livre II », en: Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles III, L’Héraut (Livre III,) SCh N° 143 – París, Les Éditions du Cerf, 1968 (que oportunamente será publicado en esta misma página).

[6] Paquelín se asombra, con razón, de que ciertos editores (Castañiza. Canteleu, Mege) y los traductores que dependen de ellos, no hubieran reproducido este Prólogo, creyéndolo tardío y de otra mano. Sin embargo, éste figura en los cinco manuscritos con que contamos y se lo menciona en L III,64, lo que prueba bien su carácter primitivo.

[7] Cabe señalar, entre otros, el “me audiente”, de L 1,13. Solo una monja puede afirmar esta presencia en un trabajo comunitario.