Inicio » Content » TEOLOGÍA ESPIRITUAL DE SANTA GERTRUDIS (SEGUNDA PARTE)

Mariología[1]: La Virgen María tiene un lugar verdaderamente importante en los escritos de Santa Gertrudis. Siempre aparece junto a Cristo. Gertrudis la contempla gustosamente en sus visiones y reflexiones, la considera totalmente revestida de las virtudes de su Hijo. Pero no se instala en una devoción sentimental, sino que interpreta esta experiencia en su dimensión teológica. En sus visiones María pone varias veces en sus brazos al Niño Jesús. Ella es la que da el Hijo de Dios a los hombres. Es la mediadora del mediador (Mediatrix mediatoris). Da el Redentor a los hombres se intercede ante el Redentor por los hombres.

En varios pasajes de los Ejercicios resaltan algunos rasgos de su devoción mariana: Gertrudis toma a la Madre de Dios por madre y madrina, por modelo y protectora. Su vida monástica es una vida de unión con María, al mismo tiempo que con Jesús. Su doctrina mariana, en suma, se integra perfectamente en la teología de la redención. De ahí, que no sea un accidente, un mero apéndice, sino un elemento esencial de la vida de unión con Cristo, pues Cristo es inseparable de su Madre y Gertrudis lo sabe por experiencia. Por eso María aparece con tanta frecuencia en su camino hacia la plenitud de unión con Cristo glorificado.

 

Sentido de Iglesia: Gertrudis tiene un vivo sentido de Iglesia, tiene conciencia de no ser una persona aislada, sino un miembro vivo de un cuerpo vivo. En el libro tercero del Heraldo se narra cómo le fue revelada la comunión de los santos como el cuerpo físico de Cristo (L III 75.1).

Su experiencia espiritual es plenamente eclesial y apostólica. Ella vive su servicio litúrgico in persona Ecclesia (L. IV, 14), y recibe las gracias místicas que se le conceden, no para sí misma, sino para el bien de todo el Cuerpo Místico. De la lex orandi se deriva para ella un sentire cum Ecclesia, que la hace vibrar con todos los miembros de la Iglesia, terrestre, purgante y triunfante y ejercer con ellos una intercesión unida a la unica mediación de Cristo. Frecuentemente en sus visiones aparece el mundo angélico o las almas del purgatorio y ella recibe luces sobre los méritos, gracias y penas de los que ya han muerto, así como sobre la manera de ayudarlos con su intercesión, deseo y buenas obras. De su vida mística litúrgica se deriva un celo apostólico que la vuelca enteramente en el servicio espiritual del prójimo cercano y lejano, por medio del consejo y la oración.

 

Antropología: Como en otros puntos de su doctrina, Gertrudis tiene una clara concepción antropológica, aunque está implícita en el relato de sus visiones y no recibe una elaboración expresa. Ella hereda la visión antropológica de los padres cistercienses, que miran al ser humano a la luz de la revelación, es decir:

- como ser creado a imagen y semejanza de Dios,

- caído en el pecado, que desfiguró en él la imagen divina,

- redimido por Cristo, Imagen verdadera de Dios Padre, por quien obtenemos la posibilidad de recuperar la semejanza perdida,

- llamado a la plena recuperación de la imagen, o sea a la divinización, interpretada en clave de comunión esponsal, la cual se consumará en la eternidad, y

- en proceso de conversión en esta vida, es decir, en camino de retorno desde la región de la desemejanza hacia la plena divinización en la gloria.

Esta concepción implícita da la clave del proceso espiritual de Gertrudis: su conversión señala la vuelta al interior de su corazón, con la que comienza el camino de retorno según los padres cistercienses. En diversas ocasiones vemos a Gertrudis en el combate espiritual contra las pasiones, propio de esta vida; y a través de sus experiencias místicas, que son anticipo de la gloria, va recibiendo cada vez más plenamente la semejanza divina, que será consumada en la muerte, alcanzando la plena comunión con la Trinidad.

Al mismo tiempo, por su arraigo en la liturgia, la visión antropológica de Gertrudis es profundamente paulina, ya que tiene por meta la plena participación en la naturaleza divina, que es solo posible por la incorporación a Cristo a través del bautismo. Esta incorporación es ya un comienzo de participación mística en la vida de Cristo y está llamada a crecer a través de la realidad misteriosa de la unión del alma regenerada con el Verbo encarnado, desde esta vida hasta la plena consumación en la gloria. La vida mística de Gertrudis es el pleno despliegue de las virtualidades ínsitas al Bautismo y sus experiencias de unión son la actualización del contenido objetivo de este misterio de nuestra regeneración.

 

Doctrina ascética: Según la visión antropológica de los padres cistercienses, el camino de esta vida consiste en el combate espiritual contra las pasiones desordenadas por medio del ejercicio de las virtudes, que, con la ayuda de la gracia, van restaurando poco a poco la imagen divina en el alma. Gertrudis comparte esta concepción, pero su visión de la ascesis es eminentemente positiva, cristológica y cristocéntrica. En el binomio inseparable Dios-hombre, gracia-esfuerzo humano, Gertrudis centra la atención más sobre Dios y sobre la gracia que sobre el hombre y el esfuerzo humano. Su modo peculiar de contribuir a sanar al hombre y estimular el esfuerzo humano consiste en dirigir su atención y su amor, ante todo, a Cristo y a Dios. Gertrudis no menosprecia el esfuerzo ascético, pero no pone el acento en él. Cuenta, ante todo, con el poder de la caridad divina para transformar al ser humano. La acción del creyente consiste más bien en una cooperación, una acogida activa de la gracia de Dios que lo hace todo.

Para Gertrudis, tanto la sensibilidad afectiva como la razón (affectio y ratio) pertenecen por igual a la vida del alma y cada una tiene su papel en el proceso espiritual. El ser humano no puede concebirse sin pasiones; ni siquiera Jesucristo fue impasible, ni predicó la impasiblidad. La perfección consiste en la armonía ratio y affectio. Este equilibrio no es fácil, pero es el resultado de la ascesis, que no consiste tanto en extirpar las pasiones sino en ordenarlas, bajo al acción de la gracia, a la búsqueda de Dios.

Gertrudis llama a las pasiones affectiones animae. Toma directamente de Ricardo de San Víctor su número de siete y sus nombres: timor, dolor, gaudium, amor, spes, odium pudor. El problema de las pasiones no le interesa tanto bajo el aspecto moral, sino en su correlación con la vida mística: la vida de las pasiones, en vez de turbar la unión debe servirla y enriquecerla. Se muestra sumamente cuidadosa de no aislar la ascesis de la mística. Incluso llega a considerar la ascesis como un modo de unión, cuando la justifica como participación en la ascesis misma de Cristo. Lo que verdaderamente importa es la plenitud del amor, a la que debe conducir la auténtica ascesis, bajo su doble aspecto de desarraigo de los vicios y adquisición de las virtudes.

 

Doctrina de la gracia: La doctrina espiritual explícita o implícitamente contenida en las obras de Gertrudis es luminosa, optimista, esperanzadora, atractiva. Lo que los padres cistercienses exponen en términos abstractos, ella lo desarrolla a partir de su propia experiencia espiritual. La gracia la impulsa a hablar con Cristo como amigo con amigo, a portarse como la reina respecto al rey, como la esposa con el esposo. Este balbuceo es un esfuerzo de expresar lo inexpresable. Tales son las maravillas de la gracia de Dios.

El Dios de Gertrudis es infinitamente bueno, rico en misericordia, penetrado en su misma esencia de suavitas benignitatis, o divina pietas, un Dios que no solo ama sino que es el Amor. El, que ha ofrecido su salvación y su amistad a la humanidad entera, se ha volcado en una persona única, Gertrudis, para conducirla a la participación de su vida divina. Tal es el tema principal del Memorial, obra asombrosa que describe, en un lenguaje exultante, página tras página, la acción de la gracia en el alma de Gertrudis, no por motivos narcisistas, sino para mostrar en la concretez de su persona que la perfección del ser humano y su plena realización, consisten en su participación en la vida del mismo Dios. Este acontecimiento se convierte en signo y paradigma para la Iglesia, a fin de que todo cristiano reconozca a qué esperanza ha sido llamado.

Por su propia experiencia de la gracia, Gertrudis se convierte en maestra y guía espiritual. El sentido de discretio típicamente benedictino y la visión antropológica heredada de la tradición cisterciense, la muestran como una maestra experimentada en los caminos del espíritu, con una visión equilibrada e integradora de todas las dimensiones del ser humano y con una doctrina espiritual que hace pié en la acción de la gracia, a la que anima a colaborar, sobre todo, a través de una actitud de plena confianza. Alma y cuerpo, mente y corazón, virtud y defectos, persona y comunidad, aparecen unidos en una síntesis fresca, que es expresión de confianza y de positividad, e invita a la alegría de la fe.

 

Suppletio: La doctrina gertrudiana de la gracia tiene su culmen en uno de sus temas mayores: la suplencia. El amor infinito del Señor suple todas nuestras faltas y deficiencias ante el Padre. Suppletio es un vocablo que ella usa con frecuencia. Gracias a la suplencia Dios llena el abismo que media entre las limitaciones del hombre y su perfección infinita. Gertrudis distingue a menudo entre el pecado -fruto de la maldad del hombre- y la  negligencia -consecuencia de su contingencia y fragilidad-. Siente vivamente la necesidad del amor infinito del Señor para que le sea anulada la deuda del pecado; como también de su perfección infinita, para suplir todas sus negligencias. Las palabras siguientes, que Gertrudis pone en boca de Cristo, resumen el meollo de esta doctrina que impulsa a la confianza:

“Mi corazón divino, conocedor de la fragilidad humana, desea que (…) le confíes el cuidado de suplir y completar por ti, todo lo que por tí misma no puedes llevar a la perfección” (L III, 25).

 

Demonología: En la mentalidad medieval se tenía gran temor al demonio. Se le atribuían las guerras, pestes y catástrofes naturales, entendiendo que Dios las permitía como castigo de los pecados de los hombres. Se vivía aterrorizado por el miedo al demonio. Gertrudis no participa de esta creencia y temor. Las menciones a los poderes malignos son escasas en su obra, lo que sorprende, teniendo en cuenta lo abundante de sus referencias a los poderes celestiales, al mundo angélico, a los santos y a las almas de los que ya han muerto y esperan la plena entrada en la gloria.

Para Gertrudis el demonio no tiene poder sobre el libre albedrío. Puede corromper los sentimientos espirituales, pero Dios no tolera que nos tiente por encima de nuestras fuerzas; y si permite las tentaciones, es para hacernos progresar en la virtud. Si unimos nuestra voluntad a la voluntad divina, Dios combatirá por nosotros y alcanzaremos la victoria. La plena confianza en el poder y el amor del Señor vence las fuerzas malignas que nos son hostiles.

 

Escatología: La obra de Gertrudis tiene permanentemente a la vista el horizonte escatológico, la plena consumación de la comunión con Dios en la gloria. Jesús le muestra este horizonte de divinización: “Del mismo modo que yo soy la figura de la sustancia del Padre, por mi divina naturaleza, así tú serás la figura de mi sustancia, por tu naturaleza humana, reviviendo en tu alma deificada los destellos de mi divinidad, como el aire los del sol” (L II 6, 2).

Ya los Padres de la Iglesia habían proclamado que Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios. Pero para Gertrudis la divinización del hombre no solo un acontecimiento escatológico. Se realiza desde ahora en todo cristiano que recibe al Hijo de Dios encarnado. Esta afirmación nos asombra por su audacia. Gracias a su unión con Cristo, Gertrudis recibe el sello de la Trinidad (L II 6, 2; 7, 1).

La obra de Gertrudis es una escatología anticipada, no solo una realidad que simplemente esperamos más allá de la muerte, sino que comienza aquí y ahora. Y esto es simple consecuencia de la economía de la Encarnación: al tomar carne humana en el seno de la Virgen, el Señor inaugura el matrimonio espiritual entre Dios y el alma cristiana. El deseo de la muerte, tantas veces expresado por Gertrudis, nace del anhelo irresistible de la consumación de este matrimonio místico. Este deseo que va acompañado de una nota teológica bien clara: Jesús habita en el cielo con nuestra naturaleza; Cristo, en su naturaleza humana, ha triunfado sobre el poder de la muerte en la vida terrena y este hecho, por su comunión de naturaleza con nosotros, es lo que funda la posibilidad de la eterna comunión con él en la gloria, con nuestra misma naturaleza humana.

 

Llamado universal a la vida mística: Las confidencias de Gertrudis se dirigen a todos los cristianos y cristianas. La contemplación, dice en L. III, 44, no se alcanza sino por un don especial de la bondad de Dios, don que, sin embargo, no es necesariamente extraordinario. La vida mística, según ella, no es un privilegio de iniciados. Nadie puede imponerle límites por una especie de racismo espiritual. El círculo de amigas del Monasterio de Helfta no es un clan, ni mucho menos una secta. Gertrudis, lejos de sentirse superior, se admira de que, siendo la más miserable de las criaturas, la más indigna de las gracias que recibe, el Señor haya posado su mirada sobre ella.

La obra de Gertrudis es una mistagogía: mediante su lectura atenta y rumiante conduce al que lee por los caminos de una vida mística ordinaria, en la certeza de que muchos son llamados, ya ahora, al íntimo gozo de la unión con Dios.

Gertrudis se convierte en icono, en espejo de esta obra de la divinización humana para nosotros, porque ella ha tenido la experiencia y la inteligencia de este proceso que nos comparte, para que nosotros, a través de la pedagogía de su libro lleguemos a la misma transformación y comunión con Dios.

Ana Laura Forastieri, ocso

Monasterio de la Madre de Cristo

Hinojo - Argentina



[1] Bibiografía:

García M. Colombás: La tradición benedictina. Ensayo Histórico, Tomo V: Los siglos XIII y XIV, Ediciones Monte Casino, Zamora 1995.

Pierre Doyère: Sainte Gertrude D’Helfta en Dictionnaire d’Spiritualité T. 6 cols. 331-339;

--- Introduction à Gertrude D’Helfta: Oeuvres Spirituelles. Tome II. Le Heraut (Livres I et II): Sources Chrètiennes Nº 139, Les Editions du Cerf, París, 1968.

Huges Minguet: Théologie Spirituelle de Sainte Gertrude. Le Livre II du Hèraut: Collectanea Cisterciensia 51 (1989) 146-177; 252-280; 317-328.

Enrique Mirones Díez: Introducción a: Gertrudis de Helfta: Los ejercicios, Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, pp. III-LXVI.