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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
 
III. REGLA DE LOS CUATRO PADRES
 
            Introducción[1]
 
La Regla de los Cuatro Padres: Serapión, Macario, Pafnucio y el otro Macario, no es de origen egipcio, como parecerían indicarlo los nombres de los cuatro autores mencionados. Es un documento de origen latino cuyos autores han adoptado seudónimos griegos. Tampoco se trata de cuatro Padres, sino de tres, pues los dos Macarios son una misma persona.
 
¿Quiénes son, entonces, los autores de esta Regla anónima y enigmática? Mucho se ha investigado al respecto, como también acerca de su origen y fecha de composición. El P. Adalberto de Vogüé ha demostrado con mucho acierto que se trata de la Carta de fundación de Lérins. Este monasterio fue fundado (entre 400 y 410) por Honorato, miembro de una importante familia gala de senadores y cónsules quien, junto con su hermano Venancio abrazó la vida monástica. Huyendo de la popularidad viajó a Oriente, pero después de muchas dificultades regresó a su tierra natal. En Fréjus, ciudad episcopal del sud de la Galia fue recibido con alegría por Leoncio[2], quien le pidió que fundara allí un monasterio. Pero Honorato que prefería la soledad, decidió instalarse en la pequeña y pintoresca isla de Lérins, habitada en esa época por ermitaños. Allí fundó un monasterio que iba a desempeñar un papel muy importante en la historia del monacato de Occidente.
 
La Regla de los Cuatro Padres es una obra colectiva, sinodal. Con ocasión de la fundación de Lérins se reunieron gran número de monjes y prelados. Honorato, Leoncio de Fréjus y Caprasio[3], expusieron principios normativos para la organización de la vida cenobítica en sendos discursos, y firmaron el documento con seudónimos egipcios[4]. Uno de ellos pronunció dos discursos. La Regla consta, pues, de cuatro secciones. A éstas se añadió posteriormente un Apéndice. Algunos manuscritos consideran este Apéndice como un capítulo aparte.
 
Es una obra breve -seis veces más breve que la Regla de san Benito- y arcaica. El estilo y el vocabulario son muy primitivos. No hay nombre para designar al superior. Se lo llama: qui praeest, el que preside.
 
Asimismo el contenido es sumamente sencillo. Es una comunidad que está como a la búsqueda de sus observancias. Pero estos monjes tienen una noción muy clara acerca de su objetivo, y también acerca de la necesidad de la gracia divina para alcanzarlo. A este respecto es notable el brevísimo y decisivo Preámbulo, en el que los autores imploran el don del Espíritu Santo[5].
 
I. El primer discurso es el de Serapión. Los monjes pasarán de la dispersión a la vida común. Esta decisión responde a un doble motivo: uno de orden práctico -la existencia de “monstruos”, a saber de serpientes- pero se basa sobre todo en la palabra de Dios. Cita el comienzo del Salmo 132, que canta la alegría de los hermanos que viven unidos, y la conocida frase del Salmo 67: “El Señor hace habitar en una casa a los que viven unánimes”. La feliz reunión de ambos textos tiene un hondo contenido teológico. Serapión expresa su decidida intención de basar su enseñanza en la Sagrada Escritura. Y esta orientación se manifiesta a lo largo de toda la Regla. Luego establece el principio fundamental del cenobitismo: unidad basada en la obediencia a uno solo.
 
II. A continuación Macario habla sobre las cualidades del superior, haciendo hincapié en la bondad y la firmeza[6], sobre la formación de los postulantes y la acogida de los huéspedes.
 
III. El discurso de Pafnucio es ante todo práctico: ayunos, horario de la comunidad, lectura y trabajo manual, servicio mutuo, el mayordomo, el cuidado de los útiles, de trabajo. Son interesantes las semejanzas de este pasaje con la Regla de san Benito. A las disposiciones sobre el trabajo manual siguen dos citas bíblicas que advierten contra la murmuración. Han sido insertadas aquí con toda intención. En efecto, en los monasterios de Galia no se practicaba el trabajo manual, que estaba reservado a los siervos. La observancia de Lerins, 3 horas de lectura y 6 horas de trabajo manual, realizado bajo obediencia, fue una verdadera revolución. Era natural que esta observancia pudiera resultar muy costosa, especialmente a los monjes provenientes de familias nobles. Sin embargo el renombre que adquirió el monasterio desde los primeros años de su existencia, demuestra la sabiduría de aquella decisión. Cuántos monjes se santificaron en Lérins mediante esa vida sencilla de oración y trabajo, cuántos grandes obispos salieron de entre sus filas.
 
IV. El segundo discurso de Macario trata acerca de dos casos particulares referentes a la hospitalidad: la recepción de los monjes extranjeros y de los clérigos.
 
La Regla termina con algunas indicaciones generales sobre las faltas y sanciones. Aun no existe una visión de conjunto acerca de la corrección.
 
La Regla de los Cuatro Padres, como ya apuntamos, tuvo gran difusión. También hemos aludido a sus puntos de contacto con la Regla de san Benito. Nos llevaría muy lejos extendernos sobre este terna, digno de ser estudiado más a fondo. Mencionemos, a modo de ejemplo, la frase: “Deo vacentur” (dedíquense a Dios), que aparece dos veces en la Regla de los 4 Padres[7]; no se encuentra en la Regla del Maestro, pero san Benito la repetirá varías veces en su Regla[8].
 
La Regla de los Cuatro Padres atrae principalmente por su piedad, limpidez y profundidad. Se respira en ella un clima de oración, un deseo sincero de buscar a Dios y cumplir Su voluntad, Es muy hermosa la serena exhortación conclusiva a “observar”y “guardar fielmente” estos preceptos.
 
 
            Texto[9]
 
            Regla de los santos Padres Serapión, Macario, Pafnucio y el otro Macario
 
Preámbulo
 
[I] 1Estando, reunidos, 2seguros de que se trataba de un proyecto muy útil, rogamos a nuestro Señor que nos concediera el Espíritu Santo (cf. Ga 3,5) 3para que nos enseñara cómo podíamos ordenar el comportamiento religioso[10] de los hermanos y establecer una regla de vida.
 
 
1. La esencia del cenobitismo: la unidad fundada sobre la obediencia a uno solo
 
[II] Dijo Serapión 1que “la tierra está llena de la misericordia del Señor” (Sal 32 [33],5) 2y una falange numerosa tiende a la perfección de la vida; la desolación del desierto y el temor a los diversos monstruos no permite que los hermanos habiten solos. 3Nos parece que lo mejor es obedecer los preceptos del Espíritu Santo (cf. Jos 24,24) 4y nuestras propias palabras no pueden mantenerse firmes si la firmeza de las Escrituras no confirmara nuestro ordenamiento. 5Ella dice: “Vean qué dulzura, qué delicia habitar los hermanos unidos” (Sal 132 [133],1), 6y otra vez: “El que hace habitar en una casa a los que viven unánimes” (Sal 67 [68],7).
 
7Confirmada ya ahora la regla de la piedad por la preclara manifestación del Espíritu Santo, prosigamos estableciendo la regla de los hermanos.
 
[III]8Queremos, pues, que los hermanos vivan unánimes con alegría en una casa (cf. Sal 67 [68], 7; 132 [133],1); 9pero determinamos, con la ayuda de Dios, cómo mantener con un recto ordenamiento esta unanimidad y alegría.
 
[IV] 10Queremos que uno presida sobre todos 11y que nadie se desvíe hacia la izquierda de su consejo o mandato, 12sino que los obedezcan con toda alegría como si fueran órdenes del Señor, 13ya que el Apóstol dice a los Hebreos. “Obedezcan a sus propósitos, porque ellos velan por ustedes” (Hb 13,17); 14y el Señor dice: “No quiero sacrificio sino obediencia” (1 S 15,22; cf. Mt 9,13; Os 6,6; Qo 4,17).
 
15Los que obrando de este modo desean vivir unánimes, deben tener en cuenta que por la obediencia Abraham agradó a Dios y fue llamado amigo de Dios (St 2,23; cf. Gn 15,6; 1 M 2,52; Hb 11,5. 8). 16Por su obediencia, los mismos apóstoles merecieron ser testigos del Señor entre los pueblos y las tribus (cf. Mt 4,18-22; Hch 1,8; Ap 11,9). 17También nuestro Señor descendiendo de las regiones superiores a las inferiores (cf. Ef 4,9; Jn 8,23) dice: “No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió” (Jn 6,38). 18Así pues, la obediencia, confirmada por tantos ejemplos, manténgase con el mayor celo y con gran empeño.
 
 
2. El papel del superior. Recepción de postulantes y huéspedes
 
[V] Macario dijo 1que más arriba se ha puesto por escrito lo que manifiesta en los hermanos la virtud de la convivencia y de la obediencia. 2Ahora, con la ayuda de Dios, mostramos cómo han de cumplir su oficio espiritual aquéllos que presiden.
 
3El que preside debe mostrarse tal como dice el apóstol: “Sean un modelo para los creyentes” (1 Tm 4,12; cf. 1 Ts 1,7), 4es decir, por sus cualidades de piedad y verdad sobrenatural, elevar el alma de los hermanos de las realidades terrenas a las celestiales (cf. Jn 3,12; 2 M 15,10; 1 Co 15,47-49); 5como dice el Apóstol: “Arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable(2 Tm 4,2); 6y en otro lugar dice: “¿Qué prefieren? ¿Que vaya a verlos con la vara en la mano o con espíritu de mansedumbre?” (1Co 4,21).
 
7El que preside tiene que discernir cómo debe demostrar a cada uno su afecto paternal. 8Debe tener equidad, 9sin olvidar lo que dice el Señor: “La medida con que midan se usará con ustedes” (Mt 7,2).
 
[VI] 10Cuando asisten a la oración, ninguno presuma entonar la alabanza de un salmo sin orden del que preside. 11Se guardará la siguiente norma: que ninguno se atreva a colocarse delante de otro más anciano, o anticiparse a él en el orden de la salmodia, 12según dice Salomón: “Hijo, no ambiciones el primer puesto” (cf. Si 7,4; 3 Jn 9), 13ni ocupes el primer lugar en un banquete, no sea que venga alguien más importante que tú y se te diga: “Levántate” para tu confusión (Lc 14,8-9; cf. Pr 25,6-7); 14y dice también: “No te enorgullezcas, más bien, teme” (Rm 11,20). 15Si se demora el que preside, primeramente se le anoticiar y en segundo lugar conviene obedecer sus órdenes.
 
[VII] 16Vamos a mostrar ahora cómo se debe examinar a los que vienen del mundo para convertirse. 17En primer lugar, se debe cercenar en ellos las riquezas del mundo.
 
18Si es un pobre el que desea convertirse, también él posee riquezas que se deben cercenar, 19lo que muestra el Espíritu Santo diciendo por boca de Salomón: “Mi alma odia al pobre orgulloso” (Si 25,3-4); 20y en otro lugar dice: “El soberbio es como un herido” (Sal 88 [89],11). 21E1 que preside debe, pues, mantener esta regla con gran empeño: si un pobre se convierte, deponga primero su carga de soberbia 22y, probado de este modo, recíbaselo. 23Ante todo, debe ser educado en la humildad, de modo que -lo que es más importante y es un sacrificio agradable a Dios- no haga su voluntad sino que esté pronto para todo (cf. 2 Tm 2,21). 24En cualquier cosa que suceda debe acordarse: “Pacientes en la tribulación” (Rm 12,12).
 
25Cuando un hombre tal quisiera librarse de las tinieblas del mundo (cf. Ga 4,1; Col 1,13), en primer lugar, al acercarse al monasterio, permanezca a la puerta por una semana; 26no se junte con él ninguno de los hermanos sino preséntenle constantemente cosas duras y difíciles. 27Pero si persevera llamando (cf. Lc 11,8; Hch 12,16), no se niegue el ingreso al que lo pide, 28pero el que preside debe enseñar a este hombre cómo puede observar la regla y seguir la vida de los hermanos.
 
29Si fuera rico, poseyendo muchas riquezas en el mundo 30y quisiera convertirse, en primer lugar debe cumplir la voluntad de Dios y seguir aquel precepto primordial que se le dio al joven rico: 31Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, toma tu cruz y sígueme” (Mt 19,21; cf. Mt 16,24; Mc 10,21). 32Además el que preside lo debe instruir para que cuide de no reservar nada para sí sino la cruz que debe llevar, y seguir a Cristo. 33Lo más importante de la cruz que debe llevar es: en primer lugar, con una obediencia total, no hacer su voluntad sino la de otro. 34Si quisiera ofrecer una parte de sus bienes al monasterio, sepa en qué condiciones serán recibidos él y su ofrenda. 35Pero si quisiera tener consigo alguno de sus servidores, sepa que ya no tendrá un servidor, sino un hermano (cf. Flm 16; Mt 19,21; 2 Tm 3,17), para que sea hallado perfecto en todas las cosas.
 
[VIII] 36Cómo se han de recibir los huéspedes de paso. 37A su llegada, que nadie acuda a atender al que llega sino aquel que haya recibido el encargo de hacerlo. 38No le estará permitido orar con el huésped ni ofrecerle la paz antes de que lo haya visto el que preside, 39y una vez hecha la oración en común se le dará el saludo de paz. 40Y no le esté permitido a nadie conversar con el recién llegadosino solamente al que preside o a quienes él autorice. 41Al llegar la hora de la refección, no se le permitirá al hermano peregrino comer con los hermanos sino con el que preside, para que se edifique. 42A ninguno se le permitirá hablar ni se escuche otra palabra sino la divina que se lee en voz alta de la Escritura, y la del que preside o la de aquellos a quienes él mandara decir algo que convenga acerca de Dios.
 
 
3. El ayuno y el trabajo
 
[IX] Pafnucio dijo: 1Todo lo que se ha dicho es grande y útil para la salud del alma (cf. 1 P 1,9). 2Y no se puede pasar en silencio este punto: Cuál es la norma que se debe observar en los ayunos. 3Ningún otro testimonio lo confirma mejor que el que dice: 4Pedro y Juan subían al templo alrededor de la hora nona” (Hch 3,1). 5Se debe, pues, observar esta norma: que ningún día se coma en el monasterio hasta la hora nona, excepto los domingos. 6E1 domingo dedíquense solamente a Dios; 7no se haga ningún trabajo sino que el día transcurra en medio de “himnos, salmos y cantos espirituales” (Ef 5,19).
 
[X] 8 Vamos a indicar de qué modo deben trabajar los hermanos. 9Se debe observar esta norma: 10Desde la primera hora hasta la tercera dedíquense a Dios. 11Pero desde la tercera hasta la novena, reciban sin ninguna murmuración cualquier cosa que se les hubiera mandado. 12Los que reciben el mandato deben acordarse de la palabra del Apóstol: “Háganlo todo sin murmuración” (Flp 2,14). 13Deben temer también aquella sentencia terrible: “No murmuren como murmuraron algunos de ellos y murieron víctimas del Exterminador” (1 Co 10,10). 14Por otra parte, el que preside debe encargar a uno lo que hay que hacer de modo que los demás obedezcan las órdenes del encargado.
 
[XI] 15Cómo debe tener en cuenta el que preside la debilidad o la posibilidad física. 16Si alguno de los hermanos, por causa del ayuno o del trabajo manual -17que el Apóstol prescribe: “Trabajábamos con nuestras manos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes” (1 Co 4,12; 1 Ts 2,9; 2Ts 3,8)- 18si éste, decíamos, estuviera oprimido por su debilidad, el que preside debe tomar las providencias necesarias para sostener esa debilidad. 19Si el hermano fuera débil de carácter, es necesario que esté más ocupado en algún trabajo considerando cómo el Apóstol “sometía su cuerpo” (1 Co 9,27). 20Esto se debe observar para que en nada haga su voluntad.
 
[XII] 21Cómo se han de anticipar los hermanos unos a otros en el servicio mutuo (cf. Rm 12,10). Si la comunidad de los hermanos es numerosa, el que preside debe determinar el orden y los oficios semanales de modo que se sucedan unos a otros en el servicio.
 
23Cómo debe ser el encargado de la despensa de los hermanos. 24Debe ser elegido aquel que pueda dominar siempre las tentaciones de la gula 25y tema la sentencia de Judas que fue ladrón desde el principio (cf. Jn 12,6 y 8,44; cf. [sententiam] Mt 26,24). 26Aquel a quien se le ha encargado este oficio debe tratar de desempeñarlo de modo que oiga decir: 27Los que desempeñan bien su ministerio se hacen acreedores de honra” (1 Tm 3,13).
 
28Los hermanos deben saber también que todo lo que se usa en el monasterio, sean recipientes o herramientas o cualquier otra cosa, todo es sagrado. 29Si alguien hubiera tratado alguna cosa con negligencia 30sepa que compartirá la suerte de aquel rey que bebía con sus concubinas en los vasos sagrados de la casa de Dios y el castigo que mereció (cf. Dn 5,1-30).
 
31Estos preceptos se deben guardar y repasarlos cada día para que los hermanos los oigan.
 
 
4. Casos particulares: recepción de monjes extranjeros y de clérigos
 
[XIII] Macario dijo 1que la Verdad atestigua diciendo: “Que todo asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos” (Mt 18,16; cf. 2 Co 13,1; Dt 19,15). 2Así pues, está firme la regla de la piedad. 3Y no se puede pasar en silencio de qué manera los monasterios pueden llegar a tener una paz estable entre ellos. 4No estará permitido recibir un hermano de otro monasterio sin el consentimiento del que lo preside -5no sólo recibirlo, sino ni siquiera hay que atenderlo-, 6porque dice el Apóstol que “el que ha faltado a su primer compromiso es peor que un infiel” (1 Tm 5,12. 8). 7Si ha solicitado al que lo preside que le permita ingresar en otro monasterio, sea recomendado por él al que preside en el lugar donde desea permanecer 8y recíbasele 9con la condición de que a todos los hermanos que encuentre en el monasterio los considere como mayores; 10y no se tendrá en cuenta lo que fue, sino que habrá que probar lo que comienza a ser. 11Una vez recibido, si se ve que posee algo, ya sea algún objeto, o un libro, no se le permitirá retenerlo por más tiempo, 12para que pueda ser perfecto (cf. Mt 19,21; 2 Tm 3,17), él que no ha podido serlo en otra parte.
 
13Si durante la reunión de los hermanos hubiera alguna colación sobre la Sagrada Escritura y él tuviera conocimientos sobre este tema, no se le permita hablar, a menos que hubiera recibido orden del que preside.
 
[XIV] 14Cómo deben recibirse los clérigos que llegan como huéspedes: 15Con toda reverencia, como ministros del altar. 16A ninguno le esté permitido, excepto a él, concluir la oración, aunque sea ostiario, porque es ministro del templo de Dios. Si ha caído en alguna falta y se comprueba que es culpable de lo que se le imputa, no se le permitirá concluir la oración cuando están presentes el que preside o el segundo. 18A ningún clérigo se le permita habitar en el monasterio, 19sino solamente a aquellos a quienes una caída en pecado hubiera llevado a humillarse y están heridos, de modo que puedan curarse en el monasterio con la medicina de la humildad (cf. Sal 88 [89],11).
 
20Es suficiente que ustedes observen estos preceptos, conviene que los guarden fielmente y serán irreprochables (cf. Flp 2,15; 1 Tm 5,7).
 
 
5. Apéndice: La corrección
 
[XV] 1No debemos omitir la manera de corregir las faltas de cada uno. La excomunión será proporcionada a la falta. Se observará, pues, esta norma: 2Si alguno de los hermanos dijera palabras ociosas (cf. Mt 12,36), 3para que no sea reo del tribunal (Mt 5,22) prescribimos que se le mantenga tres días apartado de la comunidad y de las conversaciones de los hermanos, de modo que nadie se junte con él. 4Pero si alguno fuera sorprendido riéndose o diciendo bufonerías -5 que, como dice el Apóstol: “Están fuera de lugar” (Ef 5,4)- 6mandamos que durante dos semanas, en nombre del Señor (1 Co 5,3-5) se le corrija de todas maneras con la vara de la humillación , 7según dice el Apóstol: “Si alguno entre ustedes, llamándose hermano es iracundo, soberbio o maldicente” (1 Co 5,11), 8señálenlo, pero no lo consideren como a un enemigo sino repréndanlo como a un hermano(2 Ts 3,14-15), 9y en otro lugar: “Si un hermano es sorprendido en alguna falta, ustedes, los que están animados por el Espíritu, instruyan y corrijan al hermano” (Ga 6,1; cf. 2 Ts 3,15). 10Así, cada uno de ustedes debe instruir al otro de modo que por un recurso frecuente a la humildad no sea considerado réprobo (cf. 1 Co 9,27) sino que, probado, persevere en la comunidad.
 
[XVI] 11Les recomendamos esto sobre todo a ustedes que han sido designados para este oficio: que no hagan acepción de personas (cf. St 2,1; Rm 2,11; Ef 6,9), 12sino que todos sean amados con igual afecto y corregidos para su curación, porque la equidad agrada a Dios 14como dice el Profeta: “Si verdaderamente pronuncian la justicia, juzguen rectamente” (Sal 57 [58],2).
 
15Y no queremos que ignoren que el que no hubiera reprendido al extraviado deberá rendir cuentas de él. 16Sean fieles (cf. Ap 2,10; Mt 25,21) y buenos cultivadores. 17Reprendan a los indisciplinados, sostengan a los débiles, sean pacientes con todos” (1 Ts 5,14) 18y recibirán una gran recompensa por cuantos hayan ganado (cf. Mt 18,15; 2Jn 8); 19en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19). Amén.
 
 


[1] Por la Hna. Bernarda Bianchi di Cárcano (+), osb. Monasterio Nuestra Señora de la Esperanza (Rafaela, Santa Fe, Argentina); publicada en Cuadernos Monásticos n. 69 (1984), pp. 259-266.
[2] Leoncio de Fréjus, hermano de Castor, a quien Casiano dedicó las Instituciones.
[3] Anciano asceta.
[4] Posteriormente otros escritores de Lérins también firmaron sus obras con seudónimos egipcios.
[5] El Espíritu Santo esta mencionado dos veces en el discurso de Serapión (II,3,7).
[6]Cf. RB 2,24.
[7]IX,6; X,10.
[8] Cf. RB 48.
[9] Traducción: Hna. María Eugenia Suárez, osb. Monasterio de Ntra. Sra. de la Esperanza (Rafaela, Santa Fe, Argentina).
[10] El latín dice: conversationem.