Capítulo 2. Sobre “el cuerpo del pecado (Rm 6,6)” y sus miembros
El cuerpo del pecado está asociado a los vicios
2.1. Por lo tanto, “el cuerpo del pecado” se prueba que está construido con los miembros de muchos vicios, y pertenece a cualquier pecado que se cometa, de obra, palabra o pensamiento. Sus miembros son correctamente llamados: “sobre la tierra[1]” (Col 3,5). No pueden, en efecto, aquellos que utilizan su ministerio profesar verídicamente: “Nuestra forma de vida[2], en cambio, está en los cielos” (Flp 3,20). Por lo tanto, el Apóstol al describir en aquel pasaje los miembros de este cuerpo, dice: “Mortifiquen sus miembros que están sobre la tierra, la fornicación, la impureza, la lujuria, la mala concupiscencia y la avaricia, que es servidumbre de los ídolos” (Col 3,5).
Fornicación e impureza
2.2. [El Apóstol], por lo tanto, ha creído mencionar ante todo “la fornicación”, que se realiza mediante la unión carnal. También denominó al segundo miembro “la impureza”, que a veces irrumpe sin el contacto con una mujer, ya sea en la vigilia o durmiendo, por la incuria de una mente que está desatenta; y por eso se señala y se prohíbe en la Ley, la cual no solo privó a todos los impuros de la participación en carnes consagradas, sino que también, para que su contacto no contaminara lo santo, ordenó que fueran separados de la reunión de los campamentos, diciendo: “Cualquiera que coma de las carnes del sacrificio de salvación, que es del Señor, en el cual haya impureza, perecerá ante el Señor, y todo lo que toque el impuro, será impuro” (Lv 7,20 LXX).
La lujuria
2.3. En el Deuteronomio también se lee: “Si hay entre ustedes un hombre que se haya mancillado durante un sueño nocturno, saldrá del campamento y no regresará hasta que se haya lavado con agua por la tarde; y después de la puesta del sol regresará al campamento” (Dt 23,10-11). Luego, el tercer miembro del pecado es la lujuria, que le puede suceder a alguien en los recovecos del alma, incluso sin la pasión del cuerpo. No hay duda de que la lujuria se llama así porque da placer[3].
La mala concupiscencia
2.4. Después de esto, descendiendo de los pecados mayores a los menores, se introduce el cuarto miembro: la mala concupiscencia, que no solo se refiere a la ya mencionada pasión de la impureza, sino también a todos los deseos nocivos en general, que son la enfermedad de una voluntad corrupta. De la cual el Señor dice en el Evangelio: “Quien mira a una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,28). Pues es mucho más difícil contener el deseo de una mente lasciva, incluso cuando se le presenta la ocasión a través del aspecto atrayente.
La perfecta pureza
2.5. Lo que se manifiesta con más claridad es que la castidad de la continencia corporal por sí sola no puede ser suficiente para alcanzar la perfecta pureza, a menos que también esté presente la integridad de la mente.
La avaricia y cómo evitarla
2.5a. Después de todo esto, él habla del último miembro de ese cuerpo: la avaricia, demostrando que, sin lugar a dudas, la mente no solo debe contenerse del apetito por las cosas ajenas, sino que también debe despreciarse con magnanimidad lo que es propio. Porque también se lee que hizo esto la multitud de creyentes en los Hechos de los Apóstoles, sobre la cual se dice: “La multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, y ninguno de ellos decía que algo de lo que poseía era suyo, sino que todo lo tenían en común. Pues todos los que eran propietarios de campos o casas, vendían y traían el precio de lo que vendían y lo ponían a los pies de los Apóstoles; y se repartía a cada uno según la necesidad de cada uno” (Hch 4,32. 34-35).
La avaricia es una servidumbre idolátrica
2.6. Y para no pareciera que esta perfección perteneciera a pocos, [el Apóstol] ha testimoniado que la avaricia es la servidumbre de los ídolos (cf. Col 3,5). Y no sin razón. Pues quien no comparte las necesidades de los pobres y guarda su dinero con infiel tenacidad, pospone los preceptos de Cristo, incurriendo en el crimen de la idolatría, prefiriendo el amor de las cosas mundanas a la caridad divina.
Capítulo 3. Sobre la mortificación de la fornicación y de la impureza
Por Cristo es posible superar nuestros vicios
3.1. Por tanto, si vemos que muchos han desechado sus bienes por Cristo, de tal manera que no solo probamos que han eliminado la posesión del dinero, sino también han cortado el deseo de sus corazones de manera permanente, es lógico que creamos que de la misma manera se puede extinguir el ardor de la fornicación. Porque el Apóstol no hubiera unido cosas posibles e imposibles, sino que, sabiendo que ambas cosas son igualmente posibles, estableció que debemos mortificarlas de la misma manera.
Expulsar todo lo que nos induce a pecar
3.2. Y por este motivo, el bienaventurado Apóstol confía en que se pueda extirpar la fornicación o la impureza de nuestros miembros, de modo que no solo debe ser mortificada, sino que ni siquiera debe ser nombrada entre nosotros, diciendo: “Ni la fornicación, ni toda impureza o avaricia deben mencionarse entre ustedes, ni tampoco la obscenidad, ni las conversaciones necias, ni las bromas groseras, todo esto está fuera de lugar” (Ef 5,3-4). Asimismo, nos enseña que estas cosas son igualmente perniciosas y nos expulsan del reino de Dios.
El testimonio de san Pablo
3.3. “Pero ustedes saben que ningún fornicario o impuro o avaro, que es un idólatra[4], puede tener parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios” (Ef 5,5); y de nuevo: “No se equivoquen: ni el fornicario, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los que maldicen, ni los rapaces poseerán el reino de Dios” (1 Co 6,9-10). No puede haber duda, por lo tanto, sobre la posibilidad de eliminar el contagio de la fornicación y la impureza de nuestros miembros, ya que se nos ha ordenado erradicar la avaricia, las conversaciones necias, las bromas groseras, la embriaguez y los hurtos, cuya amputación es fácil.
[1] Casiano traduce literalmente el texto griego. También podría decirse: terrenales.
[2] Lit.: conversatio. Cf. RB 58,17.
[3] “La referencia es a la etimología latina del vocablo libido, que depende, según Casiano, del predicado verbal libere, placer, ser agradable” (Conversazioni, pp. 740-741, nota 5).
[4] Lit.: que es un servidor de los ídolos.