JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVII, capítulo 25)

Capítulo 25. Testimonios de las Escrituras relativos a las promesas que han sido cambiadas

 

Introducción al elenco de testimonios bíblicos

25.1. «Es imposible para nosotros repasar todo en tan poco espacio. ¿Quién podría contar a todos los innumerables patriarcas y santos que han buscado protección, por así decirlo, en la mentira: algunos para salvar sus vidas, otros por deseo de una bendición, otros por misericordia, otros para ocultar un misterio, otros por celo por Dios y otros por deseo de verdad? Así como no se pueden enumerar todos, tampoco deben omitirse por completo.

 

El ejemplo de José y sus hermanos

25.2. Porque la piedad obligó al bendito José a atribuir un falso delito a sus hermanos, incluso con un juramento por la vida del rey, cuando dijo: “Ustedes son espías. Han venido a ver las partes más débiles de la tierra” (Gn 42,9). Y más adelante dijo: “Envíen a uno de ustedes y traigan aquí a su hermano. Pero ustedes se quedarán aquí mientras se aclare si lo que dicen es verdad o no. Pero si no es así, por la vida del faraón, ustedes son espías” (Gn 42,16). Si no los hubiera asustado con esta mentira piadosa, no habría podido volver a ver a su padre y a su hermano, ni alimentarlos cuando estaban tan amenazados por la necesidad, ni, finalmente, purificar la conciencia de sus hermanos de la culpa de haberlo vendido.

 

La confesión de la falta cometida por los hermanos de José expía el pecado de ellos

25.3. No era tan censurable, pues, que él hubiera infundido temor en sus hermanos mediante una mentira, como era santo y loable haber llevado a sus enemigos y vendedores a un beneficioso arrepentimiento mediante un peligro fingido. Cuando sufrían bajo el peso de esa acusación tan grave, se vieron abrumados por la conciencia, no de lo que se les imputaba falsamente, sino de su delito anterior, y se dijeron unos a otros: “Sufrimos estas cosas con justicia, porque pecamos contra nuestro hermano, porque despreciamos la tribulación de su alma cuando nos suplicó y no le escuchamos. Por eso nos ha sobrevenido toda esta tribulación” (Gn 42,21). Esta confesión, según creemos, expió no solo el pecado contra el hermano, que cometieron con malvada crueldad, sino también contra Dios, gracias a la humildad de ellos, sumamente saludable.

 

La sabiduría de Salomón

25.4. ¿Qué decir de Salomón, que recibió el don de la sabiduría de Dios y que dictó su primera sentencia con la ayuda de una mentira? Porque, para sacar a la luz la verdad que ocultaba la mentira de una mujer, él mismo también recurrió a una mentira muy astutamente ideada cuando dijo: “Tráiganme una espada, corten al niño vivo en dos pedazos, y den la mitad a una y la otra mitad a la otra” (1 R 3,24-25). Cuando esta aparente crueldad conmocionó profundamente a la verdadera madre, pero fue alabada por la que no era la madre, Salomón, como resultado de este astuto descubrimiento de la verdad, dictó la sentencia que todos creen que fue inspirada por Dios: “Entreguen el niño vivo a esta mujer, dijo, y no lo maten. Esta es su madre” (1 R 3,27).

 

Decisiones que se modifican

25.5. Además, otros textos de las Escrituras también nos enseñan extensamente que no debemos ni podemos cumplir todo lo que decidimos, ya sea con la mente tranquila o en conmoción. En ellos leemos con frecuencia que hombres santos o ángeles, o incluso el mismo Dios omnipotente, cambiaron las decisiones tomadas en precedencia. Porque el beato David determinó con la promesa de un juramento y dijo: “Que Dios haga esto y añada más a los enemigos de David si, de todo lo que pertenece a Nabal, dejo un solo varón[1] hasta la mañana” (1 S 25,22).

 

“Corrección de lo decidido”

25.6. Pero cuando Abigail, esposa de Nabla, intercedió y suplicó en su nombre, David inmediatamente cesó sus amenazas, suavizó sus palabras y prefirió ser considerado un transgresor de su propia intención antes que ser fiel a su juramento cumpliéndolo cruelmente, y dijo: “Por la vida del Señor, si no hubieras venido rápidamente a mi encuentro, no habría quedado ni un solo varón de Nabal al despuntar la luz de la mañana” (1 S 25,34). Como no consideramos en absoluto que la precipitación de su imprudente juramento, que procedía de una mente alterada y perturbada, sea algo que deba imitarse, del mismo modo juzgamos que debe perseguirse el cese y la corrección de lo que se había decidido.

 

La forma en que procedió el apóstol Pablo

25.7. Al escribir a los corintios, el vaso de elección (cf. Hch 9,15) prometió incondicionalmente que volvería, diciendo: “Iré a verlos cuando pase por Macedonia, pues pasaré por Macedonia. Pero me quedaré con ustedes e incluso pasaré el invierno ahí, para que me ayuden a continuar el viaje adonde tenga que ir. Porque no quiero verlos ahora solo de paso, sino que espero pasar algún tiempo con ustedes” (1 Co 16,5-7). Recuerda este asunto incluso en su segunda Carta, de la siguiente manera: “Con esta confianza quería ir primero a visitarlos a ustedes, para que tuvieran una segunda gracia, y de allí irme a Macedonia, para volver nuevamente a visitarlos desde Macedonia y por ustedes ser encaminado hacia Judea” (2 Co 1,15-16). Pero lo pensó mejor y confiesa abiertamente que no llevó a cabo lo que había prometido. “Cuando lo propuse, dice, ¿fui descuidado? ¿O pienso lo que pienso según la carne, de modo que hay un sí, sí y un no, no en mí?” (2 Co ,117).

25.8. Finalmente, declara con un juramento que prefirió romper su palabra previa antes que someter a sus discípulos a una carga molesta con su llegada: “Invoco a Dios como testigo contra mi alma que no fui a Corinto para ahorrarles molestias. Porque esto decidí por mí mismo: no visitarlos en la aflicción” (2 Co 1,23. 2,1).

 

Los ángeles y Lot

Aunque los ángeles se habían negado a entrar en la casa de Lot en Sodoma y le habían dicho: “No entraremos, sino que nos quedaremos en el atrio” (Gn 19,2), se vieron obligados a cambiar su palabra debido a sus súplicas, como añade la Escritura: “Y Lot los obligó, y ellos se hospedaron con él” (Gn 19,3 LXX).

 

La enseñanza que se desprende del episodio de los ángeles y Lot

25.9. Ciertamente, si estos ya sabían que iban a hospedarse con él, entonces rechazaron la petición de su anfitrión con una excusa fingida. Pero si su excusa era real, se demuestra claramente que cambiaron su parecer. De hecho, creemos que el Espíritu Santo insertó estas cosas en los volúmenes sagrados con el único propósito de que pudiéramos aprender de estos ejemplos que no nos aferremos obstinadamente a nuestras promesas, sino que las sometamos a nuestro arbitrio y mantengamos nuestro juicio libre de toda restricción de la ley, de modo que estemos dispuestos a ir dondequiera que lo dirija el buen consejo y no pospongamos ni nos neguemos a pasar sin demora a lo que un discernimiento saludable pueda considerar más beneficioso.

 

El rey Ezequías

25.10. Ahora pasemos a ejemplos aún más sublimes. Hablando en nombre de Dios, el profeta Isaías se dirigió al rey Ezequías mientras yacía en cama y padecía una grave enfermedad: “El Señor dice esto: ‘Pon tu casa en orden, porque morirás y no vivirás’. Y Ezequías, dice, volvió su rostro hacia la pared y oró al Señor y dijo: ´Te suplico, Señor, recuerda, |por favor, cómo caminé ante ti con verdad y con un corazón perfecto, e hice lo que era bueno a tus ojos´. Y Ezequías lloró con mucho llanto” (2 R 20.1-3). Después de esto, se le dijo de nuevo a Isaías: “Vuelve y habla a Ezequías, rey de Judá, y dile: ‘El Señor, el Dios de David, tu padre, dice esto: He oído tu oración, he visto tus lágrimas, y he aquí que añadiré quince años a tus días, y te libraré de la mano del rey de los asirios, y defenderé esta ciudad por mi propio bien y por el bien de mi siervo David’ (2 R 20,5-6)”.

 

El Señor con sus reprensiones, siempre misericordiosas, nos ayuda a cambiar nuestras actitudes

25.11. ¿Qué hay más claro que este texto, según el cual el Señor, movido por la misericordia y la bondad, decidió romper su propia palabra y prolongar la vida del orante quince años más allá de la fecha señalada para su muerte, en lugar de mostrarse inexorable debido a un decreto inflexible?

“El juicio divino se pronunció de manera similar a los ninivitas: ‘Dentro de tres días, Nínive será destruida’ (Jon 3,4)”. Y de inmediato, debido a su arrepentimiento y ayuno, la sentencia que era tan amenazante y abrupta se suavizó y, por amor, se volvió misericordiosa. Pero si alguien afirma que el Señor ya era consciente, por así decirlo, de su conversión y los amenazó con la destrucción de su ciudad para incitarlos a un arrepentimiento saludable, la consecuencia sería que aquellos que están por encima de sus hermanos pueden, si es necesario y sin que ello suponga una mentira, amenazar a aquellos que necesitan corrección con algo más severo de lo que van a llevar a cabo

 

No aferrarnos con obstinación a las decisiones que se toma por necesidad

25.12. Pero si se afirma que Dios revocó esa severa sentencia por consideración a su arrepentimiento, de acuerdo con lo que se dice a través de Ezequiel: “Si yo digo al impío: ‘Sin duda morirás’, y él se arrepiente de su pecado y la rectitud y la justicia, sin duda vivirá, no morirá” (Ez 33,14-15). Si esto es así, entonces se nos enseña que no debemos aferrarnos obstinadamente a nuestras promesas, sino que con clemente misericordia debemos suavizar las decisiones que se toman por alguna necesidad.

 

El Señor no quiere castigarnos, sino salvarnos

25.13. Para que no se piense que el Señor solo ha mostrado esto a los ninivitas en particular, declara continuamente por medio de Jeremías que va a actuar de la misma manera con todos en general, y promete que, debido a nuestros merecimientos, no dudará en cambiar su palabra si es necesario. Como dice: “De repente hablaré contra una nación y contra un reino, para arrancarlo de raíz, derribarlo y destruirlo. Si esa nación se arrepiente del mal que he pronunciado contra ella, yo también me arrepentiré del mal que pensaba hacerle. Y otras veces me dirijo a una nación o a un reino, para edificar y plantar. Pero si hace lo malo ante mis ojos, de modo que no escuche mi voz, me arrepentiré del bien que dije que había pensado hacerle” (Jr 18,7-10). También a Ezequiel[2] le dice: “No omitas ninguna palabra, por si acaso escuchan y todos se apartan de su mal camino. Y me arrepentiré del mal que pensé hacerles por la maldad de sus obras” (Jr 26,2-3).

 

El libre albedrío

25.14. Estos textos declaran que no debemos aferrarnos obstinadamente a nuestras promesas, sino que deben ser moderadas por la razón y el juicio, y que siempre se debe elegir y preferir lo mejor, y que debemos pasar sin vacilar a lo que se demuestre más beneficioso. Este inestimable juicio también nos enseña, sobre todo, que, aunque el fin de cada persona puede ser conocido por Él antes de nacer, dispone todo con orden y razón y, por así decirlo, con sentimientos humanos, de modo que determina todas las cosas no por su poder o de acuerdo con su inefable presciencia, sino basándose en las acciones de los seres humanos en ese momento, ya sea rechazándolos o atrayéndolos, derramando o negando diariamente su gracia sobre ellos[3].

 

El ejemplo de Saúl

25.15. La elección de Saúl también demuestra que esto es así. Aunque, en realidad, la presciencia de Dios no podía ignorar su miserable final, lo eligió entre muchos miles de israelitas y lo ungió rey (cf. 1 S 8—10). Al hacerlo, lo recompensó por su vida meritoria en ese momento y no tuvo en cuenta el pecado de su futura transgresión. Y así, después de que se convirtiera en réprobo, Dios se arrepintió, por así decirlo, de su elección y se quejó de él con palabras y sentimientos humanos, por así decirlo, diciendo: “Me arrepiento de haber puesto a Saúl como rey, porque me ha abandonado y no ha cumplido mis palabras” (1 S 15,11). Y de nuevo: “Samuel se entristeció por Saúl, porque el Señor se arrepintió de haberlo puesto como rey sobre Israel” (1 S 15,35).

 

El proceder del Señor

25.16. También está esto, que el Señor llevó a cabo después, cuando declaró por medio del profeta Ezequiel cómo actuaría con cada uno según su juicio diario: “Aunque yo diga -dice- al justo que sin duda vivirá, y él actúa malvadamente, confiando en su justicia, toda su justicia será olvidada, y morirá en la maldad que ha cometido”. Pero si le digo al malvado: ‘Seguro que vas a morir’, y él se arrepiente de su pecado, y hace lo que está bien y justo, y si ese malvado devuelve lo que ha robado, camina según los mandamientos de la vida y no hace nada injusto, seguro que vivirá, no morirá. Ninguno de los pecados que cometió le será imputado” (Ez 33,13-16).

 

Responsabilidad personal de las faltas que cometemos

25.17. Y cuando, debido a su repentina transgresión, el Señor apartó la mirada de su misericordia del pueblo que había elegido entre todas las naciones, el Legislador intercedió por ellos y exclamó: “Te lo suplico, Señor. Este pueblo ha cometido un gran pecado, se han fabricado dioses de oro. Y ahora, si perdonas su pecado, perdónalo. De lo contrario, bórrame de tu libro, que tú has escrito. El Señor le dijo: ‘Si alguien ha pecado ante mis ojos, lo borraré de mi libro’ (Ex 32,31-33)”. Del mismo modo, David, cuando se quejaba con espíritu profético sobre Judá y sobre los perseguidores de Cristo, dijo: “Que sean borrados del libro de los vivos” (Sal 68 [69],29). Y puesto que no merecían alcanzar un arrepentimiento saludable por una ofensa criminal tan grande, añade: “Y que no sean inscritos con los justos” (Sal 68 [69],29).

 

Lo que le sucedió a Judas Iscariote

25.18. Finalmente, en el caso del propio Judas, el poder de la maldición profética se cumplió claramente. Porque, una vez que cometió el crimen de traición, “se suicidó ahorcándose” (cf. Mt 27,5), para que después de que su nombre fuera borrado no volviera al arrepentimiento y mereciera ser inscrito con los justos en el cielo. Porque no hay duda de que incluso el nombre de Judas estaba escrito en el libro de los vivos en el momento en que fue elegido por Cristo y nombrado para el rango de apóstol, y que él escuchó junto con los demás: “No se regocijen porque los demonios se les sometan, sino regocíjense porque sus nombres están escritos en el cielo” (Lc 10,20).

 

Son nuestras faltas las que nos excluyen del pueblo de Dios

25.19. Sin embargo, como fue corrompido por la plaga de la avaricia y fue expulsado de una inscripción celestial a las cosas terrenales, es apropiado lo que dice el profeta sobre él y sobre otros como él: “Señor, que todos los que te abandonan sean confundidos. Que aquellos que se apartan de ti sean inscritos en la tierra, porque han abandonado al Señor, la fuente de agua viva” (Jr 17,13). Y en otra parte: “No estarán en el consejo de mi pueblo, ni estarán inscritos en el libro de la casa de Israel, y no entrarán en la tierra de Israel” (Ez 13,9)».


[1] Lit.: uno que orina contra la pared.

[2] Palabras dirigidas a Jeremías.

[3] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, 6,3: “Si disfrutamos de libertad, por muchas que sean nuestras inclinaciones a la virtud o al vicio y a cuanto haya de acaecer o no con todas las cosas desde la creación del mundo (Rm 1,20), todo lo conoce Dios antes que exista sea como sea la libertad. Cuanto Dios ha dispuesto previamente teniendo en cuenta lo que ha visto de antemano en los actos de nuestra libertad lo dispuso conforme a los méritos y actuación de nuestra libertad, lo cual está de acuerdo con su providencia y la libertad de nuestras acciones futuras. Por eso, la presciencia de Dios no es la causa de todo cuanto haya de suceder ni de los actos de nuestra libertad que se ejercita por la propia determinación. Aún en el supuesto de que Dios no conociese lo que va a suceder, no por eso perdemos la capacidad de obrar de diferentes maneras y de desear otras. Pero si en realidad Dios con su presencia dirige el universo, tanto más útil es nuestra libertad individual para su plan universal”.