Capítulo 5. Sobre la perseverancia en la profesión que se ha elegido
Que cada uno obre según el don que se le ha concedido
5. «Por lo tanto, es útil y conveniente para cada uno que, según el propósito que ha elegido o la gracia que ha recibido, se apresure con el máximo esfuerzo y diligencia hacia la perfección de la obra emprendida, y que, alabando y admirando las virtudes de los demás, no se aparte en modo alguno de la profesión elegida, sabiendo que, según el Apóstol, el cuerpo de la Iglesia es uno, pero que tiene muchos miembros, y que a cada uno le han sido dados “diferentes dones según la gracia que nos ha sido otorgada, bien para la profecía, según la medida de la fe, ya sea para el ministerio [ejerciendo] el ministerio, o para la enseñanza, enseñando, o bien exhortando con la exhortación. Quien da que lo haga con simplicidad, quien preside con solicitud, quien tiene misericordia, con alegría” (Rm 12,6-8). Porque ningún miembro puede reclamar para sí las funciones de otros miembros, ya que ni los ojos pueden cumplir el oficio de las manos ni la nariz la de los oídos. Y por eso no todos son apóstoles, no todos son profetas, no todos son doctores, no todos tienen un don para las curaciones, no todos hablan en lenguas, no todos las interpretan (cf. 1 Co 12,28)».
Capítulo 6. Sobre la inconstancia de los débiles
Un solo camino
6. «Son [débiles] aquellos que aún no están establecidos en la profesión que han emprendido, y que al escuchar que algunos son elogiados en diversos esfuerzos y virtudes, se encienden tanto con dicha alabanza que anhelan imitar de inmediato su disciplina: en lo cual necesariamente la fragilidad humana despliega inútiles esfuerzos. De hecho, es imposible que una misma persona brille simultáneamente con todas las virtudes que se han mencionado anteriormente. Si alguien desea esforzarse por lograrlas todas a la vez, es necesario que incurra en esto: que al seguir a todos no consiga nada completamente y más bien obtenga una pérdida de este constante cambio y variedad que un verdadero avance. En efecto, hay muchos caminos hacia Dios, y por ello cada uno debe recorrer con intención inquebrantable el que una vez ha emprendido, para que sea perfecto en cualquier profesión».
Capítulo 7. Un ejemplo de castidad que enseña que no todo debe ser emulado por todos
Una dificultad
7.1. «Porque, aparte del daño que sufre un monje que, como hemos dicho, en su volubilidad de ánimo quiere pasar de un propósito a otro, incluso incurre en peligro de muerte, pues, a veces, lo que unos hacen bien, otros lo toman como un mal ejemplo, y lo que a unos les ha salido bien, es interpretado negativamente por otros. Por ejemplo, supongamos que alguien quisiera imitar la virtud de aquel hombre a quien abba Juan acostumbra a mencionar, no como un modelo a imitar, sino solo como alguien a quien admirar. Y cuando un hombre que vivía en el mundo se acercó al mencionado anciano y le hubo ofrecido algunos de los primeros frutos de su cosecha, se dio cuenta que alguno de los presentes estaba poseído por un demonio furioso.
Un laico admirable
7.2. El demonio, despreciando las súplicas y los mandatos de abba Juan, declaró que nunca obedecería abandonando el cuerpo que había ocupado; en cambio, aterrorizado por la llegada de aquel hombre, abandonó al poseído, pronunciando con reverencia su nombre. Ante tal evidente gracia, el anciano no dejó de admirarse y, atónito aún más al ver que vestía de manera secular, comenzó a indagar diligentemente sobre su vida, su profesión y su conducta.
Una conducta irreprochable
7.3. Y cuando él dijo que vivía en el mundo y estaba sujeto al vínculo del matrimonio, el beato Juan, considerando la excelencia de su virtud y de su gracia, investigaba atentamente cuál podría ser su conducta. El hombre declaró que procedía del campo, que se ganaba la vida con el trabajo diario de sus manos, y que no tenía conciencia de nada bueno en sí mismo, excepto que nunca salía a trabajar al campo por la mañana ni volvía a casa por la tarde sin haber dado gracias a Dios en la iglesia por haberle proporcionado el pan de cada día; ni que alguna vez hubiera tomado algo de sus frutos, sin que antes hubiera ofrecido a Dios las primicias de ellos y los diezmos, y nunca había llevado sus bueyes más allá de los límites de los cultivos de otros, a menos que primero los hubiera amordazado, para que el vecino no sufriera ni el más mínimo daño por su negligencia.
Un modelo de castidad casi inalcanzable
7.4. Y cuando también esto parecía que no era suficiente para abba Juan, quien aún no percibía cómo podía ser digno de un don tan grande, insistió y le preguntó cuál era el motivo por el que le era conferido el mérito de tan alta gracia. El hombre, inducido por la reverencia de tan solícita investigación, confesó que, hacía doce años, obligado por la fuerza y presión de sus padres, había tomado mujer, aunque él quería hacerse monje. Sin embargo, nadie sabía hasta ahora que se había hecho cargo de esta mujer como si fuera su hermana, respetando su virginidad. Al oír esto, el anciano quedó tan impresionado que proclamó públicamente, en presencia de aquel hombre, que no sin razón el demonio que le había despreciado a él, no había podido soportar la presencia de un hombre cuya virtud, no solo en el ardor de la juventud, sino que siquiera ahora él se atrevería a alcanzar, sin poner en peligro su castidad[1].
No todos pueden alcanzar el mismo grado de virtud
7.5. Aunque abba Juan lo haya presentado con la mayor admiración, sin embargo, no exhortó a ninguno de los monjes a que lo experimentara, sabiendo que muchas cosas llevadas a cabo correctamente por otros han traído gran ruina a aquellos que las imitan, y que lo que el Señor ha conferido a unos pocos con un don especial no puede ser usufructuado por todos».
Capítulo 8. Sobre el conocimiento espiritual
El desarrollo de este capítulo se inspira en las enseñanzas de Orígenes sobre la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura.
Esto afirmaba el Alejandrino en una de sus homilías:
«Así como hay un parentesco entre las cosas visibles e invisibles, tierra y cielo, alma y carne, cuerpo y espíritu, y de estas conjunciones resulta este mundo, así también hay que creer que la santa Escritura consta de realidades visibles e invisibles, a saber, como de un cuerpo, esto es, el de la letra que se ve; de un alma, el sentido que se encuentra dentro de la misma letra; y de un espíritu, porque también contiene en sí las realidades celestiales; como dice el Apóstol: “Están al servicio (de lo que es) copia y sombra de las realidades celestiales” (Hb 8,5)»[2].
“Tres son los utensilios (cf. Lv 6,39 [7,9]), en los que se dice que se deben preparar los sacrificios: el horno, la parrilla, la sartén; y creo que el horno, por su forma, significa las realidades más profundas e inenarrables que están en las divinas Escrituras. En cambio, la sartén, [los textos] que, si con frecuencia y a menudo se examinan, pueden comprenderse y explicarse; la parrilla, [los pasajes] que son manifiestos y se perciben sin ningún impedimento. Porque a menudo hemos dicho que se encuentran en las divinas Escrituras tres modos de comprensión: histórico, moral, místico; por donde entendemos que hay en ella un cuerpo, un alma y un espíritu. Esta triple forma de comprensión se muestra por ese triple modo de preparar los sacrificios”[3].
Sin embargo, aunque “la terminología es muy próxima a la utilizada por Orígenes y Evagrio, se trata de esquemas diferentes que no se superponen. Para Casiano existe, en efecto, por una parte, el conocimiento actual o praktiké, que corresponde a la ética; y por otra, la theoretiké, que se subdivide en interpretación histórica y conocimiento espiritual según Proverbios [= Pr] 31,21. Es únicamente para el conocimiento espiritual que Casiano utiliza Pr 22,20, que le permite distinguir tropología, alegoría, anagogía. El cambio de interpretación de Pr 22,20 y la identificación de la praktiké con la ética aleja a Casiano del esquema de sus predecesores”[4].
Retorno al tema planteado al inicio de la conferencia
8.1. «Pero volvamos a la exposición del conocimiento sobre el cual se ha hablado el inicio del discurso. Así, como dijimos antes, la praktiké es realizada mediante muchas oficios y esfuerzos; la theoretiké, en cambio, se divide en dos partes, es decir, en la interpretación histórica y el conocimiento espiritual. De donde también Salomón, al enumerar la multiforme gracia de la Iglesia, añadió: “Porque todos los que están junto a ella están vestidos con dos capas” (Pr 31,21-22a LXX). Sin embargo, los géneros del conocimiento espiritual son tres: tropología, alegoría, anagogía, sobre los cuales en los Proverbios se dice así: “Pero tú inscríbetelas estas realidades tres veces, según la amplitud de tu corazón” (Pr 22,20).
Historia y alegoría
8.2. Por tanto, la historia abarca el conocimiento de las cosas pasadas y visibles, lo cual así es considerado por el Apóstol: “Está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre. Pero el hijo de la esclava, nació según la carne; en cambio, el hijo de la libre, nació en virtud de la promesa” (Ga 4,22-23). A la alegoría, sin embargo, pertenece lo que sigue, porque se afirma que lo que realmente sucedió prefigura la forma de otro misterio. “Pues, dice [la Escritura], que estas dos mujeres son los dos Testamentos, uno, ciertamente, el monte Sinaí, que engendra para la servidumbre, que es Agar. Porque Agar significa el monte Sinaí, que está en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual[5], que es esclava junto con sus hijos” (Ga 4,24-25).
Anagogía y tropología
8.3. La anagogía, por tanto, al tratar de los misterios espirituales, ascendiendo a ciertos secretos más sublimes y sagrados de los cielos, se presenta así según el apóstol: “Pero la Jerusalén que está arriba es libre, la cual es nuestra madre. Porque está escrito: ‘Alégrate, estéril que no das a luz; grita y clama, tú que no tienes dolores de parto, porque más son los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido’ (Ga 4,26-27; Is 54,1)”. La tropología es una explicación moral relacionada con la purificación de la vida y la pertinente instrucción actual, como si entendieran estos dos Testamentos como praktiké y técnica de conocimiento[6], o ciertamente si quisiéramos comprender Jerusalén y Sión como el alma del hombre, según aquello: “Alaba a Jerusalén al Señor, alaba a tu Dios, Sión” (Sal 146-147 [147],12).
Cuatro géneros de interpretación
8.4. Por lo tanto, las cuatro figuras mencionadas convergen en una sola de tal manera que, si así lo deseamos, se puede entender que Jerusalén, que es una y la misma, según la historia, es la ciudad de los judíos; según la alegoría, la Iglesia de Cristo; según la anagogía, la ciudad de Dios celestial, que es madre de todos nosotros (cf. Ga 4,26); según la tropología, como el alma del hombre, que a menudo es reprendida o alabada con este nombre por el Señor. Sobre estos cuatro tipos de interpretación, el bienaventurado apóstol dice así: “Ahora, hermanos, si voy a visitarlos hablando en lenguas, ¿de qué les serviría, si mi palabra no les aportara revelación o ciencia o profecía o enseñanza?” (1 Co 4,6).
Revelación - alegoría
8.5. La revelación (cf. 1 Co 14,6), en efecto, se refiere a la alegoría, a través de la cual se descubren, con un sentido espiritual y una explicación, aquellas cosas que oculta la narración histórica; por ejemplo, si intentamos desvelar cómo nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y fueron todos bautizados en Moisés en la nube y en el mar, y cómo todos comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual que brotaba de una roca que les seguía, y la roca era Cristo (cf. 1 Co 10,1-4). Esta exposición, que ofrece una referencia a la prefiguración del cuerpo y la sangre de Cristo que recibimos diariamente, contiene un fundamento alegórico.
Conocimiento y tropología; profecía y anagogía
8.6. El conocimiento, que es igualmente mencionado por el Apóstol, es la tropología, mediante la cual discernimos con un examen prudente qué cosas son útiles o honorables en lo que respecta a la discreción: como, cuando se nos ordena juzgar, si es apropiado que una mujer ore a Dios sin el cabello cubierto (cf. 1 Co 11.13). Este método, como se ha dicho, contiene un significado moral. Asimismo, la profecía, que el Apóstol introdujo en tercer lugar (cf. 1 Co 14,6), tiene un sentido anagógico, por el cual se transfiere el discurso hacia las realidades invisibles y futuras, como es el siguiente caso: “No queremos que ignoren, hermanos, acerca de los que duermen, para que no se entristezcan como los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Cristo murió y resucitó, así también Dios traerá con él a los que durmieron en Jesús. Pues esto les decimos sobre palabra del Señor: nosotros, los que vivimos, en la venida del Señor, no precederemos a los que se durmieron en Cristo; porque el mismo Señor, a la orden dada por un arcángel y por la trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán primero” (1 Ts 4,13-16).
La doctrina o enseñanza
8.7. En este tipo [precedente] de exhortación se presenta la figura de la anagogía. La enseñanza[7] (cf. 1 Co 14,6), por otro lado, expone un orden simple la narración histórica, en la cual no hay comprensión más oculta que la contenida en las palabras que resuenan, como es aquel texto: “Porque les he transmitido en primer lugar lo que también recibí, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, y que fue visto por Cefas” (1 Co 15,3-5); y: “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la ley” (Ga 4,4-5); así como: “Escucha, Israel, el Señor, tu Dios, es el único Señor” (Dt 6,4).
[1] Cf. Apotegma Eucaristo: «Dos padres rogaron a Dios que les revelara qué medida habían alcanzado. Y llegó hasta ellos una voz que decía: “En un lugar de Egipto hay un secular llamado Eucaristo, y su mujer se llama María. Todavía no han llegado ustedes a su medida”. Se levantaron los dos ancianos y llegaron a la aldea, y preguntando encontraron su habitación, y en ella a su mujer. Le dijeron: “¿Dónde está tu marido?”. Respondió ella: “Es pastor, y está apacentando las ovejas”. Los hizo entrar en su celda. Al atardecer llegó Eucaristo con las ovejas, y al ver a los ancianos preparó la mesa para ellos, y trajo agua para que se lavaran los pies. Los ancianos le dijeron: “No gustaremos de esto si no nos dices cuál es tu obra”. Respondió Eucaristo con humildad: “Soy pastor, y esta es mi mujer”. Los ancianos insistían rogándole, pero él no quería hablar. Le dijeron: “Dios nos ha mandado a ti”. Al oír esta palabra, temió y les dijo: “Estas ovejas las hemos recibido de nuestros padres, y si, por la misericordia del Señor, aumentan, hacemos tres partes: una para los pobres, otra para la hospitalidad y la tercera para nuestras necesidades. Desde que tomé mujer no hemos tenido relación; ella es virgen. Cada uno duerme por separado. De noche llevamos cilicios y de día nuestros vestidos. Hasta ahora nadie ha sabido esto”. Al oírlo se admiraron, y se retiraron glorificando a Dios» (PG 65,168D-169C; PL 73,1006A-C).
[2] Orígenes, Homilías sobre el Levítico, V,1.3; SCh 286, 206-207. De este texto poseemos un fragmento griego: “La Escritura misma también ha sido constituida así, como un cuerpo que ciertamente se ve, un alma que se comprende y que se encuentra en el cuerpo, y un espíritu según los modelos y la sombra de las realidades celestiales (cf. Hb 8,5), presenta nuestra invocación al que hizo para la Escritura un cuerpo, un alma y un espíritu. Un cuerpo para los que nos precedieron; un alma para nosotros; un espíritu para quienes en el siglo futuro heredarán la vida eterna (cf. Mt 19,29), y llegarán a las futuras realidades celestiales y verdaderas de la Ley. En el momento presente, busquemos no la letra, sino el alma; pero si somos capaces, subiremos también hasta el espíritu, comprendiendo (el sentido) de los sacrificios, según la palabra (que se nos ha leído)” (SCh 286, pp. 204-207).
[3] Orígenes, Homilías sobre el Levítico, V,5.3; SCh 286, pp. 230-231. Ver también del mismo Orígenes, Sobre los principios, IV,2.4; FP 27, pp. 840-843 (con las notas correspondientes).
[4] Bernard Guillaume Jedrzejczak, ocso, Cassien et les Écritures. Utilisation, interprétation et rôle des Écritures dans les oeuvres de Cassien, Roma, Pontificia Università Gregoriana, 2015, p. 242. Cf. Idem, La práctica de la interpretación de la Sagrada Escritura en Juan Casiano, en Cuadernos Monásticos n. 216 (2021), pp. 91-111.
[5] Es decir, la del tiempo presente, esclava de la Ley, opuesta a la Jerusalén mesiánica.
[6] Lit.: disciplina teórica (theoricam disciplinam).
[7] Lit.: doctrina.