JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XI, capítulos 1-3)

Primera conferencia con el abad Queremón[1]: sobre la perfección

Capítulos:

1. Descripción de la ciudad de Thennesus.

2. Sobre el obispo Archebio.

3. Descripción del desierto donde vivían Queremón, Nesteros y José.

4. Abba Queremón y su excusa sobre la enseñanza que le solicitamos.

5. Nuestra respuesta a su excusa.

6. La proposición de abba Queremón: que los vicios se vencen de tres modos.

7. Por qué grados se puede ascender hacia la sublimidad de la caridad y cuál sea la estabilidad en ella.

8. La excelencia[2] de quien por el afecto de la caridad evita los vicios.

9. Cómo la caridad no solo hace hijos a los siervos, sino que también les confiere la imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,16).

10. Cómo la perfección sea orar por los enemigos, y por cuáles indicios se reconoce el alma todavía no purificada.

11. Pregunta: ¿por qué se dice que los sentimientos de temor y esperanza son imperfectos?

12. Respuesta: sobre las diferencias de las perfecciones.

13. El temor que nace de la grandeza del amor.

14. Pregunta sobre la perfección de la caridad.

15. Dilación de la exposición de la pregunta.

 

Capítulo 1. Descripción de la ciudad de Thennesus

 

1. Cuando nos encontrábamos en el cenobio de Siria, después de los primeros rudimentos de la fe, gradualmente comenzamos a desear el incremento de una mayor gracia de perfección. Decidimos entonces ir sin dilación ir a Egipto; y, habiendo penetrado el remoto desierto de la Tebaida, visitar muchos de los santos cuya reputación los había hecho gloriosos por doquier, si bien no para imitarlos, al menos para conocerlos. Por eso, al final de nuestro viaje por mar, llegamos a la ciudad llamada Thennesus[3]. Sus habitantes están tan rodeados por las aguas del mar y los pantanos salados que, no teniendo tierra para cultivar, se dedican con exclusividad al comercio y obtienen sus riquezas y sus bienes del comercio marítimo. E incluso cuando quieren construir edificios como no hay tierra, se ven obligados a trasportarla con naves desde lejos.

 

Capítulo 2. Sobre el obispo Archebio

 

Un varón humilde

2.1. Cuando llegamos allí, Dios miró favorablemente nuestros deseos e hizo de forma que pudiéramos reunirnos con el beatísimo y muy excelente varón, el obispo Archebio[4], que había sido tomado de la comunidad de los anacoretas y dado a la ciudad de Panephysis como obispo. Sin embargo, mantuvo con tanto rigor su decisión por la soledad durante toda su vida que nunca relajó en nada el tenor de su antigua humildad, ni jamás se complació en tal honor. Acostumbraba decir que había sido admitido a este servicio no por su idoneidad, sino porque fue expulsado, por su indignidad, de la disciplina anacorética; puesto que, después de permanecer treinta y siete años en la misma, no había sido capaz de llegar a la pureza exigida por una tal profesión. Mientras se encontraba en aquel día en Thennesus, puesta estaba en curso la elección de un obispo, nos recibió bondadosamente y con mucha humanidad; y al saber de nuestro deseo de ir a visitar a los santos padres en las partes más recónditas de Egipto, dijo:

 

El obispo Archebio se ofrece como guía para visitar a los santos monjes ancianos

2.2. “Vengan a ver los ancianos que habitan aquí, no lejos de nuestro monasterio, y sobre quienes es evidente la ancianidad en sus cuerpos ya curvados y la santidad que también resplandece en sus rostros, al extremo que solo verlos procura una gran enseñanza a quienes pueden observarlos. De ellos aprenderán, más por el ejemplo de sus santas vidas que por sus palabras, lo que yo me lamento de haber perdido y que ya no puedo transmitir. Pero estoy seguro que mi carencia será de alguna forma compensada por mi celo si les indico dónde buscar aquella perla del Evangelio (cf. Mt 13,45), que yo no poseo”.

 

Capítulo 3. Descripción del desierto donde vivían Queremón, Nestéros y José

 

En camino a visitar los anacoretas

3.1. Tomó entonces el bastón y el morral, como es costumbre allí entre los monjes cuando se ponen en camino y, haciéndonos de guía, nos condujo a su ciudad: Panephysis. Las tierras de esta ciudad, como así también la mayor parte de la región circundante, en un tiempo muy ricas -aquellas tierras, en efecto, se cuenta que proveían a la mesa de los reyes-, fue ocupada por las aguas del mar que se desbordaron por causa de un terremoto sorpresivo y devastaron todas las ciudades vecinas, cubriendo las tierras, en otro tiempo fértiles[5], con agua salada a tal extremo que lo que se canta espiritualmente en el salmo, si se toma a la letra, suena como una profecía para esta región: “Cambió el desierto en ríos y las fuentes de agua en lugares áridos; la tierra fértil en agua de mar por la maldad de sus habitantes” (Sal 106 [107],33-34).

 

 

Ciudades convertidas en eremitorios

3.2. Por eso, las muchas ciudades construidas en alto, de las que huyeron los habitantes, se convirtieron en islas que ofrecían a los hombres santos la deseada soledad para separarse [del mundo]. En ellas habitaban tres anacoretas muy ancianos: Queremón, Nestéros y José.



[1] Chaeremon, que literalmente también podría traducirse: Cheremón.

[2] Quantum excellant: cuánto excede.

[3] En el mapa que insertamos se puede ver cuán real es la descripción que ofrece Casiano.

[4] “No poseemos otros testimonios sobre este obispo, que al parecer no debe confundirse con el mencionado en la Conferencia VII,26.3…” (Conversazioni, p. 700, nota 2).

[5] Cf. Amiano Marcelino (+ hacia 400), Res gestae, XXVI,10. 15-19: “Poco después del amanecer, y anunciada por una espesa sucesión de relámpagos ferozmente agitados, la solidez de toda la tierra tembló y se estremeció, y el mar se retiró, sus olas retrocedieron y desapareció, de modo que el abismo de las profundidades quedó al descubierto y se vieron muchas variedades de criaturas marinas clavadas en el limo; los grandes yermos de aquellos valles y montañas, que la misma creación había ocultado bajo los vastos remolinos, en aquel momento, según se dio en creer, miraron hacia arriba a los rayos del sol. Muchas naves, entonces, quedaron varadas como en tierra firme, y la gente vagaba a su antojo por los míseros restos de las aguas para recoger en sus manos peces y otras criaturas similares; entonces el rugiente mar, como insultado por su repulsa, se levanta a su vez, y a través de los pululantes cardúmenes se abalanza violentamente sobre islas y extensas extensiones de tierra firme, y arrasa innumerables edificios en las ciudades o dondequiera que se encuentren. Así, en el furioso conflicto de los elementos, la faz de la tierra fue cambiada para revelar maravillosas vistas. Pues la masa de agua que volvía cuando menos se esperaba mataba a muchos miles de personas ahogándolas, y con las mareas azotadas hasta lo más alto mientras se precipitaban de vuelta, algunos barcos, después de que la cólera del elemento acuático disminuyó, se veían hundidos, y los cuerpos de las personas muertas en los naufragios yacían allí, boca arriba o boca abajo. Otras enormes naves, empujadas hacia fuera por las locas ráfagas, se posaron sobre los tejados de las casas, como sucedió en Alejandría…” (texto latino en: http://www.thelatinlibrary.com/ammianus/26.shtml). Este terremoto seguido por un tsunami puede datarse en el año 365. Ver G. Kelly, Ammianus and the Great Tsunami, The Journal of Roman Studies 94 (2004), pp. 141-167.; Conversazioni, p. 704, nota 5; y también Conf. VII,26.2; SCh 42, p. 268: “… El desierto que estaba próximo a la ciudad de Panéphysis, que sabemos se formó no mucho antes a raíz de una inundación de agua muy salada; ésta, cada vez que sopla el viento del norte, empujada fuera de las lagunas y derramándose en las tierras adyacentes, cubre la superficie entera de aquella región, al extremo de hacer aparecer los antiguos poblados, que han sido abandonados hace mucho tiempo justamente por esta razón, como islas”.