JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VII, capítulos 26-28)

Capítulo 26. Sobre la muerte del profeta seducido y la enfermedad que mereció abba Pablo para su purificación

El tema que ahora aborda Casiano, por medio de tres ejemplos, ya anunciado en los capítulos precedentes, no es original. Aunque lo sean, sin duda, los ejemplos escogidos, la temática general de la purificación por medio de las pruebas o tentaciones es bastante frecuente en el monacato primitivo. La encontramos, por ejemplo, en la Vida de san Antonio, y en las Cartas de abba Ammonas, bajo el formato del “abandono de Dios”[1]. Pero donde, a mi parecer, el tema es desarrollado de una forma semejante a las consideraciones desarrolladas por abba Sereno es en las Cartas de san Antonio, en ellas encontramos hallamos las siguientes afirmaciones:

«Está escrito: Dios es fiel, Él no permitirá que ustedes sean tentados por encima de sus fuerzas (1 Co 10,13); Dios, por ende, actúa en ustedes a causa de la rectitud de sus corazones. Si Él no los amara, no les enviaría tentaciones, pues está escrito: El Señor corrige al que ama; golpea al hijo que le es grato (Pr 3,12; Hb 12,6). Son, pues, los justos quienes se benefician con las tentaciones, puesto que los que no son tentados tampoco son hijos legítimos; usan el hábito monacal, pero niegan su poder[2]. Antonio, en efecto, nos ha dicho que “nadie puede entrar en el reino de Dios sin haber sido tentado”[3]. Y el bienaventurado Pedro escribe en su carta: En esto ahora se alegrarán, ustedes que han tenido que soportar diversas tentaciones, para que su fe puesta a prueba sea hallada más preciosa que el oro perecedero probado por el fuego (1 P 1,6-7). Se dice asimismo que los árboles agitados por los vientos echan mejores raíces y crecen más; así sucede con los justos»[4].

“Ustedes saben que la tentación no le sobreviene al hombre si no ha recibido el Espíritu. Cuando ha recibido el Espíritu, es entregado al diablo para ser tentado. ¿Pero quién lo entrega sino el Espíritu de Dios? Porque es imposible para el diablo tentar a un fiel, si Dios no se lo entrega.

En efecto, nuestro Señor al tomar carne devino un ejemplo para nosotros en todo. Cuando fue bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma (Mt 3,16), porque el Espíritu lo condujo al desierto para ser tentado (Mt 4,1), y el diablo no pudo nada contra Él. Pero la fuerza del Espíritu, después de las tentaciones, les agrega a los santos otra grandeza y una fuerza más grande”[5].

Sin embargo, es necesario reconocer el aporte específico que nos presentan estos capítulos, ya que se trata de dos monjes que se vieron sometidos a una notable reprimenda por haberse excedido en su comportamiento, uno, y en su modo de hablar, el otro.

 

Primer ejemplo de un castigo de corrección

26.1. Vemos esto[6] manifiestamente realizado en aquel profeta y hombre de Dios del que se habla en el tercer libro de los Reyes, quien fue aniquilado sin dilación por un león a causa de un solo pecado de desobediencia, cometido no por su obrar ni por un vicio de su propia voluntad, sino por el comportamiento engañoso de otro. Así, sobre él, lo narra la Escritura: “El hombre de Dios fue desobediente a la palabra del Señor, y el Señor lo entregó a un león que lo despedazó, según la palabra de Dios, que había sido pronunciada” (1 R 13,26). En este episodio la moderación y abstinencia del predador, desde el momento en que la muy voraz fiera no había osado comer nada del cadáver que se le había entregado (cf. 1 R 13,28), muestran tanto el castigo del pecado cometido, cuanto del incauto error los méritos de su justicia, por los cuales el Señor ha entregado temporalmente su profeta al verdugo.

 

Presentación de otros dos ejemplos del mismo tema

26.2. También hoy de esto tenemos una muy evidente y clara prueba en los abba Pablo y Moisés, que habitaron en un lugar desierto llamado Cálamo[7]. El primero moró en el desierto que estaba próximo a la ciudad de Panéphysis, que sabemos se formó no mucho antes a raíz de una inundación de agua muy salada; ésta, cada vez que sopla el viento del norte, empujada fuera de las lagunas[8] y derramándose en las tierras adyacentes, cubre la superficie entera de aquella región, al extremo de hacer aparecer los antiguos poblados, que han sido abandonados hace mucho tiempo justamente por esta razón, como islas.

 

 

El caso de abba Pablo

26.3. [Fue] en este lugar, entonces, que abba Pablo hizo tantos progresos en la pureza de corazón, en la quietud de la soledad y en el silencio, al extremo de no tolerar que se presentara a sus ojos no digo un rostro de mujer, sino ni siquiera una vestimenta de este sexo. Pero cuando casualmente se encontró con una mujer, mientras estaba yendo a la celda de un anciano, junto con abba Archebio[9], vecino de aquel mismo desierto, disgustado por este encuentro, se dio a la fuga, regresando a su monasterio con tanta prisa como quien huye de un león o de un inmenso dragón, abandonando así el deber de la piadosa visita que había acometido. Era tal su estado que no se dejó convencer ni por los gritos y súplicas de abba Archebio que le pedía regresar para proseguir el viaje que habían emprendido para ir a interrogar al anciano, tal como lo habían decidido.

 

Abba Pablo queda paralizado

26.4. Aunque esto había sido hecho por el celo de la castidad y el ardor de la pureza, sin embargo, porque fue realizado no según el conocimiento, sino que la observancia de la disciplina y de la justa austeridad era excesiva -pues creía que no solo la familiaridad con las mujeres era verdaderamente nociva, lo que es verdaderamente peligroso, sino que incluso la figura misma de aquel sexo era execrable-, fue a tal punto sorprendido por este golpe que todo su cuerpo quedó paralizado y ninguno de sus miembros podía cumplir sus funciones. De modo que no solo los pies y las manos, sino que también el movimiento de la lengua, por cuyo medio se expresa la voz, y hasta las orejas habían perdido el sentido del oído que les es propio. Así, en él nada quedaba a excepción de su figura humana inmóvil e insensible.

 

Necesitó ser atendido por mujeres

26.5. Quedó reducido a un estado tal que el cuidado de los hombres no era suficiente en modo alguno para su enfermedad, y solamente la atención femenina le sería útil. Entonces, llevado a un cenobio de santas vírgenes, el alimento y la bebida, que no estaba en grado de pedir, le eran presentados por obsequio femenino, y todas las necesidades de su naturaleza fueron atendidas por aquella misma diligencia por espacio de cuatro años, esto es, hasta el término de su vida.

 

Por su intermedio muchos eran sanados

26.6. Aunque todos sus miembros estuvieran paralizados por esta enfermedad, de manera que ningún miembro tenía movilidad[10] y permanecía por completo insensible, sin embargo, era tanta la gracia que procedía de su virtud que, cuando las personas enfermas eran ungidas con el aceite que había tocado su cuerpo -o más bien su cadáver-, inmediatamente eran curadas de su enfermedad. De esta forma, a causa de su enfermedad, resulta muy evidente y claro que, incluso para los incrédulos, por la debilidad de todos sus miembros fue dispuesto por dispensación y por el amor del Señor, que la gracia de la sanación le fuera concedida por el poder Espíritu Santo, como testimonio de su pureza y manifestación de sus méritos.

 

Capítulo 27. Sobre la tentación de abba Moisés

El castigo de abba Moisés

27. En cambio, el segundo, [Moisés], que dijimos habitaba en aquel desierto, aunque era un varón único e incomparable, en castigo por una palabra un tanto dura que profirió discutiendo con abba Macario, al haber sido acusado de cierta opinión, fue entregado de inmediato a un demonio tan perverso que, cuando tomó posesión de él, lo obligaba a llenarse la boca con excrementos humanos. Por la rapidez de su curación y por medio del autor del remedio el Señor mostró que había aplicado el flagelo de la purificación como una gracia, para que la mancha de una momentánea ofensa no permaneciera en él. Pues por la humilde oración del mencionado abba Macario el espíritu malvado huyó rápidamente y lo dejó.

 

Capítulo 28. Sobre que aquellos que han sido entregados a los espíritus inmundos no deben ser despreciados

La clave de lectura y comprensión de este texto, y de los dos precedentes capítulos (27 y 28), la hallamos en la cita de 1 Co 5,5; a su vez, dicha afirmación se comprende mejor a la luz de 1 Co 11,32: “Al ser castigados somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo”. Estos castigos divinos nos obligan a un salutífero examen, que nos evita la condenación definitiva; tienen, por consiguiente, un carácter medicinal: deben conducir al que ha faltado a la conversión y a la salvación en el juicio final.

 

28. De lo anterior se sigue claramente que cuantos vemos que han sido entregados a pruebas o a estos espíritus de malicia no deben ser rechazados o despreciados, pues dos son las cosas que debemos creer con firmeza: la primera es que sin la permisión de Dios nadie es tentado en forma alguna por estos espíritus; la segunda, es que todo lo que Dios nos impone, ya nos parezca triste o alegre en el tiempo presente, nos es inferido por un muy misericordioso Padre y un muy clemente médico para nuestra utilidad. Por tanto, es como si estas personas fueran confiadas a un pedagogo para ser humilladas, de manera que, cuando dejen este mundo, quienes según el Apóstol fueron entregados en el tiempo presente “a Satanás para la destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvado en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co 5,5), puedan ser conducidos a la otra vida más puros o ser castigados con una pena menor.


[1] Cf. Fernando Rivas, osb, La doctrina del abandono de Dios en las cartas de Ammonas, en Cuadernos Monásticos n. 113 (1995), pp. 224-237.

[2] Dynamin (“virtutem”). Cf. 2 Tm 3,5.

[3] Cf. Apotegma Antonio 5: «Dijo abba Antonio: “El que no ha sido tentado no puede entrar en el Reino de los cielos. En efecto, suprime las tentaciones -dijo- y nadie se salvará”» (PG 65,77 A).

[4] San Antonio, Cartas, IX,3.

[5] San Antonio, Carta XIII,5-6

[6] Es decir, la corrección efectuada por el Señor para nuestro bien.

[7] No sabemos a ciencia cierta quiénes fueron estos dos abba.

[8] Stagnis, que también se puede traducir por estanques.

[9] Nombre que solo encontramos en los escritos de Casiano (cf. Conversazioni, p. 507, nota 24). Al parecer no debe confundirse con el personaje que aparece en la Conf. XI,2-4, obispo de Panéphysis (C. Stewart, Cassian the Monk, New York – Oxford, Oxford University Press, 1998, p. 134).

[10] Lit.: movimiento vivaz.