El segundo número de “Cuadernos Monásticos” reúne, en la sección artículos, tres géneros de contribuciones bien delimitadas.
La serie de valiosos aportes de D. Longeat, osb, llega a su culminación con el tratamiento sobre la obediencia. Se trata de la virtud sobre la cual se asienta la Regla de san Benito, y es también un eje central en la vida de los cristianos. Incluso me atrevería a decir que es el “test de vida” más difícil para quien realmente esté dispuesto a seguir a Cristo hasta las últimas consecuencias.
Siguen después dos artículos dedicados a temas litúrgicos. Ambos abordan realidades (la adoración eucarística y las bendiciones) de nuestra vida litúrgica cristiana a las que no se les ha prestado la debida atención. Muchos las miran con ojos no muy benignos...
Esperamos que estos trabajos ayuden a reflexionar sobre ellos, y a ponerlos nuevamente ante la consideración de los cristianos.
Los dos últimos artículos quieren presentar al lector “ejemplos de vida”. Dos consagrados cuyas vidas y testimonios son muy diferentes, pero que nos enseñan que los caminos del seguimiento de Cristo son realmente variados. Lo importante es poner los talentos recibidos al servicio de la Iglesia.
En continuidad con los textos ofrecidos en el número 140, se publica ahora la primera parte de la traducción de los sermones de san Cesáreo de Arlés, dirigidos a los monjes.
En la sección “recensiones” presentamos una nueva y amplia “reseña bibliográfica”, que confiamos será de gran utilidad para nuestros lectores.
Una estupenda homilía de Eusebio de Cesarea nos recuerda que la vida del cristiano debe estar sólidamente cimentada en la continua celebración del misterio pascual:
«Los seguidores de Moisés inmolaban el cordero pascual una vez al año, el día catorce del primer mes, al atardecer. En cambio, nosotros, los hombres de la nueva Alianza, que todos los domingos celebramos nuestra Pascua, constantemente somos saciados con el cuerpo del Salvador, constantemente participamos de la sangre del Cordero; constantemente llevamos ceñida la cintura de nuestra alma con la castidad y la modestia, constantemente están nuestros pies dispuestos a caminar según el evangelio, constantemente tenemos el bastón en la mano y descansamos apoyados en la vara que brota de la raíz de Jesé, constantemente nos vamos alejando de Egipto, constantemente vamos en busca de la soledad de la vida humana, constantemente caminamos al encuentro con Dios, constantemente celebramos la fiesta del “paso” (Pascua).
Y la palabra evangélica quiere que hagamos todo esto una sola una vez al año, sino siempre, todos los días. Por eso, todas las semanas, el domingo, que es el día del Salvador, festejamos nuestra Pascua, celebramos los misterios del verdadero Cordero, por el cual fuimos liberados. No circuncidamos con cuchillo nuestro cuerpo, pero amputamos la malicia del alma con el agudo filo de la palabra evangélica. No tomamos ázimos materiales, sino únicamente los ázimos de la sinceridad y de la verdad. Pues la gracia que nos ha exonerado de los viejos usos, nos ha hecho entrega del hombre nuevo creado según Dios, de una ley nueva, de una nueva circuncisión, de una nueva Pascua, y de aquel judío que se es por dentro. De esta manera nos liberó del yugo de los tiempos antiguos.
Cristo, exactamente el quinto día de la semana, se sentó a la mesa con sus discípulos, y mientras cenaba, dijo: He deseado enormemente comer esta comida pascual con ustedes antes de padecer. En realidad, aquellas Pascuas antiguas o, mejor, anticuadas, que había comido con los judíos, no eran deseables; en cambio, el nuevo misterio de la nueva Alianza, del que hacía entrega a sus propios discípulos, con razón era deseable para él, ya que muchos antiguos profetas y justos anhelaron ver los misterios de la nueva Alianza. Más aún el mismo Verbo, ansiando ardientemente la salvación universal, les entregaba el misterio que todos los hombres iban a celebrar en lo sucesivo, y declaraba haberlo él mismo deseado.
La pascua mosaica no era realmente apta para todos los pueblos, desde el momento en que estaba mandado celebrarla en lugar único, es decir, en Jerusalén, razón por la cual no era deseable. Por el contrario, el misterio del Salvador, que en la nueva Alianza era apto para todos los hombres, con toda razón era deseable.
En consecuencia, también nosotros debemos comer con Cristo la Pascua, purificando nuestras mentes de todo fermento de malicia, saciándonos con los panes ázimos de la verdad y la simplicidad, incubando en el alma aquel judío que se es por dentro, y la verdadera circuncisión, rociando las jambas de nuestra alma con la sangre del Cordero inmolado por nosotros, con miras a ahuyentar a nuestro exterminador. Y esto no una sola vez al año, sino todas las semanas.
Nosotros celebramos a lo largo del año unos mismos misterios, conmemorando con el ayuno la pasión del Salvador el Sábado precedente, como primero lo hicieron los apóstoles cuando se les llevaron el Esposo. Cada domingo somos vivificados con el santo Cuerpo de su Pascua de salvación, y recibimos en el alma el sello de su preciosa sangre»[1].
SITIO DE “CUADERNOS MONÁSTICOS”: www.monasterio.org.ar/cuadmon
Un aviso para nuestros lectores:
A causa de la difícil situación por la que atraviesa nuestro país nos hemos visto obligados a imprimir nuestra revista en España. Las monjas benedictinas del Monasterio de la Ascensión del Señor (Zamora, España) asumieron la tarea de la impresión con grandísima disponibilidad: se los agradecemos de todo corazón.
Esto nos ha generado un cierto retraso en la entrega del número 140, y seguramente el problema se repetirá nuevamente con el ejemplar que ahora tienen entre sus manos. Confiamos poder regularizar nuestras entregas en la segunda mitad del presente año.
Desde ya muchas gracias por la comprensión, y nuestras disculpas por las molestias que les podamos causar.
abad Enrique Contreras, osb
[1] Tratado sobre la solemnidad de Pascua, 7.9.10-12; PG 24,702-706; trad. en Leccionario bienal bíblico-patrístico e la Liturgia de las Horas. III. Adviento - Pentecostés, Zamora, Eds. Monte Casino, 1984, pp. 509-511.
“Para el hombre, no puede haber obediencia sin una cierta aceptación de la trascendencia. En efecto, si Dios no existe, todo está permitido: por consiguiente, ¿quien podría tener autoridad sobre mí? Pero si el absolutamente Otro existe, tal vez sea para mí el camino de la salvación, de la verdad, de la felicidad. Entonces me dispongo a buscarlo, a escucharlo y hasta llego a cumplir su Palabra con un consentimiento libre. Lejos de ser alienante para la libertad del hombre, la obediencia, por el contrario, puede dilatarla hasta su término en Dios”.
“Este artículo se cuestiona sobre el significado teológico de la adoración eucarística. Desarrolla la siguiente idea: la adoración de la eucaristía no puede ser separada de la Misa, donde la Palabra de Dios es escuchada y donde la Acción eucarística de Cristo se hace presente; pero inversamente, hacer memoria de lo que Jesús hizo en la (última) Cena conduce a la adoración de su presencia real, escatológica, en la hostia, más allá del momento (mismo) de la celebración de la Misa”.
«En un mundo secularizado se ha perdido en gran parte el sentido de los signos sagrados, de la presencia de Dios a través de los elementos como el agua bendita, el cirio bendecido, el incienso, las medallas, o a través de gestos como la señal de la cruz o de palabras y gestos juntos como las bendiciones… La vida de san Benito, su Regla, la tradición conservada en los Monasterios muestran la importancia de “las bendiciones” y como ella son una forma, entre otras, de la presencia de Dios».
«Entre los varios temas estudiados por Dom Leclercq, no es difícil advertir a través de toda su obra, algunos hilos conductores, como la teología monástica, la vida contemplativa, la relación entre vida monástica y cultura. Y entre todos ellos, tal vez el que aparece con mayor frecuencia en la obra de Dom Leclercq sea, desde el punto de vista sistemático, el de la tradición monástica. A ella se refiere en innumerables monografías de investigación y en reflexiones de orden general sobre problemas planteados a raíz del “aggiornamento” posconciliar. Hasta se podría decir que este tema constituyó el fondo de toda la producción literaria e histórica de este famoso monje y estudioso. Fue el estímulo que lo llevó a emprender una investigación tan amplia y profunda acerca del monacato y su espiritualidad».
“El 23 de enero de 1977, día de su Canonización, Pablo VI presentaba a santa Rafaela María (del Sagrado Corazón, Rafaela Porras y Ayllón) justamente como invitándonos a hacer la prueba de pasar por el camino que ella pasó. Vengan, parece decirnos con su voz dulce y persuasiva; vengan, prueben, se pasa por estos senderos: primero, la adoración silenciosa; luego el revelarse el Señor en la Eucaristía a los pequeños; al final, la invitación a ir a servir a los hermanos necesitados”.
“Los Sermones a los monjes son los más ricos en cuanto a la doctrina monástica que encierran. Se han conservado seis que llevan, en la colección de sus sermones, los números 233-238, a la que se agrega una homilía dirigida a los monjes. Fueron escritos entre los años 502-512”.