“Seguir” y “Buscar”, dos expresiones profundamente bíblicas para expresar el ser y la existencia cristiana. Ellas expresan y definen el dinamismo interior de la vida del monje y modelan su estilo de vida.
“… El Señor, que busca su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige este llamado, dice de nuevo: ¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices? Si tú, al oírlo respondes: Yo, Dios te dice:….. Vean cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida” (RB Prol. 14-20).
Este Cuaderno quiere llevarnos a interrogarnos sobre ellas en el dinamismo activo de nuestra vida de fe.
Para ello Marcos Buvinic nos ofrece una lúcida síntesis sobre el seguimiento y la vida monástica, destacando desde los evangelios la originalidad cristiana y descubriendo los paralelismos de la vida monástica con la de Jesús, quien no fue monje. De este modo, seguir a Cristo es dejarse configurar desde el interior con Él, compartiendo su intimidad y su misión.
Patrizia Girolami, ocso, a partir de la reciente Constitución Vultum Dei quaerere que regula actualmente la vida contemplativa femenina, se interroga sobre los fundamentos de la vida monástica, destacando prolijamente los aspectos esenciales y más ricos del documento. Es una estimulante reflexión en la que la búsqueda de Dios nos es presentada en sus elementos tradicionales pero también en su dimensión profética: “en” la Iglesia y “para” la Iglesia, pero en el “corazón” del mundo, para cumplir su misión de colaborar en llevar a la humanidad a Dios.
Pero la búsqueda y el seguimiento se llevan a cabo en un tiempo: un tiempo de la Iglesia animada por el Espíritu Santo e impregnado por los afanes, conquistas y miserias de los hombres. Por eso es importante contextualizarla en el “hoy” de la Iglesia y de la sociedad y observar la conducta cristiana y monástica de sus significativos protagonistas. Esto es lo que nos ofrece el trabajo del P. Ghislain Lafont, osb, sobre “El decreto Perfectae caritatis y la vida religiosa hoy” y la semblanza del extinto abad emérito de la Abadía de La Pierre-qui-Vire (Francia), Denis Huerre, osb (1915 – 2016), que nos hace Rodrigo Álvarez, osb.
El Cuaderno se completa con dos “palabras de vida”: “La carta para hablar de la vida espiritual” que el abad Denis Huerre, osb, dirigiera poco antes de morir a un grupo de jóvenes monjes sobre la búsqueda y seguimiento monástico del Señor a modo de testamento espiritual y el Capítulo XV de la Colección sistemática griega de las sentencias de los Padres y Madres del Desierto, gracias a la generosa colaboración del abad Enrique Contreras, osb.
La vida monástica es “encuentro” con Cristo, en el seno de una comunidad de hermanos y hermanas que “caminan todos juntos a la Patria” (RB 72,12), gracias a la acción amorosa y eficaz del Espíritu Santo que gradualmente nos descubre el Rostro del Hijo y en Él nos revela al Padre, pero ese “Amor conocido” pide ser compartido con otros y testimoniado, a fin de formar la gran comunión de la Familia de Dios. Estamos llamados a ser “luz y sal” en el mundo desde la búsqueda y el seguimiento de Cristo. Las páginas que siguen quieren animarnos y enriquecernos en esto.
Antes de cualquier acción y decisión nuestra, el “seguimiento de Jesucristo” es el modo en el que Él nos acompaña en la vida; es decir, el Señor Jesús toma la iniciativa, nos busca y nos llama, “nos va siguiendo” como hizo con los que iban en el camino a Emaús (cf. Lc 24,13-35). Nos va siguiendo en nuestra vida e invitándonos a una respuesta: seguirlo a Él.
Así como la Iglesia entera bajo la moción del Espíritu es responsable del discernimiento y de la puesta en marcha del Evangelio en el mundo de hoy, así mismo la comunidad entera de un instituto religioso es responsable tanto de su identidad y de su misión espiritual y carismática como de su organización jurídica en el sentido más amplio y englobante del término.
En diálogo con nuestro tiempo, que ha visto “un rápido avance de la historia humana”, la Constitución quiere salvaguardar y volver a proponer “los valores fundamentales sobre los que se funda la vida contemplativa que, a través de sus instancias de silencio, de escucha, de llamada a la interioridad, de estabilidad, puede y debe constituir un desafío para la mentalidad de hoy”.
La vida de tan insigne padre espiritual es definida por una palabra clave de la Escritura: feliz. De allí que lo que escribió no pudo sino vivirlo en plenitud. Su referente de vida siempre fue la comunidad monástica. Por ello, llegó a afirmar en el año 2007: “No sé lo que pude dar a esta comunidad, pero sí sé que ella me dio la vida que yo le pedía…. Amo la vida en común, la vida monástica, simplemente la vida, y espero que ella me prepare para la vida eterna”.
El monje viene y llega, vive un lento y continuo devenir, deviene progresivamente lo que debe ser, finalmente es él mismo. Esto, que por otra parte es la esperanza de todo hombre, el monje cristiano lo vivirá per ducatum Evangelii, “bajo la guía del Evangelio” (Prol 21). En esa perspectiva, trataré de responder al deseo de ustedes, de una verdadera “vida espiritual”.
Un hombre interrogó a un anciano diciendo: “¿Qué es la humildad?”. Dijo el anciano: “Hacer el bien a quienes te hacen el mal”. Dijo el hermano: “¿Y si no se llega a esa medida, abba, qué hacer?”. El anciano dijo: “Huir eligiendo el silencio”.