Las tres contribuciones que integran la sección “Artículos” del presente número nos ofrecen valiosas ayudas para reflexionar sobre temas propios de nuestra vivencia cristiana y monástica.
El concepto de “tradición”, aunque literalmente no se encuentra en la Regla de san Benito, bien pude decirse que permea todas las actividades que el monje y la monja cenobita realizan en su comunidad, en su monasterio. Sería conveniente preguntarse qué grado de conciencia tenemos sobre el hecho de ser mujeres y hombres “de tradición”.
Mediante el recurso a los escritos de tres de “los evangelistas del Císter”: Bernardo, Elredo y Guillermo, se nos invita a pensar en el cielo. En el Prólogo de nuestra Regla, san Benito, con meridiana claridad, nos dice que nuestra meta es el Reino de los cielos. Pensar más y mejor en el cielo es particularmente necesario cuando todo parece tan terráqueo que hablar de vida eterna suena como algo de otra galaxia, una realidad que no tiene relación alguna con la vida humana.
Como ya ha sucedido en otras etapas de la historia de la Iglesia, asistimos en nuestros días a un cierto florecimiento de la vida eremítica. Y por ello es importante poner a disposición de nuestros lectores las normas y orientaciones que al respecto nos propone la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que ha publicado el primer documento oficial dedicado a esta vocación particular vivida en “el silencio de la soledad”. El texto, que lleva fecha del 14 de diciembre de 2021, fue originalmente presentado en italiano, y luego traducido al francés. El papa Francisco dio el visto bueno al documento, que cuenta con una parte teológico-espiritual y otra canónica, y en cuya elaboración han participado varios eremitas. En él se remarca la importancia de la soledad y la oración, elementos comunes para todos los miembros de la vida consagrada, pero con una dimensión particular para los ermitaños.
En la sección Fuentes hallamos un tema muy querido a los Padres de la Iglesia de los primeros siglos: el de la Octava. San Gregorio de Nisa, en su homilía dedicada al Salmo sexto, nos “ofrece una breve interpretación alegórica sobre el significado de este número, la que, a su vez, retoma una tradición anterior”. Además, la reflexión que nos propone Gregorio se relaciona de modo muy sorprendente con las enseñanzas de los tres “evangelistas del Císter”.
Aceptemos también nosotros de buen grado la invitación a iniciar nuestro “ascenso hacia el bien. El salmo cuarto separó el bien inmaterial del corporal y más carnal[1]. El salmo quinto suplicó por la herencia de este bien[2]. El sexto, al mencionar la octava, indicó el momento de la herencia. La octava puso en evidencia el temor del juicio. El juicio recomendó a los que son pecadores como nosotros que se anticipen a los terribles [castigos] con la conversión. Luego la conversión ₋que, según el texto, se realizó cuando nos volvimos a Dios₋ anunció la ganancia que nos viene de ella al decir: Escuchó el Señor la voz[3] del que se vuelve con lágrimas hacia Él” (n. 6).
En sintonía con el documento sobre la vida eremítica en la Iglesia, ofrecemos, también en la sección Fuentes, un magnífico ejemplo del seguimiento de Cristo en esta peculiar vocación: un monje cenobita que siente el llamado del Señor a vivir en la soledad, y que se mantiene fiel hasta el martirio.
[1] Cfr. Sal 4,7-8; o quizás se trate de una alusión general al salmo.
[2] Cfr. Sal 5,1. 12-13.
[3] Sal 6,9.
Con este ejemplo, se destaca que la tradición tiene como principal función la construcción de la identidad de un grupo: cada nuevo miembro recibe su identidad a través de su fidelidad a la tradición, que lo conecta, a través de los tiempos, al origen del grupo.
La participación en el Ser de Dios constituye el ver a Dios o tener Vida eterna, y ambas realidades se nos dan en Cristo. Por eso, podemos designar el estado escatológico, simplemente como: Estar con el Señor. Y esto es algo muy común en el Nuevo Testamento.
Pondré un camino en el desierto (Is 43,19). El versículo del Profeta nos ofrece el horizonte atractivo del desierto –muy querido en quienes imaginan la vida eremítica– y, al mismo tiempo, recuerda la metáfora del camino trazado por Dios, en el que el discípulo se pone en marcha buscando Su Rostro.
Y así recibimos la Ley acerca de la octava, aquella que purifica y circuncida, porque una vez que cese el tiempo de la semana llegará el octavo día después del séptimo; se llama octavo porque viene después del séptimo, y por sí mismo ya no admite la sucesión del número.
“Como deseo tratar sobre la pasión y muerte del venerable varón Meinrado, ermitaño y mártir, antes debo presentar su vida. Por eso recordaré brevemente el tiempo y el lugar de su nacimiento, dónde fue llevado para aprender las letras, bajo qué abad sirvió en la vida monástica y cómo pasó de la falange de la vida fraterna al combate individual del ermitaño”.