Icono de la Dormición de la Madre de Dios
Escuela de Tver’, Rusia. Mediados del siglo XV.
En Oriente «la fiesta mariana del 15 de agosto es muy importante. Va precedida de un ayuno de catorce días y la celebración dura hasta el 23 de agosto. Mientras en Occidente se la llama Asunción de María, en Oriente, tanto en griego como en eslavo, se denomina “Dormición de la Madre de Dios”, recogiendo los últimos momentos de la Virgen en la tierra en los que, según la leyenda, se juntaron los Apóstoles a su alrededor y Cristo vino para llevarse su alma...»[1].
«El tema de la luz es decisivo para la comprensión de este maravilloso icono, que se inspira en un modelo de Rublev y que lleva un nombre significativo: “Dormición azul”.
La Virgen aparece acostada sobre un paño color fuego, que recuerda aquel sobre el cual reposaba la Madre en el icono de la Natividad, y que parece iluminar los rostros de los apóstoles inclinados sobre ella. Están todos presentes, trasuntando la tristeza de la separación: Pedro se halla en la cabecera del lecho y Pablo a los pies; el anciano Juan reposa su cabeza sobre la almohada junto al rostro de la Virgen, tal como ya lo había hecho en la última cena apoyando su cabeza sobre el pecho del Señor. Los otros apóstoles llegan a Jerusalén conducidos por los ángeles para asistir a la Asunción de la Madre. A sus espaldas se pueden ver dos obispos de la Iglesia primitiva, discípulos de Pablo: san Dionisio Areopagita, obispo de Atenas y san Timoteo, obispo de Éfeso, y al pueblo cristiano.
Todas las miradas convergen hacia el centro de ese cuerpo que, como dice la liturgia, fue “portador de Dios y fuente de vida”. Es la Madre que se va rodeada por la veneración y la ternura humana de la Iglesia.
Sin embargo, este movimiento descendente es superado por una fuerza hacia lo alto marcada por el arco ojival de un azul intenso enriquecido con transparencias verdes, que abarca todo el largo del lecho, y en el que destaca la figura, en color oro, del Salvador. En su rostro se leen la fuerza y la determinación del resucitado, de aquel que ha vencido la muerte (E. Sendler). El Señor de la gloria, revestido de luz, lleva al cielo la pequeña figura blanca del alma de la Purísima.
Los ángeles del cortejo glorioso, pintados de un solo color, señalan las puertas celestiales; y llevan unos candelabros encendidos que son iguales al que se encuentra colocado a la cabecera de la Virgen, indicando el inicio del movimiento ascendente del icono.
La elevación-glorificación de la Madre de Dios no equivale a la clausura del capítulo terreno de su existencia: es lo que sugiere el iconógrafo a través del movimiento de expansión que caracteriza la parte superior del icono. En el centro de ese movimiento aparece rodeada de luz la pequeña figura sentada de la Madre de Dios, como una maravilla escondida de este icono: increíblemente humilde y simple, ella extiende la mano abierta en un gesto de acogida y de entrega»[2].
En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición no has abandonado al mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones, librarás nuestras almas de la muerte[3].
EDITORIAL
La sección “artículos” de este número está integrada por tres conferencias que tratan otros tantos temas fundamentales para nuestra vida monástica. Cada uno de esos tópicos es desarrollado por monjes (una monja y dos monjes para ser más preciso), quienes, al mismo tiempo, con sus propias vidas nos muestran la maravillosa riqueza del monacato.
El P. de Vogüé, osb, conocido estudioso y especialista en la literatura del monacato primitivo, nos ofrece una visión panorámica sobre los criterios de discernimiento que utilizaban nuestros padres en la vida monástica.
La Madre Battista Boggero, osb, completa y continúa lo expuesto por el P. de Vogüé. La Autora en su, a mi entender, magistral conferencia sobre el ordo para la profesión monástica de RB 58, nos dice: “El monje, a través de la profesión, subjetivamente se ofrece para recibir la acción salvífica de Dios, que humanizándolo progresivamente, lo conduce a una semejanza más plena con Cristo, mientras que objetivamente le propone una modalidad de vida: confiarse en libertad, por medio de una orientación precisa, que dinamiza una permanente elección”.
El abad Bernardo Olivera, ocso, nos recuerda el lugar único y decisivo que debe ocupar en nuestra la vida la celebración de la Eucaristía: “Me resulta inimaginable, afirma, la vida contemplativa cristiana sin la Eucaristía y sin una honda participación en la misma”.
Recepción y probación de los candidatos, consagración en la vida monástica según la Regla de san Benito, centralidad de la Eucaristía en nuestras vidas, son cuestiones fundamentales para nosotros, monjas y monjes. Pero son asimismo “ventanas”, por así decirlo, a través de las cuales todos los lectores podrán acceder a un mejor conocimiento del monacato.
La contribución del P. Krpan nos regala la posibilidad de aproximarnos a la “misteriosa” y ahora “de moda” Iglesia rusa. Nada mejor que hacerlo por medio del conocimiento de un gran padre espiritual, venerado y amado por muchos cristianos rusos.
La Madre Plácida, osb, y la Hna. Gabriela, ocso, nos transmiten sus impresiones del “Symposium” de las Benedictinas y de los Capítulos de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia. Ambas estuvieron presentes en las respectivas reuniones de sus Órdenes, y por medio de sus informes el lector podrá ubicar en su contexto la conferencia de la Madre Boggero y también, aunque de modo indirecto, la carta circular del abad Bernardo Olivera.
En la sección «Fuentes» se publica, creo que por primera vez en la historia de “Cuadernos Monásticos”, un texto traducido directamente del siríaco. Esto ha sido posible merced a la generosidad del P. Manuel Nin, osb (Abadía de Montserrat, España). Espero que no sea la última vez que esto suceda, sino que, por el contrario, en entregas sucesivas podamos ir abriendo a nuestros lectores las puertas de la rica producción literaria oriental de lengua no griega.
San Agustín viene nuevamente en mi ayuda para recordarme (y recordarnos) que en el centro de todo nuestro esfuerzo siempre debe estar Cristo:
«El fin de nuestro ideal o designio es Cristo, ya que aunque personalmente nos esforcemos, en él nos perfeccionamos, y por él somos perfeccionados; y toda nuestra perfección es ésta: llegar a él. Pero cuando a él llegares, ya no buscarás más: es tu fin. La meta de tu camino es el sitio al que tiendes, y cuando llegas a ella, descansas; así Cristo es el fin de tu esfuerzo, de tu propósito, de tu conato, de tu intención; él es la meta a la que tiendes. Cuando llegues a él, nada más codiciarás, pues nada mejor podrás tener. Él, pues, nos propuso en esta vida un modelo del vivir, y nos dará en la vida futura un premio del vivir» (Enarraciones sobre los Salmos 56,2).
[1] Sor María Donadeo, El Icono. Imagen de lo invisible, Madrid 1989, pp. 105 ss. (traducción del italiano).
[2] La explicación del icono, colocada entre comillas, transcribe, con bastante libertad, la interpretación autorizada de M. G. Muzj, Trasfigurazione. Introduzione alla contemplazione delle icone, Milano 1987, pp. 158-160.
[3] Liturgia bizantina, tropario de la fiesta de la Dormición, citado por el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 966.
La necesidad de discernir las intenciones y condiciones de los candidatos a la vida monástica, es presentada en este artículo de forma didáctica y sintética, desde el Nuevo Testamento hasta Gregorio Magno. El monacato primitivo vuelve a mostrar toda su actualidad, señalando el camino a recorrer en un tema de tanta importancia.
“Misterio y mistagogía, acontecimiento que comienza a cumplirse en una persona e iniciación a la verdad más profunda de cada uno. Todo esto puede ser el rito propuesto por Benito” para la profesión monástica.
Esta epístola aborda el tema del sacramento de la Eucaristía, en dos de sus vertientes más importantes: misterio de unión con Cristo y comunión fraterna.
Semblanza biográfica del “staretz” ruso (1812-1891), una notable personalidad carismática, en quien se habría inspirado el escritor Fedor Dostoievski para caracterizar al “staretz” Zosima de su obra “Los hermanos Karamazov”.
Crónica del segundo “Symposium” de las Benedictinas, celebrado en San Anselmo (Roma), del 14 al 23 de septiembre de 1993.
Informe sobre los Capítulos de monjes y de monjas de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, reunidos en Poyo (Galicia, España) del 8 al 30 de septiembre de 1993.
Juan el Solitario es “el autor que llena el silencio literario siríaco que va desde la muerte de Efrén (373) hasta la de Filoxeno de Mabug (523). La carta es como una “regla ascético-monástica, formada por un abundante conjunto de advertencias y consejos destinados a alguien que ha iniciado recientemente el camino de la vida monástica”.