Prefacio a las Conferencias XI-XVII
En este prefacio hallamos nombres ya conocidos porque fueron mencionados en los textos homónimos de las Instituciones, es el caso del obispo Cástor, o de la primera serie de Conferencias: Heladio y Leoncio. Este último, hermano de Cástor, fue obispo de Fréjus, en tanto que Heladio, otrora monje, según parece, de Lérins, ahora es ya mencionado como obispo de la diócesis que le fue confiada: Arlés.
Capítulo 12. Pregunta: ¿de qué modo los pensamientos espirituales pueden mantenerse inmóviles?
Capítulo 11. Sobre la perfección de la oración, a la que se llega por medio de la predicha enseñanza
“El monje que comienza repitiendo el versículo del salmo, luego accede a la pobreza espiritual y, al final, experimenta el conocimiento multiforme de las Escrituras”[1]. Asciende, por así decirlo, de la condición de “erizo espiritual” a la de “ciervo racional” que aplasta las serpientes venenosas y transita por las altas cumbres.
Capítulo 10. Sobre la enseñanza de la oración continua
En esta segunda parte del capítulo, Casiano “presenta la extraordinaria eficacia del versículo en quince ocasiones concretas en las que el monje puede hallarse (dispuestas según un climax ascendente que va de la tentación de la gula al asalto de los demonios y al riesgo de perder el éxtasis de la visión)”[1].
Capítulo 8. Pregunta sobre la enseñanza de la perfección, por medio de la cual podemos llegar a la memoria continua de Dios
Capítulo 4. Nuestro regreso a [ver a] abba Isaac, y nuestra pregunta sobre el error en que había incurrido el nombrado más arriba
Conferencia décima: segunda conversación con abba Isaac. Sobre la oración
Capítulos:
1. Proemio.
2. Sobre la costumbre que se mantenía en la provincia de Egipto respecto del anuncio de la Pascua.
3. Abba Sarapión y la herejía antropomorfita, que él contrajo engañado por su simplicidad.
Capítulo 34. Respuesta: sobre las diversas causas por las que las oraciones escuchadas (continuación)
Una oración llena de gran confianza
Capítulo 31. Sentencia del abad Antonio sobre el estado de la oración
La Vida de san Antonio testimonia la permanencia en prolongada oración del santo abba:
“Velaba tanto que a menudo pasaba la noche entera sin dormir. Y suscitaba la admiración porque esto lo hacía no una vez sino muchas”[1].