Capítulo 32. Sobre la diversidad de persecuciones y deseos que ejercen las potestades del aire
En este capítulo Casiano aborda la delicada cuestión de las diversas formas en que el Maligno actúa en nuestro mundo y en cada uno de nosotros.
Es importante advertir los recursos que utiliza para conducirnos al engaño, desde las burlas casi inocentes, hasta impulsarnos a guerras fratricidas o a la apostasía de nuestra fe.
Capítulo 29. Objeción: ¿por qué aquellos que han sido vejados por los espíritus inmundos son excluidos de la comunión del Señor?
Capítulo 26. Sobre la muerte del profeta seducido y la enfermedad que mereció abba Pablo para su purificación
Capítulo 21. Sobre que los demonios que combaten contra los seres humanos lo hacen con esfuerzo
En la Vita Antonii hallamos algunos de los textos bíblicos citados por Casiano en este capítulo:
«Después de la resurrección del Señor, que fue la de un cuerpo verdadero, porque no otro resucitó sino el que fue crucificado y sepultado, ¿qué otra cosa fue el hecho de los cuarenta días de espera, sino purificar de toda oscuridad la integridad de nuestra fe? Dialogando con sus discípulos, conviviendo y comiendo con ellos (cf. Hch 1,3. 4), dejándose tocar y palpar por la curiosidad diligente de aquellos a los que la duda apretaba (cf.
“Ya brillan los rayos de la sagrada luz de Cristo, ya aparecen las puras luminarias del Espíritu puro, que nos abren los tesoros de la gloria celestial y de la regia divinidad. Se disipo la densa y oscura noche, y la odiosa muerte ha sido relegada a la oscuridad; a todos se les brinda la vida, todo rebosa de luz indeficiente y los que van naciendo entran en posesión del universo de los renacidos: y el nacido antes de la aurora, grande e inmortal, Cristo, resplandece para todos más que el sol.
“Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar al hombre levantándolo de su caída y haciendo que pasara del estado de alejamiento, en que había incurrido por su desobediencia, al estado de familiaridad con Dios. Éste fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de su convivencia con los hombres, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo adoptivo” (san Basilio de Cesarea).
“Esto fue lo que hizo el Señor, éste es el don que nos otorgó: siendo grande, se humilló; humillado, quiso morir; habiendo muerto, resucitó y fue exaltado para que nosotros no quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con Él en la resurrección de los muertos, los que, ya desde ahora, hemos resucitado por la fe y por la confesión de su nombre” (san Agustín de Hipona).
“Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, como si fueran palmas, nuestra alabanza por la victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros, penetre todo Él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea para Él, y Él, a su vez, para nosotros.