Sagrada Familia
Claudio Pastro. 1992. Capilla del Pensionado Nuestra Señora Aparecida (Embu. San Pablo, Brasil).
María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.
En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el ángel les dijo: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Y junto con el ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por Él”.
Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado”.
Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2,7-19).
“Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la «familia de Dios».
Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, «con toda su casa», habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase «toda su casa». Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente.
En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, «Ecclesia domestica»” (Catecismo ns. 1655-1656).
Editorial
El presente número de “Cuadernos Monásticos” clausura la celebración de nuestros primeros treinta años de vida. Y nos compromete a seguir brindando lo mejor de nuestro trabajo en beneficio de quienes nos acompañan en esta peregrinación.
Publicamos las dos últimas conferencias del Encuentro Monástico Latinoamericano de 1994. Ambas tratan temas de permanente actualidad, pero que interesan especialmente en estos tiempos: la mujer y los jóvenes, su relación con nosotros, los monjes, y con la vida monástica.
En la Vida de San Pablo, Jerónimo pinta con colores vivos el ideal monástico, sin vacilar incluso en echar mano a elementos fantasiosos junto a su experiencia personal. Pablo de Tebas encarnaba, según su opinión, al primer ermitaño. Esta hagiografía fue compuesta entre 378 y 379, en Maronia.
Las páginas escritas por Mons. Casaretto nacen de una pregunta: “¿cuál es la riqueza que los monasterios aportan a la vida de la Iglesia toda?”. A la cual quiere dar respuesta a partir de su propia vivencia: “para no hacer de esto una cuestión teórica, pienso en concreto en la gracia que significa ver acompañada la vida diocesana por un monasterio”.
La “Región Mixta (Monjas y Monjes) Latinoamericana” de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia pone a nuestro alcance, no solamente el fruto de sus deliberaciones, sino también toda la riqueza de su reunión fraterna. Uno de los participantes resumió su experiencia con las siguientes palabras, que realmente son un programa de vida:
“La caridad fraterna, la cordialidad hacia cada persona, la solicitud de la región para proponer temas a la Comisión Central, la riqueza de las personas, su inteligencia y energía, y el discernimiento y síntesis hechas sobre la Schola Caritatis, fue impresionante”.
¿Por qué no tomar esta síntesis como una guía para nuestra existencia cristiana y monástica: caridad fraterna, cordialidad hacia cada persona, solicitud para proponer temas, valoración de la riqueza de las personas (su inteligencia, su energía), capacidad de discernimiento y de síntesis? Es lo mejor que podemos solicitar como regalo del Espíritu en esta Navidad y final de año 1995.
Para seguir a Jesús pobre las mujeres y los hombres latinoamericanos necesitan la presencia de los monjes y de la vida monástica.
Tres actitudes básicas para dialogar con los jóvenes: optimismo y confianza en sus posibilidades, aprender a escucharlos (en la escuela de la RB) y saber acompañarlos con fe, esperanza y caridad.
Para la RB “el enraizamiento bautismal de la vida monástica” es total, “afectando no sólo su espiritualidad, sino también sus instituciones”.
Reflexión -a la luz de la carta “Tertio Millenio Adveniente”, de Juan Pablo II- sobre el servicio y el lugar que corresponden a un monasterio en el marco de la Iglesia local.
Esta reunión de las monjas y los monjes de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia nos obsequia un ejemplo y un texto-guía para vivir con mayor autenticidad la vida comunitaria.
Se trata de la primera hagiografía de la trilogía compuesta por el gran escritor. En ella, el monje Pablo es considerado como antecesor de San Antonio abad.