CRUCIFIXIÓN[1]
Cuadrifolio con Crucifixión llamada de Shemokhmed. Arte georgiano. Siglo X.
Esmalte colocado sobre lámina de oro. 8 x 7,5 cm.
Museo de Bellas Artes de Georgia. Tbilis.
Reproducción sobre madera de Nelda Vettorazzo.
Centro Russia Ecumenica. Roma. Técnica mixta. 31x31 cm.
Fondo recubierto en oro.
La Crucifixión[2], denominada de Shemokmed porque decoraba la cruz arzobispal conservada en el monasterio local, es uno de los esmaltes georgianos más antiguos. A ambos lados, en perfecta simetría, están dispuestas, a la izquierda, la figura de una mujer que recoge en un cáliz la sangre de Cristo, y junto a ella la Madre de Dios. A la derecha, las figuras del apóstol Juan y de una mujer, que le da la espalda a la cruz. Ángeles, representados con sólo medio cuerpo, vuelan sobre la cruz.
La composición se basa sobre un ritmo constante de líneas verticales. Las cabezas tienen dimensiones grandes respecto de los cuerpos; todas las figuras han sido tratadas de un modo simple, pero lleno de emoción. Los pliegues de los vestidos son amplios y la ropa de Juan tiene más colores. Los rostros tienen expresión de dolor. Los colores que predominan son el azul y el púrpura.
La concepción iconográfica del cuadrifolio, de tipo arcaico, representa la Iglesia triunfante y la Sinagoga; es bastante común en Europa occidental, pero se encuentra más raramente en la Iglesia oriental.
Las inscripciones en rojo están en griego antiguo, a la izquierda: He aquí a tu Hijo, y a la derecha: He aquí a tu Madre (Jn 19,26-27). Aquellas en negro, que se conservan de modo fragmentario, están en georgiano antiguo (asomtavrul), y señalan al rey Jorge de Abkhazia (922-957), como quien encargó y donó la obra.
EDITORIAL
Al planificar la programación para 1996, con el Consejo de Redacción de Cuadernos Monásticos, se decidió dedicar un número a temas litúrgicos. No sólo por la importancia de dicha temática en la vida monástica, sino a fin de ir delineando con mayor claridad y precisión el aporte del monacato a la liturgia cristiana, y, al mismo tiempo, mostrar todo lo que nosotros los monjes de todos los tiempos le debemos a la liturgia de la Iglesia.
Soy plenamente consciente de que la materia propuesta lejos está de agotarse con las contribuciones que ahora publicamos. Aun tratándose de excelentes aportes, sólo nos dan una primera aproximación a la cuestión. Por ello quedamos comprometidos con nuestros lectores para seguir entregándoles artículos sobre liturgia y vida monástica.
De hecho, el material que logramos reunir para este número de Cuadernos Monásticos es bastante cuantioso. Pero, por razones de orden práctico, tuvimos que efectuar una selección. La explicación de los criterios que nos guiaron seguramente ayudará al lector.
Dos artículos son de estudio y reflexión sobre las fuentes de la liturgia: Russo y Altermatt. Uno, a su vez, está dedicado a la relación entre temas litúrgicos y la Regla de san Benito.
La última parte de la amplia contribución del P. Alberico Altermatt ofrece el complemento necesario para ese “dueto”, es decir, la celebración semanal del misterio pascual el día domingo, día del Señor, en el ámbito del monacato primitivo.
El P. Roberto Russo aporta el marco amplio, imprescindible, para comprender los temas antes señalados: el desarrollo y consolidación, por así decirlo, de los libros litúrgicos. Se trata, en efecto, de un aspecto muchas veces olvidado, pero que tuvo una gran influencia en la vida monástica, de la cual recibió a su vez un notable aporte.
La contribución de nuestro hermano trapense Henri Delhougne cubre el territorio de la Liturgia de las Horas, entrando de lleno en su punto neurálgico: los Salmos. La celebración monástica de las Horas siempre se ha caracterizado por la importancia asignada en ella a los Salmos. Es un hecho que nuestros huéspedes comprueban al visitar los Monasterios. La dificultad se les plantea a ellos y también a nosotros: ¿cómo rezar con ellos?
En la sección “Fuentes” se concluye la amplísima antología de textos sobre el monacato según san Agustín. Unida esta parte a las precedentes entiendo que puede darle a lector el contexto para ubicar las contribuciones que publicamos.
Pablo VI, en su recordada encíclica Ecclesiam suam[3], ubica maravillosamente el papel que juega la liturgia en la Iglesia y en la vida de los cristianos:
Si sabemos despertar en nosotros mismos y educar en los fieles este fortificante sentido de la Iglesia con alta y vigilante pedagogía, muchas antinomias que hoy fatigan el pensamiento de los estudiosos de la eclesiología -como, por ejemplo, la Iglesia es visible y espiritual al mismo tiempo, libre y al mismo tiempo disciplinada, comunitaria y jerárquica, ya santa y siempre en vía de santificación, contemplativa y activa, y así en otras cosas-, serán prácticamente superadas y resueltas con la experiencia iluminada por la doctrina de la realidad viviente de la propia Iglesia; pero, sobre todo, se asegurará un efecto a la Iglesia, el de su óptima espiritualidad, alimentada mediante la piadosa lectura de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de los doctores de la Iglesia y de cuanto hace brotar en ella tal conciencia, esto es, la catequesis exacta y sistemática, la participación en esa admirable escuela de palabras, de signos y divinas efusiones que es la sagrada liturgia, la meditación silenciosa y ardiente de las divinas verdades y, finalmente, la entrega generosa a la oración contemplativa. La vida interior se alza también hoy como el gran manantial de la espiritualidad de la Iglesia, su modo propio de recibir las irradiaciones del Espíritu de Cristo, expresión radical e insustituible de su actividad religiosa y social, inviolable defensa y renaciente energía en su difícil contacto con el mundo profano.
Es necesario devolver al hecho de haber recibido el santo bautismo, es decir, de haber sido injertados mediante tal sacramento en el Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, toda su importancia, especialmente en la valoración consciente que el bautizado debe tener de su elevación, más aún, de su regeneración a la felicísima realidad de hijo adoptivo de Dios, a la dignidad de hermano de Cristo, a la dicha, esto es, a la gracia y al gozo de la inhabitación del Espíritu Santo, a la vocación de una vida nueva que nada ha perdido de humano, salvo la herencia desgraciada del pecado original, y que está capacitada para dar, de cuanto es humano, las mejores expresiones y experimentar los más ricos y puros frutos. El ser cristianos, al haber recibido el santo bautismo, no debe ser considerado como cosa indiferente u olvidable, sino que debe marcar profunda y gozosamente la conciencia de todo bautizado. Debe ser, por tanto, considerado por éste, como lo fue por los cristianos antiguos, una “iluminación” que, haciendo caer sobre él el rayo vivificante de la verdad divina, le abre el cielo, le esclarece la vida terrena, lo capacita para caminar como hijo de la luz hacia la visión de Dios, fuente de eterna bienaventuranza.
[1] Reproducida por amable concesión del Centro Russia Ecumenica, Roma.
[2] El texto que sigue es una traducción del original redactado en italiano por la Profesora Maria Giovanna Muzj, Centro Russia Ecumenica, Roma.
[3] Números 37 y 38. El resaltado es nuestro.
“Introducción a los libros de la liturgia latina medieval y, en particular, de la liturgia romana”. Primero se estudian las “fuentes litúrgicas: el valor que tiene el estudio de las mismas”. Luego se analizan “los libros litúrgicos: su sentido, cómo se originaron y se hace una breve presentación de los relacionados con la eucaristía, dejando de lado todos los referentes al oficio divino”.
“A la pregunta: ¿es posible rezar los salmos?, hay que contestar: sí. En un primer tiempo diré porqué. En una segunda parte trataré de mostrar cómo hacerlo”.
Conclusión del estudio sobre la celebración del día del Señor en la Regla del Maestro y en la Regla de san Benito, que nos ofrece una síntesis de “la espiritualidad del domingo según las dos Reglas monásticas”.
Antología de textos de San Agustín. Los recogidos en esta última parte van desde su ordenación episcopal hasta su muerte.