Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VIII, capítulos 16-17)

16. Sobre la sujeción que los demonios muestran a su príncipe, descripta por la visión de un hermano

La historia que narra este capítulo, con algunas variantes, la hallamos en la Colección sistemática de los apotegmas, tanto en la versión latina como en el texto original (?) griego.

«Uno de los padres tebanos dijo: “Yo era hijo de un sacerdote de los ídolos. Entonces, siendo pequeño, me sentaba en el templo y miraba a mi padre que entraba y llevaba a cabo los sacrificios a los ídolos. De modo que, en una ocasión, entré en secreto por detrás de él y vi a Satanás sentado, y a su ejército que estaba ante él. Y he aquí que uno de los jefes vino a postrarse ante él. El diablo tomó la palabra diciéndole: “¿De dónde vienes?”. Él dijo: “Estaba en tal poblado y suscité guerras, un gran desorden, hice derramar sangre y he venido a anunciártelo”. Y le dijo: “¿En cuánto tiempo hiciste eso?”. Le dijo: “En treinta días”. Y ordenó que lo azotaran, diciendo: “¿En todo ese tiempo (sólo) eso hiciste?”. Y he aquí que otro se postró ante él, al que le dijo: “¿De dónde vienes?”. El demonio le respondió: “Estaba en el mar y suscité tormentas, hundí embarcaciones y muchos hombres murieron; he venido a anunciártelo”. Le dijo: “¿En cuánto tiempo hiciste eso?”. El demonio respondió diciendo: “Fueron veinte días”. Y ordenó que también lo azotaran, diciendo: “¿Por qué en tanto tiempo hiciste sólo eso?”. Y he aquí que un tercero vino a postrarse ante él. También le dijo: “¿Y tú de dónde vienes?”. Le respondió: “En tal ciudad hubo una boda, y suscité luchas e hice derramar mucha sangre, incluso la del esposo y la de la esposa, (y) he venido a anunciártelo”. Le dijo: “¿En cuántos días hiciste eso?”. Él dijo: “En diez (días)”. Y también ordenó que lo azotaran por haber tardado tanto. Vino asimismo un cuarto a postrarse ante él. Y también le dijo: “¿Tú de dónde vienes?”. Le dijo: “Estaba en el desierto, y he aquí que hace cuarenta años que combato contra un monje, y esta noche lo hice caer en la fornicación”. Al escuchar esto se levantó, lo besó y, tomando la corona que llevaba, la puso sobre su cabeza, y lo hizo sentar a su lado en el trono diciendo: “Has hecho una gran cosa”. Y el anciano dijo: «Viendo esto yo dije: “Es verdaderamente grande el orden de los monjes”. Y el Señor favoreció mi salvación; partí y me hice monje»[1].

Mediante el recurso a este apotegma, Casiano apunta a poner de manifiesto “la misteriosa jerarquía de los demonios”[2]. En otro dicho de los abbas del desierto, posiblemente encontró el marco en el cual insertar su relato:

«Un anciano habitaba en un desierto alejado. Tenía una pariente que, después de muchos años, deseaba verlo. Entonces, averiguando[3] donde moraba, marchó por el camino del desierto y encontró una caravana de camelleros, entrando con ellos en el desierto. Pero era arrastrada por el diablo. Y habiendo llegado a la puerta del anciano, comenzó a darse a conocer por (ciertos) signos, diciendo: “Soy tu parienta”. Y permaneció junto a él. Pero había un anacoreta que habitaba en las regiones inferiores; y llenando su cántaro con agua a la hora de la comida, lo volcó. Y por un designio[4] de Dios se dijo a sí mismo: “Entraré en el desierto y lo anunciaré al anciano”. Y levantándose, partió. Pero al llegar el atardecer se acostó en un templo de ídolos cerca del camino. Y en la noche escuchó que los demonios decían: “Esta noche hemos precipitado a un tal anacoreta en la fornicación”. Al oír (esto) se entristeció. Y llegando junto al anciano lo encontró triste[5] y le dijo: “¿Qué hacer, abba, porque llené el cántaro a la hora de comer y se volcó?”. El anciano le dijo: “Tú has venido a interrogarme porque el cántaro se volcó. Pero yo, ¿qué hago? Porque esta noche he caído en la fornicación”. Él le dijo: “Yo lo sé”. Y (el anciano) le dijo: “¿Cómo lo sabes?”. Y le dijo: “Acostado en el templo oí a los demonios hablando sobre ti”. El anciano le dijo: “Mira, yo me voy al mundo”. El (hermano) insistió diciendo: “No, padre, más bien permanece en tu lugar, pero expulsa a la mujer de aquí. Porque es una maquinación[6] del enemigo”. Él escuchó, intensificando su modo de vida[7] con lágrimas, hasta que volvió a su disposición anterior[8]».

 

La experiencia de los ancianos en la vida monástica

16.1. Que los espíritus inmundos sean regidos por potestades más malvadas y estén sometidas a ellas también lo leemos en otros lugares de esos testimonios de la Escritura donde, en los Evangelios, el Señor responde a los calumniadores fariseos: “Si yo expulso a los demonios en nombre de Beelzebul, príncipe de los demonios” (Lc 11,19). Incluso las claras visiones y experiencia de los santos nos enseñan muchas cosas. Cuando, en efecto, uno de los hermanos estaba viajando por este desierto y el día estaba llegando a su término, encontró una caverna e hizo una parada allí, deseando celebrar la synaxis vespertina en ella. Y mientras cantaba los salmos en su forma acostumbrada se hizo medianoche.

 

La asamblea de los demonios

16.2. Cuanto terminó su celebración, se distendió deseando darle un poco de descanso a su cansado cuerpo. De repente comenzó a ver por todas partes innumerables catervas de demonios que avanzaban todos juntos. Procedían como una multitud infinita y en una muy larga fila, algunos demonios precedían al propio príncipe, otros lo seguían. Por último, llega este, más grande que todos los otros y de un aspecto muy terrible, y, cuando fue colocado un trono y se sentó en él, como en un altísimo tribunal, comenzó a someter a cada uno [de los demonios] a un minucioso examen. Aquellos que decían que no habían podido engañar a sus adversarios, ordenaba que fueran expulsados de su vista, con sentencia de infamia, como perezosos e incapaces, injuriándolos con gritos furiosos, por haber consumido en vano tiempo y espacio; aquellos, en cambio, que le anunciaban haber engañado a quienes les habían sido asignados, los despedía con grandes alabanzas, poniéndolos públicamente como ejemplo de muy fieros y fuertes combatientes.

 

Un demonio relata cómo había derribado a un monje

16.3. En medio de estos, un espíritu, particularmente malvado, se presentó de muy buen humor, puesto que iba a relatar un espectacular triunfo. Mencionó el nombre de un monje muy conocido, y afirmó que después de haberlo asediado continuamente durante quince años, finalmente había triunfado sobre él, derribándolo aquella misma noche con el pecado de fornicación. En efecto, no solo lo había impulsado a incurrir en el delito de una relación ilícita con una joven consagrada, sino que lo había persuadido incluso a unirse con ella mediante el vínculo jurídico del matrimonio. Cuando relató esto se produjo una explosión de alegría de parte de todos, y él se marchó exaltado por las grandes alabanzas del príncipe de las tinieblas y con una corona de gloria.

 

Era verdad lo que había narrado el perverso demonio

16.4. Cuando llegó la aurora, y habiendo desaparecido de su vista la multitud de los demonios, el hermano, dudando a propósito de aquello que el espíritu inmundo había dicho y pensando en cambio que éste había querido confundirlo con el solito engaño y marcar a fuego un hermano inocente con el crimen de la impureza, y recordando la sentencia evangélica que dice: “No permanece en la verdad, porque la verdad no está en él; habla de lo suyo, pues es un mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44), marcho a Pelusio, donde sabía que habitaba aquel de quien el espíritu inmundo sostenía su reciente caída. Por lo demás, aquel hermano era para él muy conocido. Cuando preguntó por él, descubrió que aquella misma noche en que el malvado demonio había anunciado su ruina a la multitud [de los demonios] y a su príncipe, el monje había abandonado su monasterio para ir a la ciudad, y había caído en el miserable pecado de fornicación con la joven en cuestión.

 

Capítulo 17. Sobre que cada ser humano tiene siempre junto a sí dos ángeles

Dos ángeles

17.1. Ahora bien, la Escritura atestigua que a cada uno de nosotros se unen dos ángeles uno bueno y uno malo. Sobre aquel bueno el Señor dice: “No desprecien a uno de estos pequeños; les digo que sus ángeles en el cielo ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10). Y también: “El ángel del Señor establece su campamento en torno a aquellos que lo temen y los salva” (Sal 33 [34],8). Y también en los Hechos de los Apóstoles se dice algo sobre Pedro, que “era su ángel” (Hch 12,15)[9].

17.2. El libro del Pastor nos instruye ampliamente sobre los dos ángeles[10], pero si consideramos a aquel que tentó al bienaventurado Job, vemos con claridad que el que lo insidiaba continuamente no pudo inducirlo al pecado, y por esto le pidió el poder al Señor, puesto que había sido vencido no por la fuerza de Job[11], sino por el Señor que lo defendía, que siempre lo protegía. Asimismo, sobre Judas se dice: “Que el diablo esté a su derecha” (Sal 108 [109],6 LXX).


[1] Apotegma anónimo N 191. Colección sistemática griega, capítulo 5,44; traducción en: El libro de los ancianos colección sistemática griega de las sentencias de los padres y las madres del desierto, Munro, Surco Digital, 2022, 182pp. 181-182. La versión latina de la colección sistemática (libro V, capítulo 5,39) es similar al texto griego que hemos citado (cf. PL 73,885 B- 886 A).

[2] Vogüé, p. 242.

[3] Lit: preocupándose por.

[4] Oikonomian.

[5] O: abatido.

[6] Lit.: es un encuentro del enemigo.

[7] Politeian.

[8] Apotegma anónimo N 176. Colección sistemática griega, capítulo 5,28; trad. cit., pp. 111-112. La traducción latina que conserva la Colección sistemática latina (versión de Pelagio y Juan) es semejante a la del texto griego citado (libro V, cap. 5,24; PL 73,879 C-880 A).

[9] El texto dice: «… Al anunciar que Pedro estaba en la puerta. “Estás loca”, le respondieron. Pero ella insistía que era verdad. Ellos le dijeron: “Será su ángel”» (Hch 12,14-15).

[10] Cf. Hermas. El Pastor, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1995 (Fuentes Patrísticas, 6); libro II, Mandamientos 6: «“Oye ahora, me dijo, con respecto a la fe. Hay dos ángeles en cada hombre: uno de justicia y otro de maldad”. “Señor, le dije, ¿cómo voy, pues, a conocer sus actividades si los ángeles moran en mí?”. “Escucha, me contestó, y entiende sus obras. El ángel de justicia es delicado y tímido, manso y sosegado. Por lo tanto, cuando éste entra en tu corazón, inmediatamente habla contigo de justicia, de pureza, santidad, contento, de todo acto justo y toda virtud gloriosa. Cuando todas estas cosas entran en tu corazón, sabe que el ángel de justicia está contigo. [Estas, pues, son las obras del ángel de justicia.] Confía en él, pues, y en sus obras. Ahora, ve las obras del ángel de maldad también. Ante todo, es iracundo y rencoroso e insensato, y sus obras son malas y nocivas para los siervos de Dios. Siempre que éste entra en tu corazón, conócele por las palabras”. “No sé cómo voy a discernirle, Señor”, le contesté. “Escucha, dijo él. Cuando te viene un acceso de irascibilidad o rencor, sabe que él está en ti. Luego, cuando te acucia el deseo de muchos negocios y el de muchas y costosas comilonas y borracheras y de varias lujurias que son impropias, y el deseo de mujeres, y la codicia y la altanería y la jactancia, y de todas las cosas semejantes a éstas; cuando estas cosas, pues, entran en tu corazón, sabe que el ángel de maldad está contigo. Tú, pues, reconociendo sus obras, mantente alejado de él, y no confíes en él en nada, porque sus obras son malas e impropias de los siervos de Dios. Aquí, pues, tienes las obras de los dos ángeles. Entiéndelas, y confía en el ángel de justicia. Pero del ángel de maldad mantente apanado, porque su enseñanza es mala en todo sentido; porque aunque uno sea un hombre de fe, si el deseo de este ángel entra en su corazón, este hombre, o esta mujer, ha de cometer algún pecado. Y si además un hombre o una mujer es en extremo malo, y las obras del ángel de justicia entran en el corazón de este hombre, por necesidad ha de hacer algo bueno. Ves, pues, dijo, que es bueno seguir al ángel de justicia y despedirse del ángel de maldad. Este mandamiento declara lo que hace referencia a la fe, para que puedas confiar en las obras del ángel de justicia y, haciéndolas, puedas vivir para Dios. Pero cree que las obras del ángel de maldad son difíciles; así que, al no hacerlas, vivirás ante Dios”».

[11] Cf. Jb 1,6 ss.