Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XI, capítulos 11-12)

Capítulo 11. Pregunta: ¿por qué se dice que los sentimientos de temor y esperanza son imperfectos?

 

Germán: «Es cierto que se ha hablado de la perfecta caridad de Dios de manera potente y magnífica. Sin embargo, nos inquieta el hecho de que, aunque a la caridad la has exaltado con tantas alabanzas, dijiste que el temor de Dios y la esperanza de la retribución eterna son imperfectos, cuando ciertamente parece que el profeta tiene un parecer muy diferente al decir: “Teman al Señor, todos sus santos; porque nada les falta a los que le temen” (Sal 33 [34],10); y nuevamente, refiriéndose a la observancia de las justificaciones de Dios, confiesa que se inclinó a la contemplación de la retribución, diciendo: “Mi corazón está inclinado a hacer tus justificaciones para siempre, por la retribución” (Sal 118 [119],112). Y el Apóstol dice que “Moisés, al llegar a la edad adulta, negó ser llamado hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios que disfrutar por breve tiempo del pecado, considerando mayor riqueza el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto; pues miraba hacia la recompensa” (Hb 11,24-26). ¿Cómo pueden, por lo tanto, considerarse imperfectas, cuando el bienaventurado David se gloría de haber observado los mandamientos del Señor para obtener la retribución; y el legislador, [Moisés], al prever los premios futuros, rechazó la dignidad real, anteponiendo un muy cruel suplicio a los tesoros de los egipcios?».

 

Capítulo 12. Respuesta: sobre las diferencias de las perfecciones

San Agustín nos prepara para la lectura de este capítulo aportándonos algunas reflexiones muy oportunas:

“Fíjate en los bienes eternos, no los vayas a pensar equivocadamente, y adores a Dios interesadamente, por mirar carnalmente lo eterno. ¿Y entonces? Si adoras a Dios porque te da una propiedad, ¿no le vas a adorar también, porque te la quitó? Quizá digas: ‘Yo lo adoro porque me ha de dar una villa, pero no temporal’. Aun así, tu pensamiento está descaminado; no lo amas con un amor puro: estás reclamando una recompensa. Quieres tener en el mundo futuro lo que aquí necesitas dejar a un lado. Deseas modificar el ansia carnal, no cortarlo de raíz. No es laudable el ayuno de quien reserva su estómago para una cena suntuosa. Porque hay veces que algunos son invitados a un gran banquete, queriendo asistir a él con avidez, se someten a un ayuno: ¿estará este ayuno dictado por la continencia, y no más bien por la intemperancia? No esperes que Dios te dé aquello de lo que aquí te manda que te abstengas… Si los ángeles son felices disfrutando de la presencia del Padre, prepárate tú a una tal felicidad; ¿o has encontrado, acaso, algo mejor que contemplar el rostro de Dios? Pobre de ese tu amor que sospecha algo más hermoso, que aquel de quien dimana toda hermosura, y que te cautive el corazón hasta no pensar que lo mereces a Él… A quienes lo estaban viendo les prometía su manifestación. ¿Cómo se entiende esto? Es como si dijera: ‘Lo que ven es mi forma de siervo, pero mi forma de Dios está oculta. Por esta los atraigo, y por aquella los sirvo; por esta los alimento como a niños, por la otra les doy el alimento de adultos’. Así que esta nuestra fe nos purifica, nos prepara para las cosas invisibles…, a fin de que despojando a los santos de lo que poseían, se despojasen de misma vida temporal. Así no darían culto a lo eterno por estas cosas temporales, sino que por puro amor a Dios tolerarían todas estas cosas que habrían de padecer temporalmente”[1].

 

Es necesario respetar la diversidad de cada ser humano

12.1. Queremón: «Según el estado y la medida de la mente de cada uno, la Escritura divina estimula nuestra libertad a diferentes grados de perfección. Pues no se puede proponer una corona de perfección uniforme para todos, ya que no hay una única virtud, voluntad o fervor para todos; por lo tanto, la Escritura divina ha establecido, de cierta manera, diferentes órdenes y diversas medidas de estas perfecciones.

 

Las bienaventuranzas

12.2. La variedad de las bienaventuranzas evangélicas muestra claramente que, aunque se dice que son bienaventurados todos aquellos a quienes pertenece el reino de los cielos, y son bienaventurados los que poseerán la tierra, y bienaventurados los que recibirán consuelo, y bienaventurados los que serán saciados, sin embargo, creemos que hay una gran diferencia entre habitar  en el reino de los cielos y la posesión de cualquier cosa que sea de la tierra; y entre recibir el consuelo y la plenitud y saciedad de la justicia; así como también hay una gran distancia entre aquellos que recibirán la misericordia y aquellos que merecerán disfrutar de la visión gloriosísima de Dios (cf. Mt 5,3-10).

 

El amor perfecto

12.3. Porque “una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, otra la gloria de las estrellas: pues cada estrella difiere de [otra] estrella en la gloria. Así también la resurrección de los muertos” (1 Co 15,41-42)[2]. Por lo tanto, así como la Escritura divina alaba a aquellos a aquellos que temen a Dios y dice: “Bienaventurados todos los que temen al Señor” (Sal 127 [128],1), y al hacerlo les promete una plena beatitud, sin embargo, asimismo afirma: “No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor; porque el temor tiene castigo[3], y el que teme no es perfecto en el amor” (1 Jn 4,18).

 

“Amigos” del Señor

12.4. Y, nuevamente, aunque servir a Dios es glorioso y se dice: “Servir al Señor con temor” (Sal 2,11); y: “Grande es para ti ser llamado mi siervo” (Is 49,6); y: “Bienaventurado aquel siervo, a quien cuando venga su Señor, lo encuentre obrando así” (Mt 24,46); sin embargo, se dice a los apóstoles: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; pero a ustedes los llamo amigos, porque todas las cosas que he oído de mi Padre, se las he dado a conocer” (Jn 15,15); y de nuevo: “Ustedes son mis amigos, si hacen lo que les mando” (Jn 15,14).

 

“De virtud en virtud”

12.5. Vean, por tanto, que los grados de perfección son diversos y que el Señor nos exhorta a subir desde aquellos altos [grados] hacia los más elevados, de manera que quien haya sido bendecido y perfecto en el temor de Dios, caminando como está escrito “de virtud en virtud” (Sal 83 [84],8) y de perfección hacia otra perfección, es decir, ascendiendo del temor a la esperanza con alegría de mente, sea invitado a un estado más bienaventurado, que es la caridad, y quien haya sido un siervo fiel y prudente (cf. Mt 24,25), pase a la comunión de la amistad y a la adopción de los hijos.

 

La caridad es la más sublime virtud

12.6. Por lo tanto, según el siguiente sentido deben entenderse también mis palabras: no declaramos que la contemplación de aquella pena eterna o de la beatísima retribución que se promete a los santos sea algo sin importancia. Estas realidades son útiles y conducen a sus seguidores a los rudimentos de la beatitud; sin embargo, la caridad, en la cual hay una confianza más plena y una alegría perpetua, los elevará del temor servil y la esperanza mercenaria al amor de Dios y a la adopción como hijos y, de alguna manera, siendo perfectos los hará más perfectos. Porque dice el Salvador: “Hay muchas moradas en la casa de mi Padre” (Jn 14,2). Y aunque todos los astros parezcan estar en el cielo, entre la claridad del sol y de la luna, entre el lucero de la mañana y otras estrellas hay una gran diferencia.

 

Un camino eminente

12.7. Por eso el beato Apóstol muestra el camino de la caridad como el más excelente, prefiriéndolo no solo al temor y la esperanza, sino también todos los carismas que son considerados grandes y admirables. Pues habiendo completado todo el catálogo de los carismas espirituales de las virtudes, cuando quería describir sus partes, así comenzó: “Y les muestro un camino excelentemente superior. Aunque hablara las lenguas de hombres y de los ángeles, y si tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y si tuviera toda la fe, de modo que trasladara montes, y si incluso distribuyera en alimentos a los pobres todas mis pertenencias, y diera mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve” (1 Co 12,31—13,3).

 

El amor permanece para siempre

12.8. Por lo tanto, verán que no hay nada más precioso, nada más perfecto, y nada más sublime; y, para así decirlo, nada más duradero que el amor. “Pues las profecías desaparecerán; las lenguas, cesarán; la ciencia, será destruida. Pero el amor nunca terminará” (1 Co 13,8); sin el amor no solo los géneros de carismas más excelentísimos, sino también la gloria del martirio en sí misma, no vale nada.


[1] Enarraciones sobre los salmos, 43,16; trad. en: https://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/index2.htm.

[2] Presento una versión literal del texto citado por Casiano.

[3] Una traducción menos literal lee: “porque el temor supone castigo” (el texto griego lee: “el miedo tiene castigo”).