Conferencia duodécima: segunda conversación con abba Queremón: sobre la castidad
Capítulos:
1. Las palabras de abba Queremón sobre la castidad.
2. Sobre “el cuerpo del pecado (Rm 6,6)” y sus miembros.
3. Sobre la mortificación de la fornicación y de la impureza.
4. Por qué no es suficiente el empeño del esfuerzo humano para obtener la pureza de la castidad.
5. Sobre la utilidad de los combates que se generan en nosotros por el ardor de los impulsos.
6. Que la paciencia extingue el ardor de la fornicación.
7. Sobre las diferencias y los grados de la castidad.
8. Que los inexpertos no pueden tratar sobre la naturaleza de la castidad y sus efectos.
9. Pregunta: ¿podemos evitar el movimiento del cuerpo también mientras dormimos?
10. Respuesta: la conmoción de la carne que sucede durante el sueño no perjudica la castidad.
11. Que hay una gran distancia entre moderación y castidad.
12. Sobre las maravillas que realiza el Señor, especialmente en sus santos.
13. Que solo los que la experimentan conocen la dulzura de la castidad.
14. Pregunta sobre la cualidad de la continencia y en cuánto tiempo se puede alcanzar la castidad.
15. Respuesta: cuánto tiempo es necesario para conocer la posibilidad de la castidad.
16. Sobre el fin y el remedio de la castidad.
Capítulo 1. Las palabras de abba Queremón sobre la castidad
Inicio de la conferencia del anciano
1.1. Después de la refección, que, a nosotros, que deseábamos el alimento de la doctrina, nos pareció más pesada que agradable, cuando de inmediato el anciano [Queremón] se dio cuenta que esperábamos el débito de la conversación prometida, dijo: «Grato me resulta ver no solo cuánto la mente de ustedes está pronta a aprender, sino también la disciplina con que han propuesto la cuestión. En verdad, el orden de la pregunta que ustedes han mantenido es razonable. Es necesario que a la plenitud de ese amor tan elevado obtenga los inmensos premios de la perfecta y perpetua castidad, y que haya alegría al recibir simultáneamente estas dos palmas.
El testimonio del apóstol Pablo
1.2. Tanto se unen entre sí en una sociedad, que una no se puede poseer una sin la otra. Por lo tanto, la propuesta de ustedes es compleja, ya que debemos discutir si ese fuego de la concupiscencia, del cual nuestra carne siente como interiormente el ardor, puede ser extinguido por completo. Sobre esto, primero indaguemos qué piensa el bienaventurado apóstol: “Mortifiquen, dice, sus miembros que están sobre la tierra” (Col 3,5). Por lo tanto, antes de investigar otras cosas, indaguemos cuáles son estos miembros que él ordenó mortificar.
La destrucción del cuerpo de muerte
1.3. Porque ciertamente el beato Apóstol no nos obliga con un mandato a mutilar manos, pies o genitales (cf. Mc 9,43. 45; Mt 5,30; 18,8; 19,12), sino que desea que el cuerpo del pecado (cf. Rm 6,6), que indudablemente está compuesto de miembros, sea destruido lo antes posible por el celo de una perfecta santidad. Sobre este cuerpo, en otro lugar, dice: “Debe ser destruido el cuerpo del pecado” (Rm 6,6); y a continuación expone en qué consiste su destrucción: “Para que ya, dice, no sirvamos al pecado” (Rm 6,6). Y de este cuerpo también pide con gemidos ser liberado, diciendo: “¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rm 7,24).