En este número, dedicado enteramente a san Benito y su Regla, que incluye en la sección Fuentes el Libro Segundo de los Diálogos –La vida del venerable varón de Dios Benito–, hemos querido poner como Editorial la intervención de Benedicto XVI en su primera audiencia general, por la significativa explicación que da de los motivos que lo llevaron a la elección de su nombre y por su reconocimiento de la invalorable herencia de su predecesor, Juan Pablo II, el Grande, cuya Catequesis sobre los Salmos se dispone a continuar.
“¡Queridos hermanos y hermanas!
Os acojo con alegría y os dirijo un cordial saludo a cuantos estáis aquí presentes, así como a quienes nos siguen a través de la radio y de la televisión. Como ya dije en el primer encuentro con los señores cardenales, precisamente el miércoles de la semana pasada en la Capilla Sixtina, experimento en mi espíritu sentimientos contrastantes entre sí, en estos días de inicio de mi ministerio petrino: asombro y gratitud a Dios, que me ha sorprendido ante todo a mí mismo al llamarme a suceder al apóstol Pedro; conmoción interior ante la magnitud de la tarea y la responsabilidad que me ha confiado. Pero al mismo tiempo me da serenidad y alegría la certeza de su ayuda y la de su Madre Santísima, la Virgen María, y de sus santos protectores. Me siento apoyado además por la cercanía espiritual de todo el Pueblo de Dios, al que, como repetí el domingo pasado, pido que me siga acompañando con su oración insistente.
Tras el fallecimiento de mi venerado predecesor, Juan Pablo II, se reanudan hoy las tradicionales audiencias generales de los miércoles. En este primer encuentro, quisiera ante todo detenerme en el nombre que he escogido al convertirme en Obispo de Roma y pastor universal de la Iglesia. He querido llamarme Benedicto XVI para unirme idealmente con el venerado pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un período difícil a causa del primer conflicto mundial. Fue valiente y auténtico profeta de paz y trabajó con gran valentía para evitar el drama de la guerra y después para limitar sus nefastas consecuencias. Siguiendo sus huellas, deseo poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y armonía entre los hombres y los pueblos, con el profundo convencimiento de que el gran bien de la paz es sobre todo un don de Dios, frágil y precioso, que tenemos que invocar, defender y construir todos los días con la colaboración de todos.
El nombre Benedicto evoca, además, la extraordinaria figura del gran “patriarca del monacato occidental”, san Benito de Nursia, Patrono de Europa junto con los santos Cirilo y Metodio. La progresiva expansión de la Orden benedictina por él fundada ha ejercido un influjo enorme en la difusión del cristianismo en todo el continente. Por esto, san Benito es sumamente venerado en Alemania y, en particular, en Baviera, mi tierra de origen; constituye un punto fundamental de referencia para la unidad de Europa y un fuerte recuerdo de las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y de su civilización.
De este padre del monacato occidental conocemos el consejo dejado a los monjes en su Regla: No anteponer nada al amor de Cristo (cap. 4). Al inicio de mi servicio como sucesor de Pedro, pido a san Benito que nos ayude a mantener con firmeza a Cristo en el centro de nuestra existencia. ¡Que en nuestros pensamientos y en todas nuestras actividades siempre esté en el primer lugar!
Mi pensamiento vuelve con cariño a mi venerado predecesor, Juan Pablo II, a quien le debemos una extraordinaria herencia espiritual. «Nuestras comunidades cristianas –escribió en la carta apostólica Novo millennio ineunte– tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha, y viveza de afecto hasta el arrebato del corazón (n. 33)». Él mismo trató de aplicar estas indicaciones dedicando las catequesis del miércoles de los últimos tiempos al comentario de los Salmos de los Laudes y de las Vísperas. Como hizo al inicio de su pontificado, cuando quiso continuar las reflexiones comenzadas por su predecesor sobre las virtudes cristianas (cf. Catequesis de Juan Pablo II, 1978), también yo quiero proponer en las próximas citas semanales el comentario que él había preparado sobre la segunda parte de los Salmos y Cánticos que conforman las Vísperas. El próximo miércoles, retomaré precisamente donde se habían interrumpido sus catequesis, en la audiencia general del 26 de enero pasado.
Queridos amigos, gracias nuevamente por vuestra visita, gracias por el afecto con que me rodeáis. Intercambio estos sentimientos con una especial bendición, que os imparto a los que estáis aquí presentes, a vuestros familiares y a todas las personas queridas”.
El elemento que identifica y distingue al monacato cristiano no es pues la búsqueda de Dios y la unión con el Absoluto, sino el “camino” para llegar allí. El monje cristiano, en su itinerario espiritual hacia la unión con Dios, ha encontrado a Cristo, el cual se ha denominado como el camino obligado a Dios: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,6).
En consecuencia el monje cristiano se pone en seguimiento de Cristo haciendo de la obediencia al Evangelio su regla de vida, para llegar a la unión con Dios, único fin de su camino espiritual. Con estos presupuestos y en este terreno, nos moveremos en nuestro estudio, ya que el tema que nos proponemos se refiere a la experiencia mística en la RB.
Quisiéramos, pues, descubrir la intención de Benito frente a un entumecimiento de la estructura, que se ha condensado durante siglos, en una parte de la rama femenina benedictina, en la ley de la clausura: querríamos intentar comprender si por medio del texto es posible “justificar” una modalidad de vida caracterizada por diversas formas, sin invocar principalmente el cambio de los tiempos, de la mentalidad, de la concepción de la mujer, sino, justamente, una respuesta de fidelidad al carisma recibido.
El Segundo Libro de los Diálogos no es entonces solamente un relato pintoresco, incluso divertido, donde se despliegan la inspiración del gran narrador que es Gregorio y la ingenuidad a veces cómica de su interlocutor, sino una obra seria, cuidadosamente construida, rica de una teología espiritual. Cualquiera sea la importancia, muy grande a nuestro parecer, del elemento maravilloso, éste no debe ocultarnos la significación profunda de esta Vida.
“Por eso quisiera decir que este hombre venerable habitó consigo, porque teniendo constantemente fija la atención en la vigilancia de sí mismo, mirándose siempre ante los ojos del Creador y examinándose sin cesar, no permitió que la mirada de su espíritu divagara por fuera”.