El tercer número de Cuadernos Monásticos, en su sección de artículos nos invita a entrar en la contemplación de la belleza de Dios, que “llena toda la tierra”.
Las contribuciones del Card. Ratzinger, ahora papa Benedicto XVI, y de la Prof. María Giovanna Muzj nos conducen de la mano a la iluminación de la fe por medio de la hermosura de las obras de Dios. Y esto justamente en un mundo que permanentemente, y de forma creciente, nos tienta hacia la deformidad y la fealdad suprema del pecado. Estupendas a este respecto las palabras del Card. Ratzinger: «En la pasión de Cristo la estética griega, tan digna de admiración por su presentimiento del contacto con lo divino que, sin embargo, permanece inefable para ella, no se ve abolida sino superada. La experiencia de lo bello recibe una nueva profundidad, un nuevo realismo. Aquel que es la Belleza misma se ha dejado desfigurar el rostro, escupir encima y coronar de espinas. La Sábana santa de Turín nos permite imaginar todo esto de manera conmovedora. Precisamente en este Rostro desfigurado aparece la auténtica y suprema belleza: la belleza del amor que llega “hasta el extremo” y que por ello se revela más fuerte que la mentira y la violencia».
El artículo del Hno. Pedro Edmundo Gómez, osb, nos coloca en la senda la lectio divina como sustento y fundamento de la reflexión sobre nuestra fe, particularmente como base para una “teología monástica”. Dice san Bernardo: “¿Qué haría la sabiduría (erudición) sin el amor? Hincharse. ¿Y el amor sin la sabiduría (erudición)? Equivocarse... Es indigno que la esposa del Verbo sea necia; pero es intolerable para el Padre que sea altanera”[1].
En tanto que la sección fuentes, prosigue a muy buen ritmo con la publicación del texto completo de los Diálogos del papa san Gregorio Magno. En la introducción al libro III, el abad Fernando Rivas, osb, ofrece al lector hodierno una valiosa ayuda, pues señala valiosos aportes de esta antigua obra al misterio de la Eucaristía: “Gregorio tiene una visión de la Eucaristía que de ningún modo se reduce al rito. Es más, se podría decir que sin la “imitación en la vida” de lo que se celebra sobre el altar, Gregorio considera que el sacrificio no es pleno, la hostia (holocausto), no es plena”.
Me permito concluir estas breves indicaciones con un texto de Ruperto de Deutz, citado por la Prof. Muzj, y que tiene la gran virtud de subrayar la profunda conexión que existe entre la Palabra de Dios, la belleza que nos ha sido dado contemplar y el amor inefable de Dios:
«El Espíritu de Dios se inclina hacia su criatura: y ella deviene mejor y más perfecta, como llega a la perfección un huevo (manteniendo la debida proporción) bajo el calor de la clueca, cuando en él se anima y sale con vida un pollito. ¿Qué pensamos que es este Espíritu sino la bondad de Dios y su amor? Amor no accidental sino sustancial, amor que es vida y poder de vida que habita en el Hijo y en el Padre, y que procede del uno y del otro, consustancial al Padre y al Hijo. Es Él quien sobrevolaba las aguas, y también sobre la tierra, oculta por las aguas. El gran deseo del Creador lo atraía hacia su criatura: porque ésta no podía ser lo que Él mismo era, encontraría formas en las que la criatura pudiese unirse a algo del Creador, para poder vivir y reinar con Él. Este amor, esta bondad del Creador, es el Espíritu Santo”[2].
Enrique Contreras, osb
[1] SCant. 69,2.
[2] De Trinitate I,8; PL 167,205; citado en Bible Chrétienne, vol. I, Commentaires, Anne Sigier, Sainte-Foy (Québec) 1989, 32.
Aquí se oculta la cuestión más radical: si la belleza es verdadera o si, por el contrario, la fealdad es lo que nos conduce a la profunda verdad de la realidad.
… Aunque en la Escritura la figura de la paloma como símbolo del Espíritu Santo se encuentre únicamente en el momento de la teofanía del Bautismo de Jesús, a partir de este acontecimiento, los autores cristianos y la iconografía antigua proyectan su presencia, hacia atrás, en la Creación y en la Anunciación, y, hacia adelante, en Pentecostés.
Esto es expresado por Bernardo con un símbolo: la imagen bíblica de la “eructatio”, secuela de la plenitud y saciedad espiritual de la “lectio divina”. Intentaremos adentrarnos a través de algunos textos bernardianos en el tema de la “eructatio Scripturae” porque creemos que describe uno de los elementos fundamentales de la teología monástica medieval en general y de la suya en particular.
“… Hay que implorar de nuestro Creador con gran gemido la gracia de las lágrimas. En verdad, hay algunos que ya han recibido el don de hablar libremente en favor de la justicia, de defender a los oprimidos, de dar sus bienes a los necesitados, de sentir el ardor de la fe, pero todavía no tienen la gracia de las lágrimas. Es cierto que tienen una tierra meridional y sedienta, pero todavía les hace falta la tierra regada, porque entregados a las buenas obras, en las que son generosos y fervientes, les hace falta en sumo grado que, ya sea por temor del suplicio o por amor del reino celestial, deploren también los males que antes cometieron”.