Editorial
Al llegar al final de nuestras entregas del presente año, comenzamos este número de Cuadernos Monásticos asociándonos a la celebración de los cincuenta años del Concilio Vaticano II. El P. G. Lafont, osb, nos muestra, con gran lucidez, que la esperanza cristiana se fundamenta en el amor. Y que es éste el gran anuncio que la Iglesia debe proclamar a la humanidad hodierna, tan necesitada de amor y esperanza.
Luego, dos contribuciones de monjes benedictinos, los PP. T. Kardong y Ph. Rouillard, nos conducen a los tiempos de la, así llamada, Edad Media. La primera de ellas nos presenta a Smaragdo (+hacia 830), quien da inicio con su comentario a la Regla de san Benito a una larga y muy fecunda tradición de exégesis de nuestra carta magna. En tanto que la segunda, nos abre las puertas para conocer cómo vivían el día a día de los monjes de Cluny durante su largo período de máximo esplendor.
La conclusión del artículo de J. Letellier, osb, nos recuerda que debemos “empeñarnos sin cesar en una re-formación para contrarrestar toda deformación, es el proceso de conversión nunca acabado aquí abajo, obra dela gracia y del libre albedrío. Dios no cesa de obrar en nosotros por la formación recibida de Él con nuestra creación y que conforme a la degradación ocasionada por el pecado, reforma en nosotros los tejidos desgarrados, restaura en nosotros la forma fragmentada y deformada... Él es quien obra en nosotros esa obra de restauración o de recuperación de la forma, pero esto no se hace sin nosotros..., que estamos llamados a cooperar en el amor para responderlo mejor posible al designio benevolente de Dios sobre nosotros”.
La sección “Fuentes” prosigue la publicación de una selección de las Cartas de Barsanufio y Juan. Ahora se nos permite acceder a las que aquél escribió a Juan de Beersheba, “... un personaje controvertido, que goza de una gran simpatía por parte de Barsanufio y que se integra al grupo de monjes del monasterio de Séridos, sin dejar una traza en la historia como sucederá después con Dositeo y Doroteo”. Las cartas son, para estos monjes, «una prolongación de las divinas Escrituras, y el proceso de preguntar y escribir sobre la vida espiritual goza de una asistencia especial del Espíritu Santo, dando al texto un contenido universal y salvífico para quien quiera que las medite, por eso Barsanufio no duda en decirle a Juan de Beersheba en la Carta 11...: Salomón dijo de sus padres: “Ellos me enseñaban y me decían: Retén nuestras palabras ancladas en tu corazón” (Pr 4,4). Igualmente, también yo, hermano, te digo: “Que mis palabras permanezcan ancladas en tu corazón y medites sin descanso las cosas que te he escrito de acuerdo con lo que Dios dijo por boca de Moisés: “Las atarás a tu mano derecha como una señal y quedarán constantemente fijas ante tus ojos. Medítalas al acostarte y al levantarte, en el viaje o en tu casa” (Dt 6,6-8). Muéstralas en el cumplimiento de tus obras y Dios estará contigo para siempre. Amén».
SUMARIO
Editorial
La esperanza de la Iglesia está en el amor
La civilización occidental actual tiene el sentimiento de llegar a su fin, sentimiento que destila un desasosiego cada vez más sensible. Como lo hizo el concilio de Nicea dos mil años atrás, la experiencia del Vaticano II podría contribuir a instaurar por el contrario una esperanza, invitándonos, resueltamente proyectados hacia el futuro, a comprometernos en el presente y a dar nuevo impulso a la historia. Para esto, el primer mandamiento que hay que respetar ha de ser el del amor.
El primer comentador de la Regla de san Benito: Smaragdo. Sobre el prólogo de Benito
Las fechas 816-17 son extremadamente significativas para el Monacato Occidental. En esa época, todos los abades del Imperio habían sido convocados a Aachen para un gran sínodo presidido por Benito de Aniano. Su propósito era uniformar la observancia monástica, y su texto era la Regla de san Benito. En relación con este sínodo de reforma, Aniano recogió todas las Reglas monásticas latinas que pudo encontrar y las reunió con la RB en un notable documento llamado “Concordia Regularum”. Por su parte, Smaragdo estuvo presente en Aachen para este gran evento.
La vida cotidiana en Cluny en los siglos X a XII
Nos viene a la mente una pregunta: estos hombres jóvenes que entran en Cluny, ¿tienen vocación? La pregunta es sin duda anacrónica. En la Edad Media, salvo excepción, no son los jóvenes quienes deciden su porvenir. Las hijas no escogen sus maridos, sino que reciben aquel que sus padres escogen para ellas. De la misma manera, no se pregunta a los muchachos qué carrera, ni qué compañera quieren abrazar: son los padres, o todo un círculo familiar, quienes fijan la ruta que seguirá el muchacho, para su bien, pero también y sobre todo para el bien del clan. Es un honor llegar a ser monje de Cluny, y es un honor tener un hijo en esta abadía prestigiosa.
Formación y transmisión. De la “formatio” agustiniana al “formateo” del disco duro, una antropología que hay que respetar y la puesta en práctica de una pedagogía (2ª parte)
La oración silenciosa vuelve a despertar el interés en cierto número de jóvenes. Se presiente que hay allí un misterio fundante. En primer lugar una necesidad de aquietarse después de tantas y tantas tentaciones de aparecer, una necesidad de descender en profundidad, de alcanzar las zonas profundas del alma. Estoy sorprendido por ese retorno a una necesidad de interioridad, muy en relación, pero no siempre con, por ejemplo, la adoración eucarística.
Cartas de Barsanufio y Juan al monje Juan de Beersheba
“Ante todo, cuídate de la decepción, porque engendra todo mal y diversas trampas. Si, en efecto, te escribiera las pruebas que he soportado, te digo que tus oídos no lo soportarían, ni nadie de nuestra época o de cualquier otra. Sin embargo, confío en que llegarás, y no sólo a esto sino que podrás darte cuenta por tus propios ojos y verte liberado de ellas con la gracia de Cristo, por la fe. También que tu corazón se vea libre del desaliento provocado por las ovejas del Señor. No sabes cuántos dolores de cabeza debe soportar de sus niños su excelente madre, hasta que éstos la valoren”.