ESCALA DEL PARAÍSO
Convento de Santa Catalina. Siglos XI-XII. Sinaí (Egipto)
Jacob tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que el Señor estaba sobre ella, y que le dijo: “Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac” (Gn 28,12-13).
“Las imágenes se ven con los ojos, se escuchan con los oídos, se comprenden con el corazón, y se cree”[1].
“Cruzando todo el icono de izquierda a derecha se ve muy destacada una escalera de treinta peldaños (scala, en latín; climax, en griego), con monjes que trepan por ella al asalto del paraíso. Cada escalón corresponde a una virtud. Unos diablillos (siluetados en negro: alados, cornudos en forma espinosa y con cola canina) tratan de hacer tropezar a los que suben, ya sea tirándoles de una soga atada al cuello (posesión iniciada de algún vicio) ya sea acechándoles con flechas (tentación). En el ángulo superior derecho -que corresponde al extremo alto de la escalera- se ve a Cristo en ademán de ir recibiendo a los que llegan, siendo el primero en llegar S. Juan Clímaco (†649)[2], seguido por un arzobispo (pintado en mayor tamaño) llamado Antonios (según la inscripción que sobre él figura) que, tal vez, sería el higúmeno (superior) del monasterio en la época en que se pintó este icono. En el otro ángulo -el superior izquierdo- se ve a un grupo de ángeles como dispuestos a recibir a los que llegan; y en el ángulo inferior derecho, a un grupo de monjes en actitud suplicante. Todos los monjes visten su analáboy (escapulario), y S. Juan Clímaco (que vuelve a aparecer en el icono) -con cabellera y barba blanca redondeada- un megaloschema...”[3].
EDITORIAL
El don de la virginidad se encuentra actualmente en una suerte de encrucijada, de la que, sin duda -nos lo asegura nuestra esperanza cristiana- saldrá fortalecido. Pero ello no implica desconocer que la virginidad es cuestionada, difamada, criticada, hecho objeto de duras burlas, mientras que en algunos grupos es idolatrada hasta límites inhumanos. Todo esto no es nuevo, nos lo recuerda el artículo de Paul Huybrechts, señalándonos al mismo tiempo la necesidad de ubicar siempre la virginidad cristiana en su contexto evangélico y eclesial.
Otro tema que me parece de gran actualidad es el del descanso. Mons. Maccarone nos lo propone en una estupenda reflexión “sapiencial”. El único descanso auténtico para el hombre lo constituye su encuentro con Dios. Los demás no son verdadero descanso sino “descansos” o peor aún “descansitos”.
La liturgia ha recibido un nuevo impulso en el Catecismo de la Iglesia Católica recientemente publicado. Mons. Jounel, en una estupenda “visión panorámica”, pone de relieve los principales aportes del Catecismo en este ámbito fundamental de nuestra vida cristiana.
Hacer sentir con nuevo ardor al hombre de nuestro tiempo la presencia de nuestra Madre, la bienaventurada Virgen María, en su vida, es una exigencia de la nueva evangelización. La Madre Cymbalista propone un interesante itinerario para alcanzar esta meta.
Se trata, por tanto, de cuatro temas que me atrevería a calificar de decisivos para nuestra existencia cristiana y monástica. Ellos exigen, por una parte, una reflexión atenta y profunda, debemos masticarlos -“mascarlos”- en la lectio divina, tal como lo propone el P. Menapace en su poesía; y, por la otra, vivirlos, según el ejemplo de nuestros padres en la fe y en el seguimiento de Cristo en el monacato, así como nos lo recuerda San Jerónimo en su Vida de Hilarión.
En este número de Cuadernos Monásticos queremos expresar nuestro agradecimiento y reconocimiento a la Hna. Bernarda Bianchi di Carcano, osb (†18/8/1993). Creo que el mejor modo de hacerlo es mostrar su dedicación al trabajo, atestiguada por las dos traducciones que publicamos, y que podemos considerarlos como su legado espiritual.
“...El agua es fría por naturaleza, pero al colocarla en una cacerola y ponerla en contacto con el fuego, ella olvidará, por así decirlo, su naturaleza y, vencida por el fuego, tomará sus propiedades. Igualmente, nosotros aunque tenemos una carne naturalmente corruptible, somos liberados de nuestra enfermedad mezclándonos con Cristo, nuestra verdadera Vida, y nos regeneramos en esa Vida esencialmente vivificante...” (Cirilo de Alejandría [†444], Comentario al evangelio de San Juan 4,2).
[1] Sirarpio Nersessian, monje armenio del siglo VII, citado por Michel Qenot, La Résurrection et l’Icône, Mame, 1992 (impreso en Campin, Bélgica), p. 82.
[2] Autor de una célebre obra intitulada Escala espiritual.
[3] Ernest Ros Leconte, Iconos hagiofánicos bizantino-rusos, Barcelona, 1984. pp. 55-56.
El artículo intenta, en primer lugar, comprender mejor las características del movimiento ascético nacido en la Iglesia de Capadocia; y, a continuación, analiza el Tratado sobre la virginidad de Gregorio de Nisa, escrito para los cristianos de esa región.
“En el misterio de la calma se hace visible Dios... Él creó en el principio la obra del mundo. El descanso verdadero vive de la afirmación de la verdad de la cosas. No es simplemente falta de actividad, no es simplemente tranquilidad y silencio, aun interior (que son simplemente condiciones). Supone y es propiamente la percepción del propio misterio personal”. Se trata de un descanso en Dios.
La enseñanza del Catecismo sobre la liturgia procede de la Constitución Sacrosanctum Concilium. Ambos documentos se aclaran y complementan mutuamente. Además, el Catecismo ha utilizado con acierto los nuevos libros litúrgicos y las tradiciones litúrgicas del Oriente.
El lugar privilegiado que siempre ha ocupado la Virgen María en la vida de los cristianos de todos los tiempos y de todas las culturas, exige que hoy también nos preguntemos sobre el puesto que Ella tiene en nuestra cultura contemporánea.
Una poesía que, en su profunda brevedad, invita a la reflexión sobre nuestro modo de hacer y vivir la lectura de la Palabra de Dios.
Esta obra de san Jerónimo, si bien se desconoce su fecha exacta de composición, se estima que fue escrita dentro del período que va desde su llegada a Jerusalén hasta la publicación del De viris illustribus (393), donde ya Hilarión es mencionado. La Vida de Hilarión forma, con la vida de Pablo y la de Malco, un tríptico que refleja tanto la doctrina como la vida monástica de Jerónimo.