Cristo Pantocrator “El Salvador” (particular)
Chilandari (Athos). Siglo XIII
El misterio de su voluntad...:
recapitular en Cristo todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra (Ef 1,9. 10)
«La vida y el sentir del cristiano en los primeros siglos estaban profundamente marcados por la espera de la venida del Señor como juez al fin de los tiempos. Significativamente, ya desde la mitad del siglo IV, la Iglesia de Antioquía introducía en la anáfora la mención de la “segunda venida, gloriosa y tremenda” del Señor, y el tema de la parusía entraba a través del monacato siríaco en los textos litúrgicos del oficio divino adoptado en todo el Oriente cristiano.
Esta espera de la segunda venida se dilatada después en la contemplación del Hijo unigénito, Señor de la historia, para quien y por quien todo ha sido hecho, y que recapitula todo en sí para ofrecerlo al Padre (cf. 1 Co 15,24). Una visión que Máximo el Confesor expresaba en una bellísima síntesis: “Cristo contiene en sí todas las cosas. Como el centro del cual parten todos los rayos”[1].
Tal sentido de Cristo no podía dejar de traducirse en la expresión figurativa. Cuando el reconocimiento de la religión cristiana por el Imperio (siglo IV) favoreció la asimilación de los modelos del arte oficial por parte de la iconografía cristiana, del soberano temporal al soberano espiritual la transposición ya estaba preparada: Cristo en majestad, sentado sobre un trono con forma de sofá, sobre un cojín revestido de púrpura (color y tejido reservados al emperador), o también representado por un medio busto, pero siempre en una actitud hierática, bendiciendo y con el libro en la mano izquierda, es la imagen del Señor más difundida a partir del siglo V.
Después de la crisis iconoclasta, en el siglo VII, el Cristo en majestad toma el nombre de “Pantocrátor”, el Omnipotente, aquel que es el Señor de todas las cosas. Respecto de esta denominación, hay que observar que los paganos la aplicaban a su máxima divinidad: “Zeus Pantocrátor”. El hecho de que este título haya sido atribuido sin temor de reminiscencias idolátricas a una imagen del Hijo de Dios encarnado presupone ciertamente un largo período de vida cristiana. (...)
El Cristo que volverá como juez es el mismo que, como afirma san Juan Crisóstomo, subió al cielo con su sacrificio y que alimenta de vida eterna al peregrino cristiano»[2].
EDITORIAL
Uno de los momentos fuertes del año que está ya en sus últimos meses, fue sin duda la celebración del VIIIº Encuentro Monástico Latinoamericano. Esta vez el evento, que se “celebra” en la actualidad cada cuatro años, se realizó en México (del 24 de junio al 1º de julio de 1998). Desde que se iniciaron estos “Encuentros” hasta el último celebrado el camino recorrido ha sido largo pero fecundo. Ciertamente no todo puede considerarse perfecto ni mucho menos; todavía hay muchas fallas, carencias, errores. Sin embargo, lo positivo prima y se lleva la corona.
Me atrevo a subrayar tres aspectos que ya parecen adquiridos, al menos por lo que pudimos vivir en México:
1. Un respeto, un aprecio y un afecto mutuo -entre quienes tratamos de seguir a Cristo en la vida monástica- que se ha ido logrando con esfuerzo, con trabajo, con oración y con la gracia de Dios;
2. Una confluencia en los principales aspectos de algunos desafíos básicos, por llamarlos de alguna forma, que nos plantea el “hoy” de nuestra historia en América Latina. Con el riesgo de olvidarme de varios de esos “desafío” cito los siguientes: fidelidad a nuestro carisma, pobreza y marginación, el monasterio y la comunidad monástica como “lugar” de acogida, encuentro y reconciliación, importancia decisiva de la lectio divina, necesidad de trabajar permanentemente en nuestra formación, sentido de la fiesta, de la alabanza divina y de la celebración litúrgica...
3. Deseo sincero de responder a estas exigencias desde una fidelidad profunda al Evangelio, vivido conforme al ideal monástico, principalmente aquel plasmado en la Regla de san Benito.
En este último Encuentro celebrado en México -bajo el título de “El reto a la vida monástica en América Latina de cara al Tercer Milenio: Desafíos y Promesas”- fueron de un excelente nivel las conferencias, dos de las cuales publicamos en este número de “Cuadernos Monásticos”. La de la Hna. Paulina, osb, que enmarcó la reunión en el camino hacia la vivencia “benedictina” del Año Santo y del Tercer Milenio; y el “novedoso” planteo de Dom Gregório, osb, que con gran lucidez y audacia pone sobre el tapete un tema sobre el cual casi nada se ha publicado hasta la fecha: las consecuencias antropológicas de la era cibernética que estamos viviendo.
Pero también resultó muy feliz funcionamiento del trabajo en los grupos, algunos plenarios muy “movidos” y una buena dinámica en la conclusión del evento, para lo que resultó de gran ayuda el aporte del P. Marcelo de Barros Souza, osb.
La hospitalidad, la atención, el cuidado puesto en los detalles, nos dejaron el corazón lleno de agradecimiento hacia nuestras hermanas y nuestros hermanos de México (especialmente lo de la Abadía del Tepeyac) que nos recibieron, atendieron y “mimaron”, si se me permite la expresión. En ellas y ellos volvimos, una vez más, a experimentar ¡qué bueno es que los hermanos vivan unidos, y qué misericordioso en nuestro Dios!
Esta última entrega de 1998, se completa con tres contribuciones que nos presentan a otros tantos maestros “espirituales”: muy actuales. De ella y ellos creo que es la primera vez que los “mostramos” en nuestra revista. Deseo, pues, recomendarlos vivamente a la benevolencia de nuestros lectores.
Se trata, en efecto, del muy conocido cardenal Henry Newman, de quien ofrecemos la traducción castellana, en la sección Fuentes, de uno de sus sermones. De la recientemente canonizada Edith Stein, a la que podremos aproximarnos en una faceta habitualmente poco explorada de su personalidad: la teóloga. Y del casi desconocido, para la mayoría de nosotros, P. Maurice Zundel, que nos conducirá por el sendero de una reflexión seria y honda, que nos está haciendo falta con premura, sobre nuestra vida monástica en la Iglesia.
Le tomó prestado al P. Zundel el cierre de sus conferencias, dadas durante el retiro a los monjes trapenses de la abadía de Mont-des-Cats, para desearles a nuestras sacrificadas y nuestros sacrificados lectores una feliz Navidad en la Palabra hecha carne por nuestra salvación:
«¡Son las heridas del Amor, sólo el Amor puede curarlas! Te acuerdas, ¡hace tantos años que he venido aquí! al pie de este árbol; me has levantado en sus ramas, me lancé en tus brazos, te di un beso, me has dado tu parque, tu castillo, y sé que me has dado tu corazón, porque nunca has cesado de esperarme. Y yo tampoco, nunca he cesado de esperarte, y he venido porque es Navidad para llevarte conmigo ¡al parque de la eterna alegría y de la eterna juventud!».
Cuadernos Monásticos en Internet
http://home.overnet.com.ar/cuadmon
[1] Mystagogia I; PG 91,668A.
[2] Maria Giovanna MUZJ, Trasfigurazione. Introduzione alla contemplazione delle icone, Milano, Ed. Paoline, 1987, pp. 18. 20.
«La conciencia con que nos preparemos y celebremos estos 2000 años del “Emmanuel”, del “Dios-con-nosotros”, estará sujeta a nuestra fe, a nuestra docilidad a la voz del Espíritu, que nos habla por medio de la Iglesia».
“Aproximarse a las novedades de la ciencia puede significar aproximarse al bien y colocarlo al servicio del plan de Dios, o inclinamos al mal por la seducción de la apariencia de bien, como fue, en los orígenes, la esperanza de llegar a ser como dioses, dueños del bien y del mal. Esta tentación de orgullo permanecerá presente en la tentación espiritual y en el conocimiento científico, que da al hombre el sentimiento de convertirse en demiurgo”.
“Cuando se habla de Edith Stein no se piensa inmediatamente en ella como “teóloga”; posiblemente porque su formación y el ámbito de su dedicación científica se ha centrado en especial en la filosofía y en la pedagogía. Sin embargo, quien se aproxima a su vida y a su obra escrita, percibe la presencia y la palabra de Dios simultáneamente encarnada y dicha. Su existencia es verdad vivida y, por eso, su teología puede entenderse primariamente como testimonio y profecía, como verdad dicha desde la existencia”.
Traducción castellana de las tres últimas conferencias -inéditas- del retiro que el P. Zundel predicó en la abadía de Mont-des-Cats (Godewaersvelde, Francia), en el mes de diciembre de 1971.
El “Sermón” presenta “a la feligresía el misterio de una Iglesia que es obra de Cristo y de su Espíritu, y que es trascendente a cuanto tiene de visible en sus signos y en sus miembros”. Introducción, traducción y notas de Silvia Rodríguez Quiroga, Servidora.