Capítulo 31. Sentencia del abad Antonio sobre el estado de la oración
La Vida de san Antonio testimonia la permanencia en prolongada oración del santo abba:
“Velaba tanto que a menudo pasaba la noche entera sin dormir. Y suscitaba la admiración porque esto lo hacía no una vez sino muchas”[1].
Sin embargo, no se puede decir que las sentencias que Casiano le atribuye le pertenezcan directamente.
En cambio, sí hallamos un ejemplo, en un apotegma de la Colección alfabética, de la costumbre de orar toda la noche, hasta la salida del sol:
“Decían de abba Arsenio que, la tarde del sábado, al comenzar el domingo, dejaba el sol a su espalda y extendía sus manos hacia el cielo, en oración, hasta que nuevamente el sol iluminaba su rostro. Entonces, se sentaba”[2].
El tema de “la oración perfecta” con bastante probabilidad tenga su origen en las enseñanzas de Evagrio Póntico:
“Cuando ores; no plasmes en ti representación alguna de lo divino, ni permitas que en tu espíritu se imprima ninguna forma…”[3].
Enseñanzas de san Antonio abad sobre la oración
31. Para que comprendan la disposición de la verdadera oración, no les expondré mi opinión, sino la del bienaventurado Antonio. Sabemos que, en ocasiones, él se mantuvo tan largamente inmerso en la oración que, cuando se hallaba como fuera de sí mismo mientras rezaba y comenzaba a elevarse la luz del sol, lo hemos oído exclamar en su fervor de espíritu: “¿Qué quieres impedirme, oh sol, que ya surges y me distraes del esplendor de esta verdadera luz?”. De él provienen asimismo estas palabras celestiales y sobrehumanas sobre el fin de la oración: “No es la oración perfecta, dice, aquella en la que el monje se comprende a sí mismo o lo que está orando”. Y si nosotros mismos, según la medida de nuestra pequeñez, nos atreviéramos a agregar algo a estas admirables palabras, indicaríamos, partir de lo que hemos experimentado, los indicios de una oración que es escuchada por el Señor.
Capítulo 32. Sobre el indicio de que la oración ha sido escuchada
Una oración hecha con plena confianza en Dios
32. Cuando ninguna hesitación nos distrae mientras oramos y como por una cierta desesperación, decrece la fe en lo que pedimos pero percibimos haber obtenido lo que habíamos solicitado, gracias a la misma efusión de nuestra oración, no tendremos ninguna duda sobre el hecho de que nuestras peticiones han llegado eficazmente hasta Dios. En efecto, cada uno merecerá ser escuchado y recibirá en la medida en que haya creído ser visto por Dios y que Dios puede responderle. Son, por lo tanto, irrevocables estas palabras de nuestro Señor: “Cualquier cosa que ustedes pidan en la oración, crean que lo recibirán, y lo conseguirán” (Mc 11,24)».
Capítulo 33. Objeción, ¿por qué la antedicha seguridad de que la oración ha sido escuchada solo es posible para los santos?
33. Germán: “Nosotros creemos que esta confianza en ser escuchados procede obviamente de la pureza de la propia conciencia. Por eso, ¿de qué modo nosotros, que tenemos el corazón todavía compungido por la espina de los pecados, podemos poseerla, no estando sostenidos por aquellos méritos en virtud de los cuales presumimos confiadamente que nuestras oraciones serán escuchadas?”.
Capítulo 34. Respuesta: sobre las diversas causas por las que las oraciones escuchadas
Las diversas condiciones por las que la oración es escuchada: oración comunitaria y con fe plena
34.1 Isaac: «Las palabras del Evangelio y aquellas de los profetas dan testimonio de que las causas por las que son escuchadas son diversas y se basan en las diferentes y variadas condiciones de las almas. Hallarás entonces en el consenso entre dos personas el fruto de ser escuchado, como está establecido por la voz del Señor según aquello que ha dicho: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre la tierra para pedir algo, mi Padre que está en los cielos se los concederá” (Mt 18,19). Tienes otra razón en la plenitud de la fe, que se compara con la semilla de mostaza: “Si tienen fe, dice [el Señor], como una semilla de mostaza, dirán a esta montaña: ‘Trasládate de aquí a allí, y la montaña se trasladará; y nada sería imposible para ustedes’ (Mt 17,20)”.
Otras causas por las que es escuchada nuestra oración: persistencia, limosna, corrección de la vida, obras de misericordia
34.2. Otra causa es la constante repetición de la oración, que el Señor denomina persistencia, a causa de la infatigable insistencia en la petición: “Yo les aseguro[4] que, aunque él no [se levante] por la amistad, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario” (Lc 11,8). Otra causa se encuentra en el fruto de la limosna: “Guarda, dice [la Escritura], tu limosna en el corazón del pobre, ella intercederá por ti en el momento de la tribulación” (Si 29,12). Otra posible causa se halla en la enmienda de la vida y en las obras de misericordia, según aquello: “Rompe las cadenas de la impiedad, desata las ataduras opresoras” (Is 58,6).
Somos escuchados también al orar en los momentos de angustia
34.3. Y un poco más adelante, donde se condena la esterilidad del ayuno sin fruto [el profeta] dice: “Entonces lo invocarás y el Señor te escuchará, llamarás y Él dirá: ‘Aquí estoy’ (Is 58,9)”. A veces, en una gran tribulación, procede de modo que te asegures una respuesta, conforme el texto que dice: “En la tribulación clame al Señor, y me escuchó” (Sal 119 [120],1); y de nuevo: “No aflijas al extranjero porque si me invoca, yo lo escucharé, porque soy misericordioso” (Ex 22.20. 26).
Nunca dejar de pedir
34.3a. Ves, por tanto, de cuántas maneras se puede obtener la gracia de ser escuchados, de forma que nadie se desanime, por causa de la desesperación de su conciencia, a impetrar las realidades salvíficas y eternas.
[1] Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio, 7.6; trad. cit., p. 44.
[2] Apotegma de la colección alfabética, Arsenio 30; PG 65,97 C. Ver también Arsenio 15: «Abba Daniel decía acerca de abba Arsenio, que pasaba la noche entera sin dormir, y cuando, al amanecer, la naturaleza lo obligaba a acostarse, decía al sueño: “Ven, servidor malo”. Sentado, tomaba entonces, un corto sueño, y se levantaba en seguida» (PG 65,91 A).
[3] Evagrio Póntico, Tratado de la oración 66.
[4] Lit.: “Amén les digo…”.