Capítulo 11. Sobre los diversos modos de entender las divinas Escrituras
«Los cuatro sentidos de la Escritura que han sido ya definidos tienen una cierta analogía con una nueva división cuatripartita, que Nesteros va a presentar en la continuación de su conferencia. Para ilustrar la profundización progresiva de la Palabra sagrada por parte del monje que la lee, el conferenciante pone como ejemplo el precepto de “no fornicar” (§ 11.2). Más allá de la fornicación carnal, que evidentemente se toma en cuenta en primer término, están las fornicaciones espirituales: la superstición pagana, la superstición judaizante y la herejía. Se encuentran así cuatro aplicaciones del texto sacro, pero solamente la división inicial entre carnal y espiritual corresponde en cierto modo a la dicotomía entre historia (letra) y espíritu… Por lo demás, sin hablar de un “quinto” sentido, Nesteros indica de hecho una interpretación suplementaria… al preconizar “la meditación” continua de toda la Escritura»[1].
La palabra de Dios nos ilumina
11.1. «A medida que progresa en este esfuerzo nuestra mente se renueva, y también comenzará a renovarse la faz de las Escrituras, y la belleza de una comprensión más sacra en cierto modo avanzará junto con el progreso. Porque, en relación con la capacidad de los sentidos humanos, también se adapta la apariencia de las mismas, y aparecerá ya sea terrenal, carnal; o divina, espiritual, de modo que aquellos que anteriormente parecían envueltos en nubes espesas, podrán captar su sutileza y soportar su resplandor. Pero para que esto que buscamos demostrar quede más claro por medio de un ejemplo, basta con presentar un testimonio de la Ley, a través del cual también podamos comprobar que todos los preceptos celestiales, según la medida de nuestra condición, se extienden al entero el género humano.
Abandonar toda forma de idolatría
11.2. Está escrito en la Ley: “No fornicarás” (Ex 20,14)[2]. Esto, aun estando obligado por los deseos impuros de la carne, se mantiene sanamente protegido solo por la simple interpretación literal. Sin embargo, quien ya ha apartado de sí esa acción impura y turbia, debe observarla en espíritu, de modo que no solo se aparte de las ceremonias de los ídolos, sino también de toda superstición de los gentiles, de augurios y oráculos, y de todos los signos, días y tiempos, o al menos que no se vea involucrado en conjeturas acerca de ciertas palabras o nombres, las cuales contaminan la sinceridad de nuestra fe.
Tres tipos de “fornicación”
11.3. Porque también por esta fornicación se dice que Jerusalén fue deshonrada, habiendo fornicado “en todo monte elevado y bajo todo árbol frondoso” (Jr 3,6). Y también el Señor, reprendiéndola por medio del profeta, dice: “Que se levanten los astrólogos del cielo, que contemplaban las estrellas y calculaban los meses, para anunciarte, por medio de estas cosas, tu futuro” (Is 47,13). De esta fornicación los acusa asimismo en otro lugar el Señor diciendo: “El espíritu de la fornicación los engañó, y fornicaron lejos de su Dios” (Os 4,12). Pero aquel que se aparte de esta doble fornicación, tendrá que evitar la tercera, que está contenida en la Ley y en las supersticiones del judaísmo.
Las enseñanzas del Apóstol
11.4. Sobre estas cosas el Apóstol dice: “Ustedes observan días, meses, estaciones y años” (Ga 4,10); y otra vez: “No tomen, no gusten, no toquen” (Col 2,21). Lo que se dice acerca de las supersticiones de la Ley no hay duda de que es así; si alguien cae en ellas ciertamente ha cometido adulterio contra Cristo, y no merece oír lo que se dice por el Apóstol: “Pues los he prometido a un solo esposo, para presentarlos a Cristo como a una virgen pura” (2 Co 11,2); en cambio, esta promesa le será dirigida en la misma voz del Apóstol: “Pero temo que, así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así sus sentidos puedan ser corrompidos por la sencillez, que está en Cristo Jesús” (2 Co 11,3).
Cuarta fornicación
11.5. Porque si también una persona ha escapado de la impureza de esta fornicación, tendrá la cuarta, que es la perpetrada por el adulterio con la doctrina de los herejes. Sobre la cual dice también el bienaventurado Apóstol: “Yo sé que después de mi partida entrarán entre ustedes lobos feroces, que no perdonarán al rebaño; y de entre ustedes mismos se levantarán hombres que enseñarán cosas perversas, para así atraer a los discípulos tras de sí” (Hch 20,29-30). Aquellos que puedan evitar esto, tengan cuidado de no ser atrapados en un pecado más sutil, en la perversidad de la fornicación, que consiste en el vagabundeo de los pensamientos; porque todo pensamiento, no solo impuro, sino también ocioso y por poco que se aparte de Dios, es considerado por el hombre perfecto como la fornicación más impura».
Capítulo 12. Pregunta: ¿Cómo se puede llegar a olvidar los poemas mundanos?
Esta intervención de Casiano es ciertamente única en su género: una objeción formulada no por Germán sino por el autor mismo de las Conferencias, que “se lamenta de tener su memoria llena de recuerdos profanos, debidos a sus estudios seculares. Este bagaje, que trae del mundo, obstaculiza su oración. Nesteros aprovecha la confesión para redoblar sus exhortaciones: cuanto más cargado se encuentra el espíritu cargado con semejantes materias, tanto más es necesario aplicarse a la rumia incesante de la Escritura”[3].
La confesión de Casiano
12. «Respecto a esto, yo [Casiano], movido primero por una conmoción oculta y luego con un gemido profundo dije: “Todas estas, en conjunto, que has explicado de manera tan abundante, me han causado un aumento de desesperación mayor de lo que había soportado hasta ahora. En efecto, para mí, aparte de esas cautividades generales del alma, de las cuales no dudo que cada uno de los débiles sea azotado desde afuera, se añade un obstáculo particular para alcanzar la salvación, y que he conocido merced a una no pequeña familiaridad que me parece haber alcanzado en el conocimiento de las letras. Esto, ya sea por la insistencia del pedagogo o por la lectura continua, me ha atormentado tanto que ahora mi mente, incluso durante el tiempo de la oración o en la salmodia o cuando pido perdón por mis pecados, está como infectada por esos versos poéticos o esas fábulas e historias de guerras, con las que desde pequeño me han impregnado los rudimentos de los estudios. Es como si la mente estuviera inspirada con la desvergüenza del recuerdo de los poemas, o la imagen de los héroes en guerra se representase ante los ojos. Esta imaginación de fantasmas siempre juega con mi mente, y no permite que aspire hacia la contemplación de las realidades más altas, de modo que no consiga expulsarla llorando cada día”».
Capítulo 13. Respuesta: que podemos limpiar los fraudes de nuestra memoria
Como haciendo eco a la confesión de Casiano, se puede citar también un texto del mismo tenor perteneciente a san Jerónimo:
«Hace ya de ello muchos años. Por amor del reino de los cielos me había yo separado de mi casa, padres, hermana, parientes y, lo que más me costó, de la costumbre de la buena comida, y para alistarme en la milicia; había emprendido viaje a Jerusalén. Pero de lo que no podía desprenderme era de la biblioteca que con tanta diligencia y trabajo había reunido en Roma. Desdichado de mí, ayunaba para leer luego a Tulio. Después de las largas vigilias de la noche, después de las lágrimas que el recuerdo de mis pecados pasados me arrancaba de lo hondo de mis entrañas, tomaba en las manos a Plauto, y si alguna vez volviendo en mí mismo me ponía a leer un profeta, me repelía el estilo tosco, y no viendo la luz por tener ciegos los ojos, pensaba que la culpa no era de los ojos, sino del sol.
Mientras así jugaba conmigo la antigua serpiente, a mediados aproximadamente de la cuaresma una fiebre invadió mi cuerpo exhausto deslizándose por la médula, y sin darme tregua ninguna -lo que parece increíble - de tal manera devoró mis pobres miembros, que apenas si me tenía ya en los huesos. Ya se preparaban mis exequias, y en mi cuerpo helado el calor vital del alma sólo palpitaba en un rincón de mi pecho también tibio, cuando, arrebatado súbitamente en el espíritu, soy arrastrado hasta el tribunal del juez, donde había tanta luz y del resplandor de los asistentes salía tal fulgor que, derribado por tierra, no me atrevía a levantar los ojos. Interrogado acerca de mi condición, respondí que era cristiano. Pero el que estaba sentado me dijo: “Mientes; tú eres ciceroniano, tú no eres cristiano; pues donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6,21).
Enmudecí al punto, y entre los azotes -pues había el juez dado orden de que me azotaran- me atormentaba aún más el fuego de mi conciencia, considerando dentro de mí aquel versículo: “Mas en el infierno ¿quién te alabará?” (Sal 6,6). Pero empecé a gritar y a decir entre gemidos: “Ten compasión de mí, Señor, ten compasión de mí” (Sal 56 [57],2). Este grito resonaba entre los azotes. Al fin, postrados a los pies del presidente, los asistentes le suplicaban que concediera perdón a mi mocedad y me permitiera hacer penitencia por mi error; que ya terminaría yo de cumplir el castigo si alguna vez en lo sucesivo leía los libros de las letras paganas. En cuanto a mí, puesto en un trance tan terrible, estaba dispuesto a hacer promesas aún mayores. Por eso empecé a jurar y, apelando a su mismo nombre, dije: “Señor, si alguna vez tengo libros seculares y los leo, es que he renegado de ti”. Liberado en virtud de este juramento, vuelvo a la tierra, y en medio de la sorpresa general, abro los ojos que estaban bañados con tal abundancia de lágrimas que, con el dolor expresado en ellos, convenció aun a los incrédulos. Aquello no había sido un simple sopor ni uno de esos sueños vacíos con los que somos frecuentemente burlados. Testigo es aquel tribunal ante el que estuve tendido, testigo el juicio que temí -nunca me ocurra que vuelva yo a caer en tal interrogatorio-, que salí con la espalda amoratada y sentí los golpes aun después del sueño y que, en adelante, leí con tanto ahínco los libros divinos cuanto no había puesto antes en la lectura de los profanos»[4].
Quitar el recuerdo de textos profanos con la asidua meditación de las Escrituras
13.1. [Abba Nesteros:] «Sobre esta misma realidad, de la que surge para ti el mayor obstáculo para la purificación, podrá brotar un remedio suficiente, rápido y eficaz, si trasladas la misma diligencia y constancia que dijiste haber tenido en esos estudios temporales, a la lectura y meditación de las Escrituras espirituales. Porque tu mente estará inevitablemente ocupada con esos poemas hasta tanto no acoja dentro de sí misma otros [textos], entonces no buscará aquellas con tanto celo y constancia, y engendrará, en lugar de [pensamientos] infructuosos y mundanos, [frutos] espirituales y divinos.
La mente humana siempre alimenta pensamientos
13.2. Cuando hayas concebido profundamente en tu interior estas cosas con tanta profundidad e intensidad, y te hayas alimentado con ellas, entonces podrás expulsar lentamente las ideas previas y expulsarlas completamente. En efecto, la mente humana no puede quedar libre de todos los pensamientos, por eso, mientras no se ocupe en estudios espirituales, es inevitable que se involucre en aquellos que aprendió con anterioridad. Pues mientras no tenga a qué recurrir ni ejerza incansablemente sus movimientos, es inevitable que se dedique a aquello a lo que desde la infancia estuvo habituada, y que siempre revise aquello que, por el uso prolongado y la meditación, ha concebido.
Tener siempre abierta nuestra mente a la recepción de “las palabras de salvación”
13.3. Este conocimiento espiritual debe fortalecerse en ti firme y duraderamente. No es para que lo disfrutes solo temporalmente, como aquellos que se apoderan de él no por sus propios esfuerzos sino por medio de otra persona y que lo arrebatan como si fuera una especie de etéreo aroma; más bien, debe almacenarse profundamente en tu mente y hacerse como si fuera visible y palpable. Para lograrlo, te incumbe procurar con sumo cuidado que, aunque oigas mencionar en una conferencia lo que sabes muy bien, no trates por ello con desdén y altanería lo que ya conoces. Por el contrario, debes aceptarlo en tu corazón con la misma avidez con la que las palabras de salvación largamente deseadas deben ser incesantemente vertidas en nuestros oídos y siempre pronunciadas por nuestros labios.
No caer en el desprecio de la palabra de Dios
13.4. Aunque se recurra con frecuencia a la narración de cosas santas, sin embargo, la sed de la verdadera ciencia del alma nunca provocará un cansancio que genere horror, sino que, aceptándola cada día como algo nuevo y deseado, cuanto más la haya absorbido, tanto más ardientemente la escuchará o la pronunciará, y en la repetición de la misma alcanzará una confirmación del conocimiento ya adquirido, y en la frecuencia de su conversación nunca hallará aburrimiento. En verdad, la señal de una mente tímida y altiva es que, aunque con entusiasmo haya ingerido la medicina de las palabras sanadoras, la desprecia y la recibe con indiferencia. “Porque el alma que está en la saciedad se burla de la miel, mientras que al alma que carece de ella también le parecen dulces también las cosas amargas” (Pr 27,7).
Un vino que produce una sobria ebriedad
13.5. Si, entonces, estas [palabras de salvación] han sido diligentemente escuchadas, almacenadas en los recovecos de la mente, y selladas por un profundo silencio, después, como ciertos vinos de dulce aroma que regocijan el corazón del hombre (cf. Sal 103 [104],15), cuando hayan sido maduradas por la asiduidad de los pensamientos y por una paciencia de muchos años, y hayan sido sacadas del recipiente de tu pecho con una fuerte fragancia, burbujearán como una fuente incesante de los manantiales de la experiencia y de los cursos de agua de la virtud, y verterán arroyos continuos como si salieran del abismo de tu corazón.
“Un huerto regado”
13.6. Porque en ti entonces también se cumplirá aquello que se dice en los Proverbios sobre quien haya cumplido todo esto gracias a sus propias acciones: “Bebe las aguas de tus vasijas y de la fuente de tus pozos. Que rebosen tus aguas de tu fuente, y que hacia tus plazas fluyan tus aguas” (Pr 5,15-16); y según el profeta Isaías: “Serás como un huerto regado, y como una fuente de agua, cuyas aguas nunca faltan. Y en ti se edificarán los lugares desiertos por siglos; establecerás los cimientos de generaciones y generaciones; y serás llamado constructor de muros, y el que endereza los caminos hacia la quietud” (Is 58,11-12).
“Ruminatio”
13.7. Pues en verdad aquella felicidad llegará a ti, tal como el mismo profeta promete: “Y el Señor no permitirá que se aleje más de ti tu maestro; y tus ojos verán a tu preceptor. Y tus oídos escucharán la palabra que te amonesta por detrás diciendo: ‘Este es el camino, anden en él, ni a la derecha ni a la izquierda’ (Is 30,20-21)”. Y así sucederá que no solo toda dirección y meditación de tu corazón, sino también todas las desviaciones y las dispersiones de tus pensamientos, serán para ti la santa y constante rumia de la ley divina.
[1] Vogüé, pp. 308-309.
[2] Casiano ofrece una versión distinta tanto del hebreo como de la LXX y la Vulgata que leen: “No cometerás adulterio”.
[3] Vogüé, p. 313.
[4] Carta a Eustoquia, 22,30; BAC 710, pp. 204-207 (la epístola es del año 384).
