Como en un arco iris multicolor, el segundo número de Cuadernos Monásticos reúne una serie de contribuciones que son como diversas aproximaciones, distintos colores, a la vida monástica cristiana.
Comenzamos con un tema fundamental del seguimiento de Cristo y de la tradición monástica, presente también, y de una forma “fuerte”, en la Regla de san Benito: la renuncia. Palabra que muchos no desean ni oír nombrar, pero que, en una nueva contradicción de esta época, cada vez se ven obligados a vivir -en ocasiones hasta extremos inhumanos-, más y más seres humanos.
Proseguimos con la primera de las tres experiencias que regalamos a nuestros lectores en este número 137. Dos son de mujeres, que se consagraron a Cristo en la vida monástica: Hildegardis, en la Edad Media, y la Madre Cándida María, osb, en nuestro tiempo. La tercera pertenece a un hombre de los primeros siglos del monacato cristiano, que se caracterizó por su firmeza, tal vez por momentos excesiva: Shenute de Atripa.
En esta sinfonía de colores no hay conducción más adecuada que la del Espíritu Santo, que siempre nos guía por el camino recto. Es lo que nos recuerda en su artículo D. Enzo Bianchi. Es un desafío para el milenio que comienza: dejar en las manos del Paráclito divino el porvenir de nuestra comunidades monásticas.
Por último, puesto que la presente entrega de nuestra revista coincide con el tiempo pascual, nada mejor que un estudio litúrgico – teológico sobre el rito de iniciación cristiana en Roma, al comienzo del siglo VI.
Un autor poco conocido entre nosotros, perteneciente al período patrístico, nos ayuda a completar este arco iris de la salvación de Dios en favor de su pueblo, de nosotros:
«... Ten confianza, cristiano, y con toda tu fuerza pon tu esperanza en el Señor. Para que conozcas al Padre, Él es para ti Verbo. Si quieres saber con rectitud, pregúntale, porque Él es Sabiduría. Si tus sentidos son víctima de las tinieblas, busca a Cristo, porque Él es Luz. ¿Estás enfermo? Tienes un refugio, porque Él es Médico y Potencia. ¿Quieres saber por medio de quién fue creado el mundo y quien contiene todas las cosas? Créelo a Él, ya que es proclamado Brazo y Diestra. ¿Tienes algún miedo? En todo te asistirá como Ángel. Si te resultara difícil acercarte con la mirada a la majestad tan grande del Unigénito, no desesperes, porque se ha hecho Hombre para que la humanidad tuviera fácil acceso a Él. Si fueres inocente, se te unirá a ti como Cordero. Si te entristece cualquier persecución de los paganos, ten confianza, porque Él es como Oveja inmolada y te recibirá como Sacerdote para ofrecerte al Padre. Si desconoces el camino de la salvación, busca a Cristo, porque Él es el Camino de las almas. Si quieres conocer la verdad, escúchale, porque Él es la Verdad. No temas en absoluto a la muerte, porque Cristo es la Vida de los creyentes. ¿Te atrae el halago del mundo? Acércate más a la cruz de Cristo, para que te recrees con la dulzura de la Vida que estuvo colgada en la cruz. ¿Eres un pecador desesperado? Debes tener hambre de la Justicia y sed del Redentor, todo lo cual es Cristo: en efecto, sacia porque es Pan. Si vacilas en algo, apoya tu paso en Él, porque Él es Piedra y como muro te proporcionará protección. ¿Estás enfermo y débil? Pídele remedio, pues es Médico. ¿Estás sometido al ardor de los pecados, sobre todo tú que eres catecúmeno? Corre a la Fuente de la Vida, para que se apague tu ardor y tu alma consiga la eternidad. Si te atormenta la ira y te acosa el espíritu de la discordia, acércate a Cristo, porque Él es la Paz, para que te reconcilies con el Padre y ames a todo hombre como piensas que tú debes ser amado. Si tienes miedo a la vejez y te horroriza la muerte de esta vida, acuérdate de que Él es la Resurrección y puede hacer que resucite lo que cayó. Si te seduce el placer del pecado y te excita el vicio de la carne, piensa ahora que Él es Juez justo y severo examinador y preparador del fuego eterno y nunca encontrarás deleite en pecar.
Finalmente, hermano, si se apoderara de ti alguna desesperación acerca de la remuneración de la justicia o de la esperanza de la gloria celeste, piensa con corazón creyente que Él es la Puerta, porque una vez que por su medio hayas resucitado de entre los muertos entrarás en el interior de los cielos y conseguirás la compañía de los ángeles y oirás aquella deseable voz: “Alégrate, siervo bueno y fiel, ya que fuiste fiel en lo pequeño, entra en el gozo de tu Señor. Toma posesión del Reino que está preparado desde la creación del mundo” (cf. Mt 25,23-24). Amén[1]».
NUEVO SITIO DE “CUADERNOS MONÁSTICOS”:
www.monasterio.org.ar/cuadmon
“Renunciamiento es una palabra que suena mal a los oídos modernos. Algunas frases hechas propias del vocabulario monástico, como renunciar al mundo, a la voluntad propia, a las riquezas, a los placeres, ya no caben fácilmente en las mentalidades modernas (¡aun de algunos monjes!). Y sin embargo ellas tienen un fundamento muy antiguo que arranca de la Escritura y que permite al hombre entrar en el difícil equilibrio de una vida cristiana pascual”.
«Lo que queremos significar con el término de “genealogía espiritual” de Hildegardis de Bingen es el hecho de que no podemos considerar a esta mujer extraordinaria como un fenómeno aislado, como la irrupción de un prodigio femenino en el mundo y el tiempo tan masculino de las cruzadas. Aunque ella y su hermana de orden Gertrudis de Helfta (1256-1302), posterior a ella en un siglo, fueron sin duda las máximas exponentes del monacato femenino medieval derivado de Benito de Nursia y su Regla, ellas forman parte de una familia espiritual muy marcada...».
“Todo monje habitado por el Espíritu Santo recibe por sobre todo el don de la compasión, esa capacidad de sufrir-con, de sentir-con, de llevar-con, tanto que toda su vida es respiración de koinonia. El Espíritu Santo derramado en el corazón del monje lo lleva de la compasión a la misericordia, que es verdaderamente amor visceral por toda criatura, considerada como un ser querido, amado y sostenido por Dios...”.
“Este trabajo estudia la carta de Juan el Diácono a Senario, la cual trata el tema de la celebración y teología de la iniciación cristiana en Roma al inicio del siglo VI. Juan el Diácono, probablemente el futuro papa Juan I (523-526), escribe su carta al inicio del s. VI a Senario, un miembro de la corte de Ravena”.
“... Lo que expondré es mi experiencia de Abadesa emérita... Creo que ser Abadesa emérita es una fuente de felicidad cotidiana: rezo, trabajo, gozo de la amistad de las Hermanas sin excepción y tengo muy claro que de mí depende en gran parte la unidad de la Comunidad”.
“De mi padre apa Shenute de feliz memoria..., es digno hacer un relato de sus buenas obras, y también de su ascetismo, su camino de vida, sus admirables virtudes, y los grandes e increíbles signos, semejantes a los de los grandes apóstoles y santos del Señor, que produjo a su alrededor”.