Al terminar el año 2005, Cuadernos Monásticos ofrece como aporte central, para la reflexión y la oración, el libro IV de los Diálogos de san Gregorio Magno. Este texto se caracteriza por tratar temas habitualmente dejados a un lado en la actualidad: la vida eterna, la muerte, el juicio, el premio y el castigo. Se trata de una excelente ayuda para una más profunda vivencia del fin del año litúrgico, y una excelente puerta de entrada en el Adviento:
“Nosotros, nacidos de la carne de Adán en la ceguera de este exilio, ciertamente oímos que hay una patria celestial, que sus ciudadanos son los ángeles de Dios, y que los compañeros de los ángeles son los espíritus de los justos llegados a la perfección. Pero todos los que son carnales, como no pueden conocer por experiencia estas realidades invisibles, dudan de la existencia de lo que no ven con sus ojos corporales” (Dial. IV,I,2).
La anterior comprobación va unida a otra fundamental, y que debe interpelarnos hasta lo más hondo de nuestro ser:
«GREGORIO: Me atrevo a decir que sin fe ni aun un no creyente puede vivir. Porque si preguntara a un no creyente quién es su padre o quién es su madre, en seguida me respondería: “Tal hombre y tal mujer”. Si de inmediato le preguntara si conoció el momento de su concepción o si vio cuando nacía, confesará que no supo ni vio nada de todo eso, y sin embargo cree lo que no vio. En efecto, afirma sin titubear que tuvo como padre a tal hombre y como madre a tal mujer.
PEDRO: Confieso que hasta ahora ignoraba que también los no creyentes tuvieran fe.
GREGORIO: También los no creyentes tienen fe, ¡pero sería de desear que la tuvieran en Dios! Porque si la tuvieran, ya no serían no creyentes. Por esta razón hay que refutarles su falta de fe, y por esta razón hay que llamarlos a la gracia de la fe, porque si respecto a su cuerpo visible creen lo que no han visto, ¿por qué no creen en las cosas invisibles que corporalmente no pueden ser vistas?
3. En efecto, que después de la muerte de la carne el alma vive, lo hace patente la razón pero siempre que se recurra a la fe» (Dial. IV,II).
En su introducción, el abad Fernando Rivas, osb, muy acertadamente, subraya la íntima relación que existe entre el tema escatológico y la celebración de la Eucaristía, que es siempre anticipo del banquete que no tiene fin, en la alegría perfecta.
Patricia M. Rumsey aporta en su estudio una excelente ayuda para comprender el verdadero significado de los tiempos, que son tan importantes en nuestra celebración litúrgica. Deberíamos estar más atentos a esta realidad, especialmente al congregarnos para la Liturgia de las Horas. El presente estudio se ubica en la misma línea antes mencionada: prepararnos para el Adviento.
El artículo sobre los oblatos seculares, una institución tradicional de nuestra Orden, recoge la ponencia que fuera presentada en el X° Capítulo General de la Congregación Benedictina de la Santa Cruz del Cono Sur (Abadía de Santa Escolástica, Victoria, Buenos Aires, 19-26 de julio de 2004). Justamente este año se celebró en Roma, del 19 al 25 de septiembre, el I Congreso Mundial de Oblatos Benedictinos (ver la página web: www.oblatesworldcongress.com). Un claro signo de la cada vez mayor importancia de la presencia los laicos en la vida monástica benedictina.
La dedicación de la iglesia del Monasterio de Cristo Rey (El Siambón, Tucumán, Argentina) han propiciado las reflexiones del P. Néstor Bonotto, osb. Una vez más se nos invita a recordar que para el cristiano el templo por excelencia es el ser humano.
Por ello, porque en Cristo somos verdaderos templos de Dios, para terminar esta presentación cito un hermosísimo texto de Orígenes:
«… El hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó es la imagen de Adán, Jerusalén el paraíso, Jericó el mundo, los salteadores las fuerzas hostiles, el sacerdote la Ley, el levita los profetas, el samaritano Cristo. Además, las heridas simbolizan la desobediencia, la cabalgadura el cuerpo del Señor... Y la promesa del samaritano de volver es figura, según este intérprete, de la segunda venida del Señor...
Este samaritano “lleva nuestros pecados” (Mt 8,17) y sufre por nosotros. Lleva al moribundo y lo conduce a una posada, es decir, a la Iglesia. Esta está abierta a todos, no rehúsa su ayuda a nadie y todos están invitados por Jesús a entrar: “Vengan a mí, todos los que están cansados y agobiados, yo los aliviaré” (Mt 11,28). Después de haber llevado al herido, el samaritano no se marcha enseguida sino que se queda durante el día en el albergue al lado del moribundo. Cuida sus heridas día y noche con esmerada dedicación... Realmente, este guardián de las almas estaba más cerca de los hombres que la Ley y los profetas, dando pruebas de su bondad hacia aquel que había caído en manos de los salteadores, y se reveló como su prójimo, no tanto por palabras como por las obras.
Nos es, pues, posible, siguiendo esta palabra: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (1 Co 11,1), imitando a Cristo y teniendo piedad de aquellos que “han caído en manos de salteadores” y acercándonos a ellos, echar aceite y vino en sus llagas, vendarlas, y cargarlos sobre nuestra propia cabalgadura y llevarlos al mesón. Además, el Hijo de Dios nos exhorta a todos, más que al doctor de la Ley: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10,37)»[1].
… Una razón más seria para la “profunda confusión acerca de la verdadera naturaleza de la Liturgia de las Horas”, que Storey menciona es la de no haber podido captar, no sólo la distinción entre Oficios catedralicios y monásticos, sino tampoco el hecho de que hay distintos conceptos de tiempo que subyacen en estos dos modos diferentes de comprender y orar la Liturgia de las Horas. En este artículo examinaré los múltiples modos posibles de comprender el tiempo en relación con la liturgia.
Esta historia pone a nuestra generación monástica en el compromiso de revisar la teología del oblato secular a la luz de los magistrales documentos de nuestra época, como las Constituciones del Vaticano II que leen la misión de los laicos en términos litúrgicos. En efecto, la teología del laicado de las Constituciones Gaudium et Spes y Lumen Gentium, devolvió al laico y al oblato su lugar teológico propio y, de un modo admirable, concibió la vida del laico como un acto litúrgico de ofrenda al Padre de las realidades del mundo por medio de la consecratio mundi.
Si el hombre moderno puede extraer de la concepción cristiana de la vida una nueva inspiración, ésta halla su fuente en el altar, el vino, el pan y el pan de la palabra participados en conjunto.
… Estos santos que entregaron su alma en la muerte, y creyeron en la existencia de la vida de sus almas después de la muerte de la carne, siguen resplandeciendo día tras día por sus milagros! A sus cuerpos extintos se acercan los hombres enfermos y son curados; se presentan los perjuros y son atormentados por el demonio; llegan los posesos y son liberados; van los leprosos y son purificados; llevan a los muertos, y ellos resucitan.