Lo que ahora publicamos en este Cuaderno estimamos que nos ayudará poderosamente a vivir desde el Evangelio y a transitar hoy el camino de la Vida al que nos hemos adherido con nuestro Bautismo.
En el primer artículo el P. Andreu con sencillez y hondura nos hace percibir la profunda relación intrínseca entre san Juan y la Regla de san Benito. ¿Qué es permanecer en el Señor, sino vivir compenetrados de Él en un dinamismo de salida abierto a las necesidades de quienes nos rodean? Permanecer en Cristo, expresión tan característica de Juan, muy naturalmente nos torna testigos y discípulos misioneros y la estabilidad en el monasterio que pide Benito a sus monjes conduce de por sí a escuchar y a obedecer con pronta solicitud en un servicio abnegado y gratuito. Ambos coinciden sin que medien citas explícitas. Esta lectura amena y reposada nos invita a meditar textos del Evangelio según san Juan y de la RB y a descubrir en nuestra propia realidad cotidiana cómo llegar a ser más cabalmente cristianos.
El abad Fernando Rivas a su vez nos recuerda cuál es la verdadera educación, la verdadera formación que no consiste en adquirir contenidos intelectuales sino en una manera de vivir para ir creciendo en sabiduría. La paideia, guía y corrección cristiana, es el proceso de Dios, quien como Padre, va modelando a sus hijos. En otras palabras, Dios se nos revela en lo concreto regalándonos Su Vida, y la formación es ir aprendiendo a dar la vida para irradiarla, contagiarla y que sean cada vez más numerosos los que vivan. Es la vida bautismal que despliega sus potencialidades latentes y nos torna cada vez más hijos y niños ante Dios, hermanos que alegremente confían y crecen juntos. Formar es trasmitir algo que se es y no algo que sólo se conoce y todos estamos implicados en esta mutua formación hasta que lleguemos al encuentro definitivo con el Rostro del Padre.
El P. Joyau por su parte profundiza en el medio específico que propone san Benito para recorrer este camino de filiación: la obediencia en el marco de un monasterio. Es una invitación muy cautivante a volver a las fuentes y a dar un nuevo impulso a la vida espiritual monástica actual.
Y no podemos menos que homenajear con una crónica a un entrañable amigo, eficaz y permanente trabajador en nuestra Revista: Marcelo Lafont, a quien muchos de ustedes han conocido y que a los 60 años nos ha precedido en concurrir a la Casa del Padre. Realmente, un niño ante Dios, adulto en la fe, siempre servicial que vivió a fondo la identidad de ser una persona cristiana.
En la sección Fuentes, continuamos con la traducción de los Escolios al libro de los Proverbios de Evagrio Póntico, cuya primera parte publicáramos en nuestro número anterior. Falta la tapa
En la sección Recensiones, se nos presenta un nuevo libro del abad Bernardo Olivera, monje trapense, que nos facilita adentrarnos en la espiritualidad de san Bernardo, y de los beatos Guerrico de Igny y Elredo de Rieval.
Salir sin perderse, permanecer sin encerrarse: salir y permanecer, estos son los desafíos de la vida y del amor, y por consiguiente de la vida cristiana, de la que san Juan nos muestra al mismo tiempo la exigencia y el profundo enraizamiento trinitario.
¿En qué consiste la nueva “paideia” cristiana, asumida por los monjes? Indudablemente no es otra que la de Cristo. Sin embargo, como en todas las realidades que hacen a lo más profundo de la Fe, aunque son básicas deben ser continuamente repensadas en la Fe.
Situaremos el lugar de la Regla en el conjunto del desarrollo de una vida espiritual. Veremos que ella se ubica en la primera etapa, basada en la obediencia en todas sus formas, y siempre relacionada con la humildad, y que toda esta dinámica desemboca en la caridad, pero también, al final, en la filiación, como ya lo anuncia el Prólogo.
Marcelo vivía corriendo, pero tenía el don de la escucha, bastaba que alguien necesitara un oído o una palabra de aliento y allí estaba, escuchando, conteniendo. Era una persona apasionada, que lograba motivar, incentivar a otros. Y sobre todo era una persona de fe, nunca bajaba los brazos.
“Pr 18,6: Los labios del insensato lo conducen al mal y su boca arrogante llama la muerte.
Escolio 176. Si la muerte es engendrada por la arrogancia y la muerte separa al alma de la vida verdadera, la arrogancia nos separa de aquel que dijo: “Yo soy la vida” (Jn 11,25; 14,6). Y así como de la arrogancia es engendrada la muerte, así también de la mansedumbre es engendrada la vida, porque la mansedumbre se opone a la arrogancia”.