Teníamos ya preparado este número de nuestra revista, cuando repentinamente, aunque no de manera imprevista, el querido Padre Mamerto partió hacia la Casa del Padre.
En la etapa previa a su fallecimiento los signos de debilidad corporal aumentaban casi de día en día. Él sabía que su situación física era irreversible, y convivía con ello no sin dificultades, pero gozando de una primavera espiritual, a la cual aludía con cierta frecuencia.
Dios, en su gran magnanimidad, le concedió que la etapa final de su fecunda existencia fuera bastante rápida. Aunque hubiera deseado morir en el Monasterio, su enfermedad se lo impidió. Tuvo que aceptar, una vez más, que nuestros planes no son los de Dios.
Queremos expresarle nuestro profundo, aunque ciertamente sencillo, agradecimiento en esta entrega de “Cuadernos Monásticos”. Reconocimiento y acción de gracias que, ante todo, le tributa nuestra Iglesia, en el mensaje del episcopado argentino; en la homilía estupenda de Mons. Ariel, obispo de la diócesis de Santo Domingo en Nueve de Julio; y en la afectuosa carta, que cierra de forma inclusiva esta memoria, del Decano emérito de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, el Pbro. Dr. Carlos María Galli.
El P. Mamerto se mostró siempre muy cercano con nuestra publicación y, en diversas ocasiones, nos regaló sus meditaciones o sus aportes presentados en algunos de los Encuentros monásticos de nuestro continente. Muchos de estos textos tienen, por así decirlo, un valor agregado, pues fueron publicados antes de su notoriedad como escritor espiritual.
Un texto breve, Fin del verano de 1989, nos muestra, con profundidad insospechada, quién era Mamerto Francisco: su corazón sencillo, entregado a Dios y pronto a servir a sus hermanas y hermanos.
Su esforzada labor en favor de nuestra Congregación Benedictina de la Santa Cruz del Cono Sur ha quedado admirablemente reflejada en la memoria que escribió relatando el itinerario recorrido.
El poema del P. Ezequiel Bas Luna, osb, nos enseña, por qué no, a “nostalgiar” la presencia de un hermano querido.
Sin embargo, el P. Mamerto nos sigue acompañando. Tenemos, en efecto, su legado: una notable producción literaria, que brotaba de la profunda vida espiritual que bullía en él, alimentada por su lectio divina cotidiana.
Queda sin saldar una deuda importante: la biografía del P. Mamerto. Tal vez, es demasiado pronto para poder ofrecer un aporte de esta índole. Que este “memorial” sea un primer paso para llegar a esa meta.
“Al que ha vivido intensamente el día, la noche lo encuentra lleno de luz. Y en ella, de todos los recuerdos, que ya no están más como objetos fuera de uno mismo, sino que se los trae formando parte del propio ser” (P. Mamerto).