Cuadernos Monásticos Nº 25

Editorial

En estos últimos años hemos oído hablar hasta la saciedad sobre el tema de la “liberación”: psicológica, social, política, etc., la cual conduciría a un “compromiso”. O viceversa: un “compromiso” que conduciría a la “liberación”. No cuestionamos este planteo. Pero este binomio “liberación-compromiso” deviene absurdo y perverso si en su base no está este otro binomio (aparentemente sinónimo): “libertad-obediencia”. Ocurre algo singular: habitualmente no se percibe la integración de estos dos conceptos. Y en la existencia concreta el divorcio se presenta aún más a menudo. En las reuniones de actualización de Reglas y Constituciones, más de una vez se ha planteado el interrogante de cómo lograr “una mayor libertad” sin desmedro de “la obediencia”. Y hemos visto ya el resultado: pérdida de la libertad y pérdida de la obediencia. No hay que dudar de la buena voluntad y de la sinceridad en la búsqueda de un acrecentamiento y no de una disminución. Pero el resultado era previsible y se seguirá dando, si por “libertad” se entiende “poder moverse sin ataduras”, y si por “obediencia” se entiende “pedir permiso”. Es decir si no salimos de un plano totalmente superficial, en el cual a la vez que todo se confunde, todo se materializa y se torna o endurecido o caduco descompuesto, desintegrado. Hemos creído que posibilitar la libertad significaba reducir cien observancias a diez, reducir la necesidad de “pedir permiso” de mil a cero. Antes se había creído que posibilitar la obediencia significaba aumentar las observancias hasta incluir el timbre de la voz, el modo de pestañear, la letra, etc., y aumentar los pedidos de permisos “hasta para morirse”. Un extremo condujo al otro extremo. Pero esta ley del péndulo no es inexorable, de lo contrario negaríamos precisamente la libertad. Llegar al verdadero problema y a la verdadera solución es posible, con la condición de que nuestra reflexión pase de la superficie al centro, se apoye sobre el ser y se apoye sobre la Palabra de Dios. Si no tenemos una idea clara a la vez que evangélica que responda a la doble pregunta ¿qué es libertad? ¿qué es obediencia? no podremos lanzarnos sobre Reglas y observancias con un afán de suprimir, de cambiar o de aumentar leyes. Si no percibimos que la libertad metafísica y la libertad de gracia están más allá, como término y como base, del libre albedrío; y si no percibimos que la obediencia virtud está más allá, como término y como base, del voto de obediencia, no saldremos nunca de las tensiones dialécticas que en vano sueñan con la hora de la síntesis. Es imposible pensar, y menos legislar sin un hábito metafísico y un hábito evangélico. Tal vez hemos creído que nos bastaba el sentido de la historia y del tiempo, como antes se creyó que bastaba el conocimiento del Derecho Canónico. Este tema tan fundamental de la “libertad-obediencia” debe ser abordado por las Comunidades y por los religiosos, si queremos evitar en unos casos el caos anárquico, en otros la multiplicación de religiosos frustrados y enfermos. Pero es preferible no abordarlo, si no entramos en la hondura de las cosas y reposamos en la severa transparencia del ser. Si no entramos en la hondura de Dios y reposamos en el corazón de Cristo. Hubiésemos querido dar en este número de Cuadernos Monásticos un abundante material de trabajo. Razones de espacio nos han obligado a reducirlo. También habíamos pensado publicar una excelente conferencia de Monseñor Antonio Quarracino sobre el tema de la liberación. Pero en estos meses, la misma ha sido publicada en España y Argentina, en varias revistas, incluso en “L'Osservatore Romano”. Por eso la hemos omitido, a la vez que recomendamos su lectura.

Cuadernos Monásticos espera contribuir, aún cuando muy modestamente, a una mayor vivencia de la obediencia de Jesucristo y de la libertad del Espíritu Santo.

La Dirección