No hace tanto tiempo Cuadernos Monásticos presentaba una serie de artículos concernientes a la “Lectio Divina”. Hoy vuelve a ofrecer a sus lectores reflexiones sobre este tema pero en un marco diferente.
En estas últimas décadas es muy poco lo que se ha dicho o pensado sobre la santificación de la inteligencia y sobre la importancia de ésta en nuestra oración, en nuestro crecimiento espiritual. Sabemos bien cuánto mal ha hecho el racionalismo a la vida espiritual, secando muy a menudo la vitalidad del corazón y la gran posibilidad de un conocimiento intuitivo, experimental y sabroso de Dios y sus misterios. Pero igualmente sabemos del daño del irracionalismo que llega a considerar a la inteligencia y a su especulación como un obstáculo para una vivencia de la oración y de la relación con Dios. Entre las muchas cosas que hoy se confunden está la confusión entre experiencia de Dios y alienación de la inteligencia. Por otra parte muchas alienaciones, en orden a nuestra personalidad, preocupan; pero no así la alienación de la inteligencia, su marginación en nuestras más importantes y hondas vivencias. Pareciera que pensar, ordenar la mente, enriquecerla, cultivarla, fuese importante solamente en orden al quehacer científico pero no en orden a la vida y a la relación del hombre con Dios y de los hombres entre sí. Más aún ello sería un obstáculo para esta relación y para este vivir.
En medio de estos dos extremos: el endiosamiento de la razón y el desprecio de la misma, cabe otra posición: la santificación de la inteligencia, lo cual no solamente significa su purificación, su recto ordenamiento, su sometimiento al ser, sino que además entraña su capacidad contemplativa, su apertura y su consecuente asimilación de la Palabra de Dios, su humilde adoración frente a la luminosa oscuridad de los misterios de Dios, su progresiva adecuación a los pensamientos de Dios que “no son como los de los hombres”, su recogida capacidad de escuchar al Verbo en medio de un gran silencio interior. Descubrir nuestra inteligencia y la urgencia de santificarla es fundamental en una vida espiritual seria y verdadera y en ello juega un papel muy importante la “Lectio Divina”, además del estudio y de la lectura formativa.
Las comunidades monásticas, y en general las comunidades religiosas, desean para sus miembros la formación permanente en la cual dan un lugar primordial al cultivo y enriquecimiento intelectual. Pero a la vez en las mismas comunidades se tropieza con obstáculos serios y en general insoslayables como la falta de tiempo, la necesidad de cubrir las urgencias que dejan los que se van y los enfermos, la falta vocaciones (las cuales no hay que desear para cubrir huecos), las necesidades económicas que mueven a multiplicar el trabajo rentado, las reuniones, los viajes, la movilidad de los de dentro y de los de afuera como un oleaje ruidoso e incontenible. Todo esto, nos hace cada vez más difícil la posibilidad de estudiar, de leer, de meditar, de formar y santificar nuestra inteligencia. No obstante, esta urgencia es mayor que todos los requerimientos cotidianos y utilitarios. Quién sabe si no habría menos defecciones, más vocaciones, y más orden cotidiano, en nuestras comunidades, si en ellas hubiese un genuino esfuerzo de ascesis, conversión y santificación de la inteligencia. Y creemos que principio y culminación de este esfuerzo y de este proceso es el diario y prolongado contacto con la Palabra de Dios.
La Dirección