El Año Santo tiene un programa muy concreto: CONVERSIÓN-RECONCILIACIÓN. Nuestros monasterios de América Austral desean vivir este horizonte fijado al Pueblo de Dios. A lo largo de este año 1974 iremos publicando una serie de artículos que pueden ayudarnos en nuestra reflexión y en nuestra vida[1]. Toda reconciliación y toda renovación requieren una purificación y un desarrollo de la Esperanza. Por ello, en este número 29, Cuadernos Monásticos ofrece también algunos artículos sobre este tema de la Esperanza[2].
Muy probablemente nos haga falta volver a considerar la esperanza en la Biblia y también en la síntesis teológica de santo Tomás (II-IIae, q. 17-22), a fin de descubrir que el objeto primero de la esperanza es Dios, es nuestra fruición de Dios. Las esperanzas humanas, los mesianismos de toda índole, han pretendido y pretenden sustituir a la esperanza teologal. El resultado visible es un doble pecado contra la esperanza (ya señalado por santo Tomás): la desesperación y la presunción. Sabemos también cómo los Santos Padres y el monaquismo en sus Reglas primitivas, detectaron este doble pecado como un punto clave de conversión. Hoy podríamos añadir: como un punto clave de normalidad. ¡Cuántos seres humanos están enfermos o frustrados por causa de la desesperación (de los fines o de los medios) o por causa de la presunción! La inseguridad y la seguridad absoluta en uno mismo son dinámicas y por lo tanto necesitan constantes motivaciones nuevas y acrecentadas.
Nuestros monasterios, y nosotros, monjes, debemos ser un centro irradiador de esperanza. Incluso de esperanza en el hombre y sus posibilidades. Pero ello solo será posible si nos convertimos a la verdadera esperanza teologal. La esperanza de Abraham, la esperanza de Isaac, la esperanza de Jacob, la esperanza de Moisés, la esperanza de los Profetas, la esperanza de la Santísima Virgen, la esperanza de la Iglesia.
Santo Tomás relaciona admirablemente esta esperanza con el “temor filial o casto, por el que reverenciamos a Dios y huimos de no someternos a Él” (q. 19, a. 9 c). Dice en el mismo artículo:
“el temor filial y la esperanza se compenetran y se perfeccionan mutuamente” (q. 19 a. 9 ad 1).
Y en q. 19, a. 11 b:
“el objeto propio del temor es el mal posible... el objeto propio de la esperanza es el bien posible”.
Esta relación íntima entre temor filial y esperanza se completa con la relación de ambos con la bienaventuranza de los pobres de espíritu:
“Con propiedad corresponde al temor la pobreza de espíritu. Pues siendo propio del temor filial reverenciar a Dios y estarle sometido, todo lo que se refiere a esta sujeción pertenece al don de temor. Al someterse uno a Dios, deja de buscar la grandeza en sí mismo o en otro, a no ser en Dios, pues lo contrario se opone a la perfecta sumisión a Dios... Por eso, cuando se teme perfectamente a Dios, consiguientemente no trata nadie de engreírse en si mismo por soberbia ni engrandecerse con bienes exteriores, con honores o riquezas. Ambas cosas atañen a la pobreza de espíritu...” (II-IIae, q. 19 a. 12).
Esta relación entre Esperanza, Temor de Dios y Pobreza de espíritu es inmensamente rica y nos puede llevar a comprender por qué hoy estamos frente a una crisis de la esperanza. A la vez nos dará una pauta sobre el testimonio que los monasterios deben dar al respecto. Tal vez también comprendamos por qué san Benito lleva al monje con insistencia por el camino del temor de Dios y de la humildad, a fin de que sea un justo más entre los del capítulo 11 de la Carta a los Hebreos.
Cristo es nuestra esperanza. Y nuestros monasterios pretenden hacer oír este canto, para que todos los hombres levanten sus cabezas, llenen sus bocas de cantares, y mirando las estrellas, aguarden al Señor que es nuestro Principio y Fin, nuestro Camino y nuestra Fuerza para recorrerlo, la Alegría de nuestros corazones que nadie podrá quitarnos.
La Dirección
[1] Agradecemos al R. Padre Abad Joaquim Zamith (Abadía de San Pablo, Brasil), al R. Padre Esteban Bettencourt (Abadía de Río de Janeiro, Brasil), al Padre Jorge Mejía, y al R. Padre Héctor Muñoz, op, sus colaboraciones tan generosamente brindadas.
[2] No fue fácil hacer una selección frente a un material tan abundante. A los lectores que deseen leer o estudiar más extensamente acerca de la Esperanza, les rogamos nos escriban, y gustosamente les orientaremos y proveeremos de una bibliografía.