LAS CITAS MARGINALES DEL LIBRO IV DEL HERALDO (2)
Santa Gertrudis la Grande, Anton Teufer, 1925, vitral de la nave de la Iglesia de San Huberto, Schmallenberg-Nordenau, Alemania.
Oliver Clément, osb
Bernardo Vregille, sj[1]
Santa Gertrudis la Grande, Anton Teufer, 1925, vitral de la nave de la Iglesia de San Huberto, Schmallenberg-Nordenau, Alemania.
Oliver Clément, osb
Bernardo Vregille, sj[1]
«Nuestra vida en este destierro no puede estar sin tentación, ya que nuestro progreso se lleva cabo por la tentación. Nadie se conoce a sí mismo si no es tentado ni puede ser coronado si no vence; ni vencer si no pelea ni pelear si le faltan enemigo y tentaciones. El que grita desde los confines de la tierra se halla angustiado, pero no abandonado.
Santa Gertrudis la Grande, Heinrich Oidtmann, 1920, vitral del pasillo de la Iglesia de San Andrés, Mechernich-Glehn, Alemania.
Jean-Marie Clément, osb
Bernardo Vregille, sj[1]
«No estén preocupados por su vida, qué comerán, ni por su cuerpo, con qué se vestirán. En algunos códices se ha añadido: “Ni qué beberán”. Por tanto estamos liberados de toda preocupación con respecto a lo que la naturaleza concede a todos, a lo que es común al ganado, a los animales y a los hombres. Pero se nos manda no inquietarnos respecto al alimento, porque preparamos nuestro pan con el sudor de nuestra frente. Debemos trabajar, pero debemos apartar la preocupación.
«¿Hay algo sobre lo que el Señor haya insistido tanto a sus discípulos, algo entre sus saludables avisos y celestiales preceptos, cuya guarda y custodia haya inculcado tanto como que nos amemos mutuamente también nosotros con el mismo amor con que Él mismo amó a sus discípulos? Y ¿cómo va a conservar la paz y la caridad del Señor quien, a causa de la envidia, no consigue ser ni pacífico ni amable? (…)
«¿Hay algo sobre lo que el Señor haya insistido tanto a sus discípulos, algo entre sus saludables avisos y celestiales preceptos, cuya guarda y custodia haya inculcado tanto como que nos amemos mutuamente también nosotros con el mismo amor con que Él mismo amó a sus discípulos? Y ¿cómo va a conservar la paz y la caridad del Señor quien, a causa de la envidia, no consigue ser ni pacífico ni amable? (…)
Santa Gertrudis, tapiz, Abadía Benedictina de Tettenweis, Alemania.
Tres estudiantes del San Anselmo cuentan su experiencia sobre el Congreso[1]
“… Esto es lo que me entristece: que viviendo entre hermanos, sintamos la necesidad de estar en guardia para que no se nos perjudique, y que tengamos que tomar tantas precauciones. La razón de todo esto es la frecuencia de la mentira y del engaño, la gran disminución de la caridad, las querellas sin tregua. Encontrarán muchas personas que tienen más confianza con los paganos que con los cristianos. Esto es un motivo de confusión, de lágrimas y de gemidos...
Escenas de la vida de santa Gertrudis, vitral del coro bajo, Parroquia de Santa Gertrudis, Oshawa, Ontario, Canadá.
P. Michael Casey, ocso[1]
VI. La originalidad de Gertrudis (continuación)